Buena parte del país se mueve para que Uribe, o mejor, quien él designe, llegue a la presidencia en el 2018. Se recompondrán los acuerdos, donde por lo demás ya están las FARC definitivamente jugadas, la economía volverá a su senda limitada de crecimiento y la palabra crisis, la misma que hoy campea en todos los escenarios, dejará de existir, como por arte de magia. Tal y como en el pasado dejó de existir la palabra guerra y otras como confianza y seguridad se metieron por las venas mostrando al país en el mejor de los momentos.
Los sectores más conservadores de la sociedad recobrarán el poder y pondrán en cintura cualquier conato de modernidad de la sociedad colombiana. El plebiscito, las posturas de las iglesias e incluso alianzas como Uribe – Pastrana son muestras de las emergencias de estos sectores por recomponer el poder, en apariencia puesto en riesgo por los acuerdos con las FARC. Vaya que si es de locos lo que nos pasa, después de años nefastos para la historia de este país, estos dos expresidentes se asumen como adalides de la moral y el buen gobierno, cuando sus procesos de paz fueron fallidos (valiente hay que decirlo la carta del partido conservador a Pastrana, descalificándolo) y buena parte del gabinete de Uribe se encuentra preso o huyendo; tal vez el fracaso sea la razón de su vanidad e insensatez.
Pues bien, con la economía no está pasando nada distinto. Este gobierno se ha caracterizado, entre otras cosas, por el manejo conservador de la hacienda pública y el claro interés por una gestión al estilo neoliberal, es decir, la más conservadora de todas, dejando al mercado las más relevantes decisiones frente a los retos de construir una estructura económica sólida y que sea el medio para garantizar la calidad de vida de las y los colombianos. El abandono de la política pública como estrategia ex ante, le ha cedido el terreno al actuar en política para enfrentar los desarreglos provocados por el libre mercado.
La economía no se comporta entonces de la manera en que actualmente lo hace por algún malestar pasajero en los mercados, aspectos coyunturales que se deben atacar con decisiones de política y recuperación de la confianza inversionista. No, sencillamente el capitalismo es el sistema de las crisis, aprendió a actuar en medio de crisis sucesivas y su sagacidad está en no claudicar, en mantenerse a costa de unas quiebras empresariales y, sobre todo, del bienestar de las poblaciones trabajadoras. En otras palabras eso que hoy llaman crisis es en realidad una crisis sistémica y propia de modelo de desarrollo actual.
No estamos peor que antes, tampoco mejor; solo estamos, seguimos allí con los indicadores que históricamente nos han acompañado: bajo crecimiento, una moderada inflación, un mercado de trabajo que desde la informalidad se sale de los cánones de entendimiento de los especialistas. Un tipo de cambio que se mueve no solo por el precio del petróleo sino al vaivén de los inversionistas (especuladores), y lo que es más grave aún, por las decisiones de una élite económica que cada día demuestra que sus apuestas por el país, si bien han sido importantes, no logran convertirse en estrategias alternativas para fortalecer los procesos productivos, la generación de empleo y la calidad de la vida.
En efecto, el crecimiento promedio histórico del PIB bordea el 3%. En el 2015 el PIB presentó un crecimiento acorde con el comportamiento del pasado (3,1%), aunque ciertamente menor al de algunos años del pasado reciente donde se presentaron tasas que han implicado que ese crecimiento histórico aumente al 4%, al tenerse en cuenta los últimos 15 años. Este comportamiento a la baja se sigue evidenciando en el año 2016 (2,0%) y en el primer trimestre del año 2017, aunque se espera que la economía mantenga ese nivel de crecimiento (entre 1.8 y 2% son las proyecciones para 2017), cuando la Región espera hacerlo al 1,5%
Así que ni técnicamente estamos en crisis, ni nuestro crecimiento es malo, si se compara con la región o con nuestros propios promedios históricos. Otra cosa es que este comportamiento no sea suficiente para las necesidades que se tienen, pero esto obedece a una estructura productiva precaria, la misma que en vez de progresar se ha venido debilitando especialmente en sectores claves como el campo y la industria manufacturera, pero esto ha sido producto del modelo de desarrollo no de decisiones coyunturales, son años de olvido y marchitamiento productivo, intencionado y deliberado no solo desde la política sino desde las propias decisiones privadas de los empresarios.
A propósito y tras las entrevistas a empresarios por la entrega de las armas de las FARC y la necesaria búsqueda de alternativas para los excombatientes, algunos de los más ilustres empresarios manifestaron verse obligados a maquilar en el exterior, dado el marchitamiento de la industria manufacturera y de los oficios que la conforman. Parece broma pero no lo es. Minimizaron la industria, la gente debió aprender otros oficios para poder vivir, incluso en la informalidad, y ahora salen a decir que es porque no hay mano de obra calificada que prefieren producir en Centro América, Brasil o el Asia.
De otro lado, una revisión a los indicadores claves de la economía, distintos al PIB confirman esto. La inversión extranjera aumentó de 11.732 millones de dólares en 2015 a 13.687 millones en 2016; la formación bruta de capital desde hace algunas décadas es precaria, incluso negativa; las tasas de desempleo, ocupación y de informalidad se mantienen en los niveles de los últimos años; y el dólar que bordea los 3.000 pesos desde hace ya 22 meses, no le viene mal al país, el problema grande está en que los exportadores no han tenido el músculo productivo para aprovechar el mejoramiento competitivo por el tipo de cambio, han padecido los importadores pero ya es hora de pensar en aumentar de algún modo la producción del país.
Así que ¿dónde está la crisis? En las expectativas, y eso es de las cosas más desafortunadas que le pueden pasar a una economía. Los vientos de crisis permean a inversionistas y a la población sumiéndolos en el miedo, en las angustias por el futuro cercano. Así que políticamente esto surte efectos fabulosos: hacer creer que todo está mal y que va a empeorar, es un escenario perfecto para posturas salvadoras.
Ahora ¿por qué los ministros del área económica, los gremios y empresarios no salen a hacerle frente a los chulos que llaman tempestades y tragedias? Esa sí que es una pregunta que cada cual la debe de responder y seguro que no lo harán. Lo cierto es que en un largo e inmerecido proceso electoral que ya vive el país, se está haciendo uso de la desgracia, de las mentiras para asumir el control del Estado. Los políticos hacen gala de sus mezquindades y lo peor para el país es que los empresarios, los gremios, sindicatos y sociedad civil permanecemos inermes ante estos ultrajes.
El país debe de reconsiderar seriamente sus decisiones de política, su modelo de desarrollo definitivamente se agotó, demostrando que el mercado si bien es importante no puede ser el mecanismo expedito para lograr mejores condiciones de productividad y competitividad en un país de micro y pequeñas empresas, de población trabajadora informal y de un ingreso insuficiente para atender unas condiciones digna de vida.
El retorno a un mayor crecimiento, a mejores indicadores, pasa necesariamente por decisiones de los empresarios por apostarle a un país en mayor progreso, pero ante todo por acuerdos, por pactos sociales que permitan llegar a metas colectivas y a propósitos como país.
Pero también quedan retos para todos los sectores empresariales, políticos y para la población: defender los acuerdos con las FARC es hacer una apuesta por un país posible, distinto al de la guerra, la inequidad y la falta de garantías para tener derecho a vivir con dignidad. Si bien estos acuerdos no son la panacea, si son el principio para construir un país donde quepamos todas y todos.
Un acto de patria y de sensatez política es juntar las voluntades y llamar desde todos los sectores a seguir trabajando por un país sin guerra. No será fácil, máxime cuando las vanidades del poder no son solo del Centro Democrático o del Pastranismo. La economía está entrampada por las indecisiones políticas, en especial de los empresarios. Sea pues este el momento para que gremios, sociedad civil, partidos de gobierno o de oposición y sindicatos se decidan por “una tregua” y entiendan que es posible aprovechar este momento del país para reconstruir su economía, para hacerla robusta y sólida, como condición inequívoca para que la paz sea duradera.
Jaime Alberto Rendón Acevedo: Director Programa de Economía, Universidad de La Salle Junio 28 de 2017