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¡Y la minga va!

12 octubre, 2020 By José Darío Castrillón Orozco 1 Comment

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¡Indio! Es una injuria en Colombia, país ubérrimo en insultos. Y no se refiere a los habitantes de la India, sino a nuestros aborígenes americanos; tampoco es lanzado por blancos alemanes sino por colombianos comunes, de ojos, pelo y piel oscuros, por obra del mestizaje reiterado. Porque a los indígenas de este país solo se reconocen en los museos, fuera de ellos estorban, hieden.

Son ciudadanos de última categoría. Damnificados con la conquista española, y también con la independencia que les despojó las tierras que el imperio reconocía. También fueron víctimas de la República, que les arrebató los exiguos derechos de la ley de indias; de terratenientes, como los ladrones de tierras caucanos; y de todas las guerras que estremecen esta nación. En las postrimerías del siglo XX se realizaban safaris para cazar indígenas, a balazos; y en 2020 las niñas indígenas son violadas por soldados del Ejército de Colombia, con beneplácito del partido de gobierno, y complicidad de la Fiscalía General de la Nación, que califica esas violaciones como consentidas por las menores.

Luis López de Mesa, pregonero del fascismo en la parroquia, señalaba la decadencia nacional, con secuelas de alcoholismo e ignorancia, por la mezcla con sangre indígena que circula en los colombianos.

Alguna vez Carlos Fuentes hablaba de la americanidad, que se constituiría sumando la argentinidad, la peruanidad, la venezolanidad,… al llegar a Colombia dijo: “Qué raro, nunca he escuchado nombrar la colombianidad”. No puede existir, porque una nación que niega sus orígenes no puede construir una identidad que la fundamente. Mientras que en Estados Unidos, alguien que tenga una gota de sangre negra es negro, en Colombia quien tenga una gota de sangre blanca se cree blanco, no se reconoce como negro, ni como indígena.

El racismo es real en este terruño cruzado por tantas violencias, y por tantas desigualdades. Donde una casta desde el gobierno, administra, impuesta, y reprime para su particular provecho, en abierto desprecio a los demás: ¡A todos!

La pandemia del Covid-19 mostró el carácter racista de la administración Duque, que gobierna en compañía del consejo gremial, y de los usureros, llenando los bolsillos de los más ricos, mientras deja en la inanición a las masas de trabajadores, sin la renta básica que costaba menos que las dádivas del gobierno a Sarmiento Angulo.

El mismo DANE, Departamento Nacional de Estadísticas, reveló que en 2019 la pobreza llegó a 17,4 millones de colombianos: Aumentó tanto la pobreza como incrementó la riqueza de la media docena de magnates criollos. A lo que falta sumar el desempleo de este año que ronda el 20%, y la informalidad que supera el 47,2%. Por eso se dejó a las clases trabajadoras abandonados a su suerte, en apuesta a que la enfermedad elimine de las estadísticas al mayor número de pobres. No es chiste que la fase actual de la pandemia es: ¡Sálvese el que pueda! Consigna que también aplica para las pequeñas y medianas empresas que quedaron huérfanas de ayuda, mientras se repartieron el erario con los que no necesitaban.

Cuando las mayorías ciudadanas son abandonadas, el Consejo Regional Indígena del Cauca hace el llamado a la Minga Social y Comunitaria por la Defensa de la Vida, el Territorio, la Democracia, y la Paz. Título que comprende sus objetivos: Invocar la defensa de la vida no es retórico, sino grito de quienes están siendo aniquilados por su condición étnica. Durante la presidencia de Iván Duque han sido asesinados 167 indígenas (Organización Nacional Indígena de Colombia). El gobierno Uribe-Duque está en temporada de masacres, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, Indepaz, durante 2020, a catorce de octubre, se han cometido 67 masacres en Colombia, con 267 personas asesinadas en ellas (el pico mayor de masacres se presentó cuando Uribe estuvo preso). Igual, van 227 líderes sociales asesinados, más 49 firmantes del acuerdo de paz. Cuando buena parte del país mira para otro lado, desde el suroccidente colombiano se levantan las comunidades indígenas en defensa de la vida, signo de que no todo está perdido: Los indígenas constituyen la reserva moral del país.

Piden, desde siempre, el desmonte del paramilitarismo. Esta vez también exigen que se modifique la doctrina militar de la seguridad nacional, que califica de enemigo interno a las ciudadanías. Por lo cual entre más se incrementa el pie de fuerza más se fortalece el poder de los ilegales, e incrementa la violencia.

En cuanto al territorio se reafirman en la defensa del medio ambiente, rechazando la política extractivista que arrasa flora, fauna, y comunidades; reiteran lo que de elemental justicia se pide desde hace doscientos años en Colombia: Reforma Agraria Integral.

La minga trae un componente de democracia, con garantías de participación y protesta, consulta previa, el campesinado como sujeto de derechos, y la lucha contra el fascismo que desde Colombia hace su avanzada mundial.

Los indígenas han sobrellevado el mayor rigor de las guerras nacionales, por eso tienen autoridad para exigir paz, el respeto a los acuerdos firmados con la insurgencia, la búsqueda de salidas negociadas, y el cumplimiento de los acuerdos con organizaciones sociales. Porque mientras en el mundo los movimientos sociales se clasifican en reivindicatorios, cuando se pretende obtener algún derecho, y de resistencia, cuando se pretende no perder los ya adquiridos, en Colombia hay una tercera categoría: Las luchas necesarias para que se cumpla lo acordado en la protesta anterior. Así como son de papel los derechos, también son de papel los acuerdos alcanzados, un fraude estatal.

La respuesta del gobierno a la minga fue descalificarla con mentiras de cumplimiento de acuerdos, luego se estigmatizó por el innombrable como movimiento golpista, y como infiltrada del ELN, y disidencias de las FARC, por el mismo gobierno. Después sucedió el asesinato de un exgobernador indígena y de su esposa el 13 de octubre. En diciembre de 2008 el ejército asesinó a Edwin Legarda, esposo de Ayda Quilcué, la consejera que encabezó la minga de ese año.

La palabra minga viene del quechua minka, trabajo colectivo, de carácter festivo. El mismo convite de nuestros campesinos. Porque en la cosmogonía de nuestros pueblos ancestrales el trabajo no es castigo, y la vida colectiva tiene mucha fuerza, de modo que nadie construye su casa solo, ni recoge su cosecha individualmente, donde la comunidad es responsable del bienestar de cada integrante. Así que a la consigna gubernamental de sálvese el que pueda, la propuesta de la Minga del suroccidente de salvémonos juntos es alternativa para Colombia. Aunque el partido de gobierno esté legitimando que ante la minga, se cace a nuestros indígenas, a balazos.

José Darío Castrillón Orozco

Foto tomada de: El Colombiano

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Filed Under: Revista Sur, RS Desde el sur

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