¿Cómo se forman estas situaciones de contraste entre “representados y representantes” que desde el terreno de los partidos (organizaciones de partido en sentido estricto, campo electoral parlamentario, organización partidista) se transmiten a todo el organismo estatal, reforzando la posición relativa del poder de la burocracia (civil y militar), de las altas finanzas, de la iglesia, y en general de todos los organismos relativamente independientes a las fluctuaciones de la opinión pública?
En cada país el proceso es diferente, aunque el contenido sea el mismo. Y el contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente…Se habla de “crisis de autoridad” y esto es justamente la crisis de hegemonía, o crisis del Estado en su conjunto. Antonio Gramsci, Observaciones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos políticos en los periodos de crisis orgánica. Cuadernos de la Cárcel, 1932-1934.
Hace algo más de un siglo, en 1918, la modernidad que salía de la devastadora tragedia de la gran guerra se conmovió con otra, la pandemia que tuvo sus orígenes furtivos en los Estados Unidos. Fue también el primer tiempo del fallido proyecto de la Sociedad de las Naciones, promovido por un liberal conservador y racista, Woodrow Wilson.
Aquel virus se expandió con ferocidad por la península Ibérica y con velocidad por el resto del orbe. Hasta hacerse célebre con engañosa tristeza como “grippe española” que cegó millones de vidas. Mientras tanto el sistema capitalista salía mal de la crisis, con las sanciones impuestas por los envalentonados vencedores en Versalles.
En lo político se pasó de la estrategia de la guerra permanente que orientó la disposición revolucionaria de los primeros comunistas, junto con liberales radicales de cuño jacobino y anarquistas desde 1848, a una nueva estrategia, la guerra de posiciones política que aprendía de Moltke, Petain y, sobre todo, de la doctrina de las “operaciones profundas”, de Mikhail Thukachevsky (1893-1937), quien estuvo al frente de la armada roja que rompió el asedio de los ejércitos aliados sobre Rusia al triunfo de la revolución.[1]
En lo ideológico y cultural, pronto Europa cayó en la febril somnolencia de los fabulosos “años 20”. Marchaba con derroche de energía, estupefacientes y cine monumental, con el fantasma del colapso financiero primero, y político militar después, para encadenar al mundo a un desastre humano mayor, la II Guerra Mundial. Para que el capitalismo mundial adquiriera adultez, al tiempo que cultivaba las primeras inmediatas “canas”.
Rusia experimentó también la revolución democrática y socialista que derrocó a la autocracia de los Romanov, durante los 10 días que estremecieron al mundo. Lo escribió John Reed, muerto también víctima de la enfermedad en el teatro de aquellos acontecimientos, lejos de su tierra.
Luego, en octubre de 1929, el crack de New York trajo una hecatombe para el trabajo humano, y el suicidio para no pocos especuladores de la Bolsa. En pocos días, el lujo y el derroche fabuloso de riqueza y productividad humana, luego de la breve recuperación de 10 años, condujo a la severa depresión del joven sistema capitalista, para que madurara después de esta “borrachera sangrienta”.
Así encontró de modo bestial el límite a la “libre competencia”, y deshizo los dictados de la así llamada “mano invisible”, en parte novelada por Adam Smith en La riqueza de las Naciones. Fue un libro de obligada lectura y consulta, cuando Marx se devanaba los sesos en sus agotadoras y provechosas jornadas de estudio cubierto por su raída chaqueta e inventiva en las recias bancas del Museo Británico, mientras desentrañaba de modo laborioso y encomiable los misterios del capital y los plasmaba en la forma mercancía con lógica implacable.
Un excurso teórico y metodológico necesario
“En México, la crisis del estado duró 35 años, y llegamos a la crisis de hegemonía. Se expresó con la insurrección electoral. La crisis está, pero no hay todavía una nueva relación entre Estado y sociedad civil. Lucio Oliver, ponencia, XII Foro Palabra y Acción, 8/7/2020. Trascripción libre.
Con esta vuelta ejemplar y vertiginosa al siglo pasado del sistema capitalista, afectado en aquella oportunidad por una crisis orgánica de larga duración, que arrancó de las postrimerías del siglo XIX, regresemos al presente de otra, la que empezó en Colombia en 1947-1948, en la compañía teórica de otro lúcido y esforzado analista político, Antonio Gramsci.
Él es el protagonista subalterno del preámbulo de aquel desastre que cauterizó a sangre y fuego la II Guerra Mundial, eso sí, de modo provisional. Claro, me refiero a otro gran periodista, convertido pronto en líder de los obreros de Turín, la gran ciudad obrera de Erurpo, y pensador político de los consejos de fábricas como forma colectiva de autonomía frente a la explotación capitalista, a quien cité in extenso en el epígrafe que encabeza este ensayo.
La intención enseguida es compartirles un análisis de coyuntura, que lee las cosas desde el Sur latinoamericano. La ocasión es propicia, pues celebramos el XII Foro Internacional Virtual Palabra y Acción, los días 6,8 y 9 de julio.
Lo hago basándome, en lo posible, en un ejemplo de epistemología de ruptura. Que es la que inspira el trabajo für ewig realizado por Gramsci en sus Quaderni, un total de 33, que el sardo pergeñó con voluntad de hierro en el prolongado y asesino encierro al que lo sometió su excompañero de viaje socialista, Benito Mussolini, en Turi, Bari desde 1929 hasta 1935.
A la vez, este es un diálogo de otra manera con Boaventura de Sousa Santos, el talentoso estudioso portugués de la sociología jurídica y del trámite perturbador de la posmodernidad europea, que, en principio no niega, sino que aprovecha para reconducir sus primeros estudios socio-jurídicos, acerca de la democratización del derecho, que empezó como brillante egresado de la Universidad de Coimbra; y émulo escritural con estilo propio de la soberbia obra literaria, de su paisano campesino, el nobel José Saramago.
Con ellos, intento mirar ahora en dirección contraria, a la que para Colombia recomendó el presidente gramático, Marco Fidel Suárez hace un siglo, el réspice polum. Una impronta que todavía marea a la generación reaccionaria de nuestro tiempo que lidera alguien a quien herederos de la ácida pluma de José María Vargas Vila distinguen como el <<Inombrable>>.
Bautizado también de forma cáustica con el remoquete de Matarife, dándole el protagonismo de una serie de ágil formato, dedicada a narrar con coherencia la política pública de guerra en Colombia, que embozada con el rótulo de “seguridad democrática” está dirigida a derrotar la resistencia armada y desarmada de los subalternos que lleva algo más de medio siglo.
Es parte de una operación de la guerra de profundidad, una guerra de posiciones en la sociedad civil, como la denominó Antonio Gramsci. Durante este posconflicto, y que resistió con éxito el primer embate de esta guerra mediática, librada sin cuartel bajo condiciones de excepcionalidad, con una tutela que quiso apagar, una vez más, la voz de la rebeldía de los subalternos en Colombia.
Fases tardías de la ecuación sociedad política y sociedad civil.
“El estado nacional es lo que ocurre cuando la sociedad civil se ha convertido en nación y tiene un solo poder político; es decir, el estado nacional es algo así como la culminación de la nación.” René Zavaleta, Notas sobre la cuestión nacional en América Latina. CIDES , México, 1983, p. 282.
En la escucha atenta de Lucio Oliver, el colega estudioso de Gramsci y el pensamiento latinoamericano contemporáneo, nuestro invitado especial del XII Foro Palabra y Acción, 2020, quiero disponerme a probar las virtudes de la denominada ecuación social que integra al Estado y la sociedad civil, que él nos ha expuesto aplicada en el laboratorio mexicano del presente con algunas ejemplificaciones complementarias aludiendo al Brasil, Argentina, Ecuador y Venezuela.
La ecuación social es un dispositivo heurístico y metodológico presentado de modo original en los trabajos del sociólogo boliviano René Zavaleta, primer director de Flacso, México, brillante divulgador e intérprete de la obra gramsciana, así como las contribuciones de su notable discípulo, Luis Tapia, autor del libro El momento constitutivo del estado moderno capitalista en Bolivia. (Tapia, 2016).
Dicha ecuación social yo la traduzco en el lenguaje original de Antonio Gramsci en términos de las superestructuras complejas, esto es, la sociedad civil y la sociedad política, que en su integración a través de la forma intelectual, y sus funcionarios de primera línea, los intelectuales, le da existencia al estado integral y/o ampliado. Estos intelectuales resultan ser la clave de bóveda de un determinado bloque histórico nacional, y es importante tenerlos bien presentes, tanto al Innombrable como a su séquito organizado dentro y fuera del Centro Democrático, el partido de la reacción en Colombia.
De otra parte, en interlocución con el colega politólogo boliviano Luis Tapia, aprovecho su libro, para articular a mi reflexión lo que él llama al inicio “tiempo político o coyuntura de cambio en la articulación de estos niveles (modo de producción, formación social, tipo de sociedad, tipo de estado, tipos de estado, tipo de civilización y forma primordial) y del carácter global de la nueva síntesis lanzada como proyecto político y social” (Tapia, 2016, p. 13)
Enseguida trataré la que denomino crisis de hegemonía de la forma estatal de Colombia en un tiempo de la guerra de posiciones denominado coyuntura estratégica, propio de la lógica político operacional puesta en juego por los antagonistas. En concreto, me refiero a la que resultó del pacto con la tercería llamada Alianza Democrática/M19. Esta se plasmó en el proceso constituyente de 1990/1991, que persiste pese a todas sus reformas reaccionarias, en artículos como el 13, que prometen de parte del Estado la igualdad real y efectiva para los colombianos, y, de modo especial, para las minorías sumidas en la desigualdad desde el tiempo de la dominación colonial.
Así que para avanzar en el análisis situémonos en 1998/99, cuando se manifiesta una nueva crisis de hegemonía, de una serie que se dieron a partir de 1947/48. Esta coyuntura es relevante porque singulariza el arranque histórico social de una crisis orgánica del sistema capitalista periférico/dependiente colombiano de larga duración.
Crisis ésta que caracteriza una tercera separación política de grupos subalternos urbanos y campesinos del control del bipartidismo liberal/conservador que nació luego de la crisis orgánica del medio siglo XIX, que rompió amarras parciales con el régimen colonial supérstite a la gesta de la independencia.
Después de la insurrección espontánea fallida de abril/mayo de 1948, lo que queda del lado subalterno es una resistencia armada campesina y urbana que mutará en una primera insurgencia subalterna moderna estable que resiste cada vez más, y en los años 80 y 90 conquista los mayores éxitos militares enfrentando la guerra social que lanza el bloque dominante con el objetivo de liquidar y exterminar las guerrillas izquierdistas nacionalistas.
La cadena de triunfos de las Farc-Ep coincide con la crisis internacional parcial del sistema capitalista, 1998/99, cuya onda larga golpeó en forma severa las economías y los términos de intercambio de los mercados conectados con Rusia, Brasil y Colombia.
Es la presidencia del conservador Andrés Pastrana, una coyuntura propicia porque promete una nueva negociación de paz con la insurgencia guerrillera más poderosa militarmente, las Farc-Ep, que fracasó con Belisario Betancur. Pastrana ensayó en compañía del centinela imperial, presidido por el demócrata Clinton, una estrategia de revolución pasiva con un componente internacional, el Plan Colombia.
El nuevo escenario político de la guerra de posiciones y la pararepública in nuce
El Plan Colombia define en últimas, para reforzar el Estado aparente, de un capitalismo periférico y dependiente como lo es el de Colombia, el nuevo escenario estratégico de guerra de posiciones. Es el entronque principal de una crisis que golpea la sociedad civil, en materia de producción económico-social, con crecimiento económico que entonces estuvo en -4,2 % del PIB. Y que ahora alcanzará el -7,5%, y otros más realistas pronostican llegará hasta el -9%.
De otra parte, entre 1992 y el 2001, se de-democratiza el orden político nacional,[2] y se degenera el régimen político neopresidencial instituido; de una parte, asediado por la seguidilla de victorias insurgentes; y de otra, reforzado este estado de cosas por una crisis de legitimidad sobre determinada por la rampante crisis económica, y las demandas crecientes por igualdad, inclusión y participación de los subalternos sociales a través de movilizaciones a lo largo y ancho de la República.
En ese modo y tiempo vino el “auxilio” interesado del bloque dominante colombiano en ascuas por la presidencia imperial estadounidense a cargo de Bill Clinton; la cabeza del orden imperial global que enfrentaba con guerras preventivas un primer ascenso democrático de la multitud subalterna en diferentes regiones y continentes de la tierra que desembocaría en la invasión preventiva y punitiva de Iraq, como advertencia al vecino Irán, Siria y Palestina en el polvorín del petróleo en el Medio Oriente.
En simultánea, los subalternos animaban con interrupciones la cuarta ola democrática de rebeliones, insurrecciones y desobediencia civil que no consiguieron una transformación revolucionaria de ningún orden capitalista; pero, sí produjeron el derrumbe de lo que quedaba del bloque de estados nación socialistas, con el derrumbe definitivo de la Unión Soviética, y la derrota electoral de la revolución nicaragüense que aceptó una transición pacífica a un gobierno liberal presidido por Violeta Chamorro.
En Colombia, el régimen neopresidencial, con la ejecución del Plan Colombia, y el establecimiento de 7 bases norteamericanas en su territorio, mutó a un régimen parapresidencial, caracterizado por el uso discrecional de la excepcionalidad de derecho, cuando la constitución lo permitía, y, en paralelo, de hecho, con el modelo paramilitar que construido en la experiencia reaccionaria ensayada por el ganadero y terrateniente Álvaro Uribe Vélez en la gobernación de Antioquia.
La guerra social paraestatal, al servicio de la política pública de guerra, punta de lanza de la revolución pasiva al servicio de la acumulación neoliberal capitalista transnacional que entronizó el Plan Colombia, estuvo embozada primero con el modelo de las cooperativas de vigilancia civil que fueron jurídicamente desmontadas; se extendió “regándose como verdolaga”.
La experiencia de cooptar la sociedad civil, a través del modelo de la Pararepública, impuesta a sangre y fuego, tortura, desapariciones y violaciones ejemplares llegó a todos los escenarios de la disputa agraria, primero, y luego, urbana, con las masacres de la Comuna 13 y el Aro como muestra.
Hasta convertirse en el bloque militar reaccionario de las AUC, coequipero abierto o encubierto de las FF.AA más la Policía, desdibujada in totto de su función civilista original, con el cometido de quitar y someter la base social de la insurgencia subalterna, para luego liquidar, exterminar a sus destacamentos militares.
Primero que todo, el objetivo principal eran las Farc-Ep, que se había mostrado en público durante la negociación de San Vicente del Caguán, exhibiendo su carácter de fuerza beligerante en ejercicio circunscrito de soberanía compartida en 5 municipios del departamento del Meta.
Régimen parapresidencial, pararepública y crisis de hegemonía.
“Hoy, ésta es una república sujeta al régimen parapresidencial cuya genealogía autoritaria rastreamos previamente en un libro colectivo dedicado a la seguridad y la gobernabilidad democrática, Neopresidencialismo y participación en Colombia (1991-2003). En: El 28 de mayo y el presidencialismo de excepción en Colombia (2007). Unijus. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, p. 7
Las diversas campañas militares lanzadas con la cobertura tecnológica y financiera del Plan Colombia, durante las dos presidencias de quien fuera antes el gobernador “pacificador” de Antioquia, probaron que la ecuación guerra y paz la inclinaba la elite dominante, – económica y política, hegemónica en el bloque del poder -, al extremo de la guerra, y así, a una “renovada” forma de dictadura civil que parecía desterrada por 1991.
Dicho de otro modo, el remedo de estado integral de Colombia, la ecuación sociedad política (estado en su sentido estrecho) y sociedad civil (entramado de “organismos privados” que gestionan la propiedad capitalista privada y pública) obraba y obra en función de la guerra, de la dominación bajo la fórmula del régimen parapresidencial.
De ese modo, el bloque dominante que experimenta una nueva crisis de hegemonía, abierta con la recesión económica y los triunfos guerrilleros de los años 90, echaba mano con descaro y desparpajo a la excepcionalidad de hecho y de derecho.
Dándole existencia a una modalidad de “Estado aparente”, como lo definía René Zavaleta, cuando estudió a Bolivia y la A. Latina de los golpes de estado y la doctrina de la seguridad nacional. Porque en lugar de una revolución activa, expandía el curso de una revolución pasiva, esto es, el afianzamiento de la contrarreforma neoliberal, con la ausencia de los grupos y clases subalternas, a quienes se negaba tout court la democracia participativa firmada en la Constitución de 1991. De lo que queda constancia escrita en su preámbulo, y los artículos 1, 3, 13, convertidos ahora en piezas de museo de paleontología política.
De la otra parte, los grupos sociales subalternos, la sociedad abigarrada que teorizó René Zavaleta en el tiempo de la revolución boliviana de 1951/52, desarrollaron de manera permanente formas de resistencia contra el accionar sanguinario de la dictadura civil.
A los delegados elegidos a la Constituyente pareció, cuando deliberaban, en específico la abigarrada representación de la AD/M19, y otras fuerzas de izquierda y minorías, haberse quedado en el aciago recuerdo de la generación del estado de sitio y el Nadaismo. Una sociedad fracturada, dividida y enfrentada que amagaba con reconciliarse.
Mientras tanto, de la mano de Cepedín y De la Calle, el presidente “neoliberal” César Gaviria metía por debajo del saco con fuerza constitucional la apertura neoliberal; y le daba condiciones al mayor narcotraficante, Pablo Escobar y asociados el cartel de Medellín, licencia para operar sus negocios ilícitos desde la cárcel, a la que entró con la venia del padre del minuto de Dios.
La oposición armada, con la preeminencia de la insurgencia de las Farc-Ep no fue sometida en el tiempo de guerra bajo la égida de Uribe Vélez; pero si la dispuso, la persuadió para una nueva negociación de paz. En avance de ese proyecto reformista su máximo dirigente político-militar, Alfonso Cano fue ejecutado sumariamente por orden del presidente de la paz.
El episodio de la paz neoliberal
Juan Manuel Santos era el presidente de la paz neoliberal, con el beneplácito de la administración del demócrata Barack Obama. Él fue contra-reformador por excelencia. Cambió la táctica del bloque dominante, engatusando a la reacción, en parte.
Al no haber podido liquidar Uribe Vélez y su mindefensa, el ahora presidente, la defensiva estratégica de la insurgencia replegada a su retaguardia histórica y vuelta a las operaciones de comando. Ya para el 2008, la insurgencia subalterna había probado su fortaleza y eficacia, pero no para insistir en una guerra popular prolongada, luego de haber resistido y combatido medio siglo.
Este es el tiempo de la disputa hegemónica de la sociedad civil. Era la hora de las trincheras y casamatas, en las que el bloque oligárquico dominante y sus intelectuales podían cantar victoria, aunque sí, durante este periodo neoliberal que empieza a aclimatarse con el presidente Barco, el sentido común capitalista empieza a imponer en los crecientes estratos de clase media urbana, semirural y rural, en menor medida.
La sociedad política seguía bajo control del bloque dominante, con la excepción de Bogotá, algunas capitales y gobernaciones más. Al haberle quebrado el espinazo militar a su principal adversario/enemigo las Farc-Ep, el monopolio legítimo de la fuerza, bajo la campaña de la seguridad democrática empezaba también a encauzarse.
La nueva fracción hegemónica al interior del bloque dominante escuchó la hora de nona, para no sólo luchar para obtener la dominación sin hegemonía, sino que también se lanzó a la conquista total de la hegemonía. Su dirección político-militar e intelectual, encabezada por Juan Manuel Santos con el beneplácito del partido Demócrata estadounidense, y los buenos oficios del neo-laborismo de Tony Blair, predicador de la tercera vía. Él aceptó el reto de realizar la negociación de paz, eso sí, sin tocar los basamentos de su poder económico y social, porque sobre él es que se levanta la arquitectura de la explotación y la dominación.
El comienzo de esta disputa se cerró con los acuerdos de La Habana y el Colón, en Bogotá, que firmaron Santos, por el establecimiento, y Timochenko por la insurgencia subalterna al final del 2018. Entramos en el tiempo del que denomino desenlace de la crisis de hegemonía que define coordenadas de una coyuntura estratégica glocal, y que se extiende desde la posesión de su primera presidencia hasta hoy, cuando quien gobierna es Iván Duque, delfín del ala reaccionaria del bloque dominante que volvió a liderar con descaro el senador Álvaro Uribe Vélez, luego de perpetrado el fraude electoral con el que se le birló la presidencia al más votado candidato a la presidencia en representación de los grupos y clases subalternas de la historia contemporánea de Colombia.
Delante de la nueva oligarquía bipartidista, sus abuelos rememoraron lo acontecido en el mismo recinto, al firmarse de modo solemne la paz neoliberal, cuando en un teatro Colón relleno hasta “el gallinero”, desde donde protestaba el universitario Fidel Castro Rus, se reemplazó la Unión Panamericana por la OEA, con la tutela imperialista de los Estados Unidos, y la arrogante presencia del general Marshall, y la obsecuente presencia del canciller Laureano Gómez, su maestro de ceremonias.
Esto ocurría 68 años atrás, y le fue prohibida la participación a Jorge E. Gaitán, la principal figura de la oposición liberal popular. Así se perfeccionó la doctrina Monroe, de hegemonía continental bajo la protección imperialista estadounidense primero.
El único momento de respiro pasajero fue la presidencia de los no alineados con Belisario Betancur, lo cual sepultó el asalto militar al palacio de justicia, con el pretexto de reprimir la toma de las Cortes por un comando armado del M19, que enjuiciaba la condición “faltona” del adalid de la paz.
Paros, Pandemia y crisis de hegemonía
A la salida del presidente Santos, condecorado con el nobel de paz, entregado solo a él, ignorado su enemigo convertido ahora en adversario, Timochenko, líder de las Farc-ep se estampó en forma indeleble el carácter de la paz por venir, la paz neoliberal.
Esta, por supuesto, no es la que reclaman y reclamaban los subalternos sociales e insurgentes, la multitud subalterna movilizada y resistente por más de medio siglo. Esta fuerza político militar, a cambio de la paz neoliberal, aceptó dejar las armas. Acto que para las disidencias abierta y encubierta fue inaceptable. A contravía de todo, cuando no había garantía a la vista de un cumplimiento cierto de los seis puntos pactados entre las cúpulas antes enemigas.
El sentido último de esta paz quedó plasmado, de modo sarcástico, contrario a lo querido por la artista Doris Salcedo, en su monumento hecho con la fuerza de trabajo de las mujeres víctimas de la guerra social mantenida por la oligarquía bipartidista hasta hoy en día.
Vino entonces el ejercicio reiterado, la cascada descarada de los incumplimientos. Empezando por lo acordado en términos de reforma agraria, y asistencia a los exguerrilleros que hicieron dejación de las armas.
Igual, estuvo la advertencia a toda la nación, el previo torpedeo al plebiscito con mentiras de la reacción política, y pusilanimidad propagandística del gobierno Santos. Sin embargo, la multitud subalterna movilizada, convocada por mujeres, jóvenes, minorías y víctimas hizo la diferencia en la Plaza de Bolívar; y proveyó al gobierno Santos de la fórmula de desestimar el plebiscito y darle aprobación vía Congreso. Se rememoró con dolor el tiempo de una tragedia, aquella que signó la oración de la paz, pronunciada por Jorge E. Gaitán, en el mismo espacio público en febrero de 1948.
De ese modo se le dio curso a un conjunto de movilizaciones masivas por la paz, por la igualdad, contra los asesinatos políticos y contra el modelo de producción extractivista que depreda la naturaleza y empobrece a las comunidades. Y la movilización no cesa desde entonces, contra viento y marea, y sin aceptar la salvaje retórica del miedo asesino.
Hay tres hitos en este movimiento ascendente. Primero fue la extraordinaria votación por el candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, quien perdió con más de 8 millones de votos limpios, frente a los más de 10 millones de su rival, Iván Duque, que de acuerdo a lo hasta ahora documentado resultó ganador mediante un fraude electoral. Este fraude tiene como focos principales a los departamentos de la Costa Atlántica, los Santanderes y Antioquia, que se sepa. Todo lo cual estuvo precedido de una fallida intentona de magnicidio contra Petro en Cúcuta, cuando se dirigía a la plaza para pronunciar su discurso de campaña, contrariando la voluntad del burgomaestre.
El segundo hito lo marcó el cuasi triunfo de la consulta anticorrupción que catapultó a la Alianza Verde, agrupación de centro que lidera el partido Verde; y se convirtió a la postre en la carta de triunfo para Claudia López, elegida con una ventaja cercana a los 100.000 votos para la alcaldía de Bogotá, y en otros triunfos electorales importantes en alcaldías y gobernaciones.
Colocó a la Alianza Verde como la fuerza de centro más importante en materia electoral, hasta el punto que, sin más espera, la alcaldesa proclamó de nuevo la candidatura presidencial del pusilánime Sergio Fajardo, comparsa voluntaria o involuntaria en la derrota fraudulenta de su rival Gustavo Petro.
El tercero es la oleada de movilizaciones de la multitud subalterna, en la heterogeneidad de componentes, que desconcierta a todas las ortodoxias políticas y discursivas. Ese comienzo de partido movimiento desembocó en el paro y la movilización de noviembre 21 de 2019. La onda de la rebeldía propositiva alcanza a extenderse hasta el mes de diciembre, hasta darle forma a un variopinto comité de paro, donde la direccional sindical sobrepasada, quiere mantener el control, y aquel se divide. Afectando el proceso de la movilización, en volumen y continuidad por las actuaciones sectarias, y las mezquindades económico-corporativas de diverso signo partidista.
Para enero de este año 2020 se intentó una nueva movilización, con mucha menor participación, a cargo de uno de los dos sectores de la división: y en la jornada de febrero 20,21, hubo el intento de convocatoria de Fecode y el magisterio que tampoco logró reanimar al conjunto del movimiento. Recordando la necesidad de recuperar lo aprendido, e interpelar con urgencia e inteligencia a los sectores bajo y medio de la clase media que se había unido simbólicamente a la desobediencia civil y la rebeldía con las operaciones cacerola y musical en la progresión de esta guerra de posiciones librada en las trincheras de las grandes ciudades de Colombia.
Luego vino el mes de marzo, que fue marcado por el equivocado, letal manejo de la pandemia, por gobernantes y gobernados. A lo cual se sumó una evidente pérdida de iniciativa política por parte del bloque subalterno en formación. Todo lo cual le concedió protagonismo circunstancial al centro político liderado por la alcaldesa de Bogotá, quien cruza armas con el Centro Democrático, y el presidente electo, Iván Duque, sumido en la mayor caída de popularidad que se recuerda en fecha reciente hasta hoy, cuando, por fin decide replicar en lo virtual, la fórmula de su maestro, Álvaro Uribe, sin éxito, en las mediciones de popularidad, tal y como éstas lo siguen registrando por debajo del 30%.
Entre tanto, el asesinato de líderes sociales no cesa, el baño de sangre anega corazones y territorios dizque de paz. El ejercicio discrecional de la excepcionalidad económica y social, por vía de la emergencia reclama algo más de $117 billones para combatir la pandemia, pero los registros de contabilidad prueba que los fondos aplicados a ésta no superan los $4 billones. Así la charada se completa con la errática presencia de la Fiscalía, y una Procuraduría que amenaza con castigos ejemplares, mientras se queda con el Contralor en simulacros fatuos.
A la tragicomedia nacional se sumó una Corte Constitucional que parece ser cada vez más blanco de las encerronas del partido de gobierno, haciendo uso de una mínima diferencia. Todo ocurre cuando se está cerca de nuevos nombramientos en ella, y en la Corte Suprema de Justicia, que se tambaleaba al borde del suicidio corporativo, y decidió nombrar a uno de los magistrados en reemplazo del saliente que hace señalamientos y denuncias a diestra y siniestra.
Todo lo cual da un toque singular al manejo del desenlace de la crisis de hegemonía que toca, claro está, a la sociedad política sujeta a una conducción reaccionaria, con contrastes matizados de la fuerza de centro, y la oposición congresional, mientras el bloque de la oposición política no recupera el rumbo; y no logra, entre balbuceos todavía, consolidar una candidatura presidencial de unidad y confiable para un triunfo posible.
En todo caso, la crisis de hegemonía continua, y la sociedad civil es el blanco principal. De ese modo se conmueve la ecuación social, en uno de sus extremos, cuando la pandemia anuncia su pico más letal, y la excepcionalidad se marca de nuevo por la encerrona aplicada a las grandes ciudades, Bogotá, Medellín y Barranquilla.
Por lo pronto, el vector político de la disputa hegemónica, en esta coyuntura estratégica, se ha inclinado del lado del Estado, pero las fuerzas subalternas están recuperando la iniciativa en las ciudades, y los estragos económicos y humanos producidos por la pandemia, y la errática política económica neoliberal son el acicate para sus nuevas movilizaciones que resultan ser de vida o muerte.
A no ser que las nuevas sesiones del congreso, el próximo 20 de julio revivan el trámite del proyecto de ley que se traduzca en la asignación mínima vital para algo más de 9 millones de colombianos al borde de la hambruna.
El curso de la revolución democrática interrumpida continúa en forma tortuosa, con vaivenes. Es posible, incluso que esté cerca la destorcida de la estrategia de revolución pasiva. En buena parte, uno u otro derrotero, dependerá de la evolución de la coyuntura internacional, y la recuperación momentánea de la recesión capitalista.
Mucho tendrá en parte que ver con la reelección o no, de Donald Trump, y lo que haga la dirección china de Xi Jinping, y lo que hagan y exijan las BRICS, y las potencias que son India, Europa y Japón en esta encrucijada de severa caída de la tasa de ganancia.
En el entretanto toma curso una cuarta revolución en toda su extensión, al expandirse y probarse la productividad del trabajo inmaterial, cuya hegemonía se muestra a través del desastre humano producido por la pandemia por doquier, que ha golpeado también de forma muy severa los capitalismos más desarrollados, con la excepción de las dos Chinas, la Popular y la neoliberal Taiwan, hasta donde se sabe.
Pero el pronóstico es incierto, y el virus corona tampoco está aún domado. Peor aún está el caos propio del capitalismo casino que aúpa la ambición depredadora de los grandes capitanes transnacionales de las finanzas mundiales. Es un hecho que Colombia está de nuevo en recesión, una más dura que la experimentada en el año 2008, en réplica telúrica de la que globalmente tuvo como epicentro a los Estados Unidos de América.
Todo lo cual autoriza a una nueva conducción política, intelectual y moral interna. La vocería del bloque subalterno se ha hecho oír por Gustavo Petro, que ha llamado con valentía a la desobediencia civil, pero no ha precisado el modo de organizarla.
A la vista está, igualmente, la manguala para elegir como cabeza del congreso, a Arturo Char, denunciado por la excongresista Aída Merlano, desprendida de su clientela, y hay una dupla de oposición, la que forman Iván Marulanda y Gustavo Bolívar, que, sin embargo, no cuenta los votos para presidir el poder legislativo.
Al tiempo, la fuerza insurgente subalterna del Eln ofrece un cese al fuego unilateral que el gobierno Duque ignora olímpicamente; y los jóvenes universitarios organizan escaramuzas de protestas por fuera de los campus vigilados y despoblados. En espera de nuevas palabras de orden, que rescaten y profundicen la reforma de la desvencijada universidad pública, y no sean simplemente aquellas que caracterizan a los que la opinión pública intenta encasillar como vándalos. Como dirán las amas de casa, que padecen en primera persona el peso de esta crisis de larga duración, “el palo no está para cucharas”.
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[1] Las Operaciones profundas son un nuevo nivel en el arte militar soviético que conecta, moviéndose entre la estrategia y la táctica. Su elaboración mayor en lo doctrinal corrió a cargo de Vladimir Triandafillov y Mikhail Tukhachevsky, basados en contribuciones previas de otro estratega Alexander Svechin y Mikhail Frunze que habían trabajado sobre la guerra de posiciones y la retirada, componentes de la “batalla profunda” que combina operaciones ofensivas y defensivas. Un teórico soviético posterior, Isserson (1898-1976), que no cayó en la purga stalinista del ejército de 1937-1939, planteó el tránsito de la estrategia linear del mariscal Moltke, posterior a la fórmula Napoleónica de la batalla decisiva, a la estrategia profunda, otra forma de referir la guerra de posiciones que estaba in nuce presente en los escrito Sobre la guerra del coronel Carl Von Clausewitz. Consultar Harrison, Richard W (2001). The Russian Way of War. Operational Art, 1904-1940. Kansas University Press.
[2] De-democratización es la expresión utilizada por el sociólogo político estadounidense Charles Tilly, al estudiar la suerte de las democracias populares dependientes del bloque soviético, a la caída de éste. Reflexiones que plasmó en su libro Democracia, del que existe ya traducción al castellano.
MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB, PhD. Director Grupo Presidencialismo y Participación, Unijus/Colciencias. Director Revista Pensamiento de Ruptura, IGS-Colombia.
Foto tomada de: RCN Radio
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