Ha sido tal el acercamiento del establecimiento político al Pacto Histórico, que algunas figuras como el excandidato presidencial, exministro de Hacienda y exgerente de Ecopetrol, Juan Carlos Echeverry, ha manifestado su preocupación por un posible unanimismo carente de pesos y balances, más interesado en acceder a cargos y a contratos que a promover una visión distinta a la de Petro.
El camino hacia adelante, sin embargo, no se ve tan despejado como algunos lo ven. No solamente algunos sectores de izquierda como Fecode y el senador Gustavo Bolívar han expresado su inconformidad por sentirse marginados y maltratados, así como algunas organizaciones sociales que cuestionan que el conservador Guillermo Reyes sea el jefe de empalme del sector justicia del nuevo gobierno. Tampoco puede perderse de vista el importante reto de Petro con los militares.
Gustavo Petro será el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas y estará al mando de una institución que lo ha considerado un enemigo por su condición de político de izquierda y de ex guerrillero. El mismo Petro sabe que buena parte del éxito de su gobierno pasa por el nombramiento del ministro de Defensa y que la decisión es difícil por cuanto el encargado de la cartera debe ser de muchos kilates. Obviamente, el primer paso es nombrar una cúpula con una mentalidad distinta a la actual, pero Iván Duque purgó a todos los altos mandos que trabajaron en el proceso de paz con Juan Manuel Santos y los actuales mandos son gente de confianza del general Zapateiro. Buscar afinidad con los que están en la fila no es fácil dado que romper la tradición de antigüedad puede ser traumático para una institución muy sensible y con poca capacidad de autocrítica.
Hasta el momento, se percibe un clima favorable al diálogo y a tejer pactos, pero no puede negarse que la sociedad sigue polarizada y que el rechazo a lo que representa Gustavo Petro sigue vivo. El mismo se hará sentir cuando se evidencien las tensiones propias del ejercicio político y quede al descubierto la natural incongruencia entre lo proclamado en campaña y los fines realizados.
El proyecto del Pacto Histórico está atado al cumplimiento del Acuerdo de Paz con el que no se comprometió Duque y a la integración social de grupos tradicionalmente marginados en Colombia. En palabras de Maurice Duverger, “la integración es el proceso de unificación de una sociedad, que tiende a convertirla en una civitas armoniosa, basada en un orden que cada uno de sus miembros siente como tal…Unificar una sociedad es, ante todo, suprimir los antagonismos que la dividen y poner fin a las luchas que la desgarran. Pero una sociedad sin conflictos no llega a estar realmente integrada si los individuos que la componen permanecen yuxtapuestos unos al lado de otros, como si fuesen una muchedumbre en la que cada uno se encuentra aislado de sus vecinos, sin tener con ellos un vínculo verdadero”.
La integración supone no solamente la supresión o el manejo de los conflictos, sino también el desarrollo de la solidaridad y esta se fundamente en el reconocimiento del otro, de sus intereses y de lo que lo hace singular. Limitar la expresión de un conflicto también es generar un conflicto. La política se basa en opciones, acuerdos y compromisos.
La mayoría de los colombianos piden cambio, aunque no lo entiendan de la misma manera. Ganado el reconocimiento de su triunfo, el primer obstáculo que tendrá que vencer el Pacto Histórico es lograr el consenso necesario para hacer viables sus reformas en el Congreso y llevarlas a buen puerto. El Acuerdo Nacional no será expresión de unanimidad, sino el resultado de compromisos plasmados en un programa de gobierno destinado a ser respetado por los encargados de dirigir los destinos de la nación.
Rubén Sánchez David
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