Al granuja Carrasquilla lo defienden no demostrando que no robo, sino afirmando que lo hizo hace tiempos (sin garantía de no repetición), y que si bien eran recursos públicos los que tomó en saqueo, lo hizo en moderadas cantidades, según su alter ego y mentor político, Álvaro Uribe. Igualmente callan toda referencia a sus cuentas en paraísos fiscales, que habla tanto del origen ilícito de sus caudales, como de que es un evasor de impuestos.
No es el único miembro del gobierno que ejerce la deshonestidad con impudicia. La ministra de educación llega a tal cargo luego de contratar como proveedores de alimentos en Bogotá a los que cobraban las pechugas de pollo a $ 40.000, con un sobrecosto de 1300 por ciento; o la ministra del interior, Nancy Patricia Gutiérrez, que de investigada por parapolítica y por espionaje ilegal, llega al ministerio de la política; o el destituido por corrupto Alejandro Ordoñez que es embajador en la OEA; ni qué decir del Centro de Memoria Histórica en manos de un verdugo, y demás nombramientos de personajes que defienden causas malvadas, o venden gato por liebre.
Todo ello implica una mudanza en la concepción de la administración pública, que no significa refinamiento, menos desarrollo moral. Se trata de dejar atrás el principio romano de “la mujer del Cesar no solo debe ser honesta sino parecerlo”. Ahora ni serlo ni parecerlo, y administrar exhibiendo las perversiones.
Bernard Mandeville, en 1714 cuando no existía Colombia, escribió su fábula de las abejas, de la que encontré el siguiente resumen:
“Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir, si queremos gozar de sus dulces beneficios”.
Siete décadas después, también en Francia, el Marqués de Sade complementa la teoría formulando la maldad como motor del mundo, y el liderazgo como atributo de quien más fechorías cometa. El naciente gobierno de Duque quiere gobernar a los colombianos según la tesis de Mandeville , « los vicios privados hacen la prosperidad pública», a partir del liderazgo de Álvaro Uribe, construido según el canon de Sade.
Se sirve para ello de personajes con alguna de estas dos características, o son notorios por su prontuario criminal, o lo son por ser naderías, huérfanos de mérito intelectual, como el actual presidente Duque, o su presidente del congreso, Macías. Ahora dedicados a intercambiar condecoraciones. El mejor militante del uribismo es quien reúne las dos características en sí, como alias Pachito Santos, alias Uribito, o la Cabal, alias La Cosa, para citar ejemplos. De siempre se ha sabido lo cerca que está la ignorancia de la violencia.
Recurre el gobierno, en su afán de legitimidad, a los gremios económicos, los que pretende presentar como portadores de saber sobre administración, y se lleva un tendero a manejar el ministerio de defensa, o a un gallinero al mando del de agricultura, entre otros. Como si estos sujetos fuesen diferentes a las dos categorías anteriores, los bobos y los malos (un gran amigo me señalaba que no existe tontería sin daño). El saliente ministro de defensa Luis Carlos Villegas, todo un burro cargado de oro, es el mayor referente para Boterito que ya incursionó fabricando coartadas para los asesinatos de líderes sociales.
En vez de barnizar la malandanza de empresarios y lumpen emergente, para tomar el Estado como botín, ha desenmascarado el tipo de patrones que hay en Colombia los que ejercen su vida empresarial desde la canallada, y que llegan a los cargos públicos a engordar la bolsa y la tripa.
Contrario a lo que se le dice a los pobres, no es la pereza la madre de todos los vicios, es la codicia: por ella se mata, se roba, se falsea. Y los vicios particulares podrían devenir en virtudes públicas, si no fuera porque de esos vicios derivados de la ambición privada surgen empobrecimientos públicos. Como sucedió con los 117 municipios desvalijados con los bonos Carrasquilla.
Y todo estaría en Colombia según los cánones de Mandeville y de Sade, a no ser por un detalle que se les escapó: Sade preconiza una sociedad basada en el mal, que será perfecta cuantas más inmoralidades comentan sus miembros, y todos deben esforzarse en robar y mentir… menos el tesorero. Si este lo hace destruye la sociedad, la arruinan soldando a Alberto Carrasquilla al ministerio de hacienda.
José Darío Castrillón Orozco.
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