“Gaza arde”. Con esa frase lapidaria se refirió ayer en la madrugada el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, a la ofensiva terrestre que está dejando a la capital de la Franja en un desierto de ruinas, cientos de personas bajo escombros y cientos de miles de desplazados. Mientras que en Tel Aviv se presenta como una campaña militar necesaria para destruir las infraestructuras terroristas, derrotar a Hamas y liberar a los rehenes, una comisión de investigación internacional independiente de la ONU acusa formalmente a Israel de cometer genocidio contra el pueblo palestino.
La acusación no llega en el vacío. Según múltiples fuentes, más de 65.000 palestinos han muerto, más de 160.000 han sido heridos, la cifra de desaparecidos supera los 15.000 y la de desplazados llega a 1.900.000, desde cuando Israel declaró la guerra a Hamas en respuesta a la acción terrorista y masacre cometida en octubre de 2023 por el brazo armado del movimiento islamista que gobierna Gaza. Respuesta que se entendió en un primer momento como el derecho de Israel a defenderse.
Pero esta estrategia humanitaria, que cada vez más toma forma de una “limpieza étnica”, enfrenta crecientes obstáculos: la presión diplomática se intensifica y la palabra “genocidio” se instala en el vocabulario de gobiernos, organismos internacionales y opinión pública mundial. Israel corre el riesgo de convertirse en un Estado paria, comparable al apartheid sudafricano.
La guerra de Netanyahu
Sin embargo, el futuro político del primer ministro Benjamín Netanyahu está ligado a la prolongación del conflicto. Así se vio con el bombardeo en Doha, Catar, donde murieron dirigentes de Hamás que actuaban como negociadores. Al buscar eliminar a los interlocutores, Netanyahu bloqueó cualquier salida política. La apuesta del primer ministro parece ser extender el conflicto hasta las elecciones de 2026, buscando convertir las victorias militares en capital político.
El ataque israelí contra Catar tuvo repercusiones. Fue percibido como una violación flagrante de la soberanía de un Estado mediador y un desafío directo a todo el mundo árabe-musulmán. La reacción fue inmediata: cincuenta y siete países se reunieron en Doha en un hecho sin precedentes recientes. El comunicado final condenó “los actos hostiles de Israel, incluido el genocidio, el asedio y la colonización”, e instó a revisar los vínculos con Tel Aviv.
Aunque el gesto mostró una inusual unidad, las distintas posturas no tardaron en aparecer: Irán pidió romper relaciones con Israel, mientras las monarquías del Golfo evitaron expresiones que pusieran en riesgo sus alianzas con Estados Unidos o los beneficios derivados de los Acuerdos de Abraham para la normalización de relaciones con el Estado de Israel, en septiembre de 2020. Aun así, el mensaje es claro: el mundo árabe-musulmán, fragmentado durante décadas, encontró un motivo para articular una respuesta conjunta, aunque limitada.
Europa bajo presión: el giro de Macron
Al tiempo que Gaza se hunde entre ruinas y hambre, Europa se mira en el espejo de su propia contradicción. La Unión Europea reaccionó con contundencia ante la invasión rusa de Ucrania, imponiendo sanciones masivas y rompiendo lazos económicos. Pero frente a la ofensiva israelí, totalmente desproporcionada y violatoria del derecho internacional humanitario, y ya hoy con la clara intención de apropiarse de los territorios de Palestina apuntando al sueño sionista del “Gran Israel”, la mayoría de los Estados miembros de la Unión Europea han cerrado los ojos, guardando silencio o limitándose a tímidas declaraciones verbales, con excepción de España en el último año.
El giro vino ahora de París. Emmanuel Macron anunció que Francia reconocerá al Estado de Palestina en la Asamblea General de la ONU prevista para el próximo 22 de septiembre, aunque de manera condicionada. El Reino Unido, Australia, Portugal, Canadá, Malta y Bélgica se preparan para dar el mismo paso. Y los anuncios de la jefe de la diplomacia europea, Kaja Kallas, confirmando la intención de la Unión Europea de suspender el acuerdo de asociación con Israel, indican que las posturas en Occidente se están moviendo.
En el tablero, la posición de Washington es aparentemente cada vez más incómoda. Estados Unidos es el principal sostén militar y político de Israel, pero también tiene una alianza con Catar, donde mantiene su mayor base militar en Oriente Medio. La visita del secretario de Estado, Marco Rubio, a Israel en vísperas del asalto terrestre a Gaza fue interpretada como una carta blanca a Netanyahu.
El nuevo mapa que se dibuja
Gaza es hoy mucho más que el escenario de una tragedia humanitaria. Es el epicentro de una disputa geopolítica que está reconfigurando alianzas y exponiendo las grietas del sistema internacional: Israel, pese a su poder militar, enfrenta una condena global inédita y el riesgo de aislamiento; el mundo árabe-musulmán, aunque dividido, ha dado señales de unidad frente a una agresión percibida como amenaza común; Europa vacila entre la pasividad y los primeros gestos de ruptura, como el reconocimiento de Palestina; y Estados Unidos ve erosionado su rol de mediador y garante de la seguridad, entre la lealtad a Israel y la necesidad de alianzas estratégicas en la región.
Lo que está en juego, en última instancia, no es solo la supervivencia del pueblo palestino, sino la credibilidad de un sistema internacional que tiene al frente la destrucción en curso de una sociedad entera, y poco o nada hace. Por ello las movilizaciones ciudadanas en todo el mundo, de rechazo a la política del gobierno de Netanyahu y de solidaridad con Palestina, adquieren importancia y urgencia hoy más que nunca, antes de que sea demasiado tarde para Gaza.
Mauricio Trujillo Uribe
Foto tomada de: CNN
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