Al tener la violencia como método y la guerra como fin los primeros seguidores fascistas suelen recogerse entre militares. Un país con doscientos años de guerras civiles, y un saldo de personajes con traumas de guerra, unos por haber participado otros por no haberlo hecho, produce tipejos sicopáticos para este despropósito. La intensificación del conflicto en la segunda mitad del siglo XX en Colombia dejó muchos beligerantes incursos en expedientes por violaciones a los derechos humanos; esos militares descompuestos, fueron el núcleo inicial del paramilitarismo ligado al narcotráfico, posterior columna para el fascismo criollo. Si se revisan a los segundones de los carteles de Medellín y de Cali, en los años ochenta, protagonistas en avisos de recompensa, la mayoría provenían de la Policía Nacional, o del Ejército de Colombia.
De estos militares promovidos a sicarios, con los terratenientes del país, más los recursos de la mafia, y el auspicio de las Fuerzas Armadas, surgen los primeros embriones de la organización fascista. A diferencia del proceso en Alemania, que pronto pasó de los núcleos en el ejército, a una alianza con los industriales y con los caudillos políticos, donde los primeros se ofrendaban tras cierto heroísmo nacionalista, mientras los segundos se llenaban los bolsillos, y los terceros usufructuaban los privilegios del poder. En Colombia antes que los industriales estuvieron los señores de la tierra, y los narcotraficantes.
En España y en Italia el fascismo agrupó los mismos sectores, pero contó también con la participación de la iglesia católica. En Colombia desde hace un siglo hay sacerdotes predicando la violencia, o militando como el cura de las dos biblias, paramilitar del grupo de exterminio Los Doce Apóstoles. Aunque la mayoría del episcopado no participa de esta ideología, si es frecuente en obispos del norte del país, desleales al papa. La novedad en este lado del océano es la participación en la implantación de esta ideología del reguero de iglesias y sectas evangélicas. Mientras los seguidores de Martín Lutero en Alemania actuaron como dique contra el nazismo, en Colombia son su fundamento.
Todo sugiere que tal alianza se consolida con el pacto para matar a Pablo Escobar, que hacen políticos, militares, mafiosos, paramilitares, el gobierno de Colombia, y la Agencia Antidrogas de Estados Unidos, DEA. Tras el logro se reparten bienes y rutas del abatido jefe y, bajo tolerancia estatal, de Colombia y los EEUU, se legaliza el despojo y se posibilita el funcionamiento del Cartel de Medellín con finalidad política.
La participación de la mafia en espectro de las fuerzas nazis es un aporte con marca de origen medellinense, un siglo después de las originales. Significativo aporte, ya que la mafia no es cualquier pandilla de criminales: Es delincuencia organizada que trasciende lo circunstancial de los rateritos que se unen para robar algo, lo cual basta, sino que se trata de una organización con pretensiones perennes (semejantes a los clubes de banqueros). Pero no se queda ahí, la mafia demanda cierta legitimidad, requiere el apoyo de algún sector de la sociedad. Por eso se trata de un club de delincuentes que monta un aparato de propaganda, que crea y alimenta leyendas, que hace ostentación de sus logros; el mafioso hace lenguaje, moda, deviene en estilo de vida. Claro, la mafia se hace reconocer primero por su capacidad extrema de crear horror, por la crueldad en sus métodos. La organización mafiosa es lo más afín que tiene el fascismo.
Fue gran acierto capturar la estructura de Pablo de Antioquia para desde este aparato pretender instaurar el fascismo en Colombia, pues, si esta concepción política no ha tenido tan buena imagen, la mafia sí ha estado legitimada en ciertos sectores de la población. Además de disponer de los caudales del tráfico de cocaína, desde ella se ha podido corromper a las fuerzas militares y de policía, y cooptar el generalato. El desfile de generales declarando ante tribunales norteamericanos que abrieron los generales Flavio Buitrago, y Mauricio Santoyo, será una figura común en adelante. A la soldadesca se le concede el abuso sobre los civiles, que a diferencia de otros mafiosos, los fachos no se caracterizan por su generosidad, ni con dinero robado.
Si bien Benito Mussolini llegó a apoderarse de la estructura mafiosa italiana, jamás pudo alcanzar tanto rendimiento como lo lograron en Colombia. Del Duce italiano aprendieron a regar la leyenda que combatían a la mafia mientras la usufructuaban.
Al parecer los industriales llegaron después a conformar esta alianza, pero al observar como empresas del Grupo Empresarial Antioqueño, GEA, resultaron beneficiadas con tierras despojadas por el paramilitarismo habla más de su bajo perfil inicial que de su ausencia en esta asociación. Hasta el mismo carácter de industriales es cuestionable, cuando más que la trasformación de materias primas ahora se dedican a especular con la propiedad de la tierra, al monocultivo de palma, y al extractivismo minero. La economía del fascismo es lo más cercano a la condición de cazadores y recolectores.
Ahora, desembozan su participación en esa cofradía, aportando un plus de legitimidad y reconfigurando la sociedad que se acerca más a un Estado Corporativo, típico de los regímenes fascistas, donde los patrones sustituyen a los partidos y a los ciudadanos. Hoy el autodenominado Consejo Gremial cogobierna con Iván Duque, quien toma las decisiones de Estado en sesiones con los gremios económicos, mientras desoye a las comunidades, y a los parlamentarios. La agenda política es dictada por esos gremios.
Es más, hoy los alcaldes populares tienen la amenaza de procesos revocatorios no de origen partidista o ciudadano sino empresarial, como el caso del independiente alcalde de Medellín Daniel Quintero, asediado por el GEA; y el presidente de la Asociación de Empresarios controvierte a la administración de Bogotá.
Los dinamismos sociales del fascismo requieren un desarrollo ulterior. Una vez más se ha arrasado a la ciudadanía, y es urgente restaurar lo humano en el centro de la política, única manera de construir un Estado que conquiste la paz.
José Darío Castrillón Orozco
Foto tomada de: Ascontrol
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