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Hegemonía, statu quo y política radical: un error fatal

3 diciembre, 2018 By Clara Ramas Leave a Comment

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Según una concepción extendida, “hegemonía” significaría ofrecer lo que más se parece a la sociedad: adaptarse a ella o perpetuar el statu quo, no cambiarla. Para subvertirla, haría falta una verdadera política “radical”. Esto es un inmenso error

El marxismo ortodoxo y el esquema de la falsa conciencia

Por mucha extensión de que goce el concepto de hegemonía, no ha dejado de sufrir malinterpretaciones fatales. La consideración de que hegemonía significa mera reproducción del statu quo viene de atrás. Por ejemplo, el antropólogo James C. Scott afirma que la hegemonía implica la ausencia de conflicto, es decir, “la aceptación pasiva y voluntaria por parte de los grupos subalternos de las estructuras de dominación que los mantienen oprimidos […] Hegemonía simplemente sería el nombre que Gramsci le da a este proceso de dominación ideológica”. Según esto, “la clase dominante controla no solamente los medios de producción físicos sino también los medios de producción simbólicos”. Gramsci, insiste Scott, se limitó a explicar “las bases institucionales de la falsa conciencia”.

¿Qué esquema subyace aquí? El viejo esquema de la “falsa conciencia”: la falsa conciencia o “ideología” versus las “condiciones materiales de existencia” o “verdaderos intereses”. Un modelo desarrollado por el marxismo vulgar ortodoxo que toma pie en un borrador no publicado de los jóvenes Marx y Engels, la Ideología alemana: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante […] Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas.” Según esto, hay unos hechos económicos brutos que definen el lugar de una clase dominante y una dominada. Las ideas traducen la realidad material. La clase dominante traduce en ideas su lugar económico y las impone a la dominada: constituye un grupo organizado con unos intereses que premeditadamente manipula a los dominados mediante falsas ideas que perpetúan su dominación.

Gramsci y la voluntad colectiva popular

Ahora bien, esto nada tiene que ver con lo que Gramsci trataba de pensar –y, dicho sea de paso, tampoco con Marx–. Como se sabe, la inspiración para la ruptura con el marxismo ortodoxo le vino a Gramsci de la observación de la Rusia revolucionaria. En 1917 escribía “La revolución contra El capital”: la revolución ha desmentido el materialismo histórico como “doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles”. Hay que considerar no los hechos económicos brutos, sino a los sujetos y sus relaciones sociales, “que desarrollan a través de estos contactos (civilidad) una voluntad social, colectiva”. La voluntad, dice, deviene “el motor de la economía”: la realidad objetiva “vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la voluntad place, como a ella place”. Más allá del tono polémico, que se explica por la necesidad del momento de combatir el marxismo mecanicista, una idea perdura: para Gramsci, la “voluntad colectiva popular” es la clave para entender a la vez cómo perduran los cuerpos políticos y cómo se transforman.

Los tres momentos de la hegemonía

¿En qué consiste esa “voluntad colectiva popular” y qué relación tiene con el concepto de hegemonía?  Gramsci combate duramente en los Quaderni la concepción del marxismo vulgar según la cual el Estado es un aparato jurídico y represivo que se sostiene organizando a los gobernados sobre “el consenso genérico, vago que se produce en el momento de las elecciones”. En todo sujeto político, afirma, subsiste el momento de voluntad, de consenso. Maquiavelo decía que la política era un centauro: mitad fiera mitad humano, mitad fuerza mitad consenso. Primer momento de la hegemonía: creación de consentimiento. Pero consentimiento en sentido activo: y aquí la clave es la aspiración a la universalidad. No puede haber consenso si se apoya sólo en una minoría o en la pasividad de los gobernados. El problema político fundamental, afirma Gramsci, es cómo a partir del centro organizativo de un grupo se crea una totalidad social –que este piensa como “nación”–. A diferencia del partido, dice Gramsci, el todo no puede no existir. Más allá de la “fase corporativa”, existe la hegemonía: más allá de representar un sector de la sociedad, una minoría o unos intereses corporativos, se encarna el interés general.

Esto ocurre cuando el cuerpo social entero confía en que una fuerza representa el interés general. Creación del universal: segundo momento de la hegemonía. Una comunidad política es una unidad que logra integrar las necesidades, visiones e intereses de todos sus miembros. Esto es lo que ha ocurrido en todos los momentos de liberación y emancipación: Lenin decía que era esencial entender cómo los intereses del proletariado convergen con “los intereses de la evolución social de todo el pueblo, es decir, los intereses de todos los elementos democráticos que lo componen”. Sin esta convergencia, sin que todos los miembros de una sociedad se sientan representados en un movimiento o fuerza política, no hay emancipación. Es lo que ha sostenido toda la tradición democrática.

No hay gobierno, entonces, si no se incorporan las razones de los subordinados. Esa fuerza abarca así incluso al adversario, lo que Gramsci llama sus “núcleos de verdad”. De aquí el sentido de la “transversalidad”: no significa moderación, tibieza o plegarse a los intereses de los poderosos, sino –tercer momento de la hegemonía– construir el campo de la disputa, reconducir todas las cuestiones a propio campo y lograr que la población encuentre que ello le representa.

Ni neoliberalismo, ni comunitarismo reaccionario, ni izquierdismo

El concepto de hegemonía evita pues tres peligros: la atomización neoliberal, la construcción reaccionaria de comunidad y la política corporativa de parte.

El individuo como punto de partida, decía Marx, es un elaborado producto histórico que no ha existido hasta muy recientemente. Han sido necesario un proceso de mercantilización que aniquila las relaciones colectivas, históricas y culturales y que se consuma en el neoliberalismo para poder afirmar, como hace Thatcher, que “la sociedad no existe”, sólo los individuos-átomos. El enfoque de la hegemonía, por el contrario, parte de las relaciones sociales y el sujeto colectivo como actor social.

Visiones que dejan fuera a la mitad de la población –como el anti-feminismo– o a los más vulnerables –como la xenofobia– jamás pueden llamarse “hegemónicas”. Son visiones débiles, que no logran abarcar a los sujetos que la integran y se apoyan en la desigualdad y la discriminación. Cuanta más pluralidad y libertad individuales, cuanta más diferencia se logre integrar, más fuerte es el vínculo político. Pertenencia no significa homogeneidad impuesta: la comunidad se nutre de la riqueza de la pluralidad, de lo heterogéneo. Es capaz de reunir la pluralidad y a la vez darle un sentido de unión. El todo hegemónico no es la suma de partes que le preexisten, como en el mercado, ni su aniquilación, como en la comunidad reaccionaria.

Por definición, hegemonía tampoco puede limitarse a una facción o partido –la “estrechez corporativa” la llamaba Gramsci– que no es capaz de generar identificación en las mayorías. Si una identidad política se define frente la otra mitad del pueblo (“la derecha”), no será capaz nunca de ganar a la mayoría: ni dirigirá ni gobernará.

La lectura política

Tres son, pues, los adversarios del modelo de la hegemonía en política: el neoliberalismo, que aniquila lo colectivo y sólo deja partículas atomizadas; el comunitarismo reaccionario, que aniquila la pluralidad y sólo se queda con una pobre homogeneidad; y el izquierdismo, que reduce el pueblo a su facción, deja a la otra mitad fuera, despreciándola, y es incapaz de generar universalidad.

Por lo tanto, un gobierno que sólo sirva a intereses de las minorías, que dependa del apoyo de élites, que sólo funcione porque le empujan una trama de poderosos actores, que subsista mediante la desafección y la resignación, que no se apoye en el consenso activo de las mayorías, que no genere identificación y participación, que se limite a reproducir un orden injusto y desigual: este gobierno no es, por definición, un gobierno hegemónico. Hegemonía no es esto: no es verdad que hegemonía signifique reproducir el statu quo ni adaptarse a los poderes fácticos. De hecho, es todo lo contrario.

La política hegemónica, y esto es lo revolucionario, no hace política para una parte del pueblo, no hace política para la izquierda: hace política para todos. Por eso es máximamente transformadora. Lo más radical es construir un demos.

Clara Ramas, doctora Europea en Filosofía (UMC)

Fuente: https://ctxt.es/es/20181129/Firmas/23183/Clara-Ramas-Gramsci-Lenin-hegemonia-construccion-del-demos-Marx-tribuna.htm

Foto tomada de: https://ctxt.es/es/20181129/Firmas/23183/Clara-Ramas-Gramsci-Lenin-hegemonia-construccion-del-demos-Marx-tribuna.htm

 

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