La tercera vía no la inventó Giddens, el sociólogo de cabecera de Toni Blair. Durante la guerra fría, desde la izquierda se buscó un lugar intermedio entre el socialismo soviético y la derecha occidental que no lo representaba la socialdemocracia. Socialistas humanistas como E.P. Thompson o Karl Polanyi lo defendieron con inteligencia. Seguramente el socialismo del Frente Popular de Salvador Allende en Chile, profundamente democrático, iba en esa dirección. El eurocomunismo quiso caminar esa senda, aunque nunca dejó claras sus verdaderas intenciones. Ese socialismo de la tercera vía antes de la caída de la URSS renunciaba a los elementos autoritarios del socialismo bolchevique, creía que había espacio para el mercado, no le rendía pleitesía ni al partido único ni al líder único y pensaba que en democracia las formas también son fondo. Su objetivo era caminar con el horizonte de la igualdad conseguida a través de la fraternidad y siempre en condiciones de libertad.
Pero lo real era que los EEUU seguían dando golpes de Estado en América Latina, en Asia o en África, que sostenían a la dictadura de Franco en España o de Salazar en Portugal, que ponían bombas para que el PCI no gobernase en Italia, que desangraban al sur con la deuda, que ejecutaban a cientos de miles -cientos de miles- de izquierdistas en Indonesia o se inventaban el ISIS para luchar contra Moscú. Cuando desapareció la URSS, todos estos comportamientos caminaron hacia el centro del tablero político. Al final, bombardear Yugoslavia, asesinar a Gadaffi, torturar en Guantánamo, robarse a través de los bancos la riqueza de un país o invadir Irak con mentiras era ser de «centro radical». Es el mercado, amigo.
Una de las principales tareas del nuevo gobierno del PSOE y Unidas Podemos es cultural. Se trata de correr el centro hacia la izquierda. La derecha española se ha vuelto a echar la monte. La emergencia de VOX, que no deja de ser una excrecencia vital del ADN del PP, ha corrido a los restos de Ciudadanos y al PP a posiciones poco comprometidas con la democracia. Ni siquiera los llamamientos a un golpe militar en España les extraña. La extrema derecha es una realidad en toda Europa y cosas que antes daba vergüenza defender en los bares ahora se airean con los carajillos como eructos de constructores en tiempos de la burbuja especulativa. ¿Y la izquierda? ¿Dónde está la izquierda? Mientras que la izquierda sobrevive parando los golpes, los noticiarios de Antena 3 hacen programas de extrema derecha. Y son los telediarios. De las tertulias ni hablamos. El día de la elección de Sánchez, el ABC y El Mundo publicaban en portada fotos que eran una advertencia militar al gobierno. Una cadena emitía esos días la película Golpe de Estado y ningún medio ha cuestionado el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia.
Asuntos que durante un tiempo fueron «consenso», esto es, centro político, hoy son vistos como ensoñaciones bolcheviques. Como el derecho al trabajo o a una pensión digna o a un mes de vacaciones o a ocio y cultura. Hace unos días, cité el artículo 128 de la Constitución Española en una tertulia y me dijeron que no trajera el bolivarianismo a España. Dice ese artículo, para bochorno de los constitucionalistas, que «Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general«. Parece ser que ese artículo no te hace español, español, español, sino súbdito de Corea del Norte.
Defender la igualdad entre hombres y mujeres, o reconocer que los hombres matan a las mujeres porque son «mujeres», esto es, por culpa de verlas como una propiedad, te convierte en feminazi en ese nuevo centro escorado a la derecha. De centro es darle con el palo de la bandera a quien dice que hay otra España que se parece más a Machado y menos a Menendez Pelayo; de centro es gritar ¡Viva el ejército! -salvo cuando se estrella el Yakolev- como una manera de gritar ¡Viva el golpe de Estado!, que es lo que ha hecho un eurodiputado alegre de VOX sin que nadie de sus socios de gobierno le haya afeado el regüeldo. De centro es aquello que dijo el Presidente de la Patronal, Cuevas, antes de entrar en la cárcel por ladrón: «hay que trabajar más y cobrar menos». De centro es que te quiten la casa los bancos y todavía les debas dinero si no puedes pagar la hipoteca. De centro es morirte sin que te llegue la dependencia y no protestes. De centro es entender que tienes que dejar de mamar de la teta del Estado y olvidarte de ir a la universidad si no puedes pagar las cuotas y no ser tan demagogo para poner de contraejemplo el rescate de los bancos. De centro es invitar a las tertulias a dos periodistas del diario basura por excelencia como si así se representase a la España conservadora, o dar por sentado que alguien puede autoproclamarse Presidente en una plaza en Caracas al tiempo que pides encarcelar a los que se suben en Barcelona encima de un coche. De centro es encerrar a los políticos catalanes en una celda y tirar la llave o reconocer que los jueces son siempre seres extraordinarios que hablan y deciden con la inteligencia de los siete sabios de Grecia y la ecuanimidad de Salomón. No es de centro cuestionar sentencias judiciales por injustas, o pensar y decir que hay jueces que obran políticamente y no ateniéndose a la ley. Decir que los jueces prosperan solamente bajo tutela de los partidos no es un pensamiento de centro. Pero es la pura verdad.
La izquierda sabe que el modelo capitalista nos lleva al precipicio. Pero saber esto no sirve de mucho porque no hay modelo alternativo global. La izquierda, cuando es inteligente y recuerda eso de la correlación de fuerzas, sabe que pelear contra el modelo actual es una quimera. Ya decía Marx que ningún otro modo de producción ha desarrollado las fuerzas productivas con tanta fuerza. Derriba todas las murallas chinas, alarga la esperanza de vida, nos llena de comodidades y a la luna. Pero tenemos muy claro lo que no queremos. Quizá el calentamiento global ayude a moderar este delirio faústico del crecimiento ilimitado, pero la idea de «desarrollo» es sentido común y hay mucha gente, que cree que es de centro, que está dispuesta a que le exploten más, le paguen menos, le alarguen la jubilación y respire mierda entre incendios y humo de escapes de coche si es con mayor ancho de banda, con más partidos de fútbol y, a poder ser, con esclavas en casa.
El PSOE le va a poner una vela a Dios y otra al diablo. No puede hacer mucho más. El PSOE es quien es. Pero está bien que así sea. Es un gran avance. Cuando fundamos Podemos siempre pensé que el PSOE iba a responder al nacimiento del nuevo partido morado con una gran coalición con el PP. Luego, España ha dado muchas vueltas. Y aquí estamos. En las últimas elecciones, el PSOE no se acostó bipartidista y se levantó al día siguiente izquierdista. Sánchez sabe de las potencialidades del nuevo gobierno -le convierte en el socialdemócrata más avanzado de Europa- y también de los riesgos, que empiezan por su propio partido y por el papel que el PSOE ha desempeñado en Europa. Por eso nombra en Asuntos Exteriores a una tecnócrata de la OMC, uno de los órganos por excelencia del neoliberalismo, y en la Seguridad Social a otro tecnócrata cercano al neoliberalismo que ha apostado por salidas neoliberales para la seguridad social. En este mundo donde el centro está en la derecha, «perfil técnico» quiere decir «neoliberal». Entre el PSOE y Podemos habrá coordinación en el Gobierno, negociaciones en el grupo parlamentario y discrepancias entre los partidos. Y está bien que así sea. La hegemonía cultural, especialmente en el ámbito económico, está en la derecha. «Salvamos» empresas, hacemos «inyecciones» o «transfusiones» de liquidez, «rescatamos» bancos. Las personas ni están ni se las espera. Palabras como «rigor», «estabilidad», «tecnocracia», «organismos internacionales», «bien recibido por los mercados», «centrismo», significa hoy asunción de los presupuestos neoliberales. Podemos nació para frenar esas políticas. Entrar en el Gobierno apenas es el segundo de los pasos, después de aguantar seis años de ataques e infundios.
La tarea en donde ambos, PSOE y Unidas Podemos, deben encontrarse es, desde ya, en intentar correr el centro hacia la izquierda. En hacer ver a los españoles y las españolas que hay una lucha cultural donde nos jugamos la democracia, que la está ganando la derecha y que el PSOE, como partido hegemónico en la izquierda, no ha hecho lo que debía para mantener la primacía del socialismo. En Alemania celebran a los que atentaron contra Hitler. Aquí no sabemos nada de los héroes que hicieron lo mismo contra Franco. Hay una España que tiene oído musical para el ruido de sables.
A la defensiva, la derecha se roba todo. Se roba la bandera, la Constitución, la cruz, las víctimas, Europa, los empresarios, el rey y Rosalía. Cuando lo suyo es solamente la gualda y amarilla con el aguilucho, los principios del movimiento nacional y el artículo 2 de la Constitución, ese que redactaron militares franquistas, España como martillo de herejes y la Inquisición, Carrero Blanco y Melitón Manzanas, el Banco Central Europeo, el Presidente de la patronal en la cárcel, el hijo del rey emérito y Marta Sánchez. Más Gramsci y menos Bernstein, mas Anguita y menos Felipe González, más Tierno Galván y menos Solchaga, más Negrín y menos Indalecio Prieto, más Pasionaria, Nelken, Campoamor, 13 rosas, Montseny y menos Ana Botín. Nos atacan para que nos asustemos y les dejemos el paso libre. Sabemos que si nos distraemos, pasan. A abrir puertas y ventanas para que entren más y más demócratas.
Juan Carlos Monedero
Fuente: https://blogs.publico.es/juan-carlos-monedero/2020/01/11/tarea-urgente-correr-el-centro-hacia-la-izquierda/
Foto tomada de: El Correo
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