Si desde hace años están muriendo cada día más de 20.000 personas de hambre en todo el mundo y no se hace nada para evitarlo, no se comenta en los medios, no se habla de ello en las tertulias, los políticos no se sienten concernidos por ese desastre y los dirigentes internacionales no parece que se den por aludidos cuando eso ocurre, ¿por qué preocuparse porque algunos economistas, biólogos, ecólogos, ingenieros… y otros profesionales estén diciendo desde hace tiempo que el sistema que sostiene la alimentación de la población mundial se está viniendo abajo?
La FAO suele señalar que hay tres causas inmediatas de las crisis alimentarias, es decir, de esos momentos en los que el hambre y la desnutrición se aceleran: los desastres naturales o ambientales, los conflictos y las crisis económicas.
Ahora los estamos viviendo en abundancia y uno detrás de otro y eso es justamente lo que está haciendo que el número de personas en inseguridad alimentaria y nutricional esté creciendo, según acaba de señalar la FAO hace unos días, “a un ritmo alarmante”.
La situación es preocupante pero con el título del artículo no solo me refiero a que nos encontremos en medio de una crisis más, o a que la actual sea especialmente grave. Me refiero a que las redes, las lógicas, los procesos y relaciones sobre los que se sostiene el sistema alimentario global, su constitución estructural, están empezando a deshacer al mismo tiempo que se debilitan o desaparecen los resortes internos de defensa o vuelta al equilibrio.
La globalización ha convertido a los sistemas de alimentación nacionales, más o menos capaces de proporcionar nutrición suficiente a su población, en elementos de una red que opera con una lógica global de producción, distribución y consumo que no se define en función de la necesidad alimentaria de cada país y, en cierta medida, ni siquiera en función de satisfacer necesidades alimentarias.
La concentración de capital ha llevado a que cuatro o cinco grandes productores o cadenas de distribución controlen prácticamente la totalidad de los mercados de los productos que constituyen la base de la alimentación de la inmensa mayoría de la población del planeta. Y, como no puede ser de otro modo en mercados cuasi monopólicos, la estrategia de maximización del beneficio crea escasez y produce desajustes casi permanentes entre oferta y demanda. El impresionante desabastecimiento de leche infantil en Estados Unidos durante las últimas semanas es un buen ejemplo de ello, como he explicado aquí.
Además, las grandes empresas productoras y distribuidoras de productos alimenticios han ido siendo cada vez más dominadas por capitales financieros que, lógicamente, imponen su norma de conducta en el diseño de estrategias, de modo que terminan estando cada día más alejadas del objetivos llamémosle comerciales para dedicarse a incrementar el valor empresarial o el beneficio financiero. Esta norma ha llevado a que los grandes productores hayan extendido sus tentáculos, de modo que no solo controlan el mercado originario de los productos alimenticios sino también los anexos de tecnología, fertilizantes, transportes, etc., extendiéndose así ese efecto perverso de la concentración de capital a otras muchas áreas y actividades de la economía mundial.
La globalización ha supuesto también una paradoja peligrosa. A medida que la red alimentaria se ha hecho global y más concentrada, la producción, distribución y consumo se enfrenta a un mayor riesgo de bloqueo generalizado si aparecen frenos o cualquier tipo de perturbaciones incluso es los espacios más periféricos del sistema.
El enorme poder de los grandes oligopolios alimentarios financiarizados ha tenido también como consecuencia su dominio sobre la tecnología, lo que les ha permitido utilizarla como barrera de entrada y como forma de imponer el monopolio de las especies y variedades productivas en los mercados, de modo que la sostenibilidad y la posibilidad de utilizar recursos alternativos ha ido disminuyendo aceleradamente. Esto, y la práctica y casi total desaparición de la oferta alimentaria destinada a los mercados internos, incrementa -sin posibilidad de retorno mientras no cambie el sistema de arriba a abajo- la fragilidad y la inseguridad de todas las economías en particular y la de todo el mundo, en general.
El incremento extraordinario del comercio alimentario mundial, o quizá habría que decir de la exportación de alimentos como un objetivo en sí misma, ha ido acompañada de la proliferación de todo tipo de títulos financieros que se han convertido en el gran objeto del deseo de la especulación financiera mundial. Durante años, no ha habido inversión más segura y rentable que la dedicada a apostar, según el caso, sobre subidas o bajadas en el precio de los alimentos. Extraordinariamente segura porque los propios grandes inversores eran quienes movían las piezas del mercado para que el resultado de sus operaciones fuese el conveniente en el momento deseado.
En contra de lo que se quiera hacer hacer creer, el precio de los cuatro o cinco alimentos que conforman la base de la dieta de la gran mayoría de la población mundial no depende de su oferta y demanda, sino de los vaivenes de la especulación financiera que es la que realmente provoca carestía, ruina de productores, hambrunas o sobreproducción, cuando proporciona señales equivocadas sobre la demanda.
Quienes vienen analizando desde hace años la naturaleza del sistema alimentario de la globalización están advirtiendo de que no vivimos un momento de crisis, el resultado de perturbaciones concretas o localizadas (aunque estas existen y lógicamente están acentuando los problemas), sino la desintegración del sistema en su conjunto porque sus rasgos de desorden y desequilibrio se agravan y los mecanismos correctores se debilitan o desaparecen.
Si las tendencias que se vienen observando se confirman, en los próximos meses conoceremos un incremento histórico de las cifras de hambre y desnutrición en los países más empobrecidos, como siempre. Pero no solo eso. A continuación van a venir bloqueos, escasez y falta de suministros globales que van a afectar a todos los países. Si no se toman medidas urgentes y radicales para garantizar la seguridad alimentaria del planeta, anteponiendo de una vez el derecho a la vida a la avaricia y el afán de lucro de unos pocos, nos vamos a colocar muy pronto a las puertas de un gran desabastecimiento alimenticio global.
JUAN TORRES LÓPEZ
Foto tomada de: Paho
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