¡Es la economía estúpido! Fue el slogan final de campaña con el que el presidente Bill Clinton obtuvo la presidencia en la elección ante George Bush en 1992, la frase con la que James Carville, asesor de Clinton, logró girar los resultados. Volvió a hacerse manifiesta ahora con Trump, quien no la utilizó pero si la aplicó, se acercó a la gente simple, al pueblo, quien ha estado golpeado por muchos años por las políticas neoliberales, por una globalización sin sentido que les quitó sus puestos de trabajo, que convirtió sus ciudades industriales en ruinas. Trump ha prometido volver al sueño de vivir dignamente, de tener la certeza de un mañana tranquilo. Y ganar era lo lógico.
Ahora, no es menester acá discutir sobre las formas, a todas luces faltas de ética e inmorales. Apoyadas incluso por los medios de comunicación que hacen eco de cualquier tontería que a Trump se le ocurriera. Es un provocador, es mediático. A este hombre le importan los fines, no los medios, pero ya en la presidencia será tan pragmático como cualquier magnate capitalista. No va a poner en crisis al sistema, faltaba más.
El pueblo norteamericano votó, en estrecho margen si se considerara el voto directo, a favor de Clinton, pero Trump asumirá el poder gracias a los colegios electorales, pero, ante todo, por la ira, la rabia ciudadana que ha visto como su calidad de vida ha descendido considerablemente por las políticas neoliberales, las mismas que el señor Ronald Reagan implementó y que ayudó, junto a la señora Margaret Hilda Thatcher, a expandir por el mundo. Un país que se desindustrializó, donde los sueños americanos, de una clase media robusta terminaron en la desgracia de empresas cerradas, de millones de obreros blancos y norteamericanos teniendo que competir por trabajos simples y mal pagos con los inmigrantes, a quienes permitieron la entrada al país para realizar los oficios que la clase media ya no consideraba que debía hacer; hoy sobran, y lo que parece ser peor, son los propios enemigos, son, en parte, la explicación de sus desgracias.
Los Estados Unidos hoy se hunden en su propio invento y, como en las películas, esperan que llegue alguien a salvarlos. Hoy le han dado la batuta a la derecha, pero no a cualquier personaje del partido republicano, se trata de un anti todo, y por eso también le votaron. Ni siquiera su propio partido estaba a su favor. Lo han elegido precisamente por encarnar el sueño americano del progreso, de alguien que los puede defender de los ataques del libre comercio, de sistemas de protección social privados, de los musulmanes, de los indocumentados, de cualquier cosa que les suene a peligro. Trump representa el héroe que es capaz de burlarse de quienes ostentan el poder, piensa como el pueblo y habla como ellos.
Trump le gana a su mismo partido y también a los demócratas. Unos y otros son lo mismo (por ejemplo Trump habla se sacar a entre 2 y 3 millones de inmigrantes, paradójicamente 2.5 millones fue el número de inmigrantes expulsados por el gobierno de Obama). Los dos periodos de Obama, así como los dos períodos de Bill Clinton solo sirvieron para profundizar los que el señor Reagan implementó: El neoliberalismo, es decir, el libre comercio, los TLC, que pasaron por el apoyo de un Congreso republicano y por el beneplácito de la derecha demócrata, los sindicatos siempre se han negado pero han perdido el pulso de los TLC. Ahora a Obama se le ocurrió el tema del Acuerdo transpacífico en una clara muestra que sus apuestas distan de ser alternativas al modelo que domina.
Los estadounidenses no solo han debido enfrentar el miedo a la pérdida de sus empleos, al empobrecimiento de su vida cotidiana, sino que les ha tocado padecer el miedo al terrorismo, al que las guerras se hagan en su propio patio. Después del 11 de septiembre de 2001, la vida de los gringos cambió para mal, y la sensación de vulnerabilidad les destroza el día a día. A esto se sumó la pérdida de sus casas, y ver el descaro del gobierno Obama, en quien tenían depositadas sus esperanzas, quien rescata los bancos y protege a los banqueros, en vez de llevarlos a la cárcel, dejando al pueblo empobrecido, sin sus viviendas y sin empleos.
Las rabias no son imaginadas, son reales y se sienten en la cotidianidad de un pueblo que ha visto como su clase media, la misma que sirvió de paradigma del crecimiento económico, se desvanece para quedar como lo que hoy es: obreros, una clase obrera con empleos de miseria y sin mayores esperanzas de un mejor futuro. Todo esto dista, claro está, del espejismo que se muestra al resto del mundo de un Wall Street robusto, un sistema financiero que ha sido capaz de sumergir en una crisis sin igual al país y que hoy se rasga las vestiduras pero ve como aumentan sus índices accionarios.
Pero la derecha, que ha soportado los embates de gobiernos socialdemócratas e incluso de izquierda, vuelve a recuperar sus terrenos de poder y de control con promesas que no van a cumplir, obviamente, pero que se cimentan en un discurso fascista del nacionalismo, de la protección en contra de los otros, de los demás, los no iguales, como la alternativa al descalabro. Los casos en América Latina se evidencian en Macri, en Temer, en Kuczynski e incluso en el ascenso de la derecha venezolana, gracias a los despropósitos del Gobierno de Maduro. También en el viejo continente se realzan los casos de Islandia, Polonia, Noruega, la negación del pueblo suizo a la renta de ciudadanía o los emblemáticos sucesos de Inglaterra con el Brexit y el ascenso del partido Conservador o en España que después de mucho divagar ha optado por reelegir al Partido Popular y a Rajoy, la herencia franquista.
En España también se hizo manifiesto el bloqueo a Cataluña para su autodeterminación. Esto es interesante porque se trata de otro tipo de nacionalismo, y una historia que tiene que ver con la negación que España y el franquismo han hecho de Cataluña como pueblo. No es de falta de solidaridad o de otro tipo de intereses ocultos como se ha querido mostrar desde los medios y desde la derecha, es de la reivindicación de un país que es distinto, una nación diferente, que habla distinto, es otra cultura y otros que haceres, pero que lo más radical de las derechas e incluso de las izquierdas españolas persisten en negar. España tiende a partirse en pedazos, en lo que es en realidad, y que se mantiene a la fuerza, tal y como históricamente ha sido.
En Colombia también las derechas se manifestaron y ganó el NO al plebiscito, con métodos no muy distantes a los empleados en los otros casos. Las mentiras, los usos de medios, de redes y la estrategia del miedo, de la pérdida de lo poco que se tiene, fueron claves para garantizar el triunfo. De nuevo el fin justifica los medios. El problema no es la paz, no es la entrega de las armas de la guerrilla de las FARC, el tema es del control del poder y las elecciones del 2018, que al parecer serán para la derecha más recalcitrante, probablemente expresada en Ordoñez o en quien Uribe designe. Se ha entregado un nuevo acuerdo y la dilación no se hará esperar por parte de esas derechas, en especial la del Centro Democrático, quien seguirá oponiéndose aprovechando los odios, la ira que se tiene no solo ante la exclusión económica y política sino ante 52 años de guerra.
De nuevo entonces la derecha avanza en el control del poder en el mundo, pero lo hace modificando la prioridad de sus propios principios, los mismos que los demócratas no contrarrestaron, por el contrario que fortalecieron e incluso profundizaron. Tampoco lo hicieron como se debía en América Latina: un ataque profundo a la corrupción, la profundización del comercio regional y un control estricto a multinacionales y al libre movimiento de capitales mantendría a los partidos de la izquierda progresista en el poder. Ecuador, hasta ahora, da muestras fehacientes de ello.
No se trata que en el momento la derecha recapitula en contra del neoliberalismo. Jamás lo harán, porque es su esencia, es el beneficio claro de sus propios intereses de acumulación. Pero están apropiándose de los miedos de los pueblos, de las clases trabajadoras en particular, se han volcado a un nacionalismo con tintes fascistas, que niega a los otros, que defiende lo propio entendiendo a los demás como enemigos; para simular su protección, para prometerles el anhelo de una vida mejor, la promesa siempre incumplida pero que los demócratas y socialistas tampoco lograron, todo gracias a que lo intentaron, en su mayoría, desde los principios básicos del modelo, que no hace cosas distintas que generar una mayor concentración de la riqueza y una cantidad abismal de excluidos. Estos son los legados de la globalización neoliberal, que sin duda alguna seguirán profundizándose en tiempos del retorno de la derecha.
Jaime Alberto Rendón Acevedo
Director Programa de Economía
Universidad de La Salle
Noviembre 16 de 2016
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