El pasado 8 de noviembre se celebraron las elecciones midterm en Estados Unidos, calificadas por expertos y periodistas como las más extrañas de los últimos años. Por una parte, el recuento de votos a nivel nacional ha resultado interminable y, por otra, lo ajustado del resultado impide trazar un itinerario claro con respecto a lo que vendrá.
A pie de urna, las encuestas mostraron una ciudadanía preocupada por la inflación y las derivas de la economía, el precio de la vivienda, el derecho al aborto, el acceso a la sanidad universal y el aumento de la delincuencia. La seguridad ciudadana fue el mantra preferido de los conservadores en tanto que actúa visceralmente como mecanismo de control. El candidato republicano a gobernador, Lee Zeldin, derrotado por casi seis puntos por su contrincante, la demócrata Kathy Hochul, promovía en octubre la declaración de un estado de alarma inminente contra la delincuencia si resultaba elegido. Ese mismo mes, Hochul, que había ocupado el cargo tras la dimisión de Andrew M. Cuomo y que tras el 8 de noviembre se ha convertido en la primera mujer elegida como gobernadora, anunciaba un paquete de 28 millones de dólares para el control de armas de fuego y la prevención de la violencia en siete ciudades del estado.
Porque lo cierto es que desde 2019 las agresiones con resultado de muerte han aumentado más de un 30% en la ciudad, y los delitos menores se han incrementado en un 24%. La epidemia de fentanilo, que atraviesa el país a ritmo creciente, arrastra a la destrucción y a la muerte por sobredosis a miles de personas cada año.
El día anterior a los comicios, la periodista Liza Featherstone publicaba en Jacobin Magazine un artículo titulado “Girlboss Politics Won’t Beat the Right” (“La política de las Jefas no derrotará a la derecha”), en el que analizaba uno de los actos finales de la campaña de Kathy Hochul. El texto de Featherstone funcionaba como una crítica conveniente y constructiva en tanto que invitaba a revisar el enfoque elitista de un discurso alejado de los avatares cotidianos de la gente. Y también como una reflexión respecto al papel del feminismo y del liderazgo detentado por mujeres. Un análisis que me permito continuar fuera del espacio donde surgió, extendiendo las disyuntivas sobre el posicionamiento político y las tensiones con otras protagonistas del panorama actual.
Al acto en cuestión acudieron Hillary Clinton y Kamala Harris en apoyo a Kathy Hochul. Featherstone cuestionaba acertadamente todo lo relacionado con la campaña. En primer lugar, la ausencia de un programa electoral contundente con medidas para proteger a los sectores más vulnerabilizados de la ciudad; y en segundo, las fórmulas vacías con que se dirigieron a los asistentes. Más allá de eso, es indiscutible que se trata de tres figuras políticas con perfiles que podríamos calificar de tradicionales, forjadas en una época reciente que se caracterizó por preceptos caducos de los que no estamos precisamente orgullosas. Sin embargo, el mapa de las candidaturas demócratas en los distritos de Nueva York demuestra una eclosión de mujeres de distinta procedencia y con otras formas de hacer. Algunas involucradas en la política de partidos, otras provenientes del activismo de base y de nuevas organizaciones progresistas. La irrupción en 2018 de una figura como Alexandria Ocasio-Cortez no es un hecho aislado, sino que forma parte de un incipiente cambio de paradigma, protagonizado por mujeres cuyas trayectorias políticas empezaron en las calles. Mujeres cuyas condiciones de vida y herencia histórico-social colocan en una perspectiva completamente distinta a la de Clinton, Harris o Hochul a la hora de formular sus enunciados.
Otra joven política, Sandy Nurse, concejala en el Ayuntamiento por el Distrito 37 desde enero de 2022, no se presenta tras un estrado con las manos descansando sobre un trozo de papel. Nurse es de las que está en la calle. Repartía comida en los peores momentos de la pandemia, lleva tiempo peleando para frenar los desahucios y la brutalidad policial contra la comunidad afrodescendiente. Su trayectoria laboral ha estado marcada por la precariedad. Ha sido rider, conserje y carpintera, pero también, antes de entrar profesionalmente en la política, ha participado en la creación de dos proyectos empresariales de economía social para emplear a personas migrantes y racializadas.
Un tercer nombre relevante en la política neoyorquina actual es el de la senadora Jessica Ramos, representante del Distrito 13 y presidenta del Comité Laboral del Senado. Desde 2019 ha trabajado para lograr mejoras concretas que impacten en la economía de la población más desfavorecida a causa de la deriva neoliberal. Hija de inmigrantes colombianos, su madre cruzó la frontera mexicana a los veinticuatro años y su padre fue encerrado en un centro de detención de extranjeros durante los años 80, tras una redada racista. Ramos se inició en el activismo muy joven, y el aprendizaje de su trayectoria es una ventaja a la hora de proseguir con el ejercicio político. En apenas tres años, ha conseguido un hito histórico en cuanto a derechos básicos para los trabajadores agrícolas, ha mejorado la legislación contra la pobreza infantil y ha asegurado un fondo para trabajadores que fueron excluidos de las ayudas económicas relacionadas con la pandemia. El 16 de noviembre presentó una propuesta de ley para aumentar el salario mínimo en el estado, que pasaría de forma escalonada de 15 a 21,45 dólares/hora en 2025. La medida beneficiaría a dos millones de trabajadores precarios en Nueva York, un 55% de los cuáles son mujeres. Y sentaría un precedente para futuros ajustes sobre el coste de la vida, que se producirían de manera automática.
Quienes apoyan a Kathy Hochul, y ella misma, cantan sus logros en clave feminista. Alaban su capacidad de diálogo y la aprobación de ciertas medidas económicas de talante social, ciertamente pocas en comparación con el poder económico que ostenta en su cargo. En el mes de mayo, después de que Brian Benjamin, el candidato a vicegobernador que la acompañaba, tuviera que abandonar por un caso de corrupción, Hochul nombró como sucesor al afroamericano con raíces latinas Antonio Delgado, una apuesta inesperada y secretista, en palabras de otra de esas políticas que vale la pena conocer, la colombiana Ana María Archila, candidata también a vicegobernadora junto a uno de los contrincantes demócratas de Hochul, el abogado y activista afroamericano Jumaane Williams.
En una comparecencia de finales de mayo, Archila recogía públicamente nuevos apoyos políticos desde la izquierda y reflexionaba sobre la ausencia de Antonio Delgado en los foros comunitarios a los que ella se acerca diariamente. También declaró que la entrada de Delgado en la carrera electoral, precipitada y contraria a las prácticas del partido, evidenciaba el intento de derrotarla, de impedir que una persona con voluntad de enfrentarse al sector inmobiliario y financiero pueda rozar los sillones donde se asientan las viejas posaderas del poder.
Antes se solía emplear para estos casos la palabra revolución, pero, desde luego, nunca se revolucionó lo bastante. Quizás porque no fuimos nosotras las que pensamos e hicimos esas revoluciones. Quizás porque antes de poner la primera piedra de ese nuevo mundo posible, regresando a María Galindo, nos toca destruir la intrincada presencia del pensamiento y la metodología patriarcal.
Vivi Alfonsin
Foto tomada de: https://ctxt.es/es/20221101/Firmas/41361/nueva-york–jessica-ramos-brittany-ramos-sandy-nurse.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-big
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