No se trató de un equívoco. Tal patochada era parte del mensaje que daba al mundo, y una forma de azuzar a sus connacionales. Porque el mundo diplomático está elaborado de suma etiqueta precisamente para preservar la paz, y Trump quería avisar que el valor fundamental que representa ya no es la concordia.
Empezó la perorata afirmando que él es mejor que sus antecesores para hacer plata y para matar, y sus paisanos mejores que el resto del mundo. Una justificación tácita para hacer lo que le dé la gana en el orbe. Llegó a atribuirse la derrota que Siria y Rusia le propinan al llamado Estado islámico, apoyado este por los norteamericanos.
Lo que siguió fue una andanada de amenazas, y de anuncios de cómo la potencia del norte vira al pasado, y deserta de los ideales liberales de occidente.
Recicla la guerra fría y convoca una cruzada contra el socialismo; relanza la guerra contra las drogas, versión recargada, aunque soslaya que ahora son los Estados Unidos el mayor productor de drogas sintéticas; igual persiste en lo que llama guerra contra el terrorismo, donde los actos terroristas de su gobierno, así como los de sus aliados, no cuentan como tales, incluso se ufana de haber trasladado la embajada norteamericana a Jerusalén; retoma la teoría Roosevelt de América para los americanos, donde América latina es oficialmente el patio trasero de los norteamericanos, su finca bananera, coto de caza, burdel, y campo natural para sus intervenciones; ataca la cooperación internacional, la que pretende sustituir por un bazar de sobornos y chantajes; declara la guerra comercial al resto de asociados, desconociendo incluso los compromisos pactados por el gobierno que representa, como si los precios internacionales fueran a ser dictados por él, contra las leyes de la oferta y la demanda que pregona como sagradas el capitalismo…
Llamativo que sea justamente la derecha la que amenace las instituciones liberales, y que sea un presidente de extracción republicana quien pretenda destrozar la institucionalidad republicana.
La homilía de los antivalores notificó a los inmigrantes en Norteamérica que no eran bienvenidos, que debían regresar a sus países, dando por terminado el sueño americano para millones de gringófilos. También incluyó la sentencia contra instituciones internacionales, tales como la misma Naciones Unidas, la Organización Internacional del Comercio, la OTAN, … y el único logro moral de la humanidad en el siglo XX: la Corte Penal Internacional. En resumen: declara la muerte de los ideales políticos liberales, y apuñalea el multilateralismo.
Finalmente hace unas declaraciones deshilvanadas de buenos deseos, de paz, de prosperidad… babosadas que nadie tomó en la cuenta, y pueden ilustrar lo que llamó Hanna Arendt “la banalidad del mal”.
Si se mira con detalle, esa arenga contiene los ingredientes con los que hace un siglo Benito Mussolini amasó la pizza del fascismo: Ultranacionalismo con imperialismo, más al desprecio de los valores liberales, sumado a una insatisfacción imperial con el statu quo, que lo lanza a la depredación internacional. En ese caldo Adolf Hitler cocinó la Segunda Guerra Mundial, cuando repudió la precaria institucionalidad multilateral de entonces, y declarando legítimo su capricho se lanza “a robar y matar gente”, en un contexto de múltiples acuerdos entre naciones que, en efecto dominó, incendiaron el mundo entero.
En lo concerniente al entorno latinoamericano, más acá de sufrir la pérdida de los valores con base en la razón, la ciencia, el progreso social y tecnológico de la humanidad, de la educación, de la libertad individual y colectiva… más la vuelta a un sistema colonial y gansteril, el escenario que se dibuja es de hostilidades. La amenaza a Venezuela, probablemente para robar su petróleo, implica convertir a la antigua Gran Colombia (Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, y Perú) en un escenario de confrontación armada, al cual se ha de sumar el territorio de Brasil.
Lo que el mundo civilizado lamentó escuchar llenó de júbilo a los enemigos de la paz colombianos, como si del saqueo a Venezuela les tocara parte del botín. Pretenden los vendepatrias reafirmar la vocación antigua de Colombia de ser el Caín de América, de prestarse para agredir, como si el hermano país no se fuera a defender, o no tuviera con qué, o no contara con acuerdos internacionales con otras potencias para repeler alguna agresión. Minutos después del sermón del odio el gobierno venezolano respondió desafiante y movilizó tropas a la frontera. Y a las pocas horas Trump estaba ofreciendo diálogo. Pero antes se dio una reunión del presidente norteamericano con el colombiano Duque, de la cual salió el primero burlándose del segundo, un fantoche sin empaque que seguro fue a darle saludes de El Patrón, a vender la patria colombiana, a negociar a cambio la impunidad para el corrupto Andrés Felipe Arias, alias uribito.
Tal como Hitler, Trump se fundamenta en una delirante superioridad racial, por ello menosprecia al resto del mundo, y subestima la capacidad de respuesta militar de los que pretende agredir, así como la capacidad de producción tecnológica, y las habilidades comerciales del resto del universo. Así queda expuesto a cualquier sorpresa, como se la llevó el Führer en su guerra.
Esa nostalgia de la Edad Media del señor Trump, compaginada con los espejismos feudales de los guerreristas criollos, pretende restituir un régimen vaciado de derecho y constituido desde la fuerza, con derecho de pernada incluida, ya que este Atila del siglo XX es un sátiro y, anticipándose a ello, la presidencia de Uribe otorgó a los marines gringos la patente para violar niñas colombianas. Hoy el mundo es un peor lugar para vivir.
José Darío Castrillón Orozco.
Foto tomada de: europe1.fr
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