Yo quisiera plantear la idea que a mi juicio y después de seguir la evolución política colombiana en su historia, es una convicción personal y acompañada de elementos analíticos: que la Polarización ha sido y seguramente seguirá siendo una eterna compañera de nuestra historia, por un buen rato y esto no es para mí preocupante -en lo cual coincido con lo dicho por varios analistas-, porque se trata de evidenciar las posiciones políticas, así sean las más antagónicas posibles y que se controviertan. Hasta ahí la situación no me genera preocupación. Pero… recordando la frase del Maestro Darío Echandía, ‘no estamos en Dinamarca, sino en Cundinamarca’ y esto hace que las cosas haya que verlas y analizarlas de manera más compleja.
El problema es que hay otra compañera incomoda en nuestra historia política, la Violencia con pretensiones o justificaciones políticas y eso tampoco es claro que esté mostrando síntomas de agotamiento -algunos analistas o dirigentes políticos con las mejores buenas intenciones, hacen malabares para tratar de decirnos que ya la violencia no está en nuestro presente, pero creo que la realidad es tozuda-.
Recordemos que en la posindependencia de España vamos a vivir un período de polarización alrededor de los nacientes partidos políticos históricos, Conservadores y Liberales -el primero que reivindica a Bolívar como su fundador y el segundo a Santander, pero eso no creo que sea tan relevante, pero debe tenerse en consideración- y esa polarización llevó a que durante cerca de un siglo los colombianos nos matáramos por un trapo azul o uno rojo; las guerras civiles del Siglo XIX, tanto las nacionales como las regionales y luego el período de casi cuatro décadas de mediados del Siglo XX dan cuenta de cómo esa polarización se expresó en términos de violencia en Colombia. Esto llevó hasta el Frente Nacional, que fue un pacto entre los dos partidos tradicionales y que fue eficaz para terminar los enfrentamientos violentos entre conservadores y liberales, pero como el Frente Nacional fue excluyente de las demás fuerzas políticas, eso se convirtió en estimulador de nuevas formas de violencia y visto el Frente Nacional de manera despectiva.
La terminación o el apaciguamiento, si se quiere, de los enfrentamientos entre liberales y conservadores, coinciden con el surgimiento de un nuevo eje de polarización, de origen externo ahora, de la llamada ‘Guerra Fría’, que vamos a comprar rápidamente en Colombia y que va a ser la polarización entre comunistas y anticomunistas y que en nuestra región y en el caso colombiano se superpone con las confrontaciones violentas, no totalmente apagadas del período anterior y se va a expresar en las guerrillas que se autodenominan como ’revolucionarias’ y que marca nuestros últimos seis decenios de vida política con toda la complejidad de guerrillas -y los enfrentamientos entre ellas-, surgimiento de contra guerrillas y por supuesto de financiadores y apoyos de todos los lados. Claro que detrás de todos estos actores armados hubo inspiradores -políticos y militares-, instigadores, financiadores, colaboradores -activos y pasivos- y demás factores que nos explican toda la complejidad de estos seis decenios, por lo menos.
El breve ‘recorderis’ que acabo de hacer nos lleva a decir que es esa mezcla entre polarización y tradición del uso de la violencia para eliminar al adversario, visto y considerado como enemigo, lo que hace muy compleja y problemática la situación colombiana y a lo cual debemos adicionarle que en nuestra tradición política la posibilidad de reconciliación no ha estado presente, más allá de ciertos shows mediáticos, pero una tarea clara, persistente y continuada de trabajar en la reconciliación entre las fuerzas militares y políticas enfrentadas, no ha existido y todos los gobiernos que han firmado acuerdos de paz -grandes o chiquitos-, si hay algo que han eludido es asumir esa tarea de reconciliación de la sociedad; por supuesto que tampoco en los denominados líderes de las fuerzas de oposición política se ha asumido con seriedad y respeto esa tarea, de pronto porque lo que da aplausos en la galería de sus fanáticos y eventualmente votos, es estigmatizar al adversario.
Por eso se sigue escuchando en sotto voce, pero en algunos casos en voz más alta, que se sigue colocando en la picota pública tanto a los que fueron parte de los bandos guerrilleros o de los bandos paramilitares, -para simplificar una confrontación compleja que hemos vivido- tanto en su condición de inspiradores o de miembros activos, o de auspiciadores, financiadores, colaboradores, etc. y por ello los modelos de ‘justicia transicional’ se sigue viendo desde todos los lados simplemente como sinónimo de impunidad y lo que se quiere es la justicia que más se parezca a la venganza.
Lo anterior permite concluir, que en un entorno como el colombiano, la violencia verbal de cualquiera de los actores -especialmente los relevantes- fácilmente se puede transformar en violencia física, por ello desde todos los lados deberíamos ser muy cuidadosos, por lo menos para este momento sensible de nuestra historia y mientras algún futuro gobierno asume en serio la convocatoria a la sociedad para pensar, liderar y ejecutar un plan de reconciliación nacional, por supuesto antecedido de unos procesos serios y planificados de superación de los enfrentamientos armados; sin olvidar que un serio proceso de terminación de una confrontación armada no se va a hacer llevando simplemente a los miembros de estos grupos armados a la prisión, lo cual hace indispensable aprobar en el Congreso de la República, de manera consensuada, normas que viabilicen lo propuesto.
Considero que hay dos elementos fundamentales para avanzar en esa dirección, de superar la violencia con intencionalidad o pretensión política: conocer todas las verdades de todos los lados -creo que es pretencioso además de equivocado, pensar que hay una única verdad-, pero igualmente tener un Estado fortalecido con una legitimidad social incuestionable, una Fuerza Pública dispuesta a la defensa de la sociedad y una presencia territorial de ese Estado. Eso creo son las condiciones mínimas para avanzar en la dirección de superar la violencia con justificaciones o motivaciones políticas y allí sí la polarización política puede ser un elemento dinamizador de la democracia.
Alejo Vargas Velásquez, Analista Político de Paz, Seguridad y Defensa, Profesor Titular Universidad Nacional, Investigador Emérito de Min Ciencias
Foto tomada de: Senado.gov.co
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