Entidades estudiantiles, profesores y estudiantes realizan nuevas protestas contra los recortes presupuestales en la educación pública.
El proceso histórico tiene condicionantes claras, grandes movimientos tectónicos de relaciones, procesos y estructuras eco-sociales, contradictorios e interdependientes, siempre en movimiento, herencias vivas de las acciones de generaciones pasadas y presentes, materializadas en los territorios y en los tiempos que vivimos. Nuestro corto tiempo histórico tiene esta herencia más grande que nosotros mismos, nuestro medio inmediato, la sociedad de la que formamos parte, nuestras formas de organizarnos para producir y reproducir la vida e irla llevando. Pero nada, absolutamente nada, está acabado o es inmutable. La vida se hace y rehace, hasta se destruye, en un movimiento continuo. Nosotros somos la vida humana en este tiempo histórico, a su modo conturbado y extremadamente contradictorio. A nuestra manera, dentro de nuestras posibilidades, opciones y límites, vamos haciendo historia en el suelo concreto del día a día, entre sujetos colectivos sociales, confrontándose y disputando sentidos y rumbos, allá donde estamos, por opción o por falta de opción, siempre condicionados por la humanidad entera con quien compartimos el Planeta Tierra. El destino es vivir en colectividad y completar la vida con la propia muerte, pero cómo y cuánto tiempo, depende del modo en que nos organizamos para vivir.
Esta larga introducción un tanto filosófica y sociológica es fundamental para dejar claro mi punto de vista analítico de la situación actual brasileña, bajo la truculencia de un gobierno de extrema derecha y con una visera cavernosa sobre los valores y sentidos del vivir en colectividad y, por encima de todo, sobre quién puede o no vivir. Dicho esto, afirmo y reafirmo que es posible, sí, encontrar una forma de organizarnos mejor para dar lugar a todos, en nuestra maravillosa diversidad, en los territorios y sociedades concretas en que vivimos, con igualdad incondicional de ser todos humanos, en un maravilloso planeta que es un bien común de todos y de todas, sin importar si está en el Sur o el Norte, el Este o el Oeste, o en Brasil, que nos quieren negar a los “dueños” del poder del momento.
Volviendo al suelo concreto de lo cotidiano, veo grandes señales de esperanza aflorando de las calles. Parece hasta que nuestra primavera social está llegando con sus luces y colores, rodeando el invierno político de un gobierno oscurantista destructivo de derechos y de la democracia. La esperanza brota exactamente de donde ella tiene, por cuestión de la vida misma, más poder constructivo: las juventudes en su explosión de vida. Ella vino con tanta fuerza que hasta llamó a la calle a los que le dieron la victoria electoral a Bolsonaro, pero que no tienen y nunca tuvieron inspiración ni organicidad como movimiento de ciudadanía.
Por más atento a las coyunturas y por más experimentado en términos de análisis social, uno nunca sabe dónde las contradicciones surgieron. No fue en la economía yendo hacia atrás, con millones sumergidos en el desempleo, la informalidad y el desaliento. No fue la más destructiva agenda de reformas económicas inspiradas en el fundamentalismo neoliberal sin sustentación teórica ni práctica del ministro Paulo Guedes. Ni en la violencia institucional propuestas por el ministro Sergio Moro ni en la liberación de armas del presidente Bolsonaro como política de (in) seguridad total las que nos llevaron a las calles. En la elocuente definición de la activista catalana, Clara Valverde, estamos ante una aplicación práctica por el neoliberalismo de la “necropolítica – deja morir personas que no son rentables” *.
Pero no fue ésta la chispa que llevó a nuestra juventud, en su maravillosa diversidad, a las calles. Por el contrario, fue en el campo político-cultural, aquel que el componente más ideológico y moralista del “bando” en el poder define como su “guerra cultural”, que irrumpieron las contradicciones: la educación pública. El ataque a lo que hasta aquí ha sido visto como posibilidad de emancipación social y económica provocó la maravillosa irrupción de la ciudadanía joven en las calles, empujado por estudiantes y profesores, con simpatía y apoyo de amplios sectores y generaciones. El 15 de mayo de 2019, repicado el día 30, es un hito fundamental. De aquí en adelante, tenemos el estallido de la ola conservadora y autoritaria en la playa. Todavía van a suceder muchos estragos, quizás más de lo deseable. Pero la ciudadanía activa mostró su cara y su poder. Otra historia puede ser dibujada. Claro, en un embate democrático, ya que llamamos a los partidarios del régimen expresado por Bolsonaro a la calle, territorio de la ciudadanía en disputa. Ahora estamos en igualdad de condiciones nuevamente. Podemos perder o ganar. Pero en las democracias nunca existe victoria o derrota definitiva. Ella es, por definición, un proceso virtuoso de construcción en la lucha – desde que los fascismos no se establezcan con toda su violencia destructiva sobre una o dos generaciones. La posibilidad de cambiar siempre es una hipótesis a apostar desde el punto de vista de la ciudadanía.
Los desafíos son monumentales. En todo el mundo estamos siendo amenazados por el avance de la barbarie. No voy a entrar aquí en el diagnóstico de su fuerza y formas, dado el corto espacio de una crónica. Lo importante es tener presente que vivimos un momento de enormes adversidades internas y externas, con los extremismos, las xenofobias y las intolerancias en crecimiento, apoyados en formas autoritarias de inspiración fascista, que se están robusteciendo en el mundo entero. Y ellos ganan espacio con representaciones en las instituciones, como acaba de suceder en las elecciones parlamentarias en la Unión Europea.
Es del suelo de la ciudadanía, de las sociedades concretas, de las ciudades, de las calles, de las zonas periféricas y segregadas, de los territorios amenazados por el agronegocio y la minería, que las amenazas de deconstrucción de derechos y de la propia democracia pueden crear densidad y poder irresistible. Pero dónde empieza nunca se sabe. Es emblemático que haya surgido del seno de los estudiantes, juventudes que tienen todo por conquistar y poco por perder, en el futuro inmediato. Necesitamos inspirarnos en esta capacidad y vigor de transformación de la resistencia en acción ciudadana.
Para actuar con determinación no hay nada como la inspiración de la canción: “Mañana va a ser otro día … y él podrá ser mejor”. Es así, con tal inspiración y cemento agregador, que los procesos ciudadanos de transformación construyen sociedades mejores. Nuestro nuevo momento está comenzando.
Cándido Grzybowski, Sociólogo, presidente del Ibase
Traducción de Andrés Santana Bonilla
Foto tomada de: elperiodico.com
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