“(Mi decisión) ayuda a que nuestro presidente tenga un mayor margen de maniobra en el ámbito de los acuerdos internos y externos para cohesionar la estructura política”, asegura García Linera en una entrevista con este periódico. Pero no significa que abandone a Evo, a quien “acompañaré en todas las batallas futuras”. García Linera quiere dejar el Estado para “ir a la primera línea” –donde afirma que le encanta estar—“allí donde se define nuestro destino”. Este lugar es “la batalla cultural, la batalla por las ideas”.
Pregunta. Usted ha dicho que “la revolución boliviana vive un reflujo”. ¿Esto explica los hechos últimos, que el MAS haya tenido su primera derrota electoral en el referendo de febrero de este año y que el Gobierno enfrente con mayor dificultad las crisis que se van produciendo?
Respuesta. Lo que estamos viviendo los últimos tres años es un repliegue de la oleada. Seguimos en el momento de hegemonía (del MAS), porque no hay un proyecto alternativo que pueda poner en duda el tipo de sociedad que está en marcha. Pese a la virulencia de los opositores, la multiplicación de las críticas, no hay un proyecto alternativo al nuestro. El repliegue ocurre en todas las revoluciones, a partir de un hecho claro: la gente no puede movilizarse perpetuamente; pasado un tiempo de heroísmo, se repliega a sus actividades cotidianas. Es un momento normal, ineludible en toda revolución. En cualquier revolución una parte de la sociedad se vuelve “clase universal”, es decir, portadora de proyectos universales, que interesan a todos. Construye unos “comunes” que atraen al resto de la sociedad y en torno a los cuales se da la movilización. Esto se traduce en políticas públicas, como (en Bolivia) la nacionalización, la redistribución de la riqueza. El momento del repliegue es inverso: la sociedad se repliega en lo corporativo, lo individual, lo local; y entonces quien se queda con el monopolio de la universal es el Estado. Complicado para un revolucionario que está pensando en la paulatina disolución del Estado. En cambio, mejor para un funcionario: es un tiempo sin mucho sobresalto estratégico, aunque no falten los sobresaltos tácticos. El Estado queda como un ente hegeliano. Por eso el deber del revolucionario es impulsar nuevamente, desde todas partes, la construcción de “universales”, una tarea que puede durar años.
P. ¿Esta lucha será otra vez contra el Estado?
R. No, porque ahora el Estado es poroso, se da cuenta de lo que está pasando y no pone exclusas a la sociedad. Los anteriores Estados creaban sus murallas. Este es un Estado que está demandando más sociedad.
P. Para ser un Estado hegeliano, se lo ve débil, dados los problemas de gestión que se están presentando (falta de agua en La Paz, problemas en las instituciones).
R. Sin ánimo de encubrir estas falencias evidentes, pienso que hay descuido, incompetencias, errores, pero en el marco de un Estado agigantado, que ha crecido mucho más que los hábitos, las habilidades y capacidades de sus funcionarios. Pasamos de ser un Estado que administraba 600 millones de dólares con 150.000 funcionarios, a un Estado que administra 8.000 millones de dólares con 300.000 funcionarios. La burocracia se ha duplicado, pero las funciones estatales han aumentado un 1.200%. Este desencuentro explica la situación.
P. Se nota una creciente polarización entre el Gobierno de izquierda y las clases medias, que parecen más conservadoras y contestatarias.
R. Siempre ha habido un pedazo de las clases altas que se ha opuesto belicosamente e incluso de manera armada al “proceso de cambio”. El golpe de 2008 ha sido el epítome de esa insurgencia de las clases, que ha sido derrotada en términos políticos, militares y culturales. Pero esta oposición no ha desparecido, siguen ahí, y ahora toma más cuerpo en la critica. Estos sectores nunca se han tragado que un indígena esté gobernando. Antes no lo decían en tono alto, sino en la intimidad de sus cenas y reuniones. Ahora lo han hecho público. Sus escribanos visibilizan este malestar racial de quienes tenían en los blancos un capital social, de quienes hicieron de su piel, su vestimenta, sus modales, un capital. Le dimos un golpe muy duro al capital étnico. Lo devaluamos. Hubo entonces una reacción. Es normal. Lo sabíamos. Ellos nunca votaron por nosotros y nunca lo harán, la historia inscrita en su piel es más fuerte que las ideas. No me preocupan. Lo que me preocupa en este nuevo humor del tiempo histórico es la despolitización de las clases sociales, que las vuelve más permeables a otros referentes de construcción de opinión publica que ya no sean los sindicatos y las asambleas. Una población más despolitizada es también más permeable al discurso de los bloques racistas, que, entonces, comienzan a tener un mayor eco, una mayor recepción a sus prejuicios.
P. ¿Este fenómeno es parte del llamado “giro a la derecha” que se da en Latinoamérica?
R. Si nosotros entendemos el proceso de repliegue y seguimos en el Gobierno, tenemos posibilidad de remontarlo. A diferencia nuestra, en otros países no supieron detectar la reconfiguración de las ideologías sociales. Además, nos diferencia el modelo económico: si no tuviéramos uno sólido estuviéramos en otro lado. ¿Qué hace la economías? Te da una red de protección; sin eso un error político puede ser tu perdición; claro que no hay que exagerar, porque demasiados errores políticos e ideológicos pueden agotar este marco económico de protección.
A diferencia de lo que pasa en otros países, las críticas contra nuestro proceso no van a la sustancia, sino a ciertas formas de administración. La sociedad está moralmente conforme con el proceso general de transformación que está en marcha. En Brasil y Argentina, en cambio, lo que hay es una restauración neoliberal.
P. ¿Qué papel jugará el Congreso del MAS y Álvaro García Linera en la tarea de remontar este “reflujo”?
R. Álvaro García ha de seguir acompañando al presidente Evo en todas las batallas futuras, de eso no cabe la menor duda. Pero soy más útil en otra trinchera, que considero más difícil: Publicar, escribir, tener un programa de radio o tv, formar cuadros, lo que sea posible en la batalla de las ideas, clave de la continuidad y donde estamos más débiles. Para un revolucionario, es mejor estar por fuera del Gobierno.
FERNANDO MOLINA
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