El país, como todo mundo sabe, vive los estertores, los coletazos o lo que sea de un interminable conflicto interno, que ha enfrentado nuestras fuerzas armadas con paramilitares e insurgentes en los campos y en las selvas del país. Conflicto que cabe definir como de “baja intensidad” y en el cual los helicópteros han cumplido y cumplen un papel crucial, tanto en el ataque directo aire tierra, como en el transporte oportuno de tropas y suministros a los escenarios del combate. Por lo que no se entiende porque el alto mando de las FAC (llamadas ahora inexplicablemente Fuerza Aeroespacial) haya permitido que una parte de nuestra estratégica flotilla de helicópteros MI 17 haya permanecido inactiva durante tanto tiempo y que solo hace un par de meses se haya tomado la decisión de subcontratar con una empresa estadounidense los trabajos de mantenimiento y reparación de 6 de ellos. Tres este año y tres el siguiente.
Esta indolencia contrasta con el carácter de urgencia dado a la compra multimillonaria de cazas Saab Gripen, un arma más apta para la guerra entre naciones y por ende al enfrentamiento entre fuerzas aéreas enemigas que para los enfrentamientos con grupos armados que evidentemente han carecido y todavía carecen del arma aérea y cuyas defensas antiaéreas han brillado siempre por su ausencia.
El ministro de defensa, general Pedro Sánchez, así como el comandante (e) de las FAC han declarado en diversas ocasiones que la compra de los Saab Gripen se hace para fortalecer “la defensa de la soberanía” sin especificar contra quien quieren defenderla en un plazo corto, mediano o a largo plazo. Es cierto: las fuerzas armadas de un país cumplen en tiempos de paz el papel crucial de reafirmar la soberanía nacional y de disuadir a los eventuales enemigos de realizar ataques que la pongan en peligro. Pero estos principios indiscutibles hay que contrastarlos con la situación real que vive Colombia en la que lo actual, lo inmediato, lo urgente si se quiere, es el conflicto interno de baja intensidad y no la amenaza hoy inexistente de un ataque inminente de alguno de nuestros vecinos. Por lo que lo razonable, lo realista, lo que se corresponde con el estado actual de nuestras finanzas públicas (que en 2024 enfrentaron un déficit crítico equivalente al 4,73% del PIB) es aplazar la compra de los Gripen.
E incluso postergarla indefinidamente, si un amplio e indispensable debate nacional sobre la estrategia de defensa nacional concluye que no hay que empezar la casa por el tejado y que lo realmente importante es desarrollar y expandir nuestra industria nacional de defensa. Algo que ha comenzado a hacer la Marina, cuyos astilleros están a punto de entregar una fragata y un patrullero oceánico, de fabricación íntegramente nacional. Es deseable que la comandancia de las FAC tome ejemplo y en vez de centrar su atención en la compra en el extranjero de armas caras y sofisticadas, elabore un plan de producción nacional de aviones y helicópteros y desde luego de drones. Y ya que para nuestra desgracia todavía pertenecemos a la OTAN (belicosa alianza militar que donde no hay conflicto lo crea) debería tomar nota de la experiencia de la actual guerra en Ucrania, donde el uso de drones y misiles por ambos bandos ha socavado gravemente el protagonismo que históricamente han ejercido en la guerra aérea los cazas y los bombarderos.
Por relativizar han relativizado el papel de las defensas antiaéreas. Scott Ritter, oficial retirado del cuerpo de Marines y especialista en control de armamentos, le ha puesto números a los problemas financieros y de eficacia que enfrenta el más avanzado de los sistemas de defensa antiaérea de Estados Unidos: las baterías Patriot. “Estas baterías necesitan lanzar dos de sus misiles para abatir un solo dron Geran de los rusos. El misil cuesta 7 millones de dólares y actualmente se tarda entre 8 y 10 semanas en producirlo, el Geran cuesta 50.000 dólares y se produce en tres días. Estas cifras bastan para probar cuál de las dos es el arma más eficaz”.
¡Construyamos drones!
Carlos Jiménez
Foto tomada de: RTVC Noticias
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