Con cerca de 140.000 muertos y más de 2 millones de contagiados a la fecha, The New York Times no informa hoy, que en EEUU en la última semana se han registrado 5,2 millones de demandantes de empleo más lo que, sumado a las tres semanas anteriores, suma 22 millones de desempleados desde que estalló la crisis del coronavirus. El dato acumulado de estas dos semanas corresponde con la cifra neta de empleos creados en los últimos nueve años y medio, desde la pasada depresión económica, la recesión y crisis de las hipotecas basura del año 2008. Y esto es lo que sucede en Europa y por supuesto en América Latina, solo que aquí no se tienen cifras ciertas por la gran deficiencia de nuestros sistemas públicos de información.
La disputa por la naturaleza y los beneficiarios de las políticas públicas anticipa lo que será el debate de la fase del poscoronavirus como acertadamente lo califica Eliane Brum en su texto “El futuro poscoronavirus ya está en disputa” (El País, 10/04/2020). Esa disputa se traslada hoy a las políticas públicas que quieren retornar cuanto antes a la llamada “normalidad” que como lo señalaron los movimientos sociales de Chile “la normalidad era el problema” o como se dice en otros lugares “el orden mundial antes de la pandemia no era normal sino letal”. Así también lo describe un texto que circuló ampliamente atribuido al editorialista del Washington Post que no deja de plantear los problemas reales así no haya sido publicado por este diario Norteamericano.
El texto a mi juicio acertadamente señala parte de los problemas a los que nos enfrentamos y hay que ir a sus contenidos así haya sido atribuido al diario norteamericano y este no lo haya publicado. El texto señala “O Muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana” y agrega que en los últimos doscientos años, nos hemos consumido la energía fósil concentrada en nuestro planeta desde sus orígenes. La danza del capitalismo salvaje va dejando a su paso, la destrucción acelerada de los recursos naturales del planeta; la explotación inhumana del hombre; y la manipulación de la mente humana para que de esta forma sistemática se convirtiera en un rehén de las sociedades de consumo, que sin darse cuenta se convirtiera en el arma de su propia autodestrucción”. “La pandemia quito el antifaz del modelo económico de las naciones más poderosas del Planeta (…) la realidad ha quitado el efecto de la anestesia del capitalismo salvaje; y ha tirado las cartas sobre la mesa. Ha llegado la hora de replantear y de humanizar este modelo económico; y hacernos el siguiente planteamiento: ¡O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana! Como decía Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes”. No podemos seguir viviendo en un planeta donde más del 80% de la riqueza, está concentrada en un 1% de la población. Me resisto a defender con mi silencio un indefendible y despiadado statu quo que concentra la riqueza de nuestros recursos naturales, y medios de producción en pocas manos, capaces de derramar sangre inocente por mantener intacto ese statu quo. Yo no puedo defender ese statu quo que privatiza el agua, la salud, la educación, el viento, el sol; Derechos Humanos Universales que se han convertido en mercancías, que se encuentran solo al alcance de una minoría rapaz, voraz e insaciable; mientras las grandes mayorías invisibles; solo son visibles en los procesos electorales, disfrazados de Democracia. Una gran realidad de todo lo que pasa a nivel mundial que nos quieren tener controlados a losas vulnerables del planeta tierra porque la avaricia y la ambición y ansias de poder los tienen enfermos”.
Hay que entender que la disputa por el futuro de la humanidad se juega en las políticas que se están poniendo en marcha para hacer frente a los efectos económicos, sociales, ambientales y culturales que no nacieron con la pandemia sino que ya habían sido puestos de manifiesto por los movimientos sociales en el mundo desde hace ya varios años y que la pandemia del Covid-19 simplemente puso en evidencia, corrió el velo para mostrarnos una realidad que existe no de ahora sino desde hace decenas de años y que el modelo neoliberal profundizó. Las políticas puestas en marcha buscan remendar, poner parches, a las heridas profundas que este modelo ha dejado en la naturaleza y que se manifiesta en el calentamiento global consecuencia de la quema de los combustibles fósiles, a la crisis económica de la cual no nos hemos recuperado desde la crisis del 2008 o más atrás de la crisis del año 98 del siglo XX. Una cosa es clara el capitalismo tiene crisis cíclicas que se traducen en crisis sociales profundas que se manifiestan en sufrimiento sobre todo para los trabajadores y sectores populares que pierden sus empleos y sus ingresos. Esto hoy es dramático.
Y frente a ello las políticas puestas en marcha en los Estados Unidos con una inversión de 2.2 billones de dólares o los 200 mil millones de euros anunciados por España o los 300 mil millones de euros anunciados por la canciller Ángela Merkel en Alemania buscan salir de la crisis para volver a la “normalidad” con algunas medidas remediales primero desnudando la falacia neoliberal de la ineficacia del Estado. Esos mismo neoliberales que denostaron y descreyeron del Estado hoy reclaman su intervención para que los salve de la bancarrota. Primera falacia neoliberal que cae al piso. Durante años pregonaron que, como dijo Reagan, el Estado era parte del problema, había que reducirlo, limitarlo a unas tenues intervenciones de regulación. Ahora claman por su intervención. Desaparecen las barreras entre demócratas y republicanos en los EEUU para acudir a un salvataje de la economía capitalista. También se discute hoy en diversas partes del mundo de la posibilidad de establecer una renta básica, es el debate en España al cual se oponen los capitalistas de dicho país y se vuelve a discutir y a aceptar que se requiere desandar el camino de exenciones tributarias a las grandes fortunas, que se deben imponer impuestos a las grandes fortunas. Que estas deberían ser las nuevas bases de un nuevo contrato social y se evoca el New Deal, un nuevo trato, como aquel que dio impulso al Estado de Bienestar para salir de la crisis del año 29 del siglo XX.
Pero a mi juicio y a juicio de muchos de los analistas que debaten por estos días el nuevo trato tiene que ir mucho más allá pues nos encontramos en frente de una verdadera crisis de la civilización, una crisis de la sociedad capitalista que se manifiesta como crisis económica, crisis social, crisis política, crisis ambiental y crisis cultural. No creo como piensa Slavoj Zizek y muchos otros que el coronavirus dejará, literalmente, tendidos en la lona al capitalismo y a los neoliberales que son sus principales defensores. Tampoco creo que no vaya a pasar nada, que todo seguirá igual que antes. Pienso que la pandemia además de mostrarnos la fragilidad de los seres humanos conducirá a una profunda crisis del neoliberalismo y a que sus dogmas se vengan al piso no de manera espontánea sino porque los movimientos sociales volverán a las calles y seguramente y es lo que hay que trabajar para que se vuelquen también a las urnas para botar del Estado a los personeros del neoliberalismo con sus dogmas de que todo lo privado es virtuoso y lo público ineficiente y costoso. Que hay que desregular para favorecer al capital especulativo y financiero y a los grandes propietarios, a ese 1% que tiene más riqueza que el 80% de los 7.000 millones de los seres humanos que poblamos este maravilloso planeta azul y que hay que precarizar a quienes no son los dueños de los medios de producción, disminuir como lo han hecho la participación de las rentas del trabajo a favor de las rentas del capital, conducir a lo que Boaventura de Sousa Santos llama el apartheid social o fascismo social, un orden social obsceno en que el malviven más de 2/3 de la humanidad.
Los nuevos proyectos políticos y ese nuevo contrato social que debe surgir debe tener en su base una política pública para hacer frente al cambio climático dado que como dice Eliane Brum somos una civilización insostenible. Los profetas del neoliberalismo apenas el coronavirus nos dé una tregua como ya lo están haciendo en Colombia o en España o en todo el planeta nos dirán que hay que regresar cuanto antes a producir y a crecer. Pero resulta que el dogma del crecimiento ad infinitum es una falacia, no es posible que se crezca infinitamente en un planeta que tiene recursos finitos, recursos limitados. Hay que tener en cuenta que la crisis climática se ha producido principalmente por el crecimiento económico a costa de la sobreexplotación de la naturaleza. Para hacer frente a la crisis ambiental se requieren cambios profundos en nuestra forma de vida. Mercancías desechables que tienen duración limitada y que empujan al consumismo que es la base del sistema capitalista. no es posible, en un planeta con recursos limitados. Los modelos agroindustriales que depredan el medio ambiente y son responsables principales del calentamiento global tienen que ser replanteados y en cambio debe apoyarse a la economía campesina que provee el 70% de los alimentos que llegan a nuestras mesas en todo el planeta.
La política por ejemplo tiene que cambiar profundamente. Ella debe estar al servicio del bien común o por lo menos la política de la izquierda democrática. Hay que construir proyectos políticos que tengan como base estas y otras muchas reivindicaciones como la de los feminismos o las comunidades ancestrales. Hay que superar la sociedad patriarcal. Se trata justamente de eso. Lo que la pandemia nos permite es descubrir, correr el velo, para ver una realidad ocultada por los grandes medios de comunicación. A ese orden es al que debemos negarnos a regresar.
En Colombia como hemos dicho en otros textos se vienen intentando medidas que buscan remendar con el menor costo posible las llagas, las heridas profundas que se hicieron visibles con la pandemia. Una tasa de informalidad en el empleo del 47% reconocida por el Gobierno pero que en realidad es del 60%; un modelo económico reprimarizado que depende de la minería y de las exportaciones del petróleo; un país en que importamos 14 millones toneladas de granos al año, para nuestra alimentación, pudiendo producirlos en el país, en fin, estos son los debates que hay que dar y que la pandemia desnudo. Un sistema de salud privatizado que hace aguas y un sistema privado de pensiones insostenible donde mediante decreto legislativo se traslada a 25 mil jubilados para que los cubra el sistema público de pensiones, ello como consecuencia inmediata de las perdidas en que incurren los fondos privados que tienen inversiones en papeles en el exterior que se hunden en la crisis económica actual. Hoy el gobierno colombiano pretende salir de la crisis con una inversión que en todo caso no supera el 5% del producto Interno Bruto mientras otros países de la región como Perú, por ejemplo, destina un 12% de su PIB para no hablar de los países europeos y de los Estados Unidos que destinan en promedio el 20% del PIB para hacer frente a la pandemia.
Aquí se quiere mantener la ortodoxia neoliberal recurriendo solo al crédito internacional y grabando en los decretos de excepción con un 20% más a la clase media fuertemente golpeada ya por las dos últimas reformas tributarias. Hay que insistir en que el gobierno debe recurrir a otras fuentes disponibles, por ejemplo, a un crédito al Banco de la República, tomar parte de las reservas internacionales que podría ser del orden de unos 10 mil millones de dólares, renegociar la deuda externa con la banca multilateral, un impuesto al patrimonio de los super-ricos colombianos, todo ello puede hacerse y debe hacerse. Entretanto no haya suficientes test de diagnóstico que nos permita ver la curva de la pandemia no se debe levantar la cuarentena. Solo deberían funcionar como hasta ahora renglones estratégicos que garanticen el abastecimiento de alimentos y de bienes necesarios para la subsistencia digna y se debe apoyar a las pequeñas y medianas empresas primordialmente para que no quiebren y también por supuesto a las grandes empresas con crédito que les permita su sobrevivencia pero que como hemos dicho deben comprometerse a devolver esos recursos públicos o ceder parte de sus acciones al Estado. Y hay que responder a las movilizaciones que se presentan en una buena parte de las ciudades del país de gente a la que no han llegado las ayudas prometidas y que literalmente están padeciendo hambre. A ellas hay que llegar. Esas son las cuestiones que hay que debatir y resolver.
Pedro Santana Rodríguez, Director Revista Sur
Fuente: worldwildlife.org/
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