“Alias Popeye no se llevó ninguna verdad, la verdad la sabe el país que decidió convivir con ella y volver héroes a los villanos”. Mario, vocalista de Doctor Krápula.
Murió Popeye y hubo alharaca por el tipejo, tan de caricatura como su alias. Sólo que Jhon Jairo Velásquez, su nombre, se ufanaba de haber matado a más de 300 personas, todas en estado de indefensión. Aunque alardeaba no conocer el miedo nunca protagonizó un acto de valor.
Saltó de las academias de la policía colombiana a las huestes de Pablo Escobar, donde fue matón. No aguantó el ritmo de su patrón y se rindió, por eso sobrevivió a su exjefe. Aparte de su cobardía enquistada, sufría de verborragia, y gustaba de mentir. Estas virtudes lo llevaron a terminar de militante insigne del uribismo, que le dio unos minutos extra de fama y, cuando el movimiento del nuevo patrón estaba en su fina, en Medellín, los seguidores de Uribe le hacían fila a Popeye para tomarse fotos con él.
Tal fue el culto que los uribistas paisas le rendían a Alias Popeye que en un evento sobre la reconciliación, en el cual fue ponente el jesuita Francisco de Roux, se presentó el matón de marras y los asistentes se agolpaban en torno al criminal, mientras el apóstol de la paz salía discreto.
Podría pensarse que el asesino en serie era un gran personaje, pero era individuo anodino, perfecta personificación de la banalidad del mal. Su magnetismo sobre las huestes de Uribe, también banales, era el abultado saldo de crímenes a mansalva.
Aunque se presentaba como lugarteniente, confidente, asesor, hasta el alter ego de Pablo Escobar, sus limitaciones cognitivas sólo le alcanzaron para ser gatillero, eso sí, incondicional del patrón. Ya abatido este sobre un tejado, pasó sus servicios al nuevo jefe del Cartel de Medellín. Servicios que empezaron desde la cárcel.
Porque la batalla contra la verdad del conflicto en Colombia ajusta varias décadas, y Popeye fue precursor del doctor Darío Acevedo en la labor de la desmemoria, Junto con el otro sicario Carlos Castaño que publica “Mi confesión” para mentir sobre hechos históricos y desviar investigaciones. Así aparece nombrando personajes con sus dos nombres y apellidos, como barniz de verosimilitud, en algunos episodios mafiosos, pero los detalles que debía tener para esclarecer crímenes, como el de Guillermo Cano, en esos la memoria siempre le falló, ni recordó a los militantes del Cartel aun activos. Y como dice el vocalista de doctor Krápula, el personajillo sólo se llevó sus mentiras. La verdad que falta la tiene la Fiscalía General de la Nación, y debe informar cuál era la cadena de mando dentro del uribismo que ponía a Popeye a embaucar sobre hechos judiciales, y a hacer amenazas a los adversarios políticos del expresidente Uribe.
Y es que cuando en la pasada campaña presidencial el avance de la candidatura de Gustavo Petro asusta a la derecha ultramontana, se recurre a todas las formas de deshonestidad para ganarle al candidato de la Colombia Humana. Es ahí cuando emplean a fondo a Popeye, a quien ponen a hacer análisis políticos, económicos, geoestratégicos… (Ese tipo de divagaciones deberían dar pistas del jefe del sicario). Cuando fracasa el proyecto uribista de hacer de esa caricatura un orientador de opinión, lo ponen a hacer lo que sí sabe, entonces entra a amenazar a Petro, y a “los colectivos petristas”. Llega a anunciar, en redes sociales, la creación de una fuerza de cien mil efectivos para tal fin. Cuando el senador Iván Cepeda, le puso denuncia penal por ello, la Fiscalía, cautiva de una eminencia de la corrupción como Néstor Humberto Martínez, activa una orden de captura por extorsión, detiene a Popeye, y engaveta el proceso por las amenazas, para mantener incógnita de la autoría intelectual de las andanzas del criminal.
Iván Duque le debe favores al sicario del Cartel de Medellín, este trabajó duro en su campaña, e hizo su aporte en las elecciones que llevaron a Duque a la presidencia y al matón a la cárcel.
Para razonar mejor estas relaciones es necesario cambiar el paradigma de la frontera entre lo legal y lo ilegal, entendida como una línea donde termina una cosa y empieza otra. En Colombia no es así, en esta república cafetera se debe concebir ese paso de la legalidad al crimen como una banda de Moebius, esa figura paradojal de la geometría que es una cinta que al darle un giro y unir sus extremos queda una banda de un solo lado, donde lo externo se torna interno, y vuelve a ser externo o interno según el momento del recorrido, donde se pierde la noción de arriba y abajo, y lo superficial coincide con lo profundo… la distancia entre institucionalidad e ilegalidad tan es una banda de Moebius, que se es legal dejando de serlo, o mediante el fraude y el crimen se consolidad la institucionalidad; o donde la justicia la administran los delincuentes. También, donde los villanos se tornan héroes, y se envilecen los honorables.
Así, aparece el señor Comandante General del Ejército, Eduardo Zapateiro (también implicado en desaparición forzada, y falsos positivos), ofreciendo condolencias por la muerte de alias Popeye, cuando es indiferente al genocidio de líderes sociales que se realiza en la nación. También recuerda que estuvo en la Cuarta Brigada, con sede en Medellín, en aquel 1993 durante la guerra de Pablo de Antioquia contra el Estado, pero, por esas paradojas como de cinta de Moebius, nunca estuvo en guerra contra el ejército, solo contra la policía.
La distancia entre el sincero general, dolido por la muerte del cobarde, y los métodos de mafia es una banda de Moebius. Mientras que el silencio del Presidente Duque al respecto no ha de tomarse a mal, es un signo inequívoco de agradecimiento con el difunto.
José Darío Castrillón Orozco.
Foto tomada de: Pinterest
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