Estos días, en Chile, algunas de sus intervenciones televisivas, en el marco de los debates sobre la nueva Constitución cuya aprobación será sometida a referéndum el próximo 4 de septiembre, se han hecho virales en las redes sociales. Era mi oportunidad de entrevistarle.
En una de nuestras conversaciones me explicó que había sido jugador de rugby y que, gracias al rugby pudo ser periodista, porque este deporte le abrió las puertas de la universidad. Acabó el colegio el año del golpe contra Allende y estudió Periodismo en la Universidad Católica, cuando se abrió la posibilidad de que deportistas destacados pudieran acceder a carreras universitarias. Paulsen jugaba en el Club Deportivo de la Universidad Católica y en la selección juvenil de Chile.
Lo que yo no sabía es que también jugaba al fútbol y que su pericia como delantero centro le permitió jugar en la North Texas State University y hacer un postgrado en periodismo allí y en Austin. Como digo, sabía que había jugado al rugby, pero no al fútbol. Y por esa ignorancia mía y porque no entiendo mucho de ninguno de estos dos deportes, pensé describir en esta introducción el estilo periodístico de Paulsen partiendo de un clasista dicho inglés, según el cual el fútbol sería un juego de caballeros jugado por gañanes (rotos sería el equivalente en Chile), mientras que el rugby sería un juego de gañanes jugado por caballeros. Y entonces Paulsen me dio esta lección:
“Soy un enemigo acérrimo de ese dicho inglés. Nada es más falso que eso. He viajado bastante jugando rugby por la selección chilena, enfrentándome a neozelandeses, sudafricanos, argentinos, uruguayos, y decenas de clubes extranjeros. Fui seleccionado para el equipo de Resto del Mundo que jugó un partido con Argentina en 1986, para ayudar a la provincia de Tucumán, que había quedado asolada por tempestades e inundaciones brutales. He visto delincuentes en canchas de rugby y en canchas de fútbol, igual que gente extraordinaria en ambos deportes. Lo que nació como algo exclusivo de colegios ingleses muy selectos, se trasladó muy rápido a todas las clases populares. Si hay algo que sí caracteriza al rugby y, quizás, lo que le distingue más del fútbol, son dos cosas: el árbitro es respetado de fondo (él tiene la última palabra) y de forma (nadie discute un cobro referil en una cancha de rugby).
Y, segundo, el rugby tiene un concepto que es extraordinario y que materializa lo más fabuloso de cualquier especie: la cooperación.
Al ser obligatorio hacer pases para atrás para avanzar, el rugby acuñó el concepto del apoyo. El apoyo es el jugador que corre detrás o al lado del que lleva la pelota, para que ese jugador sepa que tiene a alguien a su lado, para que pueda pasar el balón antes de que lo tacleen. Sin el apoyo no hay rugby. Ni el más rápido y fuerte de los rugbistas puede hacer todo solo. Necesita tener siempre a su lado el apoyo, que es la garantía de que tu equipo sigue conservando la pelota, mientras te acercas cada vez más a la línea de gol del rival. Sin estar detrás del que corre con la pelota, ese jugador está a la deriva, arriesgando un tacle y la pérdida del balón. Cuando hay apoyo, el que corre lo hace con confianza: si lo taclean, alcanza a tirar la pelota atrás porque sabe que viene alguien que la tomará y continuará la carrera. Bastante distinto a la alegoría de los pobres y los ricos, ¿no?”
En los últimos días, se han hecho evidentes los intentos de ciertos sectores políticos contrarios al ‘Apruebo’ de apropiarse de la histórica victoria del ‘No’ en el Plebiscito Nacional de 1988 que supuso el principio del fin de la dictadura. Hay unas declaraciones tuyas en el programa ‘Tolerancia Cero’ de CNN que se han hecho virales, a propósito de aquella campaña y del uso político que hoy se está haciendo de ella. Explícanos por qué la franja del ‘No’ de 1988 y su carga simbólica, que conoces muy bien porque participaste de aquel proceso, han entrado en campaña de esta forma.
La victoria del ‘No’, en 1988, fue un hito tan extraordinario, tan inverosímil pocos meses antes, que usarlo como referencia para tratar de capitalizar esa energía de entonces y buscar asociarla a una de las opciones, la del rechazo actual, busca generar un nexo emotivo, asociando el concepto del ‘No’ de ayer y del ‘Rechazo’ de hoy. Yo no tengo problema, ni nadie debiera tenerlo, con que gente que ha votado mucho tiempo en posiciones progresistas, esta vez, por la razón que sea, decida votar en contra del borrador de nueva Constitución. Es absolutamente legítimo hacerlo y cada cual verá las razones que lo llevan a votar de una u otra manera. La diferencia aparece cuando esa saga que significó el plebiscito de 1988, luego de mares de muertos y represión por 16 años, es apropiada por un grupo específico, que hace un spot televisivo al respecto, y busca hacer pasar su legítima votación por el ‘rechazo’ de hoy en la lógica de que ese voto es la continuidad natural de la votación del No del 88.
Personalmente, repito, encuentro perfectamente legítimo que quienes no estén convencidos de la nueva Constitución voten ‘rechazo’. Lo que no encuentro legítimo es que personas que jamás se vieron enfrentando en la calle a la dictadura, después que un líder sindical, Rodolfo Seguel, pidió movilizarse contra ella en mayo de 1983, ahora figuren como adalides de movilizaciones que fueron brutalmente reprimidas y donde muchos de ellos brillaban por su ausencia. La menor de esas protestas periódicas tuvo seis muertos; la mayor, más de 20. Y la gente no dejó nunca de salir, de seguir el llamado de sus líderes y de protestar pacíficamente en la calle.
Hubo mucha gente que protestó y sufrió represión que ahora votará ‘Rechazo’ a esta nueva Constitución. A ninguno de ellos me refiero. Tuve el honor de tener como suegro a Belisario Velasco, uno de los 13 demócratacristianos que el 13 de septiembre de 1973, dos días después del golpe, firmaron un texto en contra del golpe de Estado y que fue encarcelado más tarde y relegado al pueblo de Putre, en el norte del país, por meses. Y que hoy vota ‘Rechazo’. Lo mismo con muchos otros que, efectivamente, salieron junto a todo el resto de manifestantes y se jugaron por algo que parecía imposible, ganarle un plebiscito a la dictadura.
Mi mensaje no fue para ellos, que votan ‘Rechazo’; ellos están en mi patio de los héroes. Pero hay muchos otros que hoy se jactan de esa victoria impresionante en 1988 y de las marchas y protestas que lo antecedieron, y que, buscando en mi memoria, no los veo nunca junto a la gente en las calles.
El plebiscito de 1988 nació de una idea que parecía una locura. Usar el texto de la Constitución creada en dictadura, que decía que en 1988 había que refrendar, ciudadanamente, en un plebiscito, si se quería o no que siguiera el gobierno militar. Unas pocas personas de distintos partidos de la oposición de entonces, viendo que la dictadura se eternizaba y que la violencia gubernamental represiva y la guerrillera aumentaban, incluso con un atentado contra Pinochet, propusieron hacer lo que literalmente decía la Constitución del régimen militar: hacer un plebiscito en 1988 y ver si la gente quería que el gobierno militar siguiera ocho años más, o se volvía a elecciones democráticas en 1989. Parecía una locura: no había registros electorales, se votaba con el carnet de identidad. Si hubo alguna vez en Chile un momento de incertidumbre absoluta, un millón de veces más agudo que todas las incertezas combinadas que puede tener el actual borrador de nueva Constitución, ese momento fue cuando Genaro Arriagada y un puñado de otros dirigentes propusieron lo absurdo: ganarle a la dictadura en su propio terreno. Y poco a poco la idea fue haciéndose más visible, más masiva, más probable. En 1987 se crea el Partido por la Democracia, un partido instrumental ad hoc, que recibía personas de cualquier partido que no querían sus nombres vinculados a partidos clásicos que podían sufrir represión. Luego, el 2 de febrero de 1988, se funda la Concertación de Partidos por el No, y ya estamos listos para intentar lo imposible. Todo lo anterior, sin que las muertes cesaran, ni las marchas pararan.
Quienes, legítimamente, claman tener cierta incertidumbre por algunos preceptos de la nueva Constitución y, a base de esa incertidumbre proponen votar ‘Rechazo’, probablemente no se pueden imaginar la incertidumbre que significaba votar ‘No’ en 1988. Nada de lo que se decía se creía, había dudas por doquier. Y, sin embargo, se ganó.
Fui encargado de Noticias de la Franja del No y vi en primer plano las dificultades y los temores que había, y yo mismo temía, sobre el resultado de todo el proceso. Como dije en el programa de CNN, ‘Tolerancia Cero’, no conozco un grupo de personas más extraordinario, en su capacidad profesional, su ingenio y voluntad del pluralismo más extendido posible, que quienes fueron responsables de la confección de la Franja del No. Que tenían detrás la base de las protestas pedidas en mayo de 1983 por los trabajadores del cobre y que duraron hasta julio de 1986, sirviendo de plataforma para la movilización electoral que se abriría en octubre de 1988.
Yo no sé si me tipificaría como un “periodista de izquierdas”. Indudablemente, mi trabajo ha estado más ligado al enfrentamiento –primero– con la dictadura y luego he tenido un variada muestra de trabajos, siempre asociado al análisis político, entrevistas y el deporte, en radio, medios escritos y televisión. Pero no me considero militante de una concepción cerrada de visión política. Nunca he militado, ni he tenido la intención de hacerlo. Probablemente, si hay que hacer un arquetipo de asociación de ideas que yo tengo, muchas van a estar más cerca de la izquierda que de la derecha. Pero soy un periodista que se tituló y estudió la mayor parte de su vida en Estados Unidos, donde volví, con mi familia, en 2007, para sacar un Máster en Administración Pública, en Harvard, porque necesitaba entender lo que es en el periodismo uno de las mayores fuentes de noticias e información relevante: el Estado. Entender la lógica y vueltas del Estado, para un periodista que hace análisis político es imperativo, porque las cosas suceden en escenarios definidos por una institucionalidad, con facultades, razones y eventos que normalmente se desconocen. Entender a tu principal fuente de información y noticias me pareció imperativo y sigo estudiando eso mismo con cada nuevo gobierno que llega al poder, y con cada movimiento civil que apunta a que hay que hacerse cargo de situaciones que dejaron de ser individuales, y ya abarcaron a muchos, cambiando la fisonomía conocida hasta hace muy poco.
Durante la dictadura, en la Revista Análisis, donde yo trabajé hasta el retorno a la democracia, había colegas de muchos lados: miristas, comunistas, democratacristianos, socialistas y varios sin partido, como yo. A nosotros se sumaba una colección siempre ampliable de columnistas, desde el exilio hasta lo largo y ancho de Chile, que contribuían con sus reflexiones. Fui el redactor político de Análisis varios años y tuve que conocer de cerca la realidad partidaria chilena. Había seis partidos socialistas, diferenciados por los apellidos de sus secretarios generales ( PS de Núñez, PS de Almeida, etc.) u otros creados ad hoc (PS La Chispa). Con todos ellos había que entenderse, para informar sobre la contingencia. Una cosa similar antes y después del plebiscito de 1988 con la derecha. Los partidos empiezan a tomar independencia relativa en algunas áreas de la dictadura, entendedores que el tiempo que venía sería otro. Y tuve que reportar y entrevistar a muchos nuevos líderes de la derecha, algunos con mucha vinculación con la dictadura y, también varios otros que ya entonces empezaban a hablar de una democracia en serio hacia adelante.
Javier Velasco, el embajador de Chile en España, me contó que te escuchó decir en una conferencia en 2006 que es siempre preferible que los propietarios de los medios sean extranjeros porque, de esta forma, se desinteresan mucho más de los asuntos políticos chilenos y eso ofrece más libertad a los periodistas respecto a cuando los propietarios son grandes empresarios del país. Más allá de que ningún propietario de medios, tenga el pasaporte que tenga, consentiría que, desde sus medios se perjudiquen demasiado sus intereses, ¿crees que los grandes apellidos del poder mediático chileno están militando de manera indisimulada en el ‘Rechazo’?
Los medios de comunicación, en cualquier democracia, no son neutros, a pesar de que sus periodistas escriban reportajes bien equilibrados, incluyendo diversas visiones si es necesario. Desde la tapa hasta la última página, de papel o electrónica, siempre ha habido un cuidado por la forma de redactar, especialmente, noticias políticas o económicas. Normalmente los medios tienen reunión de pauta, y las distintas secciones pujan por tratar de llevar su noticias más importantes en la primera página.
Mi experiencia en varios medios me dice que, contrariamente, a lo que se puede creer, un buen trabajo es reconocido por los dueños, incluso si el artículo tiene que ver con el poder central, e incluso si los dueños del medio estuvieron relacionados con ese poder central que se critica.
Cuando era director del diario La Tercera publiqué una controversia entre Pinochet y su exjefe de inteligencia, Manuel Contreras, a raíz de declaraciones de éste último de que todas las actividades de la DINA –la agencia de inteligencia de la dictadura– eran conocidas por Pinochet en informes diarios. Pinchet se querelló contra mí a raíz de la publicación de las palabras de Contreras. En el directorio del diario La Tercera había personas que habían servido en ministerios de la dictadura, me llamaron y conversamos sobre el caso. Me preguntaron si efectivamente había sido Manuel Contreras el que decía aquello. Dije que sí, y que incluso un par de medios más lo habían captado, uno de ellos del extranjero, no recuerdo cuál. Uno de los creadores del modelo económico de la dictadura, Sergio de Castro, era uno de los dueños de La Tercera. También estaba un exministro de la Vivienda y luego exministro secretario general del gobierno de Pinochet, Miguel Ángel Poduje. Por nombrar solo a dos. Me preguntaron si la historia era real, les dije que sí. Y todo el directorio, sin excepción, votó por no hacer lo que pedían desde La Moneda –una entrevista a Pinochet con periodista designado, para retirar la querella– y apoyaron la continuación del juicio y el respaldo a mi abogado, Luis Hermosilla. Por unanimidad se resolvió apoyar al abogado y seguir el juicio, que falló a mi favor. Eso fue muy importante, porque varios de los directores de La Tercera tenían muchas razones para dudar de la certeza de lo informado, dado quien se querellaba. Y primó, a mi modo de ver, una decencia profesional extraordinaria del directorio, que agradezco hasta hoy.
Eso y otras cosas más me llevaron a plantearme que, salvo excepciones que pueden ser muy nocivas, los medios de comunicación dedicados a la información noticiosa, en gran parte tratan legítimamente y decentemente de cumplir su labor. Siempre puede haber sesgos e instrucciones de mandamases que fijen la excepción del caso, pero en Chile el principal sesgo está –como en muchas partes– en el tratamiento noticioso, el volumen de noticias que afecten a personajes simpáticos a las ideas de los dueños versus la cantidad de aquellas que apuntan a personajes de ideas contrarias. Donde lo “bueno” se minimiza y lo “malo” se amplifica hasta el hartazgo. Si la relación de un director de medios con su directorio es sana, profesional y abierta, es muy difícil –salvo que se haga periodismo partisano– que las noticias que deban salir en el medio no estén en él.
En mi caso, la única autoridad que me ha censurado, en toda mi vida profesional, no fue una exautoridad de la dictadura. No, fue el director de Televisión Nacional, ya en democracia, René Cortázar. El papa viajaba a Cuba y quise tener en mi programa de entrevistas nocturnas, ‘Medianoche’, al exministro y exembajador de Pinochet en el Vaticano, Francisco Javier Cuadra. Me llamó el director, apenas empezaron a salir los anticipos de la entrevista, y me dijo que no podía llevar a Cuadra, porque él –según el entonces director– era clave en un proceso para derribar la nueva democracia, asociada a una entrevista en la revista Qué Pasa, donde Cuadra denunciaba que había parlamentarios de derecha e izquierda que se drogaban. Le dije que mi tema era la visita del papa a Cuba y necesitaba a un experto y, Cuadra efectivamente lo era. Me respondió que Cuadra estaba impedido de salir en TVN, que cambiara el invitado. Le dije que no, porque si cambiaba el invitado no se iba a notar la censura. Opté por cambiar el tema. Avisé a Cuadra, que ya estaba contactado. Y llevé a alguien que no recuerdo, a conversar sobre un tema noticioso contingente que tampoco recuerdo.
Lo que sí es recurrente en medios importantes es la relación entre las noticias y los avisadores (anunciantes). Todos saben eso. Es una caricatura eso de que el dinero manda, porque no es verdad. Pero sí protesta cuando se siente agredido y tiene una ruta de acceso a veces muy expedita, para dar a conocer su queja. Como en todos los medios, lo importante es cómo se enfrenta el hecho. Y cómo se es de transparente. Salvo pequeñas cuestiones, muchas derivadas de errores periodísticos, las cosas se pueden resolver con plena satisfacción para todos.
Hay una zona donde la situación es distinta en los medios, especialmente los medios que tienen páginas editoriales. Probablemente se conoce que, por ejemplo, en Estados Unidos, los medios de comunicación a la hora de elecciones mayores dan su apoyo a uno u otro candidato. En inglés, por ejemplo, el New York Times puede sacar en sus páginas editoriales una columna que dice que el “NYT endorses Tom XXX for President”. Este es un apoyo de los dueños, no de los reporteros, fotógrafos, etc. Por eso sale en páginas editoriales, donde la soberanía es de la opinión y selección de los dueños, mientras que en todo el resto del diario, la selección de temas y noticias es de carácter profesional.
En países muy desiguales, como Chile, es probable que los dueños de los medios más importantes puedan en ocasiones hacer ver su posición con mayor frecuencia que las otras. Pero creo que el periodismo en Chile es bastante más profesional. Cuesta encontrar hoy vacas sagradas, intocables, que hagan durar por mucho tiempo una forma sesgada de mirar las noticias. Además, con todo lo malo que traen las redes sociales y lo nocivas que son las fake news, también es por ahí por donde surgen las imágenes que delatan un significado distinto. Y la ciudadanía hoy maneja periodísticamente su celular con más expertise a veces que los profesionales. No por nada, uno de los libros más citados en escuelas de Periodismo del mundo entero es “We’re all journalists now” (Ahora todos somos periodistas), de Scott Gant. Y, aunque el ego nos duela, hay bastante verdad en la frase.
Hemos tenido la Convención Constitucional más pluralista, y mejor distribuida de la historia. Con paridad de género, escaños reservados para Pueblos Originarios, la presencia de independientes, como nunca antes en una asamblea, además de los representantes de partidos tradicionales. Nadie puede calificar la Convención Constitucional de tener poca pluralidad. Nunca ha habido en la historia un grupo más ampliamente distribuido que este. Lo que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Entre las buenas está lo obvio: aparecen ideas que no se esperarían en grupos clásicos, que repiten la rutina histórica y nunca van contra la inercia del establishment. Pero también en esa enorme vastedad de opiniones hay lugar para lo que denominamos “gustitos”: causas personales, que juntando unos pocos votos pasan a estar listas para redactarse. O la búsqueda de venganzas históricas, favoreciendo la eliminación de artículos o incluyendo otros, que no tienen más horizonte que ser lo contrario de lo que había.
Donde sí ha habido, a mi juicio, un hecho inesperado ha sido en la relación que se ha develado entre los ciudadanos de Chile y los pueblos indígenas. Bastaron pocas líneas de derechos para pueblos originarios, cambios en el sistema de justicia, acceso garantizado a recursos básicos como el agua, y lo que hemos visto aparecer ha sido un escondido resentimiento antiindígena muy notorio. Un porcentaje muy grande de las quejas del texto son por la idea, amplificada hasta el cielo por fake news, de que los indígenas se ven favorecidos, a costa de que los demás chilenos pierdan derechos y accesos. Chile es un país que venera en su historia de independencia a caciques mapuches, como héroes ante los españoles. La educación escolar está llena de esa mirada complaciente y heroica del pueblo araucano. Pero, muchos años más tarde, en medio de la redacción de una nueva Constitución, que nunca antes los había nombrado siquiera, la sola idea de que los pueblos originarios chilenos alcancen no sólo reconocimiento constitucional, sino también derechos culturales propios y un sistema de justicia propio, que –sin embargo– tiene a la Corte Suprema como última palabra, ha causado bastante más indignación, que otros acápites que prometían ser bastantes más peleados.
Creo que en Chile no podemos hacer lo que se hace en otros países, como EE.UU., Argentina, España, que es reflejar, en nuestras series de televisión y películas de cine, la realidad sin ocultar hipócritamente determinadas situaciones. No es posible –sin que haya directriz explícita para eso– hacer películas o series en Chile que muestren a políticos corruptos, o a policías recibiendo coimas, o a empresarios buscando intencionadamente explotar al consumidor, aunque sea en situaciones de un drama ficcional. Esas series, El Marginal, o El Reino, o estadounidenses, desde Sérpico hasta The Shield, o Sons of Anarchy, o Cop Land, hay que ir a verlas a canales argentinos. Repito, ni en ficción es posible ver ese tipo de series, aunque los medios publiquen casi a diario noticias de actos de corrupción en las Fuerzas Armadas o en la policía, o actos de colusión empresarial y evasiones tributarias legendarias. La ceguera voluntaria de nuestros medios a la hora de lidiar con temas como la relación con los pueblos originarios y demás hipocresías, han mostrado que estamos hechos de un porcentaje nada despreciable de resentimiento antiindígena, antipobres, antiempresarios, antipolíticos, y a la hora de armar un país en una nueva constitución, en ocasiones ha primado lo que se desprecia, antes que lo que conviene a todos.
NOTA. Matías del Río es un polémico periodista chileno que, recientemente, fue despedido y, tras una campaña de protestas de partidarios del ‘Rechazo’, readmitido en la televisión pública chilena. Para no imponer mi sesgo (muy crítico con Del Río) a los lectores de CTXT le pido a Paulsen una nota aclaratoria sobre el personaje. Me dice lo siguiente:
“Matías del Río es un periodista chileno, conductor de espacios de entrevistas de contingencia. Un liberal en varios valores y más bien partidario del modelo económico actual chileno. Co-conduce un espacio de opinión en Televisión Nacional de Chile, entrevistando a actores de la actualidad chilena cada semana. Un par de directores de TVN lo calificaron de sesgado e inconveniente para el canal, y el director de prensa lo sacó momentáneamente de su espacio, lo que provocó un revuelo, por lo que se entendió –correctamente en mi opinión– un gustito de un par de directores del canal que solicitaron su salida. Se generó una polémica muy interesante sobre libertad de expresión, y el mismo directorio pidió su reingreso en TVN una semana después”.
Sobre el caso de Matías del Río debo hacer antes un disclosure. Matías no sólo es mi amigo, sino la persona que me ha acompañado en todas mis aventuras periodísticas, desde mediados de los 90, cuando lo llevé a trabajar conmigo a La Tercera, pasando por ser partner en la radio, en la televisión, quien hacía mi programa ‘Última Mirada’ en Chilevisión, cuando yo estaba ausente, panelista del programa ‘Tolerancia Cero’, ocupando mi lugar, cuando fui a sacar un posgrado a Harvard, en 2007. Matías hace, igual que yo, periodismo interpretativo, análisis y entrevistas, más que reportear contingencia diaria. Es una persona cercana a ideas de derecha, pero absolutamente serio en su trabajo y con un sentido de humanidad enorme. Lo que se vio ahí, más que un proceder inapropiado de Matías, son los restos de un directorio de TVN que todavía sigue la lógica del sistema binominal. Donde los asientos se distribuyen por ideología: ‘Hoy me toca un director mío, mañana te toca uno tuyo’. Lo que termina pasando es que esas personas adquieren un poder indebido, según cuáles sean las mayorías del momento. Se quejaron un par de directores y eso movió al jefe de prensa a tomar decisiones, que después fueron revertidas, cayendo TVN en un momento de indignidad innecesaria.
Matías no hace periodismo distinto a los demás. Conoce el oficio. Puede cometer errores como cometemos todos, sobre todo cuando se entrevista en vivo. Pero aquí hubo un test de poder de algunos en el directorio absolutamente inapropiado y que resultó en un boomerang muy dañino para la imagen de TVN.
Dos citas históricas para iniciar la respuesta a la pregunta de las fake news.
“Una mentira puede viajar por medio mundo cuando la verdad todavía no se abrocha los zapatos”. Mark Twain.
“Cuando hay una inundación, lo más difícil es encontrar agua potable” Jordi Évole.
En lo que coinciden ambos autores es en que la mentira, en muchas ocasiones, es más rápida y más extensa que la verdad. La de Twain plantea que mentir es un acto que provoca resultado inmediato. La de Évole apunta a que cuando campea la mentira, encontrar la verdad es mucho más difícil.
En Chile, la mentira por vía electrónica no tiene dueño exclusivo. Las redes sociales hierven con cada nueva falsedad disfrazada de certeza. Y eso se expande como reguero de pólvora. Pero es interesante detenerse un rato y mirar la mentira que está enfrente de nosotros. ¿Cómo se construye? ¿Por qué se creó? ¿Cómo se verificó? ¿Y si no me conviene verificarla?
Veamos. Para que nazca una fake news tienen que pasar al menos dos cosas antes: alguien debe querer iniciarla (una fake news no es un acto casual, accidental. Es intencional, obedece a una disposición manifiesta de mentir). Segundo, el receptor que busca la fake news no es cualquier receptor. Debe ser alguien que, ojalá, tenga ya el sesgo del que capitaliza la fake news. En otras palabras: la fake news no mete ideas en tu cabeza. Lo que hace es reforzar las ideas que ya tienes. Por eso funciona tan fácil en ambientes de mucha xenofobia: si esa tribu o esa raza me asusta, me violenta, o desconfío de ella, lo que me digan de esas personas refuerza mi creencia, y siempre queremos no estar equivocados en lo que creemos. Por lo tanto, con un mínimo de evidencia, si es que necesito alguna, lo que me dicen lo creo, porque apunta a lo que yo ya creía, y esto demuestra que estaba en lo cierto.
Un extraordinario libro de Farhad Manjoo, desgraciadamente no lo he encontrado en castellano, es True Enough (Suficientemente cierto).
En él busca, primero, contestar la siguiente pregunta: ¿cuánta evidencia necesito tener para creer que lo que me dicen es verdad? Y, en serio, se necesita muy poca evidencia. Por lo que decía antes: las fake news llegan más rápido y son asumidas más temprano por gente que ya tenía un sesgo sobre la materia tratada. Para graficarlo con un ejemplo falso: si llega un rumor de que Brad Pitt tiene, desde hace 15 años, un hijo de una noche de juerga con Elsa Pataky, y el rumor contiene una foto de un joven rubio, muy buen mozo, de buen cuerpo, gran parte de quienes lean aquello no van a necesitar más pruebas para esparcir la noticia: “Es igualito a Brad”. Pero si la foto muestra a un muchacho senegalés que juega en las inferiores del Barça, la duda salta de inmediato y la fake news no sirve. Manjoo busca los elementos que en distintas fake news del mundo fueron lo suficientemente plausibles, como para que la gente creyera en la noticia. Y, en realidad, esos elementos de verificación pueden ser muy mínimos, el color del pelo, la sonrisa, lo justo para que me sirva a hacer plausible la noticia. Y, por lo tanto, estar en condiciones de reproducirla y difundirla con bajo riesgo.
No hay en Chile más fake news que en otras partes. Y no son todas propiedad de un mismo sector ideológico. Lo que vemos hoy es un embate comunicacional contra un producto emanado de un conglomerado más de izquierda que de derecha, por lo que quienes atacan la nueva constitución son los que tienen la misión de desbaratar su posibilidad de llegar a consolidarse. Y por eso tienen mucha más comunicación por redes que quienes defienden la misma Constitución. No hay simetría entre el esfuerzo de darla a conocer y contestar preguntas sobre las dudas que pudiera haber, y la necesidad de combatirla, que no requiere mucho esfuerzo intelectual –que también hay, por cierto, no solo se plantan fake news– y que consiste, básicamente, en introducir la variable más importante a veces, especialmente en decisiones sobre cosas que antes no existían. Es decir, cosas que no eran parte de la rutina e inercia conocidas por años, que podían no gustar del todo, pero al menos se conocían y uno sabía cómo lidiar con ellas: esa variable se llama miedo. Las fake news, aplicadas a algo nuevo, capitalizan sobre la inseguridad que toda novedad trae.
Esa incertidumbre que se genera con algo nuevo en lo cotidiano, hasta que uno aprende y lo hace parte de sus rutinas, en el caso de la nueva Constitución es un espacio lleno de miedo. Miedo propio y medio inducido por fake news. Que busca capitalizar en sesgos que ya se tienen sobre los indígenas, sobre la garantía de propiedad privada, sobre los recursos naturales, especialmente el agua, sobre el sistema político y quiénes van a ser los que me representen mañana, a la hora de dar un voto.
Por cierto, las fake news se pueden verificar y se puede saber si, al final, es una verdad o una mentira. Pero es un proceso costoso, en el que el ciudadano promedio no tiene más herramientas que ir a preguntarle al vecino, al cura o al doctor. Porque leer y entender un texto constitucional es difícil, donde caben decenas de interpretaciones y porque, lo más importante, vivir en permanente incerteza, hace daño emocional. Por lo que la persona busca, pregunta, hasta que algo lo satisface y ahí se ancla. Y a partir de ese momento, lo que haya entendido –real o falso– se transforma en el núcleo de convicciones sobre el tema, que le permiten escudarse en ellas y creer –a partir de ahí– sólo las cosas que calcen con la nueva idea.
Pablo Iglesias, doctor por la Complutense, universidad por la que se licenció en Derecho y Ciencias Políticas. En 2013 recibió el premio de periodismo La Lupa. Fue secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno.
Fuente: https://ctxt.es/es/20220801/Politica/40570/fernando-paulsen-chile-constitucion-fake-news.htm
Foto tomada de: https://ctxt.es/es/20220801/Politica/40570/fernando-paulsen-chile-constitucion-fake-news.htm
Deja un comentario