En estas circunstancias afloran varias paradojas. Revisemos algunas: primera, la urgencia por servicios de salud pública en sociedades que mercantilizaron y privatizaron el derecho y la obligación social de la atención médica y que además sub-estimaron las labores y profesiones del cuidado. Segunda, el conocimiento que con la ilustración se postuló como el aliado del progreso de la sociedad y que en la situación actual, por una parte, no es capaz de dar respuestas y muestra la deuda de la investigación con los problemas de la humanidad y la naturaleza en unidad dentro de un modelo de economías del conocimiento para la productividad y la competitividad: no hubo presupuesto ni voluntad política para estudiar el virus que ocasionó la “la primera enfermedad desconocida del siglo XXI”, la epidemia SARS (Severe Acute Respiratory Syndrom) en 2003; por otro lado, los dilemas éticos que atraviesa particularmente la experimentación con virus. Tercera, la configuración del virus, como enemigo público, en sociedades enfermas en las que el hambre, las violencias, el extractivismo, la contaminación, amenazan a diario la vida y en el seno de las cuales se incuban las mismas epidemias dado que los cambios que sus actividades inducen en los ecosistemas potencian mutaciones y la densidad demográfica que promueven, favorecen la diseminación de virus. Cuarta, la idea de que el virus en su contagio no discrimina por clases u otras clasificaciones sociales y la interseccionalidad concreta de las acciones humanas para afrontarlo, las cuales reproducen discriminaciones “tradicionales” tales como la condición de privilegio de quien puede aislarse y quien esto le priva del ingreso de subsistencia, así como quienes asumen el mayor riesgo de contagio por realizar labores verdaderamente indispensables para la sostenibilidad de la humanidad y el confinamiento de los otros, más la tipificación que en términos de género seguramente puede hacerse de los profesionales de la salud que proveen la atención médica de la enfermedad. Quinta, asociada con la anterior, la versión virtual de la productividad y el entretenimiento del segmento de la población con el privilegio del aislamiento en casa que convierte su espacio personal, el mundo de la vida, en lugar de la teleproducción y el teleconsumo expuesto a la cibervigilancia, con formas diferenciadas según la estructura del hogar, por un lado, aquellos quienes disfrutan tiempo libre para la lectura o el cine y otros que asumen los oficios domésticos, más el cuidado de niños y ancianos mientras paralelamente atienden el teletrabajo, todo lo cual resulta una carga insoportable y finalmente, en ambos casos, la invasión virtual del mercado que somete la nueva cotidianidad a una hiperactividad que termina actuando como mecanismo de evasión de la crisis civilizatoria. Sexta, la política de aislamiento responsable de los abuelos en una cultura y sociedad que los invisibiliza, que no los reconoce ni con derechos, ni con estima social, dentro de un modelo económico que los reduce a una etapa pasiva dentro del ciclo de ingresos, figura que lleva sus ahorros a la esfera de la especulación donde otros se lucran. Séptima, el paro de algunos sectores de la producción, la prueba del decrecimiento, la interrupción del consumo masivo de bienes posicionales y la sustitución por bienes relacionales, y con ello, el respiro de la naturaleza; la suspensión de la acumulación para atender la supervivencia humana, experiencias todas negadas por la lógica neoliberal y que plantea la cuestión: ¿la situación actual nos abstrae de la realidad o, por el contrario, nos saca de una ficción?
Estas paradojas sugieren que es momento para una transvaloración de los valores, para la descolonización de imaginarios modernos que han vaciado de sentido la existencia humana y amenazan la vida en general. Ese potencial tránsito partirá de la superación del ideal cartesiano, esto es, de la reivindicación de las emociones y sentimientos desde donde, siguiendo a Erich Fromm, nace el pensamiento creador. Ir más allá del miedo al miedo, arrojarse a la angustia que suscita nuestra inminente vulnerabilidad como especie y desde la crisis existencial confrontar la crisis civilizatoria-ontológica y erigir matrices de pensamiento y de valores alternativos que desnuden los patógenos del patriarlcalismo, de la colonialidad (del ser, del saber, del poder y del hacer), del desarrollo occidental.
Es tiempo de reconocer que, como lo hace Arturo Escobar, la crisis de fondo se origina en un modelo particular de mundo (una ontología), la civilización moderna que nos separa y nos desconecta. Por ello, para que las emociones obren como camino de emancipación es menester desactivar los dispositivos de la hiperactividad y el entretenimiento inducidos por el sistema y resignificar el aislamiento como reencuentro con la esencia. Es momento de introspección y de cultivo del ser, de reconexión con lo sagrado, de reivindicar valores alter-nativos de armonía y unidad en sustitución de las múltiples separaciones de occidente (ser humano-naturaleza, individuo-colectivo, público-privado, razón-emoción…). Es hora de romper con la ética del individualismo posesivo de mercado, que sacrifica la igualdad y la fraternidad por la idea abstracta de libertad negativa y, en cambio, comprender la relacionalidad, la complementariedad, la correspondencia y la reciprocidad como valores que guían la auto-realización cooperativa en el sentido “Ubuntu” (Soy porque nosotros somos) y rescatan la dimensión trascendental y espiritual de la existencia.
Desde una ontología tal, filial a los ecofeminismos comunitarios, las paradojas muestran las falacias: serán indefendibles ajustes fiscales que sacrifiquen equidad por estabilidad macroeconómica; la salud, como la alimentación, se considerarán no sólo un derecho sino una obligación social; los diálogos de saberes privilegiarán la vida así como la alegría del saber colectivo y otorgarán a los abuelos el reconocimiento y estatus correspondiente por su sabiduría; se apreciarán las múltiples relaciones en el tejido de la vida, nos reconoceremos en unidad con la naturaleza y primará la justicia interespecífica sobre la intergeneracional; se transformará la actual crisis del cuidado revalorando las labores realmente indispensables para la vida; se darán las condiciones para una sociedad de la sobriedad elegida.
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[1] Véase, por ejemplo, la alocución del Señor Presidente de la República de Colombia Iván Duque Márquez – 20 de marzo de 2020: https://www.youtube.com/watch?v=18RWEvBSbHI Emmanuel Macron lo plantea como: “estamos en guerra”. Igual la presidenta interina de Bolivia. Trump lo traduce como enemigo externo «foreign virus» [virus extrajero].
Mariluz Nova-Laverde, Universidad de La Salle
Foto tomada de: spanish.peopledaily.com.cn
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