Ni clase obrera, ni partidos, ni medios de comunicación, ni conciencia
El análisis de clase se ha complejizado y la clase obrera ya no es ese lugar compacto y coherente capaz de cambiar, por su cohesión, el rumbo de la historia. Pero los principales conflictos sociales siguen siendo entre privilegiados que quieren mantener su privilegio -de clase, de raza y de género- y los que se niegan a tener menos derechos que otros. Si perdemos esto de vista, terminamos por no entender los grandes movimientos en nuestras sociedades. Si hay dominación con democracia, apoyan la democracia. Si la democracia dificulta la dominación, recurren a salidas autoritarias. Los Milei, los Abascal, las Meloni, los Trump germinan en las crisis.
Los partidos ya no son los órganos de intermediación que fueron durante el siglo XX. Al igual que los medios de comunicación han sido devorados por los canales digitales y por las redes sociales, los partidos pueden ser desbordados por ‘marcas’ personales que carecen de órganos, estructura, implantación territorial e, incluso, financiación. Lo único que no les puede faltar es apoyo comunicacional. Si esas ‘marcas’ (siempre personas con fuerte personalidad) no son conocidas, no existen. Basta con una ‘marca’ y con su correspondiente apoyo mediático para que nazcan nuevos partidos que, en realidad, no son exactamente partidos y donde la democracia interna va a depender exclusivamente de la voluntad del liderazgo. Sumar no es más democrático que Podemos ni Milei va a ser más dialogante que el Frente de Todos.
Esta nueva conexión entre el liderazgo y el pueblo puede tener lugar en los espacios de la derecha y de la izquierda, porque nacen del descontento y dependerá de quién lo canalice. Pero es más fácil que salgan por la derecha porque tienen como fundamento el individualismo, la competencia, la jerarquía y la justificación política y social de la falta de empatía. Son liderazgos que autorizan a romper con todo, a no respetar las reglas, que reconocen el enfado de los sectores populares y las clases medias y justifican cualquier respuesta (incluido el machismo, el clasismo, el racismo, la homofobia, etc.). El marco teórico lo proporciona Friedrich Hayek: la sociedad no existe, la justicia social es un lema vacío y lo único real son las relaciones mercantiles entre individuos (resonarán los ecos de palabras similares enunciadas por Margaret Thatcher). Como la sociedad “no existe”, cualquier imposición ‘colectivista’ o ‘comunitaria’ (sean los derechos laborales, los impuestos, las normativas medioambientales o el código vial) van contra ‘la libertad’. Frenar a los dementes del fundamentalismo del mercado se convierte en un delito contra la libertad. Han construido un marco poderoso.
Hay un problema en que lo que te vale para expresar tu ira no te vale para construir la alternativa. En el momento ‘destituyente’ – cuando el pueblo, guiado por algún liderazgo capaz, centra sus energías en acabar con lo que existe-, ese liderazgo funciona como canalizador de la rabia y la frustración. Es un ‘significante vacío’ (según la expresión de Ernesto Laclau), es decir, cada persona enfadada va a ver en ese liderazgo lo que quiera, porque la ira va a pesar más que la afinidad. Pero en el segundo momento, cuando se trate de construir la alternativa, es probable que las nuevas medidas puedan empeorar tus condiciones de vida. Con tu voto. Y no nos engañemos: ningún país -NINGÚN país- está exento de que le surja una extrema derecha con posibilidades electorales de victoria.
¿De dónde viene la extrema derecha?
Estamos en un ciclo histórico de crisis del neoliberalismo donde las expresiones populistas devoran a la derecha democrática o la arrastran ideológicamente hacia lugares extremos. Kast o Bolsonaro acaban con la democracia cristiana en Chile o en Brasil, VOX regresa al PP al conservadurismo franquista, Milei resucita la dictadura de los Chicago Boys y la dictadura (autoritarismo más ultraliberalismo, trufado de caprichos personalistas), Salvini, Meloni o Berlusconi (éste desde el más allá) han fagocitado a la democracia cristina italiana. Los evangelistas o los católicos integristas hacen alianza con los ultraliberales, aun sabiendo que no cumplen los preceptos. Pero les cuidan los negocios y no les discuten los mandamientos religiosos, aunque los conculquen día sí y día también. ¿Cómo es posible que una monja vaticana vote a un putero y pederasta como Berlusconi? ¿Cómo es posible que un telepredicador integrista evangélico defienda a capa, cruz y espada a un ladrón, mentirosos y consumidor de prostitución confeso como Donald Trump? Porque les cumplen, porque el “enemigo” les asusta y porque la sociedad se lo permite. ¿Cómo se ha logrado esto?
(1) En primer lugar, el derribo de las defensas morales de nuestras sociedades. Decenas de fábricas de pensamiento (think tanks) con miles de millones de dólares financiados por grandes empresas hicieron el trabajo durante décadas. El keynesianismo, que fue la doctrina económica hegemónica desde el final de la Segunda Guerra Mundial, fue invalidado entre los años 70 y los años 90, esto es, entre el golpe de Estado contra Salvador Allende, la ruptura del capitalismo ordenado de Bretton Woods, la caída de la Unión Soviética (1991) y la conversión de la socialdemocracia en neoliberal con la tercera vía. El keynesianismo fue paulatinamente sustituido por la ortodoxia monetarista que estigmatizó lo público, golpeó con dureza las políticas sociales, vació fiscalmente a los Estados, devolvió a las empresas posiciones de fuerza frente a los trabajadores y, quizá lo más esencial, mercantilizó todas las esferas de la vida, de manera que convirtió buena parte de las relaciones sociales en relaciones mercantiles.
Como había previsto Max Weber un siglo antes, desencantó el mundo y nos convirtió en kafkianos empresarios de nosotros mismos-Kafka escribió al tiempo que Weber-, escarabajos atrapados en la jaula de hierro de una burocracia mercantil. Al primar las relaciones mercantiles entre los seres humanos, perdimos humanidad, nos enfriamos, nos aislamos, perdimos empatía y dejamos prácticamente de confiar en lo público y en la solidaridad. Esto no se hizo sin oposición. En 1988 le robaron en México las elecciones a Cuauhtémoc Cárdenas, en 1989 fue el caracazo, en 1992 el levantamiento de Chávez, en 1994 fue el levantamiento zapatista, , con el cambio de siglo las protestas crecieron, en 2001 fue el “que se vayan todos” en Argentina, cambiaron los gobiernos en el continente y en el encuentro del Mar del Plata se frenó el paseo militar neoliberal. Pero casi medio siglo de neolberalismo deja su huella: se rompen las conexiones sociales, se dinamita la empatía, se asume que la sociedad no existe, la justicia social no existe. La cultura del ocio y del entretenimiento se enseñorea. La buena vida es consumir en una sociedad mercantilizada.
(2 El segundo paso lo marca una nueva crisis: es el momento de la frustración. El modelo neoliberal, que prometió solventar todos los problemas, falla. Ocurre cuando en una sociedad a la que le has quitado las defensas sociales con la mercantilización de todas las esferas de la vida, la sacudes con una nueva amenaza (suele ser económica, como en Argentina, aunque genera el mismo efecto una amenaza, real o imaginada, a la identidad nacional, sea por migraciones -como en Austria, Alemania o Italia- o por movimientos separatistas -como en España-. Es el momento de la frustración. Si tiene lugar mientras gobierna la derecha, es probable que gane las elecciones la izquierda (es la segunda ola rosa en América Latina); si la frustración ocurre con un gobierno de izquierdas porque no ha dado respuesta a las demandas ciudadanas, la opción electoras es más fácil que vaya a la derecha. En el caso argentino, con recortes, precariedad, una inflación superior al 100% en un gobierno que se reivindica de izquierdas, es normal que la ciudadanía busque soluciones en otros espacios políticos.
Además, la racionalidad neoliberal -propia de un mundo mercantilizado- ha debilitado mucho los valores de la izquierda. De manera que no es solamente que un supuesto pueblo sabio vote castigando a los que no les han resuelto los problemas, sino que ese pueblo ha aprendido a ser egoísta, insolidario e incluso desconsiderado (algo que pasa especialmente con la migración o con el trato colonial con otros pueblos). En otras palabras, si se empatiza en exceso con el pueblo que vota a la extrema derecha, se termina justificando que votarles es razonable. Y eso no es toda la explicación.
(3) El tercer paso, que es donde aparecen los Milei, los Bolsonaro, los Kast, los Abascal o las Díaz Ayuso, es el del nihilismo (como bien explica Wendy Brown), el del desprecio absoluto a todo lo existente y la construcción del deseo de un cambio radical a ver si por fin desaparece la angustia. Una suerte de “pulsión de muerte” o, en términos más prosaicos, “a la mierda con todo”. Sobre la sociedad neoliberal desarmada en los valores colectivos, aprovechando la frustración social y temiendo que esa frustración pueda operar contra el sistema, el propio sistema activa anticuerpos en forma de insiders que parecen outsiders. Una suerte de Plan B autoritario que tiene como principal objetivo pelear contra la izquierda. Es un momento de arribistas sin escrúpulos, de locos, de tarados, de heridos de guerra, de frustrados, de rebeldes que han formado su rebeldía contra la democracia liberal y ven una oportunidad en el momento del populismo de derechas.
Ese nihilismo, cargado de frustración, se llena de fuerza al creerse los supuestos agraviados sus propias mentiras. Ya no quieren tener razón, sino “ser” la razón. Y si la razón, la lógica, el sentido común no les acompaña, dinamitan la razón y la lógica y el sentido común. Por eso pueden decir una cosa y la contraria, contradecirse, decir barbaridades. Han logrado capitalizar la ira y todo vale para cargar de energía ese Armageddon que va a romperlo todo e inaugurar una nueva época. Desde ese escenario desarmado de sentido común, lo que frena la libertad de los dueños de la razón es “comunismo” y lo que está en peligro es “la patria”, en decadencia por culpa de los enemigos de la nación. Inauguran una nueva razón y la llaman “libertad”, aunque impida la libertad de las mayorías. Necesariamente tiene que recurrir a la fuerza para imponerse. Por eso Milei plantea en su programa unificar el Ministerio de Defensa y la policía. Por eso en España funciona la ley mordaza. Por eso VOX quiere infiltrar la policía y el ejército. Bukele en El Salvador les da la pauta: todos los que estén contra mí son pandilleros.
En el río revuelto de la crisis permanente, los pescadores sin escrúpulos triunfan
Por eso ya no valen los partidos ni los medios de comunicación como instancias intermediadoras de las sociedades democráticas. Los medios, en realidad empresas de medios, son los encargados de gestionar el marco, el olvido, el miedo, la esperanza. Los líderes de la extrema derecha inauguran una nueva comunicación donde si no están con ellos, están contra ellos. Como los partidos y los medios vienen de estar debilitados, no es complicado pelear contra ellos si no se pliegan. Pero la verdad es que se pliegan -o cuando menos, les atacan mucho menos que a la izquierda- porque, al fin y al cabo, la lógica partidista y mediática está a favor del sistema. En España, es inimaginable que un líder de la izquierda hubiera podido presentarse a las elecciones de existir una foto suya veraneando con un narcotraficante. De la misma manera que Milei puede reivindicar a Menen o a Bullrich, odiada como Ministra de un Presidente que tuvo que salir del palacio de gobierno en helicóptero durante la crisis de 2001. Bullrich puede regresar porque los medios les gestionan esos marcos de olvido.
El neoliberalismo nació ya en crisis. Y esa crisis sigue abierta. Primero se enfrentó a las protestas contra el empobrecimiento de las mayorías en el cambio de siglo. Luego al colapso tras la crisis de 2008. El ciclo sigue abierto. Lo quiso solventar la izquierda pero no fue capaz. Es la principal fuerza de la extrema derecha: la renuncia de la izquierda a hacer políticas decididas a favor de la mayoría. Es ahí donde aprovecha la oportunidad la derecha. Además, la crisis también asusta a los grandes capitales, que deciden blindarse ante cualquier cambio. Y empiezan a mover sus fichas: mediáticas, judiciales, policiales y finalmente, si así lo entienden, militares.
En esa suma de ruptura de lazos sociales, frustración y nihilismo, ¿quién vota a la extrema derecha? El abanico es amplio y comparten alguna de estas características:
-Buscan privilegios (la alineación de las clases altas con la extrema derecha es una constante en todos los países)
-Tienen miedo (a los cambios sociales, a la incertidumbre, a la violencia, a la inflación, a los inmigrantes, a los que supuestamente les van a quitar lo que no tienen)
–Están frustrados (como hombres, como blancos, como heterosexuales, como cristianos, como trabajadores, como propietarios
La extrema derecha da a esas mayorías sin rumbo (1) una identidad (por lo general nacional excluyente que sitúa el paraíso en algún momento del pasado y que, por lo general, alaba a las dictaduras porque lucharon contra la izquierda), (2) una utopía (una sociedad de mercado con la épica de la lucha de todos contra todos en una reedición constante de los juegos del hambre o el juego del calamar) y (3) un enemigo (la política –”todos los políticos son iguales…menos yo”-, la izquierda, los inmigrantes, las mujeres, los homosexuales, los pobres, los que generan inseguridad con el robo y la violencia (lo cual es cierto) y también lugares extraños que permiten alimentar teorías de la conspiración – la agenda 2030, el Foro de Sao Paulo, el estado profundo-.
Por eso los ricos siempre están detrás de la extrema derecha. También sectores populares que se sienten engañados. Trabajadores precarizados, pequeños propietarios que necesitan echarle la culpa de su escaso éxito a alguien, rentistas del campo que quieren regresar a alguna suerte de feudalismo, ancianos intoxicados por los medios de comunicación, personas con identidades sexuales débiles o que anhelan una relación de dominio con las mujeres, divorciados que anhelan una sociedad donde las mujeres tengan menos derechos, sectores aspiracionales que creen que en una sociedad menos democrática les va a tocar estar arriba de la cúspide, jóvenes que encuentran una forma de rebeldía en dinamitar lo existente, en el derribo de lo que consideran que son “obstáculos para la libertad” y creen igualmente que van a ser beneficiarios de la demolición, estudiantes que ya no estudian economía sino en escuelas de negocios y sueñan aspiracionalmente a ser lobos de wall Street. Al final, gente sin horizontes por culpa de una sociedad que ha dinamitado el horizonte y que creen que vendiendo un riñón -como plantea Milei- podrán invertir en criptomonedas que, una vez enriquecidos ¿les permitirán volver a recuperar su riñón?
La extrema derecha como un relato eficaz
La extrema derecha, como dueña de la razón irracional, plantea cosas absurdas pero que tienen recorrido mediático (los medios siempre les ayudan). Tienen que ser necesariamente estupideces o atentados contra el sentido común para así polarizar el debate a atraer toda la atención. De esa manera, parece que el debate es entre ellos y todos los demás. La frontera entre que sean desechados por decir estupideces o que sean señalados como el polo desafiante de la política tiene que ver con la construcción publica de los personajes. Si el periodismo hiciera su trabajo, es difícil que sus propuestas pudieran parecer otra cosa que necedades. Milei se ha convertido en un verdadero ejemplo de estas actuaciones, siguiendo la estela de Donal Trump (“puedo asesinar a alguien en la quinta avenida y no me pasaría nada”) o Díaz Ayuso cuando planteó colgar una maceta para luchar contra el calentamiento global. Algunas propuestas de Milei son privatizar las calles (pero no aumentar los sueldos para pagar esos gastos extras, lo que le lleva necesariamente a prohibir las manifestaciones y las huelgas). Es decir, ignorar que hay un salario indirecto en los bienes públicos que ayuda a la paz social; prohibir la redistribución de la renta por parte del Estado pero sortear el salario que recibe Milei del Estado y que es la garantía de que cualquier ciudadano pueda hacer política; tratar el cuerpo como una mercancía, de manera que se pueda vender un riñón o tratar a un niño como si fuera una lavadora (el economista Ronald Coase inauguró esa mirada en los años 60, preparando la etapa de Reagan).
Las buenas trampas tienen que tener algo de verdad. Milei, en nombre de la libertad, autoriza a los comerciantes informales su derecho a ser “emprendedores”, es decir, a trabajar jornadas de 14 horas para apenas conseguir el alimento. Como los riders. Por supuesto, no se explica la contradicción con los comerciantes formales que ¿tampoco pagarían impuestos? Con la consiguiente reducción de la seguridad que, como se ve en el caso de Ecuador con Lasso, no garantiza la vida ni siquiera a los candidatos a la Presidencia del Gobierno. Otro tanto con la dolarización. Seguramente es imposible ponerla en marcha y supondría la pérdida de la soberanía del país, pero genera una expectativa de cambio capaz de emocionar a los desesperados. Por último, con el tema de la seguridad, América Latina puede deslizarse hacia una “salida Bukele” que sea la antesala para dinamitar el compromiso democrático de las mayorías. Una vez más, el fracaso de la izquierda es el pasaporte al éxito de la extrema derecha.
Las conexiones internacionales hacen el resto. De Steve Bannon a Santiago Abascal y su Iberosfera, pasando por la multitud de fundaciones que hacen política (donde siempre se entrecruza el Atlantic Council con José María Aznar y el inefable Vargas Llosa) apoyan las oposiciones a los gobiernos de izquierda y le dan una patina de credibilidad internacional a las barbaridades ultraliberales y al vaciamiento democrático.
¿Quién dijo que todo está perdido?
Estos personajes sacan hasta un tercio de los votos e, incluso, sumando los votos de la derecha, pueden aproximarse al 50%. Pero el otro 50% está enfrente. Incluso pese a los errores de la izquierda. No se concedan victorias que aún no existen. Una parte, además, se va a la abstención, pero en momentos de urgencia -de los cuales no hay que abusar- se activan y expulsan a las derechas, como pasó con Zapatero contra Rajoy, ha pasado ahora con Sánchez y Sumar contra Feijóo-Abascal, pasó con Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner y puede pasar otra vez en noviembre con Massa-Rossi frente a Milei o Bulrich.
La extrema derecha que está en contra del aborto es la misma que está a favor del trabajo infantil, de la venta de niños, de la privatización de la educación infantil, y en contra de que en un hospital público se estudien las cardiopatías de los niños. Pero hay al menos, siempre, en cualquier país, una de cada dos personas a las que les aterra esta gente, aunque no siempre den la batalla. Y que son la razón para no tirar la toalla.
Juan Carlos Monedero
Fuente: https://blogs.publico.es/juan-carlos-monedero/2023/08/20/ni-los-milei-ni-los-abascal-nacieron-ayer-los-laboratorios-del-veneno-de-la-extrema-derecha/#md=modulo-portada-fila-de-modulos:3×2-t1;mm=mobile-medium
Foto tomada de: https://blogs.publico.es/juan-carlos-monedero/2023/08/20/ni-los-milei-ni-los-abascal-nacieron-ayer-los-laboratorios-del-veneno-de-la-extrema-derecha/#md=modulo-portada-fila-de-modulos:3×2-t1;mm=mobile-medium
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