En la historia política de los Estados Unidos la mierda de otros países siempre ha sido una preocupación; unas veces como desprecio humano, y otras, como fortuna por ser un excelente fertilizante. Pero siempre los gringos han preferido la mierda de otros, a la que produce su propio alimento cargado de intromisión, odio y desprecio por la soberanía y autodeterminación de las naciones.
Basta recordar que el Congreso Norteamericano aprobó en agosto de 1856 la famosa Ley de Islas Guaneras, una norma federal en la cual se daba vía libre para que cualquier ciudadano de los Estados Unidos tomara posesión de islas con depósitos abundante de la mierda de los pájaros llamada “guano”. Excremento equivalente en su época a oro en polvo.
De tal manera, que la frontera del territorio del nuevo imperio norteamericano se extendió por el Pacifico a todos los territorios donde encontraban este fertilizante producto del excremento de aves. Cada isla, cada roca y cada cayo cagado por los pájaros al que llegaba un norteamericano, siempre que no estuviera ocupada por otro gobierno ni vivieran en ella personas de otros países, el excremento avícola y el territorio pasaba inmediatamente a ser de dominio estadounidense. Así fue, como Estados Unidos se hizo con más de 100 nuevos territorios de ultramar, muchos de las cuales siguen perteneciendo a Estados Unidos desde la fiebre del guano.
Desde esas pretéritas épocas se viene cumpliendo de manera reiterada la premonición de nuestro liberador Simón Bolívar, quien a principios del siglo XIX había vaticinado en sus escritos políticos que los Estados Unidos de Norteamérica estaban condenados por la providencia, a plagar de hambre y miseria a nuestra américa a nombre de la libertad.
Los gringos, hoy como ayer, nos regañan, nos imponen órdenes, y nos tratan como el agregado de la finca que no ha fumigado con juicio y con glifosato las hectáreas de cultivos de coca que produce un campesinado sin tierra, sufrido e ilegal en Colombia. Ellos, no tienen en cuenta que nosotros ponemos para la producción de coca nuestras mejores y fértiles tierras abonadas con guano; mientras los gringos solo se limitan a poner sus treinta millones de narices para el consumo de la cocaína. De tal manera que, son ellos los que se quedan con el aroma del viaje galáctico y nosotros nos quedamos con los muertos.
Los norteamericanos no propiamente nos vienen tratando como si se tratara de la utilidad fertilizante del guano. No, ellos, nos viene tratando como parte de los “agujeros de mierda” como recientemente llamo Donald Trump a indeseables países como El Salvador, y Haití, que lo único que tienen disponible es la posibilidad de exportar una mano de obra, pobre y sufrida a territorio norteamericano.
Esa política de las Islas Guaneras es la misma que hoy nos aplican en las relaciones internacionales a países de américa latina que somos considerados “agujeros de mierda”. Política que le ha servido recientemente a la administración Trump para inmiscuirnos, de manera descarada, en sus planes de desestabilizar el gobierno venezolano de Nicolás Maduro. Es la misma política que nos llevó a la frontera a cantar contra Maduro y a tratar de meter a la fuerza volquetas cargadas de la libertad excremental norteamericana sin ningún resultado positivo hasta el momento. Pues el vecino indeseable aún sigue ahí.
En esa misma dirección intervencionista, en días pasados el embajador Kevin Whitaker, representante de Estados Unidos en Colombia, se reunió con los senadores y representantes encargados de estudiar las objeciones presidenciales a la ley estatutaria de la JEP para exponer su preocupación frente al futuro del acuerdo de extradición que tiene Colombia con su gobierno. En esa reunión, a la que en un acto de dignidad nacional no concurrió nuestra conciencia moral y jurídica representada en la Corte Constitucional, se dio la orden imperial de votar en favor de las obsesiones uribistas de hacer trizas el proceso de paz.
Deben los congresistas entender, de una vez por todas, que lo que está en juego es el proceso de paz y que las presiones gringas y de la derecha colombiana solo apuntan en esencia a dos objeciones de la ley estatutaria que acabarían con el proceso de paz, cuyo eje central es satisfacer el derecho fundamental a la verdad por parte de las víctimas. Una, a reclamar la extradición de Jesús Santrich; y así abrir la puerta para extraditar mediante montajes de la DEA a mas exjefes guerrilleros que pactaron la paz; y la otra objeción, es lograr la exclusión de los terceros de la JEP; es decir, que no comparezcan a la Justicia de Paz particulares, empresarios, ganaderos, terratenientes y políticos, que tienen mucho que decir acerca de la complicidad que tuvieron, por acción o por omisión, con masacres y crímenes de lesa humanidad. Actos criminales que eventualmente comprometerían también a funcionarios públicos de alto nivel de los anteriores gobiernos, incluidos expresidentes de Colombia.
Es hora de que nuestra soberanía y dignidad nacional se hagan respetar en los próximos debates en el congreso nacional frente a la descarada intromisión yanqui. Los parlamentarios colombianos deberán escoger, entre, conservar la visa gringa para cumplir el sueño americano de ir de shopping a los Malls de Miami, o hacer respetar nuestro sentimiento mayoritario de tener una nación en paz, con justicia social, y libre de intromisión de cualquier naturaleza.
Héctor Alonso Moreno
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