Ciertamente, la oposición ha enfilado baterías y está al acecho de cualquier incidente negativo para empañar la imagen del presidente y su equipo de colaboradores y ello no ha de sorprender por cuanto es propio de la naturaleza del ejercicio de oposición a cualquier Gobierno. Como tampoco puede perderse de vista que es imposible tapar el sol con un dedo y pasar por alto errores que se han cometido y han propiciado la situación actual.
Gobernar es dirigir y llevar a cabo políticas públicas lo cual es ir más allá de tener ideas o tener en mente una meta. La concreción de toda política pública, valga decir administrar una idea, implica tener objetivos claros y contar con recursos adecuados tanto financieros como técnicos y humanos, así como una ruta definida y unos tiempos adecuados para alcanzar la meta, sin dejar de lado un ejercicio claro de comunicación enmarcado en una cultura ética.
La ética en asuntos de gobierno tiene singular importancia cuando se airean, a veces con sensacionalismo exagerado, comportamientos que rozan o vulneran abiertamente principios fundamentales del buen gobierno.
Cuando Aristóteles habla de la moral como la segunda naturaleza del ser humano, dimensiona el concepto laico y moderno del ethos como sustituto del concepto religioso de la moral y pone el acento del comportamiento ético en algo menos exigente que la virtud y más próximo al riguroso y puntual cumplimiento del deber. Ello equivale, cuando de gobernar se trata, a cuidar los recursos necesarios para adelantar políticas públicas, inclusive el tiempo.
Gustavo Petro, quien combina en su acción el necesario pragmatismo que requiere toda política y la ideología como juego ético de ideales, doctrinas, mitos y símbolos que explican cómo debería funcionar la sociedad, tiene a veces dos discursos que soportan dos tipos de prácticas que siembran confusión en la ciudadanía. Es así cuando afirma que las reformas que propone su gobierno dependen en última instancia de lo que decida el Congreso, pero llama a la vez a sus seguidores a la calle para que apoyen su propuesta. El resultado genera desconcierto en una ciudadanía que quiere cambios pero teme a la inestabilidad institucional y desconfía del posible resultado de los cambios legales.
A la falta de claridad en el actuar se ha sumado la pérdida de tiempo. Petro convocó al Congreso a sesiones extraordinarias para que las reformas sociales salieran adelante en el primer semestre del año. Sin embargo, se han iniciado las reuniones ordinarias sin que ninguna de las iniciativas sociales haya sido aprobada siquiera en el primero de los cuatro debates que requieren para ser ley.
La dificultad para dar cumplimiento a lo propuesto ha estado del lado del Gobierno afectado por grandes tensiones internas y duras negociaciones con los partidos tradicionales que han sido hasta ahora sus aliados. Paradójicamente, en este concierto de propuestas y contrapropuestas la conciliación parece llevarse a cabo por fuera del Congreso en una puja en la que el Ejecutivo termina cediendo para conservar cierta fuerza en el Capitolio a costa del apoyo que busca en la calle porque la ciudadanía ansiosa por ver realizado el cambio prometido percibe que la esperada transformación va en una dirección distinta a la prometida.
Bien sabido es que en una democracia las propuestas que llegan al órgano legislativo no salen idénticas a como ingresaron, pero hacerlo entender a mentes no alimentadas con la razón sino con sentimientos y pasión no es tarea fácil cuando falla la comunicación, se calculan mal los tiempos y todo se quiere a la vez. Tal vez valga recordarle al Gobierno que informar no es sinónimo de explicar y que Chi va piano va sano e va lontano.
Rubén Sánchez David
Foto tomada de: W Radio
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