Terminados los confinamientos, más no la pandemia claro está, quienes perdieron sus trabajos, regresaron al mercado laboral en la búsqueda de oportunidades, para los hombres fue más sencillo, no lo fue para los jóvenes y menos para las mujeres. Al deterioro del ahorro que les sirvió a algunos para soportar la crisis, se sumó una caída de los ingresos no solo a los nuevos trabajadores sino para quienes pudieron conservar el trabajo a consta de una reducción salarial.
Con la apertura de las diferentes actividades económicas era de esperarse un efecto rebote en el comportamiento del PIB, es decir, con la entrada de los sectores marchitados o incluso cerrados por los confinamientos, tales como comercio, turismo y esparcimiento, entre otros, que además sirven para apalancar las actividades de otros sectores y por ende del empleo, se logró generar un aumento en el crecimiento de la economía que a ojos de los no expertos, deja la sensación de una época floreciente para el país. Es una ilusión, aun con el crecimiento obtenido no llegamos a los niveles de producción y generación de riqueza del año 2019.
Pero lo que el país no se imaginó, aunque desde las políticas públicas se promocionó (léase días sin IVA), es que la senda de crecimiento del crédito, que los confinamientos moderaron, se retomó con mas fuerza aun en el último año. En efecto, hasta el año 2019 el nivel de endeudamiento de las personas venía creciendo de manera importante, en especial los pagos a cuotas a través de tarjetas de crédito. Durante el período 2020- 2021 se redujo este comportamiento, pero a mayo de 2022 el registro de endeudamiento no solo es preocupante, sino que empieza a mostrar los signos de niveles de sobreendeudamiento, de un recalentamiento que puede conducir a fenómenos poco deseables de crisis en las familias.
En efecto, a mayo de 2022, las deudas de consumo de las y los colombianos ascendieron a 197 billones de pesos, un crecimiento real, descontando la inflación, del 11,6%, siendo el rubro de mayor incidencia el de las libranzas con el 35,6% de participación en el total, los de libre inversión 35,4% y las tarjetas de crédito 16,3%. Una de las características de estos nuevos endeudamientos, de acuerdo con la Asobancaria, es la temporalidad, las deudas de consumo se vienen haciendo a períodos de tiempo cada vez mas largos, por ejemplo 8 años, lo que es un despropósito cuando se trata de consumo de bienes y servicios de menor durabilidad que los créditos con los que se adquieren.
El tema de las tarjetas de crédito merece especial atención, no solo se trata de un crecimiento de unos 1.3 millones de plásticos que implican 16 millones de tarjetas activas, sino los cupos que estos representan y por ende el acceso a un crédito disponible por parte de las personas y las familias, que lo van utilizando con la esperanza de que en el corto o mediano plazo su situación de empleo o ingresos cambie y puedan ponerse al día. El consumo con tarjetas de crédito creció en el último año el 51,2%. Se promociona así un sobrecalentamiento de la economía soportado en un acceso al consumo con crédito, a sabiendas que este deberá pagarse en algún momento o que la cartera vencida comience a crecer hasta hacer desestabilizar el propio sistema.
En efecto, a mayo el valor de las deudas de consumo atrasadas ascendió al 5,4% del total de la cartera, que es menor al registrado antes de la pandemia, pero que se puede explicar por el crecimiento mas acelerado de los desembolsos, se trata de solo un efecto matemático. A todo esto, también se suma el que los créditos del gota a gota vienen teniendo ya diversas fuentes de movilidad incluyendo apps y redes sociales, lo que ha alertado a las autoridades sobre su creciente utilización, a tasas de interés que rondan el 20% diario y que es la fuente de financiamiento de las economías informales.
No es la primera vez que el país se mete en procesos de aumento del crédito y sobreendeudamiento de las familias. Esto es más peligroso aun cuando se tiene un escenario inflacionario y por ende de mayores tasas de interés. La crisis mas profunda que el país vivió en los últimos tiempos fue en 1999, precisamente con escenarios parecidos de sobreendeudamiento, altas tasas de interés y especulación cambiaria.
Ya la Superintendencia e incluso el Banco de La República han dado señales de alerta, le tocará al sistema financiero contener los flujos de crédito, asunto difícil, ante la alta disponibilidad de recursos existente en el sistema, que tienen el mercado de sus clientes para profundizar sus relaciones financieras a través del crédito. Si alguien que esté leyendo esta columna le han llamado en las últimas semanas a ofrecerle una tarjeta de crédito, una compra de cartera o simplemente un crédito de libre inversión, para lo que quiera y que pueda así realizar sus sueños o satisfacer sus necesidades, sabe perfectamente de que estamos hablando.
Mientras tanto este acceso al crédito no es para los campesinos o los productores rurales. Hasta allá poco llega el sistema financiero que depende de quienes tengan el registro de una nómina para poner a disposición recursos financieros sin mayores impedimentos. No, estos campesinos como los trabajadores informales deben recurrir a sistemas que los ahogan, en los que terminan trabajando para pagar intereses y ni que decir de las afugias para retornar el capital, que al no lograrlo pierden lo poco que disponen para trabajar o incluso su propia vida.
El crédito es una importante herramienta para mover la producción, la economía y el consumo, no así para sobre endeudar y ahogar las familias. Aun se está a tiempo de reaccionar, el afán por dejar un crecimiento engañoso en el país, llevó a relajar la regulación prudencial e incluso a desafueros fiscales como los días sin IVA. La prosperidad a debe, con inflación, altas tasas de interés y escasas fuentes de empleo e ingresos, es el comienzo para una crisis venidera.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: Real Estate Market & Lifestyle
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