Una fuga calcada, por la habilidad de la operación, de la de Aida Merlano, encumbrada desde la pobreza de los barrios más carenciados de Barranquilla a los grandes salones y al Congreso de la República, por los clanes políticos de los Char y los Gerlein, amos y señores de la capital del Atlántico y de la contratación, quienes la sacaron de la cárcel con la torva intención de silenciarla para siempre por la amenaza que representaba para las aspiraciones políticas de uno de los herederos del clan, el invisible Alex Char. Que nunca será presidente, salvo de la querida de Barranquilla: Junior tu papá.
La exsenadora Merlano se salvó de su destino declarado gracias a sus encantos, según ha confesado desde Venezuela la propia víctima, adonde fue a parar huyendo de sus verdugos,[1] años atrás sus consentidos y amorosos aliados políticos, por turnos, según la coyuntura. En esta trama escabrosa, los asuntos del corazón y la debilidad de la carne van de la mano con la corrupta política barranquillera que irradia su influencia pestilente por todo el Caribe y por toda Colombia. Las denuncias contra estos manejos oscuros reposan hace más de tres años en la Fiscalía sin que nada pase. Las cárceles entonces se llenan de pobres.
Igual aprehensión sobre la seguridad de su defendido tiene la abogada de Juan Larrison Castro, Angélica Martínez Cujar a quien la fuga tomó por sorpresa pues este se aprestaba a colaborar con la Fiscalía en busca de un acuerdo. Matamba sabe mucho de nexos de militares con el Clan del Golfo, igual que Otoniel, su antiguo jefe, a quien han impedido y obstaculizado sistemáticamente sus declaraciones ante la JEP y a quien quieren despachar cuanto antes a una celda en los Estados Unidos.
La facilidad con la que Matamba salió de cárcel-no requirió construir túneles a lo Chapo Guzmán-presagia su desaparición definitiva. Este personaje ha salido de la cárcel cuantas veces ha entrado. ¡Poderosos aliados tiene el señor!
En la actual justa electoral, el candidato presidencial heredero del más rancio y perverso uribismo se abraza desesperado a esa bandería podrida, sin que ese entramado nauseabundo le produzca el más minino pudor ético. Toda esta inmensa tramoya es digna de una gran novela, con la pobreza y la miseria generalizada como gran telón de fondo, sobre la corrupción política y de la justicia, narcotráfico, asesinatos, fugas, porno tick tok, saga criminal que aún no se ha escrito en Colombia. Una historia de Macondo en el siglo XXI.
A raíz de la fuga de Matamba, el presidente de la República, a quien nadie le cree, salvo sus áulicos, y a escasos cinco meses de entregar el cargo, los principales medios, articulistas, expertos, coinciden en la necesidad de reformar el INPEC o construir y armar otro ente que resuelve su insostenible situación y la de todo su organigrama. Todo seguirá igual o peor mientras la economía solo siga produciendo pobres y la ilegalidad de las drogas arrope todo el universo de la sociedad colombiana, corrompiendo a su paso todo lo que toca.
La población carcelaria de un país es un indicador de la salud colectiva de una sociedad, de su grado de benevolencia, de empatía, de equidad, de seguridad. Es sabido que Estados Unidos, el espejo donde se mira la clase dirigente colombiana, es el país -por cada 100.000 habitantes- con la población carcelaria más grande del mundo. Más de dos millones de personas entre rejas.
Una señal del deterioro general de esta sociedad es su inmensa masa de pobres, cuarenta millones de personas, especialmente provenientes de su clase media, negros y latinos,[2] la más grande de todas las democracias importantes del mundo, dado el menoscabo de sus ingresos, la enorme desigualdad, la falta de una seguridad social robusta, afincado en la muy norteamericana creencia de que los pobres son pobres por su propia culpa y de que las empresas solo tienen el deber moral de responderle exclusivamente a sus accionistas.
Fundamentalismos que han roto la sociedad gringa y que se manifiesta en las impagables deudas estudiantiles que hipotecan el futuro de sus jóvenes, el descenso en su expectativa de vida, el aumento de los suicidios, el alto consumo de anfetaminas, como lo describe Jonathan Franzen, el gran retratista de la sociedad estadounidense contemporánea en su novelística: “El deseo de consumir drogas por parte de la clase media estadounidense- dice uno de sus personajes- ha proporcionado el capital necesario para construir algunas de las empresas más sofisticadas y eficaces de la tierra.”
Descalabro social que corre parejo a su declive económico y político global. Uno de cada cuatro presos en el mundo se pudre en las cárceles de la unión americana. En Holanda ocurre el fenómeno contrario: no hay a quien meter a la cárcel. En los últimos años han cerrado más de 19 centros penitenciarios.
América Latina, la región más desigual del mundo, está cerrando la brecha con respecto a los Estados Unidos en este oprobioso ítem de tener más gentes en las cárceles. Estudiosos del tema señalan que esta región es la nueva área del mundo de encarcelamiento masivo. Entre el año 2000 y el 2018 la población carcelaria de los Estados Unidos creció un 24% y en América Latina este incremento fue de un sorprendente 175%.
El problema, dicen, no es la falta de cárceles es la cantidad de presos que estas sociedades producen, con su corolario: El hacinamiento que hasta cuadruplica la capacidad de sus cárceles, un fenómeno violatorio de todos los derechos humanos y que ha causado centenares de muertos en Colombia, Perú, Ecuador, Brasil. Con un dato adicional y espantoso: el 40% de los presos en América latina están en esa condición sin condenas.
En América latina, y se nota mucho en Colombia, las cárceles han pasado de ser instrumentos de disuasión y rehabilitación a impulsores de la violencia y de la criminalidad. El hacinamiento estimula la criminalidad por el poder que esas condiciones les confieren a las bandas y la incapacidad del Estado. De hecho este requiere, para algún control sobre los centros carcelarios, del cogobierno de las bandas, es decir, la institucionalización de las mismas. Y las drogas y la guerra contra las drogas, aunado al populismo punitivo juegan un papel determinante en esta evolución.[3]
Matamba es hijo de la más profunda pobreza que es el contexto donde se mueven los habitantes del Pacífico colombiano que han encontrado en el negocio ilegal del narcotráfico alguna esperanza de mejorar sus escasos ingresos y sus miserables condiciones de vida. Nació en el municipio de El Tambo, Cauca, que es como nacer condenado.
Lo del INPEC solo es la manifestación de una enfermedad más profunda de la sociedad colombiana: su descomposición por la preeminencia de la ilegalidad de las drogas facilitada por las pésimas condiciones de vida de la inmensa mayoría de su población, en un contexto internacional deteriorado que está agregando más pobres y más violencia en nuestro territorio: alimento de un sistema carcelario corrompido que abarca todas las instituciones colombianas, desde la presidencia de la República hasta las instituciones armadas de esta república desueta.
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[1] Aida Merlano acusa a los Char: me querían matar y enterrar en una finca. https://www.semana.com
[2] BBC NEWS, Por qué Estados Unidos tiene niveles de pobreza altos pese a los miles de millones que invierte en combatirla. 27 de julio 2020.
[3] BBC News. Verónica Smink, Los seis países de América Latina y el Caribe donde la cantidad de presos duplica, triplica y hasta cuadruplica la capacidad de las cárceles. 8 de octubre de 2021.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: Semana.com
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