Aunque antioqueño de ancestro campesino, llegado a Medellín se enroló en las hordas fascistas que con Laureano Gómez como sumo sacerdote, oficiaron aquella misa negra de la década de los años 1950 llamada La Violencia, donde el joven Belisario fue acólito en ese aquelarre que derramó la sangre de trescientos mil colombianos, en su mayoría trozados a machetazos, bajo la consigna de “Hacer invivible la República”. Así, el aprendiz de las malas virtudes laureanistas, perdón la redundancia, de día azuzaba odios contra el liberalismo desde un pasquín llamado La Defensa, o La Chana, y en las noches patrullaba con sus secuaces en busca de liberales para aplanchar, esto es darles una azotaina con la parte plana de los machetes. Así se reconoció como “godo aplanchador”. Fue terror de los trabajadores liberales, y “buen muchacho” de los falangistas criollos.
Como ministro del trabajo, en 1963, a las peticiones modestas de los obreros de la empresa Cementos El Cairo, en el municipio de Santa Bárbara, Antioquia, respondió mandando el ejército para romper la huelga, y cuando los trabajadores se pusieron como barrera humana para evitar la salida de los camiones con Klinker, materia prima, él y su copartidario Fernando Gómez Martínez, ordenaron disparar contra los huelguistas. El saldo: 11 muertos, incluida una niña de diez años. Hecho conocido como la masacre de Santa Bárbara, que Betancur justificó ante el Congreso de la República afirmando que dispararon porque los trabajadores tenían un frasco con gasolina.
En Colombia el crimen paga: BB siguió trepando en las esferas del poder, hasta llegar a ser Presidente de la República, donde el consorcio empresarial conocido como Sindicato Antioqueño, hoy Grupo Empresarial Antioqueño, GEA, pone su primer Presidente. Si era una plaga en otros cargos, como presidente fue una catástrofe.
Mientras balbuceaba un discurso social, simulando importarle los pobres, emprendió el desmonte del precario Estado de Bienestar. Como la ingeniería no opera en Colombia para solucionar problemas sino para saquear erarios, en su gobierno, por negligencias en la construcción de la hidroeléctrica El Guavio se desplomó un túnel y, el 28 de julio de 1983, mató a más de doscientos trabajadores, todos a la cuenta de Belisario.
Reconociendo que en el conflicto armado colombiano había razones de la insurgencia, “causas objetivas”, inició un proceso de diálogo y cese al fuego con algunas organizaciones guerrilleras. Con el M 19 el acuerdo alcanzado lo convirtió en trampa: en plena tregua el gobierno lanzó un ataque sorpresa contra los combatientes de esa organización acampamentados en Corinto, Cauca. Mediante la traición pretendía aniquilarlos en dos horas. Tras veintidós días con sus noches de combates, las tropas del M 19 salen victoriosas de la encerrona, y la presión ciudadana restaura el acuerdo de tregua. Que poco duraría, para ser roto por hostilidades de los llamados “enemigos agazapados de la paz”, orquestados desde el gobierno, con asedios constantes a las sedes de esa organización en tregua; y terminaron por atacar al vocero del Eme Diecinueve, Antonio Navarro, atentado donde resultó herido de gravedad, y que le arrancó una pierna.
Justamente para denunciar la violación al armisticio, un comando de esa organización ingresó al Palacio de Justicia, en 1985. El Presidente, sus ministros, la cúpula castrense, conocieron de antes los planes del M 19, y prepararon lo que llamaron “una ratonera”, para exterminar al comando insurgente, junto con los magistrados, porque el Estado de Derecho ha sido una incomodidad para los gobernantes colombianos. Una vez se produce el asalto, tras rescatar al magistrado hermano del presidente, proceden las fuerzas militares a arrasar con cualquier ser viviente dentro del edificio, y a incendiar archivos, dados los procesos contra mandos militares por torturas, detenciones ilegales, y vejámenes a la dignidad humana cometidos por la soldadesca durante el gobierno anterior. Aunque fue censurada la prensa, el mundo presenció cómo el Estado cañoneaba contra las cortes y sus magistrados.
El costo de la retoma del Palacio de Justicia pasó de cien muertos, más unos treinta desaparecidos, calculados, porque la verdad también fue desaparecida. Luego maquillaron a Belisario para hacerlo parecer más viejo, le vistieron con ropas dos tallas más grandes que la propia, y lo televisaron pesaroso, asumiendo la responsabilidad del holocausto, mientras pusieron a circular el infundio de que los generales habían efectuado golpe de Estado.
Meses atrás el alcalde del municipio de Armero, Tolima, alertó sobre la amenaza que se cernía sobre su localidad ante la inminente avalancha que el progresivo deshielo del volcán Arenas, nevado del Ruiz, iba a provocar. No lo escucharon. Al momento de la avalancha, dos semanas después de los sucesos del Palacio, de la que se enteraron en el gobierno oportunamente, no alertaron a la población, ni a las autoridades locales del acontecimiento y, Belisario Betancur con su ministro de minas, Iván Duque, dejaron perecer a 25.000 personas en Armero, como estratagema para desviar la atención ciudadana de las atrocidades cometidas en el Palacio de Justicia.
Como Colombia rinde culto a los asesinos, para elogiar a BB matizan sus crímenes argumentando que no robó. Fue ladrón hasta el cogote. De su paso por la embajada en España quedó el negociado con la Pegaso, y Belisario recibiría, de por vida, una coima por cada camión de esa marca vendido en este suelo. Luego, su gobierno se dedicó a desmantelar los ferrocarriles nacionales; se recuerda como el gobernante que puso a tributar a los pobres, para pagar las malversaciones de los banqueros; o sus andanzas con las mafias… en resumen, nació pobre y, en virtud del crimen y el latrocinio, murió rico y de mejor familia.
Embusteros a sueldo lo gradúan de humanista, título venido de ninguna parte destinado a encubrir el varias veces genocida de los trabajadores; asimismo lo llaman intelectual, si ejerció el saqueo sobre productos culturales, como cuando a los 500 años del natalicio de Teresa de Ávila disertó sobre la santa, en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, anécdotas llamativas extraídas del trabajo de Eduardo Galeano, Memorias del fuego, sin los créditos. Su ejercicio intelectual fue borrar comillas.
Belisario Betancur con su muerte burla la justicia. Ante la impunidad, solo queda encomendarlo a Satanás, que ha de abrir un nuevo círculo en el infierno para los vampiros colombianos, campeones mundiales de la infamia, donde atenace a este martirizador de la humanidad. Que la historia escupa sobre su memoria.
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José Darío Castrillón
Foto tomada de: Colombia Informa
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