En el sector agropecuario, silvicultura, caza y pesca, la situación fue contraria. Durante la pandemia y los confinamientos este sector mantuvo sus promedios históricos de crecimiento, logrando además mostrar su relevancia en el mercado local al mantener una oferta de alimentos que a través de circuitos cortos lograron una oferta sostenida. En el primer trimestre de este año se vino abajo, decreciendo al 2.4%. A esto se unió el incremento en la pobreza rural y unos escenarios bastantes complejos de devaluación de la moneda, problemas de acceso a insumos, entre otras cosas por los problemas internacionales de logística y en especial por la guerra entre Ucrania y Rusia que comprometen el 41% de nuestro consumo de abonos y fertilizantes. El resultado de esto conlleva necesariamente a una menor producción y consecuentemente a un mayor nivel de precios (inflación) de productos agropecuarios. Es decir, se trata de una bola de nieve entre mayores precios, menor producción, requerimiento de importaciones y un deterioro profundo del sector, una continua desruralización que terminará por afectar la vida no solo del 24.5% de la población que vive en la ruralidad, sino a todo el país que debe comprar alimentos cada vez más costosos.
Al analizar por subsectores, hay situaciones que vale analizar con más detalle. El sector de Silvicultura y extracción de madera presentó un excelente comportamiento al crecer el 82.1%, sin embargo, en el total aporta poco ya que representa el 3.8% del sector. Igual situación ocurrió con la Pesca y la acuicultura que representa el 3.5% sectorial y creció el 11.6%. No obstante, los subsectores de mayor relevancia sectorial presentaron comportamientos negativos:
A. El subsector de cultivos agrícolas que representa partidas como: transitorios; permanentes; Propagación de plantas (actividades de viveros, excepto viveros forestales); actividades de apoyo a la agricultura y la ganadería, y posteriores a la cosecha, explotación mixta (agrícola y pecuaria) y caza ordinaria y mediante trampas y actividades de servicios conexas, que representa el 59.1% del sector, decreció el 3.1%.
B. Le sigue en importancia la ganadería que representando el 25.8% del sector decreció en el trimestre el 0.7%.
C. El cultivo de café que viene teniendo dificultades, aun a pesar de los altos precios en los mercados internaciones, decreció el 17.5%. El cultivo permanente de café es el 8.3% del sector.
Desafortunadamente, estas cifras siguen mostrando como el sector agropecuario más silvicultura, caza y pesca, se mantiene en la marginalidad. No solo su crecimiento en las últimas décadas ha tenido una menor velocidad que el conjunto de la economía, sino que hay otros elementos que han marcado su marchitamiento, tales como: la baja productividad y competitividad; el escaso financiamiento e inversión; la mayor oferta de importaciones que da al traste con buena parte de la producción interna; las dificultades logísticas de las economías campesinas quedando a expensas de los intermediarios; a lo que hay que agregar las dificultades educativas, tecnológicas y sociales. Esto ha conducido a una realidad que el país no quiere reconocer: la desruralización que el país ha tenido en las últimas cuatro décadas. Y esto no está explicado simplemente por la mayor participación de otros sectores en la economía (desruralización relativa), sino que ha conducido a las pérdidas de valor sectorial a través de la pérdida total de algunas producciones (desruralización absoluta). En los últimos 17 años, del crecimiento de la economía, el sector agropecuario aportó el 3.9%: los cultivos aportaron el 2.5%, la ganadería el 1%. La silvicultura y la pesca el 0.2% cada uno, y el café aportó al crecimiento el 0.1%
Ante este panorama nada halagador, el país enfrenta hoy uno de sus más grandes retos: garantizar la seguridad alimentaria, sostener la producción local de alimentos y hacer que esto se realicen a partir de condiciones socialmente justas y con la protección de los recursos naturales, el medio ambiente y el uso adecuado de las energías; es decir, hoy uno de los grandes propósitos nacionales debería ser la sostenibilidad alimentaria.
No obstante, las propuestas programáticas en las campañas presidenciales dejan bastantes dudas. No solo se parte de diagnósticos limitados, e incluso mediados por creencias o dicotomías que no son válidas en todos los casos, sino que los propósitos, promesas o proyectos futuros se quedan en lugares comunes, en las mismas estrategias que siempre se han abordado y que son precisamente las que tienen al sector en donde hoy está. Es particular los dos programas que más profundizan (Petro y Fajardo) tienen elementos similares entre sí, basados parcialmente no solo en la Misión para la transformación del campo sino en el punto uno de los acuerdos de La Habana. Los demás programas están en deuda aun frente al sector. Ha sido una campaña cargada de comentarios ligeros frente al sector con más creencias que certezas, incluso desconociendo los aportes que desde la academia y la sociedad civil se han realizado. De verdad que el sector agropecuario y en general la ruralidad merecen no solo más atención, sino el respeto de quienes aspiran a dirigir este país.
Un pacto nacional por la ruralidad, desde las ciudades hacia los campos, terminando además la nefasta dicotomía campo – ciudad, rescatando la idea del territorio como el espacio socialmente construido, en recuperación de la producción y la vida digna de productores, campesinos, campesinas y jóvenes rurales, debería ser un propósito de país. Garantizar la sostenibilidad alimentaria, mejorar las condiciones de productividad y competitividad, tienen que ser la ruta para encontrar nuevas formas de producir, de vivir y de estar en los territorios. Pactos que permitan agendas de largo plazo y la concertación entre los distintos agentes en los territorios que admitan abordar el presente y el futuro con mejores modelos de desarrollo.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: Semana.com
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