Nació en la mitad del siglo pasado, en el año 1950 en Ibagué, desde joven mostró su inclinación por lo intelectual, voraz lector mientras sus generacionales pateaban un balón de futbol, en el emblemático Colegio San Simón de su ciudad, ingreso a la Universidad Nacional de Colombia a su Facultad de Derecho y allí vivió la intensidad del movimiento estudiantil de los primeros años de la década de los setenta, conoció el archipiélago de las organizaciones de izquierda y puso su cabeza y su corazón en la causa de transformar una realidad de exclusiones e injusticias, así se mantuvo hasta el último de sus días.
El Camilo que yo conocí a mediados de los años ochenta, me impresionó por su talante de intelectual comprometido, el “intelectual orgánico”, que vive y piensa desde un conocimiento y un trabajo ligado a los grupos sociales que buscan un camino de cambio, de transformaciones, de soñar con los pies en la tierra, de vivir la máxima de que no solo se trata de entender la realidad, sino de transformarla, con acción colectiva, con propuestas, explicando lo que no funciona correctamente y siendo capaz de decir y proponer como debe ser la vida en sociedad, desde su complejidad y disputas, desde los conflictos que nos convocan y nos duelen, ese fue un derrotero del Camilo que conocí, un hombre siempre pensando y trabajando por entender, explicar, participar de la acción para avanzar en una senda de inclusión y democracia de mayor calidad.
Siempre me impactó de Camilo, su profundo sentido de lo justo, del actuar correcto en todos los planos, de lo digno y del caminar por esta Colombia buscando diálogos y concertaciones entre diferentes, sin perder su esencia de un hombre con la cabeza y el corazón en la lucha popular.
Camilo nos deja su enorme carcajada, su irreverencia, su tono desafiante de pensar con rigor y fundamento, su pasión por el conocimiento y la acción, nos deja mucho y los llevamos en el corazón.
Luis Eduardo Célis, Red Prodepaz
Foto tomada de: las2orillas
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