Aprovechando el vacío de dirección causado tanto por la concentración del líder norteamericano en resolver en términos favorables a la preservación de los intereses de su país las consecuencias de la brutal arremetida de Netanyahu contra los palestinos de la Franja de Gaza, y por el bloqueo por la mayoría republicana del paquete de ayuda militar de 60.000 millones de dólares, el presidente francés debió recordar que a la oportunidad la pintan calva. Y convocó con carácter de urgencia una cumbre en Paris el domingo de la semana pasada, a la que asistieron presidentes y representantes políticos de 20 países. Entre ellos destacaba obviamente Olaf Scholz, el belicoso canciller de Alemania.
Pero no la citó para proponer y concertar un plan de paz o si quiera para proponer la apertura de unas negociaciones entre Kiev y Moscú. Al contrario, lo hizo para reafirmar la voluntad de continuar la guerra, porque no podemos permitir “la victoria rusa”, y de continuarla hasta que sea restaurada su “integridad territorial”. Por lo que es de suponer que su propósito era utilizar la cumbre como plataforma para lanzarse como el más firme candidato europeo a la dirección de la guerra contra Rusia. Subrayó su firmeza declarando que en el aumento del apoyo militar al régimen de Zelenski no podía descartarse “el envío de tropas europeas al frente ucraniano”. Algo que desencadenó una de esas tormentas más mediáticas que efectivamente políticas, protagonizadas a escala internacional por Scholz y varios de los otros asistentes de la cumbre de París, y en Francia, por prácticamente toda la oposición del arco parlamentario, desde Marina Lepen hasta François Melenchón. Todos coincidieron en que el envío de tropas europeas en el frente ucraniano implica entrar en guerra abierta con Rusia. Rusia lo ratificó de inmediato recordándole a todos que es una formidable potencia nuclear.
Pero si en la noche todos los gatos son pardos, como reza el refrán, lo cierto es que las encendidas protestas por la propuesta de enviar tropas europeas a combatir directamente a Ucrania, enmascaró el acuerdo básico de prácticamente todos los presentes en la cumbre de Paris de que la guerra en Ucrania hay que continuarla a toda costa. Y de continuarla con un creciente y probablemente protagonismo de los países europeos de la OTAN. Algo que solo es posible mediante el rearme de estos países, inconcebible a su vez sin que los fondos públicos y el capital privado fluyan generosamente hacia la industria armamentística. La implantación de una economía de guerra y la movilización militante de la opinión pública europea.
Úrsula von der Leyen defendió públicamente estos últimos objetivos en su intervención ante el parlamento europeo en el curso de la semana pasada. Dijo que “la guerra no era inevitable”, pero que “hay que estar preparado para ella” y que la preparación incluía potenciar “la industria de defensa (sic)” y acometer una amplia campaña de pedagogía que le permitiera a la ciudadanía europea comprender el peligro que supone “la amenaza rusa”.
Pero el escándalo desatado por la propuesta de Macron de enviar tropas europeas a Ucrania, también desvió la atención de otros hechos muy importantes. El primero es que la OTAN ya le está haciendo la guerra a Rusia, aunque la haga por país interpuesto. En la misma Washington han destinado 145.ooo millones de dólares, y la UE 40.000 millones. Sumas que incluyen armamento, el flujo ininterrumpido de municiones, la información satelital en tiempo real, el envío de cuerpos militares de élite para la operación de equipos tan sofisticados como las baterías Patriot, etcétera.
El New York Times, publicó también esta semana, un reportaje que reconoce la presencia de personal militar norteamericano en suelo ucraniano e incluso la existencia de 10 bases de la CIA operativa desde hace una década. Para no hablar de la filtración de las discusiones mantenidas por altos mandos de la fuerza aérea alemana sobre cómo atacar objetivos en Crimea. O sea que lo que proponen Macron no es involucrarse por primera vez en una guerra sino continuarla bajo liderazgo europeo y bajo la modalidad en la que se ha librado hasta ahora. Resumida en distintas oportunidades por Biden con la consigna Not Boots in the Ground. Nada de tropas propias en el suelo ucraniano. Armamos a los ucranianos para que ellos se maten con los rusos en beneficio de nuestros intereses políticos y desde luego económicos. Y sin arriesgar el crecimiento exponencial de la oposición a la guerra en el propio país. La derrota en Vietnam no fue en vano.
Ahora bien, la posibilidad de que se realice la aspiración de Macron al liderazgo europeo en la guerra por delegación de Ucrania, depende de manera esencial de un extraordinario fortalecimiento de la actual industria armamentística europea. Cierto, tirios y troyanos, atlantistas y europeístas, llaman a militarizar a Europa y a potenciar la industria armamentista. Pero la unanimidad desaparece cuando se formulan estas preguntas: ¿A cuál industria? ¿A la industria armamentística norteamericana, actualmente el principal proveedor de los ejércitos de Europa occidental? ¿O a la industria armamentística europea que podría crecer hasta desplazar a la norteamericana del mercado europeo?
Si se hiciera esto último, ¿no se abrirían las puertas a la creación de un ejército europeo, vieja aspiración de Francia? La respuesta a estas preguntas está todavía en el aire. Pero arroja la sombra de la duda sobre el éxito de la estrategia de largo plazo de Washington de encargar a los países europeos de la OTAN combatir a Rusia, mientras concentra todas sus energías y recursos en combatir a China. No sería la primera vez en la historia en la que un aliado aprovecha en beneficio propio la guerra que están librando juntos. El ejemplo más clamoroso lo ofrecieron los Estados Unidos de América: libraron codo con codo con Inglaterra la guerra contra Alemania nazi y el imperio japonés, con el bonito resultado de desplazar a Inglaterra como primera potencia mundial y de subordinarla a sus designios. Pero no es el único. La alianza de hecho entre China y los Estados Unidos, iniciada en los años 70 del siglo pasado por la reunión de Mao con Richard Nixon, le permitió a China convertirse en el gigante económico, político y militar que hoy pone en peligro la hegemonía americana. “Los caminos del Señor son inescrutables”.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: RTVE.es
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