Martin Wolf, el periodista económico keynesiano, que escribe para el FT, cree que la guerra comercial sería costosa para el capital global: “la cooperación global seguramente se rompería”. Sin embargo, ha defendido medidas de retorsión del Reino Unido contra Trump “sobre todo porque la alternativa parece más débil si se cree que tendrían algún efecto. Otra cosa que el resto del mundo debe hacer es fortalecer su cooperación.” Por otro lado, piensa que la propuesta salvaje de Trump de crear una zona libre de aranceles (para los países ricos solamente) podrían abordarse. “¿Quién sabe? Incluso podría funcionar.” No explica que implicaría reducir los aranceles sobre las mercancías del 3-4% (media actual para los países más avanzados) a cero.
Mientras Wolf busca la manera de ‘salvar la globalización y el libre comercio’ a través de la retorsión, otro keynesiano, Dani Rodrik defiende el proteccionismo como una buena idea para las economías con débil crecimiento interno: “el proteccionismo de Estados Unidos sin duda va a generar algunos beneficiarios, así como en otros países.”
En una visión contraria a Wolf, que llama a hacer frente a Trump, Rodrik dice que Europa y China “deben negarse a dejarse arrastrar a una guerra comercial, y decirle a Trump: usted es libre de dañar su propia economía; pero nosotros vamos a mantener las políticas que nos benefician más “. De hecho, dice, las industrias nacionales pueden beneficiarse de los aranceles sobre sus exportaciones a los EEUU: podrían vender en cambio al mercado doméstico. Cita cómo Boeing podría vender más aviones en los EEUU y Airbus podría hacer lo mismo en Europa. “Algunas compañías aéreas europeas prefieren Boeing a Airbus, mientras que algunas aerolíneas estadounidenses prefieren Airbus a Boeing. Las restricciones comerciales pueden dar lugar a un colapso total en este comercio bilateral de gran volumen en aviones entre los EE.UU. y Europa. Sin embargo, la pérdida global de bienestar económico sería pequeña, siempre y cuando las compañías aéreas consideren los productos de las dos compañías como sustitutos cercanos.” Según Rodrik ,”el proteccionismo estadounidense seguramente va a generar algunos beneficiarios, así como en otros países”.
Esta orientación proteccionista también ha sido defendida por algunos economista de izquierda como Dean Baker . Señala que no todo el mundo gana con el ‘libre comercio’. Afirma que fue a causa del libre comercio como se perdieron los puestos de trabajo en la industria en los EE.UU., haciéndose eco del argumento de Trum. Sin embargo, hay muchas evidencias de que no fue así . Como escribí en una nota anterior sobre Trump, el comercio y la tecnología, “la pérdida de puestos de trabajo manufactureros en EEUU, como en otras economías capitalistas avanzadas, no se debe a extranjeros desagradables que se aprovechan de los acuerdos comerciales. Es debido al objetivo inexorable del capital estadounidense de reducir sus costes laborales a través de la mecanización o por medio de la búsqueda de nuevas zonas de mano de obra barata en el extranjero para producir. El aumento de la desigualdad de los ingresos es un producto del ‘sesgo pro capital’ de la acumulación capitalista y la ‘globalización’ dirigido a contrarrestar la caída de la rentabilidad en las economías capitalistas avanzadas. Pero también es el resultado de políticas “neoliberales” diseñados para mantener bajos los salarios y aumentar la parte de los beneficios.”
Baker afirma que los déficits comerciales suponen perdida de puestos de trabajo porque reducen la “demanda” y por lo tanto reducir el déficit comercial de Estados Unidos podría salvar puestos de trabajo allí. Defiende este argumento cuando la tasa oficial de desempleo en los EEUU, el Reino Unido y Japón están en su punto más bajo (sí, sé que muchos de ellos son trabajos basura). Al parecer, si todo el mundo tuviese un superávit comercial (imposible por cierto) todo iría mejor. Lo que realmente quiere decir es que Trump está haciendo lo correcto al intentar convertir el déficit comercial de Estados Unidos en un superávit y recuperar empleos en la manufactura de los países en desarrollo y Europa, a dónde fueron desplazados. Sin duda, es un argumento extraño y confuso en defensa del nacionalismo.
Los keynesianos están confundidos acerca de si son partidarios del ‘libre comercio’ o de medidas proteccionistas / nacionalistas. Que nos retrotrae a la confusión de Keynes en la última Gran Depresión de la década de 1930. Cambió de opinión, pasando de ser un fuerte defensor del libre comercio a finales de 1920 a ser un proteccionista y defensor de los aranceles a mediados de la década de 1930. Este cambio de punto de vista fue realmente la expresión de la visión cambiante del capitalismo británico. El libre comercio es bueno para aquellos que ganan en los mercados; el proteccionismo es mejor cuando el capital nacional pierde cuota en ellos. Y esa fue la posición de Gran Bretaña.
En 1923, Keynes apoyó el libre comercio en términos muy claros: “Debemos mantener el Libre Comercio, en su interpretación más amplia, como un dogma inflexible, sin que se admita ninguna excepción, siempre que la decisión dependa de nosotros. Debemos mantenerlo aun cuando no recibimos ninguna reciprocidad de trato e incluso en aquellos casos excepcionales en los que al infringir lo podríamos, de hecho, obtener una ventaja económica directa. Debemos mantener el libre comercio como un principio de moral internacional, y no sólo como una doctrina de la ventaja económica”.
Pero su posición ‘moral’ pronto se disipó cuando el capitalismo británico cayó en una larga depresión a mediados de la década de 1920 y luego, en la década de 1930. En su trabajo seminal, La Teoría General, publicado en 1936, concluyó que “la gran (e inteligente) idea de la monarquía absoluta era alentar las exportaciones sobre las importaciones …” El balance favorable, siempre que no sea demasiado grande, resulta muy estimulante; mientras que un balance poco favorable pronto puede producir un estado de depresión persistente”.
Abogó por aranceles a las importaciones en el Reino Unido como una forma alternativa de reducción de los salarios reales (por el aumento de los precios de las importaciones) y para impulsar la producción nacional. Para Keynes, era una forma de que el capital británico ganase una ventaja de costes frente a sus rivales mediante la reducción de los costes salariales en términos reales. “Me asusta terriblemente el proteccionismo como una política a largo plazo”, testificó ante una comisión parlamentaria del Reino Unido, “pero no siempre podemos permitirnos mirar a largo plazo. . . la cuestión, en mi opinión, es hasta qué punto estamos dispuestos a correr el riesgo de las desventajas a largo plazo con el fin de conseguir cierta ayuda para la situación presente”. Por supuesto, una vez que el capitalismo a nivel mundial se hubo recuperado, y el capital británico con él, se podía volver al ‘libre comercio”.
La confusión actual en la macroeconomía y en particular entre los keynesianos actuales refleja los cambios de opinión de Keynes en tanto que la Larga Depresión se prolonga y ‘globalización’ es un fracaso para todos. Así que ahora tenemos a keynesianos como Rodrik y Baker que apoyan aranceles sobre las importaciones de Estados Unidos y presionan a favor de excedentes comerciales, al tiempo que piden a Europa y China que no tomen represalias. Y Wolf, al contrario, pide represalias a Europa y Asia.
¿Cuál es la visión marxista? ¿Hay que apoyar los aranceles y otras medidas proteccionistas introducidas por las naciones capitalistas más débiles para ‘defenderse’ de las medidas de Trump (Wolf)? ¿Deberíamos, por el contrario, apoyar las medidas de Trump como una forma de mantener empleos manufactureros en Estados Unidos (Baker) y tal vez ayudar a otros países para impulsar sus industrias nacionales (Rodrik)?
¿Libre comercio o proteccionismo? Esbocé mi respuesta en una nota anterior. El libre comercio no ha sido un gran éxito capitalista. El capitalismo no tiende al equilibrio en el proceso de acumulación. Como Adam Smith escribió, a diferencia de Ricardo, “Cuando un hombre rico y un hombre pobre tratan el uno con el otro, ambos de aumentan sus riquezas, si tratan con prudencia, pero el patrimonio de los ricos aumentará en una proporción mayor que el del hombre pobre. De la misma manera, cuando una nación rica y una nación pobre comercian, la nación rica tendrá la ventaja más grande, y por lo tanto la prohibición de este comercio es más dolorosa para ella que para la pobre”. El capitalismo no se desarrolla en todo el mundo de una manera suave y equilibrada, sino mediante lo que los marxistas han llamado el ‘desarrollo desigual y combinado’. Aquellas empresas y países con mejores avances tecnológicos ganan a expensas de los que están menos desarrollados y no habrá ninguna ecualización.
El libre comercio beneficia a los estados capitalistas nacionales cuando la rentabilidad del capital está aumentando (como lo fue desde la década de 1980 a la de 2000) y todo el mundo puede beneficiarse de un pastel más grande (en diferentes proporciones). Entonces la globalización parece muy atractiva. La economía capitalista más fuerte (tecnológicamente y por lo tanto competitiva en precio por unidad) será la más fuerte defensora del ‘libre comercio’, como Gran Bretaña en 1850-1870; y los EEUU de 1945 al 2000. Entonces, la globalización era el mantra de los EEUU y sus agencias internacionales, el Banco Mundial, la OCDE y el FMI. Pero si la rentabilidad comienza a caer constantemente, el ‘libre comercio’ pierde su glamour, especialmente para las economías capitalistas más débiles porque el pastel de los beneficios deja de crecer.
Marx y Engels reconocieron que el ‘libre comercio’ podría alentar la acumulación de capital a escala mundial y así expandir las economías, como ha ocurrido en los últimos 170 años. Pero también vieron (dada la naturaleza dual de la acumulación capitalista) el otro lado: la creciente desigualdad, un ‘ejército de reserva’ flotante permanente de parados y una mayor explotación de los trabajadores en las economías más débiles. Y por lo tanto reconocieron que las naciones capitalistas industriales emergentes solo podrían probablemente tener éxito mediante la protección de sus industrias con aranceles y controles e incluso el apoyo del Estado (China es un ejemplo extremo de esto).
Engels reconsideró su posición sobre el libre comercio en 1888, cuando escribió un nuevo prefacio en un folleto sobre libre comercio que Marx había escrito en 1847. Engels llegó a la conclusión de que “la cuestión de libre comercio o proteccionismo se sitúa enteramente dentro de los límites del actual sistema de producción capitalista, y no tiene, por lo tanto, ningún interés directo para nosotros, socialistas, que queremos acabar con ese sistema. Se aplique el proteccionismo o el libre comercio, al final no habrá ninguna diferencia “.
Pero es interesante ver a los keynesianos divididos sobre si estar a favor del libre comercio para el capital global (Krugman) o de la protección de los capitales nacionales (Rodrik y Baker para los EEUU y Wolf para el Reino Unido y Europa). Es el signo de los tiempos.
Michael Roberts
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/proteccionismo-o-libre-comercio-el-dilema-keynesiano-y-la-respuesta-marxista
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