Proemio ejemplar
Es un hecho que la sociedad colombiana del siglo XXI, lleva más de dos meses en los que, dos bandos, el bloque de la guerra y de la paz discuten sobre sus orígenes, pero nadie duda en que el estallido del paro que tuvo como fulminante la contrarreforma tributaria, acordada entre Duque y Carrasquilla, con el respaldo encubierto de los cacaos que cofinanciaron la campaña presidencial tuvo y tiene alcances nacionales. Más aún, casi todos los analistas, defensores y detractores reconocen que su epicentro es urbano, vibra y se activa contradictoriamente, en especial, en Cali, Bogotá, Medellín, Pasto, Barranquilla e Ibagué, con ires y venires.
Tienen que aceptar, igualmente, que el sujeto social y político principal son los jóvenes, que se lanzaron a la calle y constituyeron una multitud vibrante que exige inclusión y reformas radicales de las reglas del juego que se pactaron en 1991, hace 30 años. Con ellos se han movido diversos grupos subalternos sociales de expresión urbana significativa, que constituyen la masa de los pobres de Colombia, y los miserables.
¿Quiénes son los subalternos sociales en movimiento?
Ellos son el producto más precioso, más de 26 millones de hombres y mujeres, de los cuáles a hoy, algo más del 30 por ciento apenas tiene para hacer una comida al día, de un cuarto de siglo en que la nación colombiana ha sido sometida al despojo y la desposesión más inauditas. Bajo el régimen del terror, en los campos primero, y en las ciudades después, se venía imponiendo como sentido común dominante la vulgata esquilmadora de la explotación capitalista neoliberal que se encarga de “responsabilizar” a los individuos de toda condición a su suerte.
Esta fórmula de terrorismo y fascismo social hizo posible, – que da función y sentido al régimen para-presidencial en que degeneró la promesa reformista presente en la Constitución de 1991 -, en el otro extremo de la balanza, la desigualdad más ignominiosa: la riqueza de los principales conglomerados que controlan a su antojo el capital financiero nacional con sus aliados transnacionales.
Este es el país de jauja de los “cacaos”, el engendro monstruoso en el que haya expresión la reacción y la derecha juntas: los Sarmiento, Sindicato Antioqueño, Ardila Lulle, Gilinski, y Santodomingo. Ellos mismos, los verdaderos “dueños del país,” en el mismo periodo se hicieron al control y propiedad de los principales medios masivos de comunicación del país.
Los periodistas y comunicadores mercenarios son los encargados de imponer el evangelio del pensamiento único del “país de los propietarios,” sin que importen las fuentes de la riqueza social acumulada, legal e ilegal. Así se reproduce el capitalismo político, que controla discrecionalmente, al actual gobierno, y que se encarga de compran elecciones y conciencias.
Esta es la ecuación, la impronta de la debacle nacional, llevada al absurdo, que se selló en el proceso del fraude electoral presidencial del año 2018, patrocinado por los defensores y escuderos de la paz neoliberal, Santos, Gaviria, De la Calle, Fajardo, y Vargas Lleras. Todos ellos en aparente concierto contra la paz reaccionaria que a la chita callando reza y practica la doctrina Vietnam.
Ante lo cual, el devoto expresidente Uribe Vélez se da golpes de pecho, y señala al judas de Santos, y anuncia que por nada concurrirá a las audiencias de la Comisión de la Verdad, porque no cree en ella como tampoco en la JEP, que debieron ser hechas trizas, pero que las trapisondas de un congreso cómplice con mayoría controlada por el presidente Santos, tornó imposible. Ahora, con otras mayorías, tratan de convertir a la paz neoliberal en barrena, en la paz reaccionaria que encarcele a los exguerrilleros, los desacredite y los mate día a día, como en las peores épocas de la violencia bipartidista.
Las juventudes contra el fascismo social del Estado comunitario de propietarios
Frente a la cruzada de la reacción y la derecha juntas, con el acumulado previo de la pérdida del plebiscito, distorsionado con engaños e indiferencia del presidente de la paz neoliberal, que “pensó” que todo estaba hecho, jugando a lo táhur, y la posterior burla a la más grande votación de la democracia colombiana, depositada contra la corrupción, se levantaron, contra todo pronóstico, de manera súbita las juventudes desarmadas de las ciudades grandes, medianas y pequeñas.
Dijeron presente, y como un tifón social reivindicatorio se llevaron por delante, en cuestión de días, las contrarreformas tributarias y de la salud, hicieron renunciar al gurú neoliberal que preparaba los menjurjes para esquilmar 26 billones para pagar las prebendas y gabelas de los ricos y más ricos.
Ellas, las juventudes de toda condición, género y pertenencia étnica y social, en su diversidad inagotable, coparon con coraje y audacia el ambiente con sus cánticos de libertad, verdad, y rebeldía. Hasta hoy ellas se mantienen, cuando el Comité Nacional de Paro, hizo una tregua, condenó los bloqueos y aceptó que no representaban a las mayorías juveniles.
Pero, mientras llega el 20 de julio, cuando el Comité llama a una nueva movilización, sus miembros observan cómo los resistentes, son asesinados en medio de las protestas, en los sitios de resistencia, y son cazados de las casas de refugio en las localidades que resisten. Sin inmutarse, convertidos casi en estatuas de sal frente a esta carnicería bellaca, que mata, viola, intimida a la prensa objetiva.
Así pasó con un corresponsal extranjero, y los reporteros de Blu, y RCN, golpeados, arrinconados e intimidados por el Esmad en las calles de la localidad de Suba. Uno de los núcleos poblacionales más rebeldes de la ciudad de Bogotá, donde el presidente Duque, la alcaldesa y el gobernador de Cundinamarca pretendían organizar en total impunidad, un “estallido de emprendimiento”. Una pieza más del aterrador “baile de las ilusiones,” una cachetada en pleno rostro de las poblaciones discriminadas, segregadas y hambreadas. Anunciando con descaro asesino que harán la segunda línea del metro, ésta sí subterránea. Cuando no se ha puesto la primera piedra o mampostería visible para la línea uno que prometió la pareja modernizadora de Peñalosa y López.
Mientras tanto, se hizo inocultable la inviabilidad financiera del Transmilenio que acumula gigantescas pérdidas, mientras la charlatanería gubernamental quería tapar este nuevo fracaso de los urbanizadores “piratas” de nuevo tipo que parasitan la sabana tachonada de conjuntos habitacionales, con la movilidad colapsada. Colmenas que recuerdan y advierten, preanuncian las tragedias actuales de la ciudad de Miami, con el colapso de un edificio que no pasó de 40 años de vida útil.
Estos jóvenes no aceptaron ser aturdidos por los corifeos del orden. Ellos son la vanguardia subalterna que hizo trizas sí el sentido común dominante. No aceptan la imposición de quienes los quieren borrar disfrazándolos de autores irracionales de bloqueos vandálicos, y del asesinato de dos policías destinados por el gobierno a reprimir y contener la protesta social. So pretexto cínico de cuidar a la ciudadanía sometida a la más abyecta desigualdad.
Esta ciudadanía se unió a sus jóvenes. Así ejercita su rechazo, exigiendo libertad de expresión y organización en calles, parques, plazas y monumentos, aun cuando los espacios públicos han estado cerrados y bloqueados por meses a causa de la pandemia del Covid-19. Y una alcaldesa veintejuliera los responsabiliza, sin prueba, de que sus aglomeraciones son las razones de ser las muertes que se producen en la tercera pandemia. Cuando este tercer rebrote en diferentes partes del mundo revela, descubre la verdad del fementido “efecto de rebaño”, aún en los lugares de los opulentos y previsores han vacunado a sus conciudadanos en mayor riesgo.
En la presencia rural, las juventudes tienen eco en dos tipos de actores: los indígenas organizados en la minga, en particular, Nasa y Misak, y con solidaridades construidas en torno a la ONIC; y los campesinos que mantiene la memoria del paro agrario, y que, sin embargo, no han destacado sus fuerzas de manera diferenciada, para desempeñar entonces un papel protagónico.
Esta vez, la minga indígena y social salió de sus espacios ancestrales para resguardar con su guardia a los subalternos atacados, golpeados y asesinados, por las fuerzas policiales del Esmad y los enclaves paras que cohabitan el sector de Ciudad Jardín, no de manera exclusiva, en Cali. Fueron atacados y reprimidos, contabilizando 9 heridos, y en particular, una universitaria objeto de diversos vejámenes, cuando fueron atacados “por guardias blancas”, guardianes del país de los propietarios, que es el evangelio de exsenador subjúdice, en espera de sentencia por manipulación de testigos y menosprecio a las reglas de la justicia.
La capital de la reacción política nacional es, a la vez, el contrafuerte del bestial laboratorio más caracterizado de la para-república urbana, que caracteriza el tercer periodo del uribismo que quiere imponer de una vez por todas el Estado Comunitario, y borrar, sepultar cualquier rasgo de progresismo liberal y social que aún esté incrustado en el orden de 1991.
También allí empezó a destaparse la otra historia, la del ángel de la historia, esta vez echando por tierra la estatua de Sebastián de Belalcázar, un conquistador que mató y despojó a pueblos originarios, y sobre cuya sangre se quiso tapar el rosario de crímenes que empezaron con la conquista. Sin duda, se probó que los subalternos si pueden hablar, y contar su historia, como lo reclamaba Gayatri Spivak Chakravorty, heredera de la corriente hindú de los Estudios Subalternos.
Los subalternos juveniles en procura de la autonomía.
Los subalternos de todos los colores le han dado en estos 63 días, un mentís digno y audaz, al proyecto de refundar a Colombia, que quiso obtener consagración definitiva en Ralito. Este proyecto empezó a construirse con el programa de los 100 puntos, agenciado por Álvaro Uribe Vélez y el bloque reaccionario, esgrimiendo como justificación la materia de la seguridad autoritaria oligárquica.[1] Tal fue la experiencia de la fementida “seguridad democrática”, que fue aclimatándose en dos laboratorios, Antioquia y Córdoba, en municipios de perfiles semirrurales sujetos a estas jurisdicciones del terror, donde se probaron los ejércitos de ocupación de las AUC.
Después esta semilla se plantó a sangre y fuego por el régimen parapresidencial, dispuesto al desmonte, “al borramiento” de la promesa del Estado social de 1991. Para luego extenderse como verdolaga, a varios cientos de municipalidades, corregimientos y veredas, donde iban siendo quebradas y asesinadas las resistencias ciudadanas y comunales democráticas y progresistas, así como determinados enclaves históricos de las guerrillas nacidas a finales de los años 50, y en la década de los 60.[2]
Un excurso reflexivo y una orientación: de la paz neoliberal a la subalterna
En este estallido/paro que tiene las características reconocidas para los eventos/acontecimientos. Tal y como los define, por ejemplo, el matemático y filósofo político Alain Badiou, animador con Slavoj Zizek de un célebre encuentro internacional que discutió la Idea del Comunismo, convocando a pluralidad de voces, al comenzar el tercer milenio. Un evento es siempre portador de lo nuevo, de la creación humana, rompe raíces por profundas que éstas sean, y como tal pone en cuestión, marca una discontinuidad con lo existente.
Al tener ocurrencia, como pasa en Colombia desde el 28 de abril, abre un horizonte de posibilidades, que como tales, a fuerza, sin concesiones redefinen el pasado y futuro de una colectividad, inauguran una tradición en el campo subalterno.[3] La experiencia de rebeldía, desobediencia, resistencia, entre otras manifestaciones, es una muestra de reclamo por la autonomía social que tiene claras repercusiones políticas en el segundo momento del desenlace de la crisis de hegemonía que se extiende entre los años 2011-2021.
El nuevo periodo, después del que se extendió entre los años 1999-2010, está sobre determinado por el tránsito parcial de la guerra social a la paz subalterna, puesto que cuestiona en toda la línea el modelo impuesto a la insurgencia subalterna de las Farc-Ep, la que denominamos “paz neoliberal”, que se ha derrumbado en la experiencia parista que comienza con el estallido social.
Al referir lo eventual, lo acontecimental, sin duda, Colombia, y los observadores atentos de lo que aparece en otros lugares del planeta globalizado en clave de capital, descubren la presencia de lo moderno, de lo nuevo, cuyo rastreo nos transporta al siglo XVI-XVIII en el Occidente europeo, cuando arranca según Marshall Berman, la primera fase de la modernidad.
En este periodo hay dos figuras que lo enmarcan en sus extremos, Nicolás de Maquiavelo y J.J. Rousseau. Del segundo habla Berman en su libro “Todo lo sólido se disuelve en el aire”, y así lo cita un comentarista colombiano, el filósofo Rubén Jaramillo, estudioso de Colombia y las modernidades.
Jaramillo dice en su reseña del libro de Berman, incluido en La primacía de la praxis (2021), que “El más arquetípico representante de la primera fase de la modernidad lo encuentra Berman en Rousseau, quien por lo demás fue el primero en utilizar el término moderniste en el sentido que lo emplearon los siglos diecinueve y veinte: <<es la fuente de algunas de nuestras tradiciones modernas más vitales…>>[4]
En particular, a propósito de la primera modernidad, en cambio, prefiero dos figuras cimeras: Nicolás Maquiavelo, quien en De Principatibus habló de nosotros los modernos, y Étienne de La Boitié corresponsal con Miguel de Montaigne, de quien el mismo autor colombiano publicó en un número especial de la revista Argumentos. Este último, La Boitié escribió el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, que anticipaba la problemática dialéctica del amo y el siervo que expondrá y profundizará G.F. Hegel, un conservador moderno al comenzar el siglo XIX.
En varios textos, Jaramillo Vélez habla de Colombia como una modernidad postergada.[5] Fernando Guillén Martínez identifica una sociedad señorial, de castas, mientras que Antonio García Nossa expuso su ensayo Colombia esquema de una república señorial. Aparecido en Cuadernos Americanos (1961), y republicado en 1977.
Genealogía de la lucha universitaria y popular urbana
Antonio García era el vicerrector académico de la Universidad Nacional durante la crisis de 1975. Escribió una carta en su carácter de tal, titulada Política de Apertura de la Universidad Nacional, el 4 de febrero del mismo año.
Respondía a la renuncia del decano de Medicina, Guillermo Fergusson, condiscípulo de Camilo Torres, quien había apoyado la toma y defensa del hospital la Hortúa, con su exigencia insatisfecha de aumentar en 39 el cupo de estudiantes para el primer semestre de ese año, cuando se padecía un congelamiento de los admitidos entre los años 1961-1974.
El socialista liberal García Nossa coautor del Plan Gaitán (1947), concluía que en la crisis de la universidad, reconocía la confrontación entre dos concepciones, una elitista, un mercado constituido por clases de altos ingresos, y otra que quiere impulsar un profesional crítico “que se adecue a los problemas de las grandes mayorías populares sin servicios médicos ni sanitarios…de acuerdo con la filosofía que inspira los 10 puntos enunciados por el Rector Luis Carlos Pérez.”[6]
Era el gobierno de Alfonso López Michelsen, quien había olvidado sus arrestos revolucionarios del MRL, en la vena del reformismo de su padre de los años 30. Vivía las acusaciones de nuevos negociados familiares, ahora relacionados con los predios de la hacienda la Libertad en los Llanos,[7] y luego reprimió brutalmente el paro cívico nacional en 1977, que convocó el frente unificado de las centrales sindicales, y un sinnúmero de organizaciones sociales, cívicas y políticas contra “el mandato caro”, una consigna que hizo popular el Moir/Jupa de entonces. Hasta la fecha no se sabe cuántas personas fueron masacradas en aquellas jornadas.
¿Por qué recordar estos episodios?
“A mi papá lo mató el ejército.” Helena Urán Bidegain.
Aquella lucha es el antecedente más cercano del Paro Nacional actual, aunque no puedan equipararse las dos luchas por sus dinámicas, orígenes y protagonistas. Aunque, igual, hubo la confluencia de diversos sectores populares, sindicales y políticos, la dirección del 77 se mantuvo en cabeza de la cúpula de las centrales sindicales, CSTC, UTC, CTC, que conformaron con otras agrupaciones el Comité de Paro.
Entonces también hubo importantes bloqueos como componentes de la protesta a las salidas de Bogotá, con participación de pobladores, activistas políticos y sociales. Al fin fueron rotas estas trincheras de denuncia y pedagogía ciudadana, con la presencia del ejército nacional que combinado con fuerzas de policía recibía órdenes del estafeta descubierto del último vestigio del liberalismo socializante que liderara su padre, animando la primera forma de revolución pasiva del capitalismo criollo durante la modernidad postergada de Colombia.
De esta manera se cerraba la parábola que arrancó con Gaitán y el socialismo liberal y que cerró con un baño de represión y sangre popular el líder más connotado del movimiento revolucionario liberal, MRL, el “compañero jefe”, que recordó a los jóvenes de sus juventudes que él era un burgués por sobre todas las cosas.
De ese modo, la JMRL siguió un rumbo radical que la llevó a unirse a formaciones de izquierda tradicional; y un importante contingente de jóvenes universitarios de la “línea dura” se hizo parte de la fundación del Eln en la década de los 60, con sus correspondientes decepciones y una cuota de fusilamientos internos que quedaron en parte registrados en un escrito de la pluma de Jaime Arenas.[8]
Quienes no se enmontaron en los años 70, o alimentaron las experiencias de guerrilla urbana, o formas mixtas, como lo fue el M19, nacido para reivindicar la lucha contra el robo de la elección presidencial al exdictador pacificador, Gustavo Rojas Pinilla. Entonces la guerrilla urbana fue duramente reprimida, perseguida, y vencida, con la excepción del movimiento 19 de abril que varió su teatro de operaciones al campo.
Esta insurgencia armada subalterna de nuevo tipo, con militantes de variopinta procedencia, cambió luego la consigna con la que nacía, “con el pueblo, con las armas, al poder,” por la propuesta del comandante Jaime Bateman: un diálogo nacional y la construcción de una verdadera democracia, cuyo penúltimo esfuerzo fue la Conferencia de Los Robles (Cauca), bloqueada por Belisario y su ministro Jaime Castro.
Este periplo se cerró de manera trágica, con el asalto al Palacio de Justicia en 1985. Tenía el objetivo de realizar un juicio político público al presidente en funciones, por su traición a la paz y la democracia, con la presencia activa de las altas cortes, que quedaron diezmadas por la retoma bestial por el ejército y demás cuerpos armados.
Con la aquiescencia del presidente, y el silencio impuesto por Noemí Sanín, la ministra de comunicaciones la retoma sangrienta elevó el número de muertos a más de 100. De nada sirvieron los intentos de Enrique Parejo, el ministro de justicia, quien se comunicó con su condiscípulo de derecho en la U. Nacional, Andrés Almarales, uno de los comandantes de la operación. Él mismo salió con vida, fue torturado y luego asesinado, es lo que denunció una guerrillera sobreviviente desde el exilio.
Un colofón, la dialéctica de la muerte.
En lugar del diálogo se impuso la dialéctica de la muerte indiscriminada, la tortura, y las ejecuciones extrajudiciales. Esto quedó probado con el asesinato del magistrado auxiliar Carlos Horacio Urán, cuya ordalía está en parte reconstruida por el retrato testimonial de su hija.[9] Ella recordaba 35 años después en un reportaje radial de Caracol, otra frustración, y un asesinato impune, el de su padre, quien antes fue objeto de torturas, porque la inteligencia del ejército lo tenía como sospechoso de ser parte clandestina del M19.
Urán no fue la única víctima de estos procedimientos criminales, una bestial antesala de la modalidad de “los falsos positivos”, que se generalizó en los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez, y no se detuvo en el tiempo de su sucesor, a pesar de las declaraciones testimoniales ofrecidas por el expresidente Juan Manuel Santos, ante la Comisión de la Verdad.
Invocaban los jóvenes de la generación del Estado de sitio, entre otras, a la figura del general radical Rafael Uribe Uribe, que combatió y perdió en la guerra de los mil días. Era un defensor doctrinal de un socialismo de Estado, que se quedó en postulado doctrinal en la recopilación de sus ensayos, silenciado por un bestial asesinato a hachazos, por dos sicarios de origen popular, Galarza y Carvajal, exreclutas, de extracción campesina, a la salida del Capitolio nacional.
De esa manera se cerró el año 1985, con la operación fracasada por los D.H., que condujo a un replanteamiento definitivo de la guerrilla del M-19. En paralelo se adelantaban negociaciones de paz con las Farc-Ep, que condujeron a la creación de la Unión Patriótica para de manera progresiva irse integrando al juego democrático representativo. Para lo cual se incorporaron algunos cuadros guerrilleros, el más conocido de todos, Braulio Herrera.
Luego de una exitosa primera experiencia electoral se multiplicaron los asesinatos de miembros de la UP, a todos los niveles. Hasta que se convirtió en el abierto genocidio de esta agrupación ligada con la negociación de paz, y cuyo cierre fue el asesinato de su candidato presidencial Bernardo Jaramillo, quien había partido cobijas con las Farc-Ep, ante la acusación que repetía que eran parte de la perversa estrategia de “combinación de todas las formas de lucha”. Hubo más de 3.000 muertos, desaparecidos y dirigentes exilados a todos los niveles.
Entre ellos, la entonces concejal por Bogotá, Aída Avella, atacada con rockets en las calles de Bogotá; salvó su vida, se exilió, y durante el proceso de paz del gobierno Santos fue electa senadora en las votaciones de 2018. Es una firme defensora del proceso de paz firmado con las Farc-Ep, y hace parte de las fuerzas de oposición contra el bloque de la guerra que eligió presidente a Iván Duque.
(Continuará)
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[1] Consultar al respecto, el libro colectivo del grupo presidencialismo y participación, El 28 de mayo y el presidencialismo de excepción en Colombia (2007). Unijus, Derecho y Ciencia Política. U. Nacional, Bogotá
[2] Recordar lo hecho en Puerto Boyacá, Magdalena Medio y sur de Bolívar, por Morena y el comandante Ernesto Báez (Iván Roberto Duque, 1955), y su transformación. Aliándose con Castaño, y dirigentes liberales, en la confederación paramilitar de las AUC, un ejército de guardias blancas que contaba con el favor de los gobiernos de Pastrana y Uribe Vélez.
[3] Revisar a manera de contraste los textos del pensador neocon británico Michael Oakeshott.
[4] Jaramillo Vélez, Rubén (2021). La primacía de la praxis. Ensayos críticos en torno a Marx y el marxismo. Editor Juan Carlos García Lozano. Centro Editorial Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia/ Ediciones Veramar. Bogotá, 2021, ps. 326-27.
[5] Jaramillo, Vélez, Rubén (1998). Colombia la modernidad postergada. 2ª edición.
[6] Consultar, García Nossa, Antonio (1985). La crisis de la universidad. La universidad en el proceso de la sociedad colombiana. Plaza & Janés. Bogotá, ps. 214-215.
[7] Unas denuncias que documento que la revista El Manifiesto, el órgano periodístico de la Unión Revolucionaria Socialista, una organización nacida, en buena medida, del laboratorio de las luchas de la segunda mitad de los años 60 y el quinquenio inicial de los 70.
[8] La guerrilla por dentro.
[9] Urán, Helena. Mi vida y el Palacio. 6 y 7 de noviembre de 1985. (2020).
Miguel Angel Herrera Zgaib, PhD, Director Grupo Presidencialismo y Participación, Unijus/Colciencias, Presidente de la IGS-Colombia
Foto tomada de: france24.com
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