Por desgracia no hablo de mitología, sino de la asamblea general ochenta de la ONU realizada entre el 22 y 23 de septiembre, en la que Israel derrotó de nuevo a ciento cincuenta y siete naciones, negándose a aceptar que Palestina pueda ser una nación, un Estado, un país, en el que los palestinos vivan libremente. El sionismo rechaza la alternativa de dos estados.
No es una hazaña militar de Israel, es la consecuencia legal de que Estados Unidos se oponga a la existencia de un Estado palestino, ejerciendo el poder de veto que le otorga el estatuto de la ONU a cada uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Y por primera vez en la historia de ese organismo, el veto solitario norteamericano invalida y deja sin efecto el voto de 157 estados; precisamente, cuando Francia y Reino Unido, dos miembros del Consejo de Seguridad votaron por la solución de los dos estados, como lo habían hecho Rusia y China años atrás.
El pulso de los Estados Unidos contra 157 Estados entorno a la cuestión Palestina, revela otra realidad política que se ha mantenido en la oscuridad: No es que Estados Unidos apoye irrestrictamente a Israel contra sus enemigos; la verdad es que Israel decide la política interna y externa de los Estados Unidos desde la década de 1950. Desde entonces, y cada vez con mayor notoriedad, los políticos norteamericanos son ventrílocuos del sionismo que se trasladó con todo su poder a los Estados Unidos. En sus hogares permanentes y estratégicos en Chicago, Washington o Nueva York, pueden dictar lo que ha de hacerse adentro y afuera de las fronteras del bisonte y el águila calva. Para algunos bien informados como Tucker Carlson (y cristiano como Charlie Kirk), comentó en el programa de radio fundado por Kirk, que las últimas semanas éste le habría confesado su inconformidad porque creía que su país obedecía órdenes de Netanyahu.
Porque a los terrones caldeados de Palestina no fueron magnates como Lord Walter Rothschild, el enano riquísimo que obtuvo la Declaración Balfour en favor de conceder parte de Palestina a los judíos como hogar permanente. No. Allí enviaron a los judíos empobrecidos de Europa, y a los matones capaces de comenzar a apropiarse la tierra que Dios les prometió, bien con la financiación de los banqueros judíos en Europa y USA, o a sangre y fuego como lo han hecho desde 1906, con el arribo de los primeros.
Presenciar que uno solo puede contra todos – porque USA e Israel son gobernados por una misma ley, por un mismo interés final –, tal como sucedió en la asamblea general de la ONU de 2025 sobre la cuestión Palestina, es asistir a un absurdo. Un absurdo, una incongruencia, una desmesura de la razón y del sentido común, inexplicables porque impiden comenzar a resolver el problema del conflicto palestino-israelí, y poner fin al genocidio que se comete en Gaza. Una matanza bestial con odio irracional, propia de los tiempos en que “vivieron” Hércules, Arjuna, o Sansón.
Las reglas del Consejo de Seguridad de la ONU terminarán por reventar el organismo. No es posible que un solo voto de los cinco tenga el poder de inhabilitar una decisión mayoritaria en el mismo consejo, o en el seno de la asamblea general. Es una protesta que se escucha por su incapacidad para impedir o solucionar conflictos bélicos en los últimos 50 años.
Lo que nadie esperó nunca, es que el mismo Donald Trump – el dueño de la papeleta con el voto negativo contra Palestina –, dedicara buena parte de su intervención de 56 minutos a mostrar “la ineficacia” de la ONU para solucionar guerras, mientras afirmaba haber resuelto siete por su cuenta. Con el mayor cinismo achaca al organismo multilateral una incompetencia que causa él mismo con sus decisiones. Busch padre e hijo, Clinton, Obama y Biden, también se opusieron a que Palestina sea un estado independiente, sin atreverse a culpar a la ONU de inactividad, cuando la maniataron con el poder de veto en el Consejo de Seguridad.
El cinismo de Trump es insoportable. En todas las intervenciones internacionales se le escucha que está comprometido con la paz en Ucrania porque allí mueren 7000 soldados de lado y lado cada semana, mientras guarda silencio sobre los 80.000 civiles palestinos masacrados en dos años por el ejército de Israel, y un millón y medio más sufren hambre y sed y desamparo.
A un creyente budista del Tibet o Nepal – que asume el devenir como la pauta en el cambio de todas las cosas –, debe costarle asimilar que una misma persona caiga en tamañas contradicciones en tan breve tiempo.
Para decirlo con la nomenclatura de mercadeo político que mejor le cuadra a los neoconservadores de Trump, la ONU ha entrado en un punto de inflexión o quiebre. “Turning Point USA”, dijo Charlie Kirk. Y quizás con ese presagio sea recordada esta asamblea general en la que se oyeron, como nunca, voces nuevas llamando genocidio lo que sucede en Palestina, y criminal de guerra a Netanyahu. Sucede justo cuando crece el reconocimiento político a Palestina y aumenta el aislamiento de Israel, ahora que cunde en avalanchas humanas la solidaridad con los sufrientes civiles palestinos.
Ahora, que pronunciar el nombre de PALESTINA es un acto de rebeldía contra el genocidio y de rechazo a los que se niegan a decir esa palabra que encarna el martirio contemporáneo cometido por los que sufrieron uno semejante hace ochenta y cinco años. Y lo cometen invocando a su Dios, que no admitiría las infamias cometidas por ellos.
Es indispensable modificar el sistema de voto en el Consejo de Seguridad para evitar la barbaridad de los más fuertes. Porque es un nuevo absurdo que las reglas establecidas en 1945 para impedir las guerras, conserven la potestad de uno solo para frenar la voluntad de toda la comunidad de naciones. Creamos un mundo bárbaro perfectamente reglado, pero despojado de las maravillas que creyeron los antiguos.
Álvaro Hernández V
Foto tomada de: BBC
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