No me resisto a terminar el año sin comentar lo que para cualquier empresario racional podría parecer un desperdicio de energías, tiempo y dinero y desde luego de imagen. Listado al que cualquier ciudadano de a pie podría añadir fácilmente los graves daños infringidos a la convivencia pacífica de los españoles. Me estoy refiriendo a lo que unos y otras podrían pensar del hecho contundente que las elecciones del 21D no han hecho más confirmar: que el independentismo en Catalunya es muy importante pero aun así es minoritario, como lo venían diciendo las encuestas desde 2015. O sea que por esta vez las encuestas resultaron fiables, dentro de márgenes de error enteramente razonables. Entonces, si esto era y es así, ¿por qué Rajoy se negó a convocar y a realizar un referendo que habría probado – tal y como probaron los de Escocia y Quebec- que los independentistas son minoría? Por qué este empecinamiento, por qué esta ceguera, que tantos conflictos y quebraderos de cabeza nos ha costado a todos? ¿Porque es tonto como piensan una buena parte de sus detractores? Yo no lo creo ni lo veo así. Pienso por el contrario que la terca negativa a convocar un referendo que habrían ganado los unionistas obedeció a una cuestión de principios y a un muy meditado cálculo estratégico. El principio político lo condensa el dictum: “Ordeno y mando”. Yo soy quien decido cuándo y cómo dar voz al pueblo soberano y no voy a ceder esa prerrogativa ante nadie. Por muy numeroso e importante que sea ese “nadie”. La duda metódica queda reservada para la oposición. El cálculo estratégico partió de un análisis de la coyuntura política desencadenada por los resultados de las elecciones generales realizadas en 2016, que sumieron en una grave crisis al sistema bipartidista, haciendo temer por la continuidad del régimen de la Transición, que dicho bipartidismo ha garantizado hasta ahora. Rajoy temió una polarización entre los agentes políticos de dicho régimen y los promotores de la disolución o por los menos de la reforma profunda del mismo, encabezados por un Podemos que obtuvo unos resultados electorales verdaderamente sorprendentes. Polarización que habria dado a Podemos la oportunidad de poner las cuestiones sociales en el centro de la atención pública con una eficacia que hubiera querido para sí Izquierda Unida, cuando fungía de único valedor de los intereses de las mayorías populares. Urgía entonces evitar ese escenario y Rajoy echo mano de la estratagema de promover otro tipo de polarización en la que las cuestiones sociales fueran desplazadas por las cuestiones nacionales. Rajoy sabía que los independentistas catalanes había visto multiplicar su audiencia gracias a la cadena de medidas anti autonómicas adoptadas tanto por el PP como por su propio gobierno y decidió apostar todavía más fuerte a la misma carta anti catalanista con su rotunda negativa a realizar el referendo que habría desactivado políticamente al independentismo. Sabía que corría el riesgo de que estos se radicalizaran hasta el punto de declarar la independencia. Pero aún así lo asumió, porque contaba con todo el poder del Estado, que no es poco, con el apoyo o la complicidad de los medios, del PSOE y del recién llegado C´s y con las dudas e indecisiones que bien sabía se desatarían en las filas de Podemos. Y desde luego con el sentimiento nacionalista de la mayoría de los españoles. Contando con todos estos puntos a su favor, asumió el riesgo de la declaración de independencia de Catalunya y… ganó. Así es la política, queridos anarquistas.
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