Para el capitalista, el hambre de trabajo excedente se traduce en el impulso desmedido de alargar la jornada de trabajo.
Marx (El capital)
“Si uno tiene hambre, sale adelante”, escribió en su Twitter un mezquino fabricante colombiano que toma a la pobreza como estímulo moral de superación y la integra a su discurso edificante. En otra frase célebre también de su autoría y anterior a la primera, afirmó que “la manera de acabar con la pobreza es trabajando”. De nuevo, y a propósito de la aplicación de la Ley 2101, con la cual se contempla disminuir progresivamente en Colombia las horas de trabajo semanales de 48 a 42 horas, y que entraría en vigor en julio del presente año y debe implementarse en su totalidad para el año 2026, el mencionado fabricante afirmó hace un par de días en Noticias Caracol que los colombianos “trabajamos muy poquito, deberíamos trabajar mucho más”. Mario Hernández establece una relación proporcional entre horas de trabajo y riqueza, y olvida (o no sabe) que si bien el valor creado depende del tiempo de trabajo, en la sociedad capitalista plenamente desarrollada la riqueza es fruto no solo del tiempo gastado, sino de la productividad del trabajo en un tiempo establecido. Un mayor índice de productividad no necesariamente es proporcional al número de horas trabajadas: “De acuerdo al estudio de PGI, un trabajador alemán no llega a trabajar 1500 horas al año, y sin embargo su hora de productividad es la mejor valuada del mundo, seguida de Francia y Estados Unidos. México por el contrario es de los países con más horas trabajadas al año y con menos productividad, según mediciones de la OCDE”.
Es una ley económica de la producción capitalista que cuanto más elevada sea la capacidad productiva del trabajo, tanto más breve será el tiempo de trabajo necesario para la producción de cualquier artículo. Esta eficiencia del trabajo optimizada por la máquina y la tecnología, con la cual se aumenta la producción y se amplía el margen de ganancia, es el acicate del capitalismo que, en su afán de acumulación, busca siempre desarrollar su capacidad productiva a través del mejoramiento de los medios de trabajo.
Las dos posibilidades fundamentales que el capitalista tiene para valorizar su capital son: bien prolongar la jornada laboral, o bien aumentar su fuerza productiva. Los movimientos sindicales y la clase obrera organizada han opuesto una resistencia férrea a las jornadas laborales extenuantes que ha servido luego como dique para evitar cualquier prolongación desmesurada de las mismas, con lo cual pusieron importantes límites a la generación de plusvalor a través de la prolongación de la jornada de trabajo (plusvalía absoluta). Esto dio lugar a la implementación de condiciones que permitirían extraer el plusvalor de un incremento y desarrollo de las fuerzas productivas (plusvalía relativa), pues una elevación de la intensidad del trabajo, es decir, acelerar el ritmo de trabajo, tiene el mismo efecto que una prolongación de la jornada laboral. Esto produjo un doble beneficio: la reducción de la jornada de trabajo, que alivió a la clase trabajadora, y la intensificación del proceso productivo, que dinamizó la creación de capital. Con esto afirmaba el capital su especial naturaleza acumuladora, la cual consiste en el perfeccionamiento continuo de las fuerzas productivas. “En la historia de la producción capitalista, la reglamentación de la jornada de trabajo se nos revela como una lucha que se libra en torno a los límites de la jornada” (Marx, 2014). Hubo, pues, un hecho decisivo en la historia del capitalismo: la voracidad inicial de plusvalía que lo llevó a aumentar la explotación mediante la prolongación de la jornada laboral dio lugar a fuertes y violentas luchas sociales que, involuntariamente, favorecieron un tipo de producción cuya finalidad solo es realizable mediante el desarrollo tecnológico, técnico y científico. El movimiento particular entre trabajo y maquinismo, productividad y plusvalor solo aparece en todo su esplendor en el capitalismo ya desarrollado, impulsado por las clases sociales enfrentadas, y luego, por la competencia entre capitalistas.
Esta primera contradicción superada en los países más desarrollados dio lugar a otra no menos importante: la plusvalía relativa, resultado de una descomunal capacidad de producción, acumulación y explotación, ha creado la base material para hacer que la creación de la riqueza no dependa directamente del trabajo humano, ni su medida, del tiempo directo de trabajo invertido. Sin embargo, en un país como Colombia, con marcados residuos feudales, con relaciones sociales semicapitalistas y una estructura productiva premoderna, hablar de plusvalía relativa es una amenaza para los rudimentarios modos de acumulación de la mayoría de nuestra triste estirpe de ricos y empresarios, empecinados en continuar acumulando mediante el despojo o insistiendo en producir su riqueza prolongando cuanto pueden la jornada diaria de trabajo, lo cual no solo niega la posibilidad de una sociedad moderna y civilizada, y una economía capitalista seriamente desarrollada (como lo ha expresado el presidente Petro), sino que impide la garantía de derechos básicos para los trabajadores.
David Rico
Foto tomada de: Semana.com
maribel says
Excelente artículo!