Si nuestra clase política, si nuestros medios hegemónicos, tuvieran un mínimo grado de conciencia y responsabilidad, habrían recibido la noticia de la dichosa descertificación con calma y tranquilidad. Hubieran dicho, para empezar, que es una flagrante injusticia, dados los datos duros y puros que demuestran cuánto dinero, cuantos esfuerzos, cuánta sangre han vertido nuestros policías y soldados para cumplir los objetivos de una guerra tan ruinosa como estéril como es la del narcotráfico. Habrían añadido que, si el juez de nuestra conducta es un tramposo, lo mejor que Colombia puede hacer es ponerse fuera de su jurisdicción, hacer caso omiso de su injusta descertificación, pasar página y ocuparse de otros asuntos más urgentes e importantes. Tanto nacionales como internacionales.
Como los que abordó el presidente Petro en su discurso de la ONU. Como lo son Palestina y el funcionamiento efectivo de las propias naciones unidas. Dos asuntos relacionados entre sí, que, a su vez, tienen mucho que ver con Colombia. Porque nadie, y menos un demócrata, puede permanecer indiferente y menos aún ser cómplice del genocidio del pueblo gazatí realizado por Israel ante los ojos del mundo y contando con la complicidad pusilánime de Occidente. Y no solo por razones éticas y humanitarias, que bastan por sí sola para condenarlo tajantemente. También por razones políticas. La impunidad con la que la dirigencia israelí lo ha venido perpetrando hasta la fecha, pone seriamente en cuestión el derecho internacional, que, para países como el nuestro, es una barrera o una cortapisa a todas las acciones de países y potencias extranjeras que vulneran la independencia, soberanía e integridad territorial de un país. El derecho internacional es además un antídoto contra la guerra: permite la solución pacífica y negociada de los conflictos entre naciones.
Petro es absolutamente consciente de la importancia del genocidio del pueblo palestino en la actual coyuntura de la política mundial. Así como de la incapacidad demostrada por la ONU hasta la fe para ponerle fin y castigar a los responsables del mismo. La responsabilidad hay que atribuir en primer lugar a la propia estructura de la organización, que consagra el derecho de veto a los miembros del Consejo de Seguridad, lo que permite que Estados Unidos bloquear por sistema la adopción de medidas encaminadas a castigar o poner fin a las reiteradas violaciones de la Carta de la ONU por Israel. A su inveterada impunidad.
Es por esta razón que Petro propuso en su discurso que, ante este empantanamiento, la propia Carta de la ONU contempla un mecanismo de excepción para salvar el obstáculo que representa el derecho al veto de los miembros del Consejo de seguridad: apelar al antecedente establecido por la resolución United for peace para permitir que la Asamblea general de la ONU apruebe la constitución de un contingente militar con capacidad suficiente de intervenir en la Franja de Gaza con el poner fin al genocidio. En aras de “garantizar la seguridad internacional y la paz”, según reza el texto de la resolución aprobada por una abrumadora mayoría de la Asamblea general el 3 de noviembre de 1950. Fue la resolución que permitió a Estados Unidos formar la poderosa coalición militar con la que intervino en la Guerra de Corea, de la que hizo parte Colombia. La resolución creó, además, el mecanismo del Período extraordinario de sesiones de emergencia, con el cometido de aprobar esta clase de resoluciones. De 1950 para acá se han convocado sesiones de emergencia en once ocasiones, la más reciente en febrero de 2022, para abordar la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
La propuesta de Petro, por lo tanto, no es “ocurrencia” ni mucho menos, como han vociferado sus adversarios políticos y mediáticos. Fue y todavía es una propuesta legítima, a cuya aprobación debería dedicar tiempo y esfuerzos nuestro cuerpo diplomático. Porque, como afirmó igualmente Petro en su discurso en la ONU, “se acabó el tiempo de la diplomacia, es la hora de las acciones militares” para poner fin a un genocidio que, añado, amenaza la seguridad internacional y la paz.
Pero no es esta la única razón para considerar histórico el discurso de Petro. También lo es porque a su vibrante denuncia del genocidio del pueblo palestino, sumo la de la agresividad de la política de Trump manifestada tanto en el trato vejatorio a los inmigrantes latinos en Estados Unidos, como en sus amenazas militares a Venezuela, presentadas engañosamente como parte de “la guerra contra el narcoterrorismo”. Su declaración de que “no existen pueblos elegidos por Dios, ni el de Estados Unidos, ni el de Israel, el pueblo elegido por Dios es la humanidad entera”, fue respondida por una ovación de la inmensa mayoría de los miembros de la Asamblea general. Todos ellos se sintieron representados por esas palabras, tan oportunas y necesarias. Para mi esta ovación envió además un mensaje muy claro al mundo: Colombia toma la palabra y muestra su deseo de tener una voz propia en los foros internacionales en los que se está debatiendo el futuro inmediato de la humanidad. El tránsito de un mundo unipolar a uno multipolar.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: El País
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