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Para repensar la izquierda hay que viajar al Sur

7 abril, 2025 By Jorge Pulecio Leave a Comment

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El 1 de octubre de 1983 llegué a estudiar en Buenos Aires. Me alojé en el Gran Hotel Hispano, en plena Avenida de Mayo, al lado del Café Tortoni que frecuentaba Jorge Luis Borges y que aún existe. Argentina era un hervidero humano. Se iniciaba la transición de la dictadura a la democracia, tras la derrota en Las Malvinas. Colombia era “El Caín de América”, por haber sido el único país latinoamericano que explícitamente apoyó al Reino Unido en esa guerra (Chile también, pero de forma solapada). Turbay fue el Caín. En Colombia aún leíamos la producción académica y literaria de esa Meca cultural que era Argentina. Y Buenos Aires seguía siendo el París del sur. Susanita Giménez deslumbraba en los cabarés en plena avenida Corrientes. Boca Junior y la selección argentina encandilaban, con Maradona. Todo estaba servido.

Mi primer desencanto fue con el peronismo y más concretamente con el sindicalismo peronista. Por aquel entonces yo era obrerista. Venía del Bloque Socialista (Salomón Kalmanovitz, Camilo González…) y de la Unión Revolucionaria Socialista (Humberto Molina, Carlos Jiménez…). Pronto los trotskistas argentinos me demostraron que algunos dirigentes sindicales peronistas salían por las noches a matar muchachitos montoneros y del Partido Revolucionario de los Trabajadores, PRT. Que el candidato presidencial peronista, Ítalo Argentino Lúder, tenía lazos con los fascistas y en 1975 había facultado a las Fuerzas Armadas a asesinar subversivos sin fórmula de juicio… y más otras historias oscuras. Terminé simpatizando con el Partido Intransigente de Oscar Allende, dudando del obrerismo y del peronismo de entonces.

Con el tiempo, he seguido con pena la trayectoria triste de la decadencia argentina. No solo económica y social, sino política y hasta cultural. Ya no deslumbran los economistas argentinos ni sus pensadores. Solo algunos psiquiatras, cineastas y cronistas, así como el gran Messi. Todo parece haberse fermentado lentamente hasta llegar al señor Milei.

No obstante, me llegó un texto de Mario Santucho (https://revistacrisis.com.ar/notas/tema-del-revolucionario-y-la-victima), hijo del comandante guerrillero Mario Roberto Santucho, muerto en combate en 1976, texto que me reconcilió con la cultura y el pensamiento argentino. Por algún lado debe comenzar el reverdecer del gran pueblo argentino, así sea por la crítica constructiva, no solo de la dictadura militar y del militarismo de los movimientos insurgentes, y por la crítica de las políticas neoliberales y de la corrupción e ineptitud de los gobiernos posteriores, sobre lo que ya existe gran consenso, sino por la crítica profunda del propio pensamiento de izquierda.

Sí. En esencia Santucho, así como otros hijos de revolucionarios de los años 60 y 70 del siglo pasado, se arriesga a problematizar el relato del heroísmo de sus padres (la madre fue secuestrada en el mismo combate en que cayó su padre y permanece desaparecida) y más aún, a cuestionar la condición de víctimas y de victimización en que el progresismo ha encasillado a los revolucionarios que fueron masacrados por los regímenes dictatoriales del Cono Sur, y en general de Latinoamérica.

Va más allá Santucho hijo: cuestiona la lectura simplista de separar, ética y moralmente, las condiciones de víctimas y de victimarios, dadas las mediaciones no solo de la tortura y de la propia lucha armada, sino de los propósitos en juego de los actores en la confrontación armada. ¿Cuándo una víctima se convierte en victimario y viceversa, no solo por venganza sino por la propia condición humana, dada la fragilidad de la naturaleza humana ante la crueldad de la tortura o de la propia dinámica de la confrontación armada?

Hasta allí el ensayo de Santucho resulta dramático, doloroso y revelador, pero parece más cercano a la literatura o la psiquiatría que a la política. Al contrario, la lectura del mismo en realidad cuestiona de fondo la estrategia de la lucha armada para acceder al poder, como fue el cometido de la juventud revolucionaria en la segunda mitad del siglo pasado, y al contrario propone otra forma de gestionar la lucha revolucionaria que permita más horizontabilidad y participación popular, ante los riegos del autoritarismo vertical y yo diría, del burocratismo ramplón y conservador a nombre de la izquierda.

Transcribo de forma aleatoria algunos de los textos, tal vez para animarlos a su lectura y a interpretaciones más justas que la mía:

“Entre las operaciones teóricas que desplegamos durante aquel comienzo de

siglo hubo una, precisamente, que consistía en ajustar cuentas con la

generación de nuestros padres. Aunque ellos habían alcanzado un grado de

audacia extraordinario, desafiando al poder al punto de entregar la propia

vida por la causa, nos animamos a cuestionar varias de sus concepciones con

desenfado y sin solemnidad. “Para ser como ellos, hay que cambiar”, dijimos” (…)

“Invertir el orden de los factores era nuestra propuesta: la clave del cambio

social está en la multitud rebelde y en los contrapoderes que se despliegan

desde abajo, no tanto en las vanguardias iluminadas o los dirigentes

carismáticos. La garantía de una transformación virtuosa radica en la

comunidad organizada, decidida a emanciparse y capaz de crear nuevas

imágenes de felicidad, mientras que la dinámica del enfrentamiento bélico

suele subordinar e incluso tiende a interrumpir esa energía popular, porque

confronta al poder con sus mismas armas. Las nuevas insurgencias

mostraban cómo la alternativa al capitalismo surgía de la producción de

afectos en los territorios y de la potencia de la cooperación horizontal, antes

que en la captura del Estado por parte de unos pocos amos liberadores.” (…)

 

“Javier Milei acaba de cumplir un año en el gobierno. Su gestión puede

considerarse exitosa si la valoramos desde sus propios términos, aunque la

mayoría del pueblo argentino la esté pasando muy mal. Se convirtió en un

fenómeno mundial gracias a la radicalidad con que impugna al orden

estatuido. Y a diferencia de la mayoría de los políticos progresistas, que se

moderan al llegar al poder, la extrema derecha parece decidida a capitalizar

el malestar social y el odio contra las élites.” (…)

 

“La inaudita captura del imaginario revolucionario por parte de la

internacional populista está plagada de contradicciones e inconsistencias,

pero resulta verosímil entre otras cosas por la ruptura de sus principales

referentes con todo aquello que huela a “corrección política”. Hay en esa

desfachatez un eficaz cuestionamiento a la hipocresía liberal, que proclama

derechos universales y produce cada vez mayor desigualdad e injusticia.” (…)

“El traidor y el héroe pueden ser la misma persona, lo cual es desquiciante. Pero la elaboración colectiva construye un mito que neutraliza la contradicción y se impone a los propios actores. Estos últimos son piezas conscientes de un juego cuyas reglas resultan inmutables. La heroicidad fundante de una voluntad nacional queda preservada, aunque en su seno anide la incongruencia. La verdad no tiene que ver con lo real en sí, sino con su lógica. A veces se asemeja a un ardid, linda con el engaño, que se alimenta de nuestra secreta complicidad.” (…).

“Alcanzamos así el punto de madurez de la

perspectiva progresista: el ideal revolucionario fue apenas un delirio de

juventud que estuvo lejos de lograr sus objetivos, y encima sirvió a la

dictadura como excusa para destruir las conquistas democráticas. Y menos

mal que no triunfaron los paladines del izquierdismo, porque muy

posiblemente todo hubiera sido peor.” (…).

 

“La deriva genocida del Estado sionista es una demostración

patente de que la condición de víctima no posee dignidad en sí. A diferencia

del sujeto proletario de Marx o del oprimido de Fanon, que portan en su

seno el potencial de una emancipación general y por lo tanto la posibilidad

de una sociedad nueva, la víctima carece de dialéctica superadora. Para salir

de la posición de impotencia, deben transmutarse en perpetradores.” (…)

“Hubo maneras muy dignas de curar las heridas provocadas por el genocidio,

incluso las más dolorosas. Ninguna de ellas consiste en aceptar el cómodo rol

de víctima que las cínicas democracias realmente existentes nos ofrecen. Hay

que mirar a la verdad de frente, sobre todo cuando es amarga, a sabiendas de

que no existe reparación posible. Porque nuestra única venganza consiste en

ser felices. Y la felicidad colectiva sólo se conquista a través de una lucha

incesante, que en determinado momento se convierte en un combate. Como

en el aquí y ahora.” (…).

Volviendo a lo mío, tuve otros desencantos en Argentina. No aprendí a bailar tango ni milonga. Y dos novias me dejaron tirado, una porque le conté que me encantaba la música de Neil Diamond y resultó que ella era palestina. La otra no me dijo por qué. Pero fue culpa mía.

Jorge Pulecio

Foto tomada de: France 24

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