Mucho se ha escrito acerca de la debacle del uribismo y de los partidos en las urnas y del giro de la política en Colombia a raíz de la derrota de los mismos en las pasadas elecciones que vieron el triunfo de movimientos sociales y coaliciones “independientes”. Una lectura atenta de los resultados obtenidos en estas elecciones regionales invita, sin embargo, a conclusiones matizadas.
Ciertamente, hay resultados que simbolizan el comienzo de un nuevo ciclo en la política del país, como la victoria de Claudia López en Bogotá, Daniel Quintero en Medellín, William Dau en Cartagena o Carlos Caicedo en Magdalena. Una lectura completa de la votación en todo el país como la que hizo el Grupo de Estudios de la Democracia de la Universidad del Rosario lleva, empero, a conclusiones menos radicales.
El Boletín No. 10 del Grupo Demos – UR muestra cómo la participación, ligeramente mayor a la de 2015 a nivel nacional, aumentó en las grandes ciudades, más propensas al llamado voto de opinión que las pequeñas, así como en el norte y el oriente del país, mientras disminuyó en ciudades como Pasto, Barranquilla y Villavicencio, así como en el litoral pacífico y el Cauca donde la violencia de los grupos armados organizados se manifiesta permanentemente.
En cuanto a los resultados obtenidos por los partidos políticos, el citado estudio revela que, si bien partidos como la U y Cambio Radical asumieron pérdidas significativas, el Centro Democrático experimentó un leve crecimiento mientras los partidos “tradicionales” siguen dominando en el ámbito local donde controlan la mayoría de los Concejos. Es claro, también, que la mayoría de las alcaldías y gobernaciones fueron ganadas por coaliciones, lo que hace muy difícil establecer las verdaderas correlaciones de fuerza, sobre todo cuando se conoce la fragilidad de dichas coaliciones que se arman para ganar votos, no porque se basen en acuerdos sólidos para gobernar.
La conclusión que se desprende de los datos es la existencia de dos situaciones: una es la de las grandes concentraciones urbanas donde el voto “independiente” está en ascenso, desplazando a los partidos tradicionales, y otra la del país mayoritariamente rural donde perviven el voto amarrado, los grandes caciques y el clientelismo.
Como es apenas natural, la lectura de la realidad política que ha surgido de las urnas depende de quien la haga, pero los hechos son tozudos y no se pueden negar. Lo que salta a la vista es la desconfianza de la ciudadanía en el Centro Democrático y en su líder, hoy interpelado por la justicia para que responda por supuesta compra de testigos en un sonado caso que mantiene en vilo a la opinión pública. Desconfianza que se tradujo en la pérdida de bastiones políticos como Antioquia, el Huila, Caldas y Caquetá. Esta situación afecta directamente al presidente de la República en la medida en que hasta el presente el Centro Democrático ha sido su principal soporte, a pesar de las difíciles relaciones que han tenido ambas partes, hoy más tensas que nunca por los resultados obtenidos el 27 de octubre. En efecto, no faltan los sectores del uribismo que atribuyen los magros resultados electorales obtenidos a un gobierno alejado de la realidad nacional, que ejecuta poco y no convence. Como lo expresó el ex ministro Fernando Londoño en su programa radial La hora de la verdad, “Elegimos presidente, pero no tenemos gobierno”. Tampoco están ausentes los que aconsejan dejar la línea del presidente que prefiere rodearse de técnicos y de burócratas, al apoyo de políticos profesionales, llamando a un gobierno de corte nacional para ganar en gobernabilidad.
Hace unos días una de las preguntas que se hacían analistas cercanos a la política nacional era si había llegado el momento de un cambio ministerial, pensando en la conveniencia de remplazar algunas carteras como la del Ministerio del interior o la del Ministerio de Defensa. La renuncia de Guillermo Botero ha hecho que esta pregunta pierda vigencia y que se despeje la encrucijada del presidente quien debe decidir si mantiene su relación estrecha con el Centro Democrático y su ala más radical o si se abre al diálogo y la concertación con los sectores que piden no se ponga más trabas al Acuerdo de Paz y se busquen alternativas a la actual política contra el narcotráfico.
De todas maneras, y al margen de las maniobras políticas a alto nivel, la mayoría de los electores manifestó su cansancio ante los discursos de odio y excluyentes, y dejó en claro su actitud favorable al respeto de los derechos humanos, la diversidad y la inclusión. El país rechazó los extremos y se movió hacia el centro. ¿Lo habrá entendido así Iván Duque o preferirá conservar sus actuales alianzas apostándole a fórmulas que no le han dado resultado? Ya es hora de que no siga achacando todos los males que padece el país al gobierno que lo precedió.
Rubén Sánchez David, Profesor Universidad del Rosario.
Foto tomada de: Eltiempo.com
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