Desde Madrid he aprendido, no sin dificultades, que Catalunya es una nación, que el País Vasco es una nación, que Galicia es una nación, y que España, a la que siento como mi patria (con Lorca y Valle Inclán, con Riego y Negrín, con Picasso y María Zambrano, con Josefina de Aragón y Manuela Malasaña, con las 13 Rosas y Salvador Puig Antich, con Azaña y Machado, con Miguel Hernández y Clara Campoamor, con LLuis Llach y Blanco White y Juan Goytisolo), sólo puede serlo, con las fronteras actuales, si los catalanes, los vascos, los gallegos y los demás pueblos de España sienten a España también como parte de su identidad. Solo si deciden, conscientes y asumiendo sus responsabilidades, formar parte de esta nación de naciones que es España.
Nuestra historia no nos ayuda. Nunca hemos debatido una Constitución desde abajo. Cuando hemos tenido que decidir la convivencia colectiva se han reforzado las burbujas culturales que nos encerraban en nuestros pequeños espacios. ¿De donde sacas, lector o lectora, tu idea de España? ¿Con quién la has reflexionado? ¿Te has parado en algún momento a preguntarte de dónde viene esta patria que te acompaña como un soporte simbólico de tu vida aunque no la convoques? ¿Has pensado alguna vez, en Catalunya, en España, en el País Vasco, que te estaban engañando? ¿Has pensado qué significa que el artículo 2 de la Constitución, el que habla de la soberanía indivisible del pueblo español, lo redactaron e impusieron militares cuya legitimidad era haber ganado la guerra española que iniciaron con el golpe de Estado de 1936? ¿Te has preguntado por qué tantos españoles quieren a España pero no se ven reflejados en la bandera, y por qué los que la han hecho suya terminan con frecuencia manifestándose cantando el Cara al Solo pegando a inmigrantes o a gente que no piensa como ellos?
Cuando la democracia estaba construyéndose en Europa aquí tuvimos el golpe de Primo de Rivera y luego el definitivo, el de Franco, que nos amordazó cuarenta años y que nos silenció por un siglo con 200.000 fusilados, 350.000 exiliados, 500.000 encarcelados. A veces parece mentira que hayamos sido capaces de levantar cabeza Hay algo grande en este país. En 1978 alguien decidió que era mejor que votáramos pero que no opinaramos. Hasta retrasaron a 1979 las elecciones municipales para que la democracia, bajada a la calle, no influyera en el texto constitucional. Nadie nos ha contado que los catalanes tienen instituciones propias desde hace siglos y que tienen un sentimiento de comunidad que antes de llegar al resto de España pasa por Barcelona. En vez de enseñarnos canciones y poemas en catalán han alimentado el odio a su lengua y los intereses económicos del fútbol han sembrado más odio que comprensión. Si España les cierra la puerta simbólica, pueden pensarse sin necesidad de nosotros. Una parte importante, más de la mitad, se sentirán amputados, porque su identidad también es española. Pero si España les dice lo que tienen que sentirse a hostias, decidirán cerrar esa puerta. Al PP no le importa: mientras hablamos de Catalunya no hablamos del 100% de sus tesoreros imputados por corrupción ni del desastre de gestión que han hecho. Si quisieran a España no habrían robado tanto ni hubieran gestionado tan mal ni tendrían tanto dinero fuera.
La burguesía catalana se benefició en Catalunya de los andaluces, de los extremeños, de los castellanos, y en el conjunto de España de todos los españoles. Por eso nunca tuvieron problemas los ricos de un lado y los de otro. Felipe González y José María Aznar siempre se llevaron muy bien con Pujol (incluso, en el caso de Aznar, tuvo su romance con ETA, a la que llamó Movimiento de Liberación Nacional). Y aún hoy se puede escuchar a historiadores conservadores decir que Pujol, en el fondo, mantuvo el ánimo nacional contenido. Aunque tuviera el dinero en Andorra, a pesar del 3% de comisiones ilegales, a pesar de los recortes en sanidad, en educación, en servicios públicos. Hoy están en la calle también catalanes que vienen de Andalucía, de Extremadura y de Castilla. Catalanes que no toleran la falta de respeto de los representantes de España desde que Rajoy se echó a la calle a recoger firmas contra el Estatut. Como siempre, sólo porque pensaba que le daba votos en el conjunto de España. La demanda de ese pueblo que hoy está defendiendo su derecho a votar es legítima, igual que la dirección política de ese proceso no es de fiar.
Fueron los que ayer mandaron a los antidisturbios, los que recortaron y robaron, los que envueltos en casos de corrupción y alejados de la ciudadanía por su seguidismo de los ajustes de Bruselas se han hecho independentistas en un curso rápido de lectura en diagonal. Son los que han mentido prometiendo una independencia que nunca se va a dar y que, a la postre, sabiendo que tienen enfrente a la derecha menos democrática de nuestro entorno, les han brindado la excusa que buscaban y no han dudado en mandar a trabajadores pobres de las fuerzas y cuerpos de seguridad a aporrear y detener a trabajadores no mucho más ricos que están reclamando que España les escuche.
Rajoy ha dinamitado la Constitución al quebrar los artículos 151 y 152, que desarrollan la verdad que encierra el artículo 2: que España es España y sus comunidades y regiones. Es decir –y hoy ya se puede decir porque no hay tanques ni ruidosos sables-, que España es España junto con sus naciones. Dice la Constitución que el encaje territorial era un acuerdo entre los parlamentos –en este caso el catalán y el español- y que lo sancionaba el pueblo –si: el pueblo catalán- en referéndum. Eso dice la Constitución. Pero Rajoy dijo: ¡que el Estatut lo redacten los jueces del Tribunal Constitucional, que para eso los hemos puesto nosotros. Y al que no le guste, palo!
La dirección política del proces catalán no está a la altura de la demanda popular. En Catalunya se demanda un referéndum con garantías. Y las garantías tienen que ver con que el conjunto de España también lo entienda. No se puede solventar algo tan serio como son las fronteras de un país con bravuconadas. Los españoles dentro y fuera de Catalunya tienen derecho a preocuparse cuando alguien decide, sin mediar debate ni explicaciones, cuáles son los nuevos contornos de su país. Y los independentistas debieran tener la mínima sensibilidad para pensar que hay gente que no piensa como ellos y les preocupa qué va a pasar en el país en el que viven. Porque hablamos de las cuencas hidrográficas, de las costas, de las líneas férreas, del déficit público, de las embajadas, de los funcionarios, de los hospitales, de las pensiones, de las carreteras. Claro que hay españolistas que son los mismos que salieron a protestar contra el aborto, el matrimonio homosexual o la España de las autonomías. Pero hay otros muchos, que han aprendido a entender que Catalunya es una nación, que piden diálogo. Y que piensan que igual que el PP no cumple la Constitución tampoco lo hace –y se le nota mucho más- los que pretenden declarar unilateralmente la independencia.
Esos millones de personas reclamando democracia en Catalunya este 1 de octubre podrían haber alentado en el conjunto del Estado un sentimiento de solidaridad que, sin embargo, no está. Algo habrán hecho mal esos millones de catalanes cuando no han sido capaces de convencer a la izquierda española. ¿Lo van a explicar sin más llamándoles “españolazos”? ¿No habrán también cometido errores?
Sin embargo, y con una enorme generosidad, una fuerza política como Podemos sigue diciendo, pese a los insultos a un lado y a otro, y como lo ha hecho desde el principio, que apuesta por un referéndum vinculante, y sigue recorriendo el Estado para explicar por qué solventar de una vez el encaje territorial de Catalunya es lo mejor para una España democrática y fuerte en el contexto internacional. Podemos está haciendo lo más difícil: defender el derecho a decidir estando en contra de la secesión. Eso se llama coraje democrático.
Otros están en la enajenación. Desde una ira que no entiende nada, algunos han dicho, hablando de los “Comuns” que “Roma no paga traidores”, junto a gente que no se presentó con un discurso independentista y que ha traicionado a sus votantes haciendo campaña independentista. El futuro de Catalunya y de España no debe estar en manos de mentirosos ni de locos, sino de gente sensata.
Esa España incorregible que retrata el independentismo ya no es mayoritaria. Podemos no tiene la culpa de ser una fuerza con apenas tres años. Sin embargo ha demostrado, con mucha sensatez y sin dejar que las amenazas le hagan dar volantazos, que construir una España plurinacional es posible. Ha roto el bipartidismo, es responsable de que los jueces puedan imputar con menos miedo a los casi mil cargos del PP que pasarán por los juzgados, está dando lecciones de gobierno en los ayuntamientos, baja a la calle en cada pelea laboral en cada ciudad y le recuerda todos los días al nuevo Rey que así no vale para nada. Ha demostrado también que al PP sólo le interesa su negocio y sus problemas. Que Ciudadanos es una mera muleta de Rajoy. Y que el PSOE, aunque Sánchez haya resucitado, no termina de demostrar el coraje que tuvo en la campaña interna. Podemos no va a tolerar las detenciones, vulneraciones del derecho de reunión, de la libertad de expresión, la violencia ni la locura que ha desatado el PP por no querer escuchar a Catalunya. La sedición y la traición a España la ha cometido el partido en el gobierno que no ha escuchado las voces que decían que íbamos hacia el desastre. Puigdemont ha hecho simplemente seguidismo aprovechando el cansancio popular ante tanta cacicada del PP. Que Rajoy, con menos del 30% de los votos, esté causándole este dolor a España y a Catalunya le hace merecedor de la más grande repulsa, cuando no de responsabilidades ante la justicia. Ojalá que no haya que esperar a que sea Europa quien ponga a Rajoy y su séquito de hispanofóbicos en su sitio.
El día 2 algunos seguiremos diciendo que no hay solución con los que han generado este despropósito. Que se tienen que ir. Y después del 1-O con mucha más razón. Yo no quiero una Catalunya de rodillas en España. Quiero una Catalunya erguida y digna que se quiera sentir también parte de España. Eso se construye con respeto. No a hostias. No otra vez a hostias.
JUAN CARLOS MONEDERO
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