Ahora mismo, el foco de la política exterior estadunidense está puesto en la relación con China y el affaireHuawei. El veto al segundo mayor fabricante global de telefonía móvil bajo la excusa de la seguridad nacional
ante un presunto espionaje nunca comprobado es similar a los decretos de Obama y Trump declarando a Venezuela peligro para la seguridad nacional de EU. Tras ese veto en primer lugar está la posición de avanzada que Huawei tiene en el desarrollo de la tecnología 5G, clave para la inteligencia artificial y la robotización de la sociedad en un futuro cercano, y la determinación de que esta tecnología no sea suministrada a diversos países europeos; y en segundo lugar, un intento de impedir la posición de delantera sobre EU que China está tomando no sólo a escala comercial, sino también en el ámbito tecnológico, posición que puede ser aplicada en un futuro a las ciberguerras. Tampoco podemos olvidar que China tiene 55 por ciento de las reservas mundiales de tierras raras, fundamentales hoy para producir celulares o las baterías de los autos eléctricos, elementos químicos que podrían convertirse en piezas de ajedrez en la guerra de aranceles que libran EU y China.
El segundo foco de atención geopolítica está precisamente en Venezuela. No es casualidad que en el momento histórico (2013-16) en que se produjo una distensión de las relaciones con la revolución cubana, se declare a Venezuela peligro para la seguridad de EU. La teoría del enemigo externo implica pasar de Cuba a Venezuela para mantener un enemigo en este hemisferio. Si además ese enemigo es el país con las reservas petroleras más grandes del orbe, pues ya tenemos el juguete perfecto para entretener a los halcones del Pentágono experimentando operaciones de guerra híbrida.
El tercer vórtice geopolítico en la política exterior de EU lo podemos hallar en Irán, donde la designación el pasado abril de la Guardia Revolucionaria Islámica como organización terrorista
es sólo la culminación de la escalada de posiciones de Irán como principal enemigo externo en Medio Oriente, y una excusa para seguir aplicando sanciones, al no poder demostrar que Irán haya violado el acuerdo nuclear. Al igual que en Venezuela, se busca ahogar la economía iraní actuando contra el petróleo y el sistema financiero. Además, Irán, de mayoría chiíta, es clave en la estabilidad de Medio Oriente y el golfo Pérsico, bien sea apoyando a Líbano como contrapeso a Israel, o a Yemen frente a la agresión, con apoyo estadunidense, de Arabia Saudita.
Otros ejes de la política exterior estadunidense son las contradictorias relaciones con Rusia, el apoyo a Israel para que continúe el genocidio sobre el pueblo palestino, y el diálogo iniciado con Kim Jong-un que busca una distensión en la península de Corea, donde se encuentran desplazados 28 mil 500 soldados estadunidenses. Pero sin duda China, Venezuela e Irán serán los tres principales ejes de la política exterior estadunidense el próximo año y medio hasta que en noviembre de 2020 se celebren las elecciones presidenciales en las que Trump aspirará a su segundo mandato.
Un Trump que, a pesar de su excentricidad, no ha abierto ningún frente de guerra nuevo, a diferencia de Obama, que según fue sentenciado por el New York Times, se convirtió en el único presidente en la historia de EU en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra continua. Incluso la guerra no convencional abierta contra Venezuela fue inaugurada, en esta última etapa, por la orden ejecutiva del propio Obama.
La política exterior estadunidense estará supeditada, por tanto, a las presidenciales 2020, donde el escenario más probable es una victoria de Trump, que sigue contando con más apoyo popular que el que tenía Obama en su tercer año de mandato, frente una opción demócrata que de momento no parece consolidarse.
Pasado el momento político de lo que el feminismo neoliberal de Hillary Clinton representa, parece aún temprano para que el socialismo
de Bernie Sanders ceda el testigo al nuevo progresismo y la propuesta de New Green Deal que encabeza Alexandria Ocasio Cortez, nacida en el Bronx y de madre puertorriqueña, la nueva rock star de la política estadunidense. El proyecto de AOC, Rashida Tlaib, Ayanna Pressley o Ilhan Omar, ala progresista del Partido Demócrata, de un neokeynesianismo verde, basado en el impulso al sector público, fomento de las energías renovables, lucha contra el cambio climático y justicia social, está, valga el juego de palabras, demasiado verde para la política estadunidense. Quizás en 2024, con una hegemonía estadunidense en lo económico y militar en decadencia, sea su momento.
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