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Žižek y la crítica radical

28 julio, 2025 By David Rico Palacio Leave a Comment

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En un mundo atiborrado de discursos, identidades y verdades fragmentadas, Slavoj Žižek aparece como una rareza necesaria. Mientras la mayoría de pensadores e intelectuales contemporáneos se esfuerzan por disolver al sujeto, anunciar la muerte del discurso sistemático, relativizar la realidad y celebrar el “fin de los grandes relatos”, Žižek va a contracorriente. Su pensamiento no se disuelve en la fluidez posmoderna: se condensa, se radicaliza.

¿A qué se debe su fuerza crítica tan poderosa y diferente de la dispersión y volatilidad de los pensadores postmodernos? La respuesta no está en las modas teóricas ni en las corrientes actualmente en boga, sino en una genealogía filosófica más profunda y exigente que se remonta a Hegel, Marx y Lacan.

De Hegel, Žižek rescata la noción de negatividad y una lógica donde la contradicción es el motor mismo de lo real. La negatividad es el principio interno de transformación que atraviesa la realidad, desestabiliza cualquier identidad cerrada y empuja al ser, al pensamiento o a la sociedad a superarse mediante la crisis, la escisión y la autonegación. Lo negativo es el resultado inmanente del movimiento del concepto que engendra por sí mismo el elemento que se vuelve contra él y lo revela. Lo real se lee solo a partir de su fractura interna. El componente negativo de la contradicción interna de lo real es objeto de interpretación política como vía posible de emancipación. La labor teórica del análisis crítico se concentra en la captación del movimiento negativo y en la comprensión de su conexión necesaria con la realidad que lo produce. En lugar de la diferencia vaporosa y aislada que tanto acoge el discurso posmoderno, Žižek insiste en que el conflicto no es un accidente, es estructural. La realidad se descubre en su desgarramiento, pues está rasgada por tensiones internas que ninguna narrativa identitaria en su aislamiento solipsista puede superar.

De Marx, Žižek no hereda solo la crítica económica y la contradicción social de clases, que es la política en el corazón de la economía, sino la comprensión de la ideología como forma material del mundo. La ideología no es abstracción teórica, falsa conciencia, percepción errónea o mera representación simbólica, sino una abstracción objetiva, esto es, real en el sentido de que determina la estructura de los procesos materiales sociales creando un marco de acción en el que los individuos actúan condicionadamente.  No se trata de falsas creencias que deban ser corregidas, sino de estructuras simbólicas que persisten y se recrean como sistema de significados, reglas, actitudes, rituales, etc., que estructuran nuestra realidad social y subjetiva, incluso cuando sabemos que son absurdas. “Sabemos muy bien lo que hacemos, pero igual lo hacemos”. El lugar de la ilusión está en el campo del hacer, no del saber. Esto es lo que Žižek llama la denegación fetichista: “Lo sé pero no quiero saber lo que sé, así que no lo sé”. Semejante “olvido” apunta a un mecanismo de defensa para conservarse tranquilo y no asumir las consecuencias de este conocimiento, de manera que se puede seguir actuando como si no se supiera. (2023, p. 70-1).

Basado en Lacan, Žižek muestra que la ideología no solo estructura lo que creemos, sino lo que gozamos: sostenemos prácticas y fantasías que, incluso sabiendo que son falsas o injustas, repetimos porque nos proporcionan un goce inconsciente. La ideología opera no en el saber, sino en el goce que nos ata a ella. La ideología no es falsa conciencia o simple creencia ciega en ideas y realidades cuya verdad desconocemos. No es ignorancia sobre la verdad del sistema cuya solución sería aleccionar e ilustrar para mostrar la realidad. No es así, porque hoy sabemos muchas cosas —sabemos que el capitalismo explota, que el poder miente, que nuestras acciones tienen consecuencias— y sin embargo seguimos actuando igual.

En el libro Porque no saben lo que hacen Žižek evoca la famosa frase de Jesús en la cruz a punto de morir, la cual fue usada por Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte y en el celebérrimo apartado sobre el fetichismo de la mercancía en el capítulo 1 de El capital para indicar de qué modo en la dinámica del sistema capitalista los agentes económicos, tanto capitalistas como trabajadores, actúan de acuerdo con las exigencias del sistema, aún si no comprenden, o no completamente, su mecanismo de funcionamiento general: “no lo saben, pero lo hacen”, escribe Marx (2022, p. 105).

Pues bien, no saber no lo exime a uno de responsabilidad, y sin embargo, ¡sabemos! Y en el plano del conocimiento y en la consciencia de una razón cínica que sabe, que no es ingenua. solo encontramos un medio para ocultarnos la fantasía estructural que nos lleva a actuar: lo sabemos y aun así lo hacemos. Veamos dos ejemplos: “Sé muy bien que los inmigrantes no son realmente una amenaza para mi trabajo ni son responsables del crimen, pero igual no quiero que vivan aquí y los rechazo”; o Sabemos muy bien que el carbón colombiano que se exporta a Israel alimenta la maquinaria energética de un Estado comprometido en la comisión de crímenes de guerra y genocidio contra el pueblo palestino… pero igual queremos seguir vendiéndolo porque ‘es un buen negocio’.” Los dos casos muestran que el conocimiento no disuelve la ideología. Al contrario, el cinismo la perfecciona: el sujeto se desdobla, sabe que está participando en una estructura injusta o falsa, pero prefiere no saber demasiado y seguir actuando como si no lo supiera. El poder de la ideología, dice Žižek, es precisamente esta distancia entre el saber y el hacer[1].

Los postulados posmodernos del consenso post-ideológico que afirma la caída de los grandes relatos y la muerte de las viejas luchas ideológicas han dado lugar a la administración eficiente de la vida mediante la gestión de “técnicos” y “expertos” pragmáticos que no pierden el tiempo en ilusiones y viejos sistemas, sino que van “directamente” como especialistas despolitizados a la objetividad concreta y real de las cosas.  Pero esta supuesta objetividad real de las cosas, su aceptación espontánea como campo neutral es ciertamente el grado más alto y puro de la ideología:

“Ciertas características, actitudes y normas de vida no son ya percibidas como si estuvieran marcadas ideológicamente, sino que parecen ser neutrales, no ideológicas, naturales, de sentido común. Designamos como ideología lo que se mantiene fuera de este contexto” (Žižek, 2023, p. 50).

Lo ideológico no parece revestir la figura espectral de un relato, la forma abstracta del sistema, ni la elaboración concatenada y coherente de un discurso, sino que todo esto parece superado dado que la práctica postmoderna neoliberal se concentra en “problemas reales” y “personas reales con preocupaciones reales” al margen de cualquier construcción ideológica que entorpezca la acción. Pero esta fantasía que envuelve lo real efectivo es una ficción extremadamente eficaz del postmodernismo neoliberal, que le permite incluso predicar un mundo postideológico en el que ha muerto la política y solo queda la gestión de expertos y tecnócratas.

“El poder ya no necesita un edificio ideológico coherente para legitimar su gobierno: puede darse el lujo de manifestar directamente la verdad obvia: la búsqueda de ganancias, la brutal imposición de los intereses económicos” (2022, p. 13).

Las corrientes del pensamiento posmoderno no parecen ofrecer un relato que sirva como vía de escape y alternativa para sentar las bases de un nuevo tipo de realidad social, política, económica o ambiental, por el contrario, parece acercarnos cada vez más a “lo real mismo”, a la objetividad absoluta de las cosas con el fin de validar el contenido inmediato de este mundo como la más clara y diáfana verdad. Y aquí surge una oposición dialéctica: “La actualización de una noción o una ideología en su grado más puro coincide con, o más precisamente, aparece como su opuesto, como no ideología” (Žižek, 2023, p. 51)
Por eso Žižek desconfía profundamente del pensamiento postmoderno y hace una crítica profunda de su relativismo y escepticismo intelectual delineando la estructura de la realidad capitalista como poder central regulador. Enseña que existen fundamentos estables para el conocimiento y la ética que pueden salvarnos del nihilismo y el vacío cultural.

Žižek pudo escapar de la red tejida por Foucault y del lugar común en el que se inspiran muchos “críticos” contemporáneos para desarrollar una microfísica del poder que no alcanza a explicar por qué seguimos repitiendo los mismos rituales de obediencia incluso cuando los denunciamos. El poder, para Foucault, es una malla invisible de relaciones que atraviesa todos los niveles de la sociedad, que moldea cuerpos, comportamientos; que crea subjetividades y saberes, lo cual no es incorrecto. El problema está en que el poder lo entiende como algo difuso, múltiple y situado en todas partes. Pero cuando el poder está en todas partes ya no está en ninguna y se hace imposible salir de una red en la que parecemos atrapados para siempre.

Pero el poder no es solo una red horizontal de relaciones. Tiene una dimensión ideológica y simbólica que diseña, moldea y estructura el modo en que los individuos se relacionan con la realidad. Foucault tiende a disolver la noción de sujeto enfocándose en cómo este es producido por discursos y prácticas de poder. Žižek critica esta visión argumentando que sin una noción estructural del sujeto se pierde la posibilidad de una verdadera transformación política. Foucault ve con agudeza las formas actuales de control social, pero no las articula con una crítica sistémica al capitalismo.

Žižek denuncia la ideología neoliberal y pone en evidencia la mascarada débil del liberalismo, mostrando cómo la tolerancia es, en realidad, una forma de neutralización del antagonismo político, una despolitización del conflicto. Pero el liberalismo difícilmente se sostiene hoy como horizonte insuperable, con lo cual se abre la posibilidad de una transformación verdaderamente radical. El liberalismo es cada vez más incapaz de generar entusiasmo auténtico. Como forma ideológica, sobrevive sólo como la forma cínica del poder, como una especie de realismo pragmático que reduce la política a administración, a paliativo, a tratamiento. Su tolerancia se convierte en indiferencia; su pluralismo, en parálisis; su moralidad, en hipocresía.

La prédica liberal de la moralidad y los “derechos básicos” apenas si da para practicar la caridad y la compasión, que son los mecanismos de defensa del burgués para protegerse de su mala conciencia acusadora. El liberal no duda en reflexionar sobre el sexismo, el racismo, la migración, la miseria, etc., pero es incapaz de encargarse seriamente del capitalismo “como matriz formal trascendental que da estructura a todo el espacio social” (Žižek, 2022, p. 45). Y en este sentido profundo, en tanto objetividad abstracta universal que moldea, crea, configura, ordena y distribuye de un determinado modo, es que el capitalismo literalmente es un modo de producción. Esto no lo puede ver un liberal, y si lo ve, lo pierde de vista.

El pensamiento de Žižek se expresa en el lenguaje crudo propio de la crítica radical. No propone una violencia vacía, sino que se ubica en la negatividad filosófica que desbarata las lógicas dominantes. —no para destruir sin sentido, sino para golpear donde suena hueco, para probar los ídolos y desbaratar las máscaras del poder, de la moral, de la democracia convertida en parodia. Señala la trampa en lo que parece justo o moral. Su pensamiento se articula a través de oposiciones y negaciones internas, siguiendo la lógica hegeliano-marxista, para la cual lo negativo no es una falla de la totalidad, sino su núcleo constitutivo.  Su actitud es la que se pone ante el objeto y lo confronta, tal como lo expresó Hegel en la Fenomenología del espíritu:

El espíritu no es esta potencia como lo positivo que se aparta de lo negativo, como cuando decimos de algo que no es nada o que es falso, y hecho esto pasamos sin más a otra cosa, sino que solo es esta potencia cuando mira cara a cara lo negativo y permanece dentro de ello (Hegel, 2008, p, 24)

Žižek, no relativiza: radicaliza. No celebra la multiplicidad: la interroga. No abandona el sujeto: lo vivisecciona a la luz de los procesos político-económicos que lo atraviesan socialmente. Hoy, cuando la crítica se ha vuelto corrección política y el pensamiento se reduce a slogans identitarios, necesitamos más que nunca una teoría crítica que no tema a la totalidad, al conflicto y la negatividad. Žižek, con todos sus excesos y provocaciones, representa esa posibilidad. No como gurú de izquierda pop, sino como un pensador que no deja dormir en paz al sistema… ni al sujeto.

Bibliografía:

Hegel, F. (2008). Fenomenología del espíritu. México. Fondo de Cultura Económica.

Žižek, S. (2022). Contra la tentación populista. Buenos Aires. Ediciones Godot.

Žižek, S. (2021). El sublime objeto de la ideología. México. Siglo XXI editores.

Žižek, S. (2023). Sobre la violencia. España. Austral

Žižek, S. (2022). Goza tu síntoma. Buenos Aires. Ediciones Godot.

_________________

[1]“La razón cínica ya no es ingenuidad, sino que es la paradoja de una falsa conciencia ilustrada: uno sabe de sobra la falsedad, está muy al tanto de que hay un interés particular oculto tras una universalidad ideológica, pero aun así, no renuncia a ella”, (2021, p. 57).

David Rico P

Foto tomada de: Psicología y Mente

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