Sin embargo, el pacto original del New Deal no estaba inclinado totalmente a favor de la gente común – y albergó contradicciones que con el tiempo lo destruirían. ¿Cómo hubiera sido un pacto más justo? Y ¿qué fuerzas sociales hicieron posible el New Deal y la “edad de oro” de la posguerra? A finales de diciembre, el editor de Jacobin, Bhaskar Sunkara, habló con Robert Brenner, profesor de historia en la Universidad de California en Los Ángeles, sobre los mitos y realidades de aquel período, a menudo idealizado.
Bhaskar Sunkara: Cuando la gente piensa en el New Deal, hay dos narrativas principales. En una de ellas, Franklin Roosevelt es el héroe, dirigiendo a los trabajadores contra los grandes capitalistas que nos habían hundido en la depresión económica. En el otro extremo, están los que creen que Roosevelt actuó únicamente en interés de una élites lo suficientemente inteligentes como para querer salvar al capitalismo de sí mismo. ¿Cual está más cerca de la verdad?
Robert Brenner: Yo diría que la clave del surgimiento de las reformas del New Deal fue la transformación en el nivel y el carácter de la lucha de la clase obrera. Uno o dos años después de la elección de Roosevelt, surgió repentinamente un movimiento obrero militante de masas. Esto proporcionó la base material, por así decirlo, para la transformación de la conciencia y las posiciones políticas de la clase obrera que hicieron posible las reformas de Roosevelt.
Tras el auge y la radicalización de la clase obrera que se produjo a raíz de la Primera Guerra Mundial, la militancia de los trabajadores decayó, y la década de 1920 fue testigo de como la clase capitalista estadounidense, llegó a la cima de su poder, confianza y productividad, con un control total de la industria y la política. La productividad fabril aumentó más rápidamente en esa década que nunca antes ni después, la liberalización sindical en las empresas (que prohibió los contratos colectivos negociados por los sindicatos) se impuso en todas partes, el Partido Republicano de las grandes empresas reinaba supremo, y la bolsa rompió todos los techos.
El inicio de la Gran Depresión, que siguió al derrumbe de la bolsa de 1929, cambió todo. La administración Hoover no hizo nada ante el desempleo, que alcanzó la cifra récord del 25 por ciento y devastó los niveles de vida de la población, desacreditando al Partido Republicano durante una generación.
Sin embargo, la administración Roosevelt entrante tenía relativamente poco que ofrecer a la clase trabajadora. Su buque insignia, la Ley de Recuperación Industrial Nacional, tenía como objetivo reactivar la industria apuntalando los precios y beneficios capitalistas a través de carteles y monopolios. Pero no tuvo el menor efecto para salir de la crisis económica.
Lo que transformó por completo el paisaje político fue el estallido de lo que Rosa Luxemburgo habría llamado un “auge de huelgas de masas”, un fenómeno que había presenciado y analizado cuando la revolución de 1905 en Rusia, que estuvo acompañada por una ola de huelgas de masas. De la nada, a partir de las plantas de automóviles de Detroit en la primavera de 1933, hubo una serie de huelgas cada vez más grandes y más amplias, que movilizaron a grupos cada vez más amplios de trabajadores en los talleres y las calles; organizados y no organizados, trabajando y en paro, en una ola ascendente. Reivindicaciones programáticas e ideas que parecían castillos en el aire se convertían de pronto, con el aumento del poder de los trabajadores, en plausible y conquistables.
Las huelgas se extendieron rápidamente a las fábricas textiles del sur, las minas de carbón del este, y las fábricas de acero del medio oeste. Pero Roosevelt se mantuvo al margen y no hizo nada cuando las empresas y las fuerzas represivas locales aplastaron una huelga tras otra.
El año milagroso para el movimiento obrero fue 1934. Los trabajadores lucharon y ganaron tres grandes huelgas generales urbanas: San Francisco (dirigida por los estibadores), Minneapolis (dirigida por los camioneros) y Toledo (dirigida por los trabajadores de piezas de automóviles). En estas luchas, así como en otras que sacudieron a las ciudades en toda la nación, los organizadores sindicales construyeron su poder acercándose a los trabajadores en otras industrias, movilizando a los ciudadanos para apoyar sus piquetes, aliándose con los comités de parados, y defendiéndose a brazo limpio de los ataques de la policía en las calles.
El cambio en el equilibrio de fuerzas y en la conciencia política preparó el escenario para el surgimiento del nuevo sindicato, el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO), la ascensión de los demócratas como el partido político dominante en el país, y la aplicación de las reformas del New Deal.
En noviembre de 1934, los demócratas lograron una victoria aplastante en las elecciones legislativas de mitad de mandato, aumentando la mayoría electoral que habían logrado en 1932. Los demócratas más radicales del espectro político fueron elegidos en números desproporcionados, e incluso algunos socialistas fueron elegidos . Los nuevos activistas obreros participaron en la política municipal y unieron fuerzas con los demócratas.
Igualmente importante, las aplastantes victorias en las huelgas de 1934, dotaron al nuevo movimiento obrero radicalizado de la confianza y la capacidad para organizar a los Trabajadores de Automoción Unidos (UAW) y el CIO en los siguientes tres años. Roosevelt fue transformado de un político estándar en un reformador, con la zanahoria y el palo el nuevo movimiento obrero empujó a la administración a defender una serie de reformas sociopolíticas históricas que incluyeron la Ley de Seguridad Social, la Ley de Normas Justas de Trabajo (que estableció la jornada máxima y el salario mínimo para la mayoría de los trabajadores), y la Ley Wagner (que amplió el reconocimiento sindical e institucionalizó la negociación colectiva).
¿En qué medida este auge se apoyó en las organizaciones existentes, en particular el Partido Comunista (PC) y tal vez en otras fuerzas socialistas como los trotskistas y el Partido Socialista de América ?
Creo que la comprensión de Rosa Luxemburgo de la psicología social de la huelga de masas sigue siendo el punto de partida indispensable.
La cuestión es que ninguna organización puede por sí misma transformar una situación de baja actividad y conciencia en una ola de huelgas de masas, y es igualmente difícil de sostener una ola de actividad radical de masas más allá de cierto punto. Cuando la gente es incapaz de actuar juntos para resistir a sus patronos, el egoísmo, derivado de la situación de atomización de los trabajadores, está a la orden del día.
La explosión inesperado y no planeada de la acción colectiva de los trabajadores es la clave del inicio de un nuevo periodo de actividad de masas y de política radical, y no es casualidad que las ondas de actividad de masas, de radicalización política, y de reformas sociales que han marcado la historia de Estados Unidos han tenido lugar de manera discontinua, de manera cíclica. Piensa en la Era Progresista, el New Deal, la Gran Sociedad.
Dicho esto, los grupos organizados de socialistas y revolucionarios han jugado un papel indispensable a la hora de desencadenar el potencial de una mayor auto-actividad de los trabajadores. Han ayudado a asegurar la continuidad entre luchas desconectadas temporalmente, han ofrecido un análisis histórico del momento concreto y, sobre todo, han propuesto estrategias de acción.
Las semillas de la acción de los trabajadores fueron plantadas durante la depresión cuando el Partido Comunista y otros sindicalistas radicales crearon la Liga para la Educación Sindical, con el objetivo de trascender la estrechez y el conservadurismo de la Federación Americana del Trabajo (AFL), el sindicalismo de oficio y desarrollar el sindicalismo industrial, una idea que habían pasado a primer plano en la gran ola de huelgas de 1919.
Fundamentalmente, comunistas, socialistas y trotskistas ocuparon posiciones estratégicas como dirigentes y organizadores de los trabajadores en las plantas de producción en diferentes sectores industriales en los años 1920 y principios de los 30. Estaban, por tanto, perfectamente situados para jugar los papeles centrales en la organización de las tres grandes huelgas generales de 1934 – comunistas en San Francisco, trotskistas en Minneapolis, los seguidores de A. J. Muste en Toledo.
Los mismos partidos políticos radicales y redes de comunistas, trotskistas y socialistas también fueron responsables en el corazón de las huelgas generales de 1934 de la formulación de estrategias y de la organización de base en la UAW y el CIO entre 1935 y 1937.
Para estos militantes, el principio de partida era la independencia de la clase obrera. Esto significaba, de manera explícita, que el nuevo movimiento no podía depender de, y debería esperar la oposición de los funcionarios del sindicato AFL, los jueces que mediaban en los conflictos laborales, y de los cargos electos del Partido Democrático.
Por que tuvo que depender de sus propios miembros, tenía que acumular poder a través de la acción directa en el taller y en las calles, creando lazos de solidaridad con otros grupos de trabajadores y preparándose para enfrentarse (sin verse condicionados por la legalidad) a un estado que estaba a favor de los patrones.
La siguiente ola de huelgas para conseguir el reconocimiento sindical organizadas por estas fuerzas culminó con la victoria sobre General Motors (GM), la corporación más grande del mundo, en la huelga de brazos caídos de Flint de 1936-1937, lo que garantizó el reconocimiento del CIO.
En otros lugares, en todo el mundo capitalista avanzado, el movimiento sindical y la organización sindical fueron la base de los partidos obreros socialdemócratas. Pero no hubo uno en los Estados Unidos. ¿Cómo se explica esta incapacidad para construir un partido obrero independiente de los demócratas en los EE.UU.?
El ascenso del movimiento obrero de masas radical de 1933-1935 generó el tipo de condiciones políticas y conciencia radical que era, y seguirá siendo, el requisito previo para la formación de un partido obrero estadounidense.
Sin este tipo de lucha, el sistema electoral americano, en el que el ganador se lo lleva todo, hace casi imposible un tercer partido, incluyendo un partido obrero. Esto se debe a que, en condiciones normales, en los que un tercer partido no puede concebiblemente obtener la mayoría, votar por él es, en efecto, tirar el voto.
Para explicar el asunto de una manera más general, una estrategia electoral de votar a favor de un tercer partido no puede sostenerse, porque el partido de la derecha típicamente ganará mayorías electorales más amplias mientras el tercer partido aumenta su cuota de voto. Sólo si el tercer partido puede lograr una mayoría de una sola vez, cabalgando un movimiento de masas titánico que provoque un giro repentino a la izquierda en una gran parte de la ciudadanía, tendría quizás una oportunidad de éxito. De lo contrario, el cálculo electoral más rutinario asegura la hegemonía del monopolio bipartidista.
En la convención de fundación de la UAW en 1935, sus miembros trataron de hecho de explotar la amplia radicalización que estaba teniendo lugar y se negaron a apoyar a Roosevelt y los demócratas, denunciándolos como representantes del capital. Pero este acto de desafío político no podía sostenerse más que a corto plazo y, en poco tiempo, la UAW y el CIO de manera más general se comprometieron con el Partido Demócrata de forma permanente.
A partir de entonces, los demócratas se convirtieron en el partido laborista en este sentido limitado – del movimiento sindical, pero en el que el movimiento obrero estuvo desde el principio subordinado a los elementos capitalistas.
¿Cuáles han sido las consecuencias de no tener un partido obrero independiente viable?
Bueno, hay algo que ya debería estar claro. No es necesario un partido laborista o socialdemócrata para ganar reformas importantes. El auge de la clase obrera de masas provocó por sí mismo un aumento suficiente del poder político de la clase obrera y un giro a la izquierda suficiente de la conciencia de la clase trabajadora como para obligar a la administración Roosevelt a cambiar su posición política y aprobar las reformas legislativas.
Los mismos grupos de comunistas, trotskistas, socialistas y sindicalistas que proporcionaron la mayor parte de los líderes de las huelgas generales de 1934 y del movimiento obrero de masas estaban también detrás de la lucha por el partido obrero. Lo consideraban la culminación de su objetivo de creación de un movimiento de base por el sindicalismo industrial. A sus ojos, el partido obrero formaría el caparazón político para el surgimiento del CIO.
En agudo contraste, las capas sociales que normalmente formaban el núcleo de los partidos socialdemócratas – la cúpula sindical – estaba completamente ausentes de la lucha por el partido obrero. Los líderes sindicales de la AFL se opusieron en todo momento implacablemente. E incluso los funcionarios de los sindicatos de la AFL que rompieron para ayudar a organizar el CIO – y fueron en un primer momento arrastrados por su militancia – lucharon desde el principio para orientar el nuevo movimiento obrero hacia los confines seguros del Partido Demócrata.
Estos funcionarios llegarían a formar el corazón del mini-partido socialdemócrata que operaría durante todo el período de posguerra dentro del Partido Demócrata.
Aunque también fueron responsables de gran parte del reformismo desplegado por el Partido Demócrata durante la época de posguerra, su primera prioridad fue reprimir las insurgencias desde abajo que podrían dar lugar a enfrentamientos con los patronos que pudieran ser peligrosos para los sindicatos y la posición de sus funcionarios en ellos. Con las amenazas neutralizadas, la ruta seguida fue una sin peligro: utilizar el boom de la posguerra para (mínimamente) presionar al capital y tratar de ampliar la afiliación sindical mediante la adopción de tácticas no amenazantes como la competencia electoral, los grupos de presión, y la negociación colectiva.
¿Puede esbozar la transición que llevó al movimiento obrero desde el pico de su poder más explosivo a mediados de la década de 1930 hasta las políticas más rutinarias de la posguerra?
En el verano de 1937, el movimiento ya estaba en declive, debido en parte a las presiones económicas objetivas y en parte a decisiones políticas subjetivas. Por encima de todo, antes de la mitad del año, la economía se hundió en la “segunda depresión”, y el paro se disparó con un efecto devastador sobre la combatividad de los trabajadores.
Mucho antes, sin embargo, la cúpula recién instalada del CIO había comenzado a apaciguar el movimiento rebelde. La tinta del histórico contrato con GM apenas se había secado reconociendo el papel del sindicato en la negociación colectiva cuando los nuevos líderes de la UAW prevalecieron sobre los militantes impidiéndoles exigir mejores condiciones en la industria automotriz en otros lugares, con el fin de no poner en peligro la competitividad y la rentabilidad de las empresas más débiles. Al mismo tiempo, estos mismos permanentes sindicales comenzaron a reprimir el tsunami de sentadas y huelgas salvajes que los militantes de base en los talleres, envalentonados por su victoria en GM, habían desatado.
El golpe de gracia llegó poco después, cuando los líderes del CIO, John L. Lewis y Philip Murray ordenaron a sus organizadores sindicales “confiar en Roosevelt” en su campaña para organizar a la industria del acero. La ruptura con la estrategia hasta entonces aplicada de la independencia de las bases militantes difícilmente hubiera podido ser más evidente. El resultado fue la matanza del Memorial Day , cuando el Departamento de Policía de Chicago, encabezado por el alcalde demócrata Ed Kelley, disparó y mató a diez manifestantes desarmados e hirió a otros treinta en mayo de 1937, abriendo el camino a la derrota de la embrionaria Unión de Trabajadores del Acero (USW).
Fue el final efectivo del movimiento de huelga de masas de los años 1930 y marcó lo que fue, en retrospectiva, la increíblemente rápida consolidación de una nueva burocracia del CIO. Este desarrollo fue posible por el cambio que tuvo lugar en la línea política del Partido Comunista a nivel internacional.
Después de haber sido dirigido por el Comintern de Stalin, el partido cambió de un programa de independencia y auto-organización de la clase obrera a la línea llamada de Frente Popular, que abogaba por una alianza con “el ala progresista de la burguesía”. En los EE.UU., esto significó la vinculación con Roosevelt, el Partido Demócrata, y los altos dirigentes, tanto de la AFL como del CIO.
En efecto, los militantes del PC se subordinaron a la capa emergente de altos funcionarios de los sindicatos, que consideraban como su prioridad ganar el reconocimiento de la nueva federación sindical por parte de los empleadores, así como del estado, incluso si eso significa socavar la única fuente real del poder sindical.
Así que los funcionarios sindicales, así como los políticos del partido, socavaron las mismas fuerzas sociales en las que se basaban dichas organizaciones y que les permitieron arrancar reivindicaciones del capital y del estado.
Sí. El surgimiento de este movimiento de masas militante produjo un nuevo grupo de líderes radicales, y al mismo tiempo transformó a un sector de la antigua dirección oficial en radicales, al menos por un tiempo. Pero a medida que el movimiento de masas comenzó a disiparse, los mismos líderes miraron a su alrededor y vieron que estaban en peligro de ser aplastados entre una clase capitalista en un pie de guerra y una afiliación sindical demasiado desmovilizada como para respaldar a sus dirigentes. Para proteger a la organización sindical – de la que todo depende -parece de sentido común hacer una retirada estratégica con el fin de llegar a algún tipo de modus vivendi con los patrones.
Pero las condiciones que hacen que los líderes sindicales adoptan una postura conservadora no son sólo coyunturales, sino también estructurales. Mientras que la suerte económica de los miembros del sindicato depende de lo que pueden arrancar a los empleadores a través de la lucha de clases, y por lo tanto del poder que pueden ejercer sobre y contra el capital, los funcionarios del sindicato encuentran su base material en la propia organización sindical. Pueden sobrevivir, e incluso prosperar, siempre que consigan el reconocimiento del sindicato por parte de los empleadores.
La cuestión es que los dirigentes sindicales constituyen una capa social distinta situada entre el capital y el trabajo, con enormes ventajas en comparación con los miembros ordinarios. Al estar contratados por el sindicato en lugar de las empresas, sus condiciones de vida ya no son tan dependientes del resultado de las batallas del sindicato con los patrones. Han sido capaces de liberarse de tener que trabajar en el taller, por lo que sus condiciones de trabajo ya no están determinadas por la brutal lucha del día a día en el proceso de trabajo.
Es la organización sindical la que paga los salarios de sus permanentes, establece sus planes de carrera, y determina su forma entera de vida. Tienen por tanto todos los incentivos para evitar un enfoque de ganar ventajas para sus miembros que pueda provocar una respuesta amenazante de los patrones.
Desde finales de la década de 1930 durante la totalidad del período de posguerra, la cúpula sindical, por lo tanto, hizo todo lo posible para limitar la actividad sindical a los métodos de lucha de no confrontación, de manera que no se les escapase de las manos y amenazase a los empleadores.
En su lugar, escogieron la vía electoral a través del Partido Demócrata y la negociación colectiva en el marco de la Junta Nacional de Relaciones de Trabajo. Su máxima aspiración era conseguir que el gobierno y los empresarios se unieran con ellos en formas tripartitas de cooperación corporativista que, por medio de acuerdos de productividad e inversión pública deficitaria keynesianas, podría hacer crecer el pastel económico, permitiendo que beneficios y salarios aumentaran a la par, superando de forma permanente el conflicto distributivo .
Mientras tanto, hicieron todo lo posible para entorpecer e impedir la movilización sindical de base. Era una estrategia que, con el tiempo, solo podía corroer el poder y la eficacia de sus propias organizaciones sindicales.
Si la paradoja de estos elementos reformistas fue que todo su enfoque político tendía a destruir las mismas fuerzas que les proporcionaban su poder, ¿cómo se explican sus éxitos en la posguerra?
Pues bien, aunque pocos lo recuerdan ahora, fue probablemente la opinión de consenso de que, con el final de la Segunda Guerra Mundial, el desarme y el profundo descenso en el gasto militar se produciría una caída de la demanda que empujaría de nuevo a la economía a la recesión o incluso a una depresión. En tales condiciones, las perspectivas de un movimiento obrero que ya había visto su poder erosionarse rápidamente parecía sombrío.
Pero inesperadamente para muchos, lo que se consiguió en cambio fue la mayor expansión económica en la historia capitalista, y esto proporcionó a la versión estadounidense de la socialdemocracia, en el interior del Partido Demócrata, una nueva oportunidad.
En los Estados Unidos, como en todas las economías capitalistas avanzadas, los crecientes excedentes creados por el auge de la posguerra abrieron el camino para que los trabajadores pudieran disfrutar de aumentos salariales y de un estado de bienestar cada vez mayor sin muchos recortes en los beneficios capitalistas. Los empleadores, por su parte, encontraron que podían maximizar sus ganancias mediante la concesión a los trabajadores de aumentos constantes en interés de la paz social, en lugar de la redistribución de la renta a su favor a costa de huelgas perturbadoras y desordenes sociales.
En esta situación, el Partido Demócrata, al igual que sus homólogos socialdemócratas en el extranjero, fue capaz de mantener su posición como el partido dominante durante otro cuarto de siglo al presentarse como el principal defensor de los trabajadores y de las reformas sociales, naturalmente, dentro de los estrictos límites establecidos por las necesidades del beneficio y la inversión. Los republicanos, por su parte, no tuvieron más remedio que competir con los demócratas en el terreno elegido por estos, condenándose inevitable a una posición subordinada.
Aún así, no hay que olvidar que las leyes más importantes que marcaron el punto álgido de las reformas en la década de 1960 y principios de 1970 no podrían haber sido aprobada en ausencia de presión desde abajo de los grandes movimientos sociales de la época – especialmente la lucha de los negros y la lucha contra la guerra en Vietnam.
Esta trayectoria no parece muy diferente de la de los partidos socialdemócratas europeos. Obviamente, el Partido Demócrata es un partido capitalista, pero los partidos laboristas, incluso sin representantes del capital en sus propias filas, también se enfrentaron a limitaciones similares. ¿Qué precio ha pagado la clase trabajadora de EEUU por su incapacidad para formar un partido obrero propiamente dicho?
Creo que la manera de responder a esta pregunta es comparar la evolución en Europa, por ejemplo en Inglaterra, y la de los Estados Unidos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En el Reino Unido, hubo una tremenda movilización de masas para el esfuerzo de guerra, pero hacia el final del conflicto, la gente estaba agotada, cansada de la austeridad, y esperaba grandes mejoras en sus niveles de vida.
El Partido Laborista británico fue así capaz de ganar una victoria electoral aplastante porque era visto como el representante de las aspiraciones no sólo de la clase obrera, sino de la ciudadanía en general. En los EE.UU., al mismo tiempo, el Partido Demócrata fue capaz de mantener su dominio electoral. ¿Cuál es la diferencia entonces entre ambos países?
La ventaja que tenían los laboristas y socialdemócratas del Reino Unido y Europa Occidental frente al Partido Demócrata es que no sólo podían presentarse como la representación de lo que eran más o menos movimientos obreros políticamente homogéneos, sino que, mediante la movilización electoral y su victoria, podían hablar legítimamente en nombre de una base más amplia en toda la ciudadanía.
Estaban, por tanto, en condiciones de luchar en nombre de toda la población a favor de reformas sociales que reflejasen lo que eran en definitiva intereses comunes y sobre esa base, conseguir avances decisivos para todo el mundo – sanidad pública, pensión de jubilación, subvenciones por desempleo. Estos beneficios, en retrospectiva, terminaron por ser vistos como necesidades humanas y han sido por ello bastante difíciles de revertir.
En los EE.UU., también se adoptaron reformas similares, y a lo grande. Pero fueron conseguidas y aplicadas en práctica no por partidos políticos nacionales que trataban de construir un estado de bienestar universal y financiado via impuestos, sino por sindicatos concretos que las arrancaban a sus empleadores y los incorporaban en los contratos colectivos como beneficios de los empleados.
Así que los trabajadores de la automoción de la UAW, la United Electrical Workers, los metalúrgicos de la USW, y otros grandes sindicatos negociaban todo lo que podríamos llamar un “mini-estado del bienestar” para sus miembros. Estos beneficios se extendieron luego a gran parte del resto de la (menos organizada) clase trabajadora, en la medida en que los costes de los empresarios eran más que compensado por las ganancias derivadas de la producción continua y la paz laboral.
A principios de 1970, la panoplia de los avances del bienestar que había sido ganados por medio de contratos sindicales habían sido complementados sustancialmente por una importante legislación social promulgada bajo Johnson, Nixon, y Ford. Y aquí, también, la cúpula sindical, trabajando en gran medida a través del Partido Demócrata, y no como en Europa a través de los partidos socialdemócratas o laboristas, fueron agentes centrales de las reformas – a pesar de que no podrían haber tenido el éxito que tuvieron sin los movimientos de masas de la época.
Pero el hecho es que la clase obrera de los EE.UU. fracasó a la hora de crear su propio partido obrero y ello tuvo, sin lugar a dudas, importantes consecuencias negativas. El estado de bienestar de Estados Unidos – construido en gran parte de manera ad hoc a través de los esfuerzos de múltiples sindicatos distintos que actuaban por sí mismos – fue significativamente menos completo y duradero que el construido por partidos obreros unificados en otros lugares del mundo.
Por otra parte, debido a que tenía que ser defendido por los sindicatos concretos que las habían ganado en un principio, las reformas alcanzados en los EE.UU. también fueron significativamente más vulnerables una vez que estalló la crisis que en gran parte del resto del mundo capitalista avanzado.
Sin embargo, los partidos de centro-izquierda de Europa también fueron incapaces de defender los niveles de vida y las condiciones de trabajo.
En última instancia, la fuerte caída de la tasa de ganancia, que comienza a finales de 1960 y principios de 1970, y el posterior fracaso de su recuperación, destruyó las precondiciones para los aumentos salariales y las reformas del estado de bienestar que pretendían los sindicatos y los partidos socialdemócrata.
Los permanentes sindicales y los políticos parlamentarios en el corazón de todas estas organizaciones, no menos que el Partido Demócrata, aceptan incondicionalmente el sistema capitalista. Han aceptado sin lugar a dudas que su prioridad debe ser la recuperación de la rentabilidad de sus empresas.
Esto es porque sin un aumento suficiente de la tasa de retorno de “sus” empresas, no podían esperar que estas empresas aumentasen la inversión y el empleo necesarios para acomodar aumentos salariales adecuados, directos e indirectos, para sus miembros.
No es de extrañar, entonces, que al igual que los demócratas, los partidos socialdemócratas de todo el mundo capitalista avanzado buscaran durante las últimas tres décadas reprimir las reivindicaciones de sus miembros de mayores compensaciones y beneficios de bienestar social con el fin de incrementar las ganancias.
La primera manifestación de la caída de la rentabilidad y la desaceleración de la acumulación de capital en Europa Occidental se produjo en la década de 1960. En prácticamente todos los países, los dirigentes sindicales, así como de los partidos socialdemócratas y laboristas asociados con ellos, respondieron aprobando recortes públicos y empresariales de varias clases. El objetivo era restaurar la competitividad internacional y, a su vez, la rentabilidad industrial, a expensas de los trabajadores.
Pero esta aceptación de la necesidad de los trabajadores de hacer sacrificios para restaurar los libros de cuentas de las empresas no quedaron sin respuesta. En toda Europa – de Alemania a Francia, de Italia al Reino Unido – los trabajadores comunes y corrientes de base desataron grandes revueltas contra las fuerzas burocráticas políticas y sindicales que habían exigido renuncias en sus derechos en interés de la revitalización de la acumulación de capital.
En Alemania, hubo una ola de huelgas no oficiales que destruyeron por completo la política de contención salarial apoyado por los socialdemócratas. En Francia, hubo Mayo del 68 ; en Italia, el otoño caliente de 1969. En Inglaterra, la huelga de los mineros provocó la caída del gobierno.
Este aumento de la resistencia de la clase obrera frenó la ofensiva de los capitalistas y la recuperación de la rentabilidad. Pero la profunda recesión de 1974-1975 produjo un cambio importante, en concreto un importante aumento del desempleo que agotó la energía de los trabajadores y redujo su combatividad. La vía estaba abierta para ronda tras ronda de recortes salariales y en el gasto público que, más pronto o más tarde, recibieron el respaldo de los dirigentes socialdemócratas y sindicales oficiales en todos los países.
¿Empezó todo a colapsar necesariamente? ¿Había una vía reformista para superar las contradicciones de las que estás hablando? ¿O podemos decir que, a menos que hubiera habido algún tipo de ruptura anticapitalista en algún momento de la década de 1970, era poco probable que se hubiera podido evitar la situación que sufrimos actualmente?
Yo creo que está claro hoy que, a falta de la caída del orden capitalista, había poderosas presiones económicas y políticas que hacían muy probable que acabásemos donde hemos acabado.
Por un lado, las respuestas económicas del propio capital a su problema de la rentabilidad sólo han empeorado las cosas. La tasa reducida de retorno ha disminuido los incentivos de los capitalistas para invertir y emplear. Al mismo tiempo, han alentado al capital y al Estado a recortar el crecimiento de los beneficios y del gasto social con el fin de aumentar los beneficios mediante la reducción de los costes de producción. El resultado ha sido un crecimiento cada vez más lento de la demanda de bienes de inversión, bienes de consumo y servicios públicos, y esto ha creado más presión a la baja sobre la tasa de ganancias.
Las respuestas políticas de los partidos socialdemócratas y laboristas, así como del Partido Demócrata, han sido igualmente auto-erosivos. Por estas fuerzas, la aceptación de la inviolabilidad de la propiedad capitalista y la rentabilidad ha hecho impensable un abandono de la austeridad.
Sin embargo, la continua caída de la demanda agregada ha hecho que la protección de la tasa de ganancias de las empresas se haya convertido en cada vez menos compatible incluso con los aumentos más mínimos de sueldos o del gasto social y exija su reducción absoluta.
Ello es debido a que el funcionamiento del sector financiero, que hace posible las distribuciones más extremas y dramáticas de ingresos hacia arriba- a la parte superior del 1 por ciento, por encima y lejos de casi todo el mundo -, es decir el giro hacia la financiarización haya sido tan general. Al parecer, para los que tienen acceso, es la forma más efectiva de proteger y aumentar las ganancias capitalistas, la condición sine qua non para todo el mundo y todas las cosas mientras prevalezca el actual modo de producción. Esa expansión financiera va de la mano de crisis financieras-económicas cada vez más graves, así como disminuciones absolutas en los ingresos de cada vez mayores sectores de la población, que se entienden como el coste inevitable para mantener la economía sana.
Que los partidos socialdemócratas de Europa Occidental, así como el Partido Demócrata, no hayan dudado en echar su suerte con el sector financiero parece superficialmente paradójico. Pero es consecuencia lógica de su falta de voluntad para cuestionar las relaciones de propiedad capitalista y su aceptación, al igual que por cualquier otro participante en el juego político capitalista, de la primacía de los beneficios para el dinamismo de la economía y, por lo tanto, en el nivel de vida de la clase trabajadora. Aceptar que el ascenso de las finanzas actualmente forma parte de la bajada de los ingresos de los trabajadores es simplemente aceptar la inevitabilidad de lo que se considera un daño colateral.
Aún así, el hecho es que la disposición de la socialdemocracia y los sindicatos oficiales a aliarse con el capital financiero tiene enormes implicaciones para las políticas futuras, ya que crea oportunidades reales para la resistencia. El apoyo a la rentabilidad capitalista siempre ha sido justificada por la aparente exigencia de un aumento de la plusvalía apropiada para que aumente la inversión y los niveles de vida. Pero hoy en día, con la expansión del sector financiero, la relación entre ganancias, crecimiento y compensación del trabajador se ha roto en un grado significativo.
Por lo tanto, las fuerzas reformistas se han convertido en motores de la depredación, y supervisan la masiva transferencia de ingresos de los bolsillos de millones de trabajadores a los bolsillos de un puñado de financieros. Esto es cada vez más evidente para sectores cada vez más amplios de la población. Estas condiciones de fondo podrían ayudarnos a ver rupturas a la izquierda de un reformismo tradicional que ha prácticamente renunciado a la lucha por reformas.
Es extremadamente importante, me parece, que Bernie Sanders vaya de un lugar para otro juntando a treinta mil personas en sus mitines. Y Jeremy Corbyn lo mismo. Estos son indicadores muy importantes de un escenario que cambia, por así decirlo, para permitir la organización real.
E incluso sin esa organización, lo bueno de Corbyn y Sanders es el aparente rechazo de todo el panorama político por parte de sus seguidores.
Las movilizaciones de masas de 2011-12, que se centraron en las plazas en Grecia y España, ya planteaban la necesidad de romper limpiamente por la izquierda, más allá de la socialdemocracia, y comenzar a desafiar al capitalismo desde una posición de democracia directa. Sin embargo, nunca fueron capaces de movilizar la fuerza necesaria para imponer desde fuera grandes reformas, como la rebelión obrera estadounidense de mediados de 1930, y mucho menos constituir instituciones de poder obrero como los comités de fábrica.
Syriza y Podemos tenía como objetivo tomar el poder, pero han definido la toma del poder casi en su totalidad en términos electorales y fracasaron por completo a la hora de llevar a cabo la tarea indispensable de la reconstrucción de los movimientos de masas en fábricas, oficinas y las calles. Como resultado, han tendido a sustituir una socialdemocracia financiarizada y neoliberal por la versión tradicional, a pesar de que durante cerca de cuarenta años, esta última ha capitulado por completo ante la austeridad.
Hoy en día nos enfrentamos a un cierto reflujo, pero no es señal de derrota. Parece claro que la alienación del y la oposición al sistema están creciendo rápidamente. Lo que necesitamos reflexionar es por donde van a surgir los nuevos movimientos y que forma de organización va a ser necesaria para mantener el nivel de la militancia y creatividad políticas necesarias para desafiar al capitalismo.
Robert Brenner: miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, es director del Center for Social Theory and Comparative History en la Universidad de California-Los Ángeles. Es autor de The Boom and the Bubble (Verso, Londres, 2002), un libro imprescindible para entender la historia económica del último medio siglo, el origen de la llamada “globalización” y la situación presente. (Hay una excelente versión castellana de Juan Mari Madariaga: La expansión económica y la burbuja bursátil, Akal, Madrid, 2003).
Fuente:
https://www.jacobinmag.com/2016/03/brenner-interview-sunkara-social-democratic-reformism-new-deal-fdr/
Publicado en: http://www.sinpermiso.info/textos/ee-uu-la-logica-del-mal-menor-o-como-las-mismas-politicas-que-hicieron-posible-el-estado-de
Traducción: G. Buster
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