Empezaré por los económicos. A pesar de que ha habido manifestaciones masivas el Día Internacional de la Mujer a favor de la igualdad, la brecha económica de género aumentará. El neoliberalismo impide la equiparación salarial entre géneros, ya que la obligada dedicación de la mujer a los cuidados obstaculiza su preparación al mismo nivel que los hombres.
En cuanto a la banca mundial, los políticos seguirán siendo meras comparsas suyas; por lo que no se esforzarán en favorecer la justicia económica aunque lo prometan en sus campañas electorales.
En el ámbito financiero, la mayoría de la población se verá excluida a causa de un creciente desconocimiento de las cuestiones económicas. Aumentarán, por tanto, los “desiertos financieros”, lo que aún dificultará más su acceso a los bienes económicos.
El campo laboral se verá afectado por el crecimiento exponencial de los retos tecnológicos, que se centrarán en inteligencia artificial, neurotecnología, nanotecnología, realidad virtual, pilas y energía de fusión como combustibles —las cuales no implican un descenso de la contaminación medioambiental—, conexión tecnológica de los hogares, ciudades inteligentes y automóviles autónomos. Consecuencia de lo anterior será que, mientras los empleos cognitivos de altos ingresos se concentrarán en unas pocas manos, los manuales y artesanales crecerán, pero serán de bajos ingresos; por su parte, los de tipo repetitivo —hasta ahora de ingresos medios— serán realizados por robots. Sin olvidar que la relación entre ocio y trabajo cambiará de manera profunda.
Si nos centramos en el contexto social, la agudización del neoliberalismo favorecerá la aceleración de los cambios económicos arriba citados, lo que conllevará una inestabilidad social creciente. Desde un punto de vista demográfico, por ejemplo, la superpoblación recaerá en África y Asia y disminuirá en los países avanzados. Volviendo a la desigualdad económica provocada por el poder de la tecnología en manos de unos pocos, la clase media desaparecerá y aumentará la radicalización social, expresada en terrorismos y populismos, consecuencias directas de la globalización.
Siguiendo con la tecnología, las redes sociales afectarán de tal manera nuestra intimidad que desaparecerá por completo. El Big Data, que ha venido a sustituir al Big Brother, no solo nos controlará mediante una desinformación generalizada, sino que se convertirá en una forma de censura omnipresente. Finalmente, habrá una erosión creciente de la estructura familiar tradicional y el arraigo de la individualización como forma de vida.
El “imperio de la ley” se convertirá en un infierno para la mayoría de la población mundial, que tendrá muchas dificultades para acceder a la justicia, además de la estigmatización personal que esa imposibilidad de acceso le supondrá. Sin embargo, surgirá una justicia paralela a través de las redes sociales y otra basada en la inteligencia artificial que solo servirá como forma de protesta sin consecuencias legales importantes. Por otro lado, el concepto de propiedad se verá afectado por ese nuevo corpus legal.
A nivel ético y espiritual las transformaciones serán también muy profundas. En cuanto al primero, desaparecerán los valores actuales —es el caso del humanismo— y se intensificará la relación del individuo con la inteligencia artificial. Por otro lado, se modificará nuestro concepto acerca de la naturaleza humana y habrá un rediseño de la identidad individual. Por lo que respecta a la religiosidad, se verá más afectada por el fanatismo, la confusión y la ambigüedad de los relatos conocidos, lo que potenciará la pérdida definitiva de legitimidad y validez de las religiones tradicionales, así como la ausencia de nuevos relatos holísticos de carácter global.
¿Ante tamaña apocalipsis, como se podría frenar el proceso al que nos ha abocado el neoliberalismo? Aunque se trate de un reto difícil y osado, cabría empezar implantando un nuevo paradigma económico de carácter colaborativo a nivel global. Este debería eliminar fronteras, reducir la semana laboral a 15 horas, fomentar la banca alternativa y crear sistemas financieros que mejorasen la educación de la población en general. También debería generar un relato ideológico que estableciese una Renta Universal Básica para neutralizar la desigualdad social. Supondría la implantación de un tratamiento fiscal opuesto al actual que afectaría, incluso, a la inteligencia artificial.
Insistiendo en la banca alternativa y los nuevos sistemas financieros, se deberían fomentar cooperativas integrales de servicios financieros y crediticios justos, pese a que la banca de siempre luchará en la sombra para mantener la inclusión financiera y los valores especulativos. Frente a dichos coletazos, sería conveniente potenciar las microfinanzas mediante microcréditos y micropagos, la financiación mediante el micromecenazgo y las redes ciudadanas, y el trueque global y la financiación global por prestación de servicio.
Finalmente, urge una reflexión en profundidad acerca de próximas revoluciones, como la cognitiva —basada en el lenguaje ficcional— y la supercognitiva, la agrícola —con una recuperación de la proximidad y la temporalidad—, la devolución a sus comunidades de los asentamientos permanentes de los que se han sido expulsadas y la industrial —en la que los organismos estarán más moldeados por el diseño inteligente que por la selección natural.
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Pepa Úbeda
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