«Si se busca en qué consiste el bien más preciado de todos y cuál es el objetivo de cualquier legislación, encontramos que todo se reduce a dos cuestiones principales: la libertad y la igualdad, y sin esta última, la libertad no puede existir. Renunciar a la libertad es renunciar a ser hombre, a los derechos y a los deberes de la humanidad (…). La verdadera igualdad no se encuentra en que la riqueza sea la misma para todo el mundo, sino en que ningún ciudadano sea tan rico que pueda comprar a otro ciudadano, ni que sea tan pobre que se vea obligado a venderse.»
ROUSSEAU, J.J., El contrato social, 1762.
Aunque en Colombia todo es posible, causaron extrañeza las imágenes de la masiva fiesta de recepción a alias El Ñoño Elías en Sahagún, Córdoba. No se trataba de homenajear a un campeón que conquistara un oro olímpico, ni a un artista triunfador, menos a un premio Nobel. Nada de eso. ¡Bernardo Miguel Elías, fue celebrado con tal alharaca por haber salido de la cárcel, donde pagaba una condena por corrupción!
La corrupción en Colombia es tanto tragedia como comedia. Aquella imagen de los empobrecidos por los latrocinios celebrando a quien se enriqueció robando el patrimonio común sintetiza la realidad nacional. Enmarca el contraste infame de quienes tienen hasta el derroche, con los que tienen hambre; de los inocentes en desgracia con el éxito de los criminales; de la justicia cojitranca, con la injusticia ancestral… dos colombias, la de las víctimas y la de los victimarios, que parecen volverse una cuando las primeras levantan la mano victoriosa de los segundos.
También muestra quiénes son los líderes regionales, sobre los que se sustenta el sistema electoral del país: Sólo personajes de opereta. A la misma conclusión se puede llegar por el significado del apelativo “Ñoño”, que es la forma de denominar a cualquier pobre de espíritu, corto de ingenio dice el diccionario. Imbéciles y malandrines configuran los fundamentos de la arquitectura de un Estado diseñado para ser saqueado. Usando una figura bíblica, los ñoños son los pies de barro de un Estado democrático, y puede entenderse la complacencia con esos personajes del aparato judicial, así como la de los demás entes de control, como el propósito de mantener enajenados los recursos gubernamentales a los intereses particulares.
Y no hay un solo ñoño, el Ñoño Elías es hoy el más vistoso, porque las correas de trasmisión de la corrupción estatal se encuentran en la proliferación de ciertos clanes en las diferentes regiones, que tienen un poder que se torna más absoluto cuanto más lejos queda de la capital, de Bogotá. Porque el Estado se difumina en la medida que se aleja de la Casa de Nariño, y del Capitolio, a un metro de la puerta ya hay una merma de Estado: menos derechos al ciudadano, creciente poder de la ilegalidad, mayor corrupción, hasta llegar a lugares como La Guajira, donde el posible robarse un río, y matar de hambre a una comunidad; o en Guainía, donde los indígenas se compran y se venden como cualquier mercancía, sobre todo cuando son menores de edad, … Ejemplos hay hasta en los barrios de las ciudades, donde llega a existir un dominio absoluto de bandas al margen de la ley sobre la vida, honra y bienes de los habitantes, durante décadas.
Puede alegarse en contra de la anterior afirmación que en Bogotá existe más Estado que en el resto del país, pero un solo ciudadano de esa ciudad pone Fiscal General, magistrados, congresistas, ministros, y hasta presidentes. Ante tal argumento, sobre el poder del ciudadano Sarmiento, no queda nada por decir.
Hoy, cuando ha llegado a la Presidencia de la República un movimiento por el cambio de los paradigmas políticos, surge un empuje adverso, retardatario, de personajillos enquistados en las regiones por lo acumulado en décadas de saqueo, de alianzas deshonestas, y de impunidad garantizada. Pero el poder de los ñoños no se limita al de la complicidad. En los territorios donde ni el capitalismo ha llegado, donde no existen encadenamientos productivos diferentes a los de la cocaína, los ñoños han montado una industria electoral: convierten la pobreza en votos. Significa esto que la legitimidad esgrimida de los comicios nacionales, está en manos de aquellos sujetos que aprendieron a administrar el hambre de los empobrecidos, y los han convertido en esclavos electorales: por necesidad, o por amenaza, están constreñidos a vender el voto. Incluso con ventas a futuro, como se vio en Sahagún.
El calendario electoral marca el momento de las elecciones regionales, y Germán Vargas Lleras, clama por la manguala contra el gobierno del cambio: “Ñoños de todos los partidos, Uníos”. Por eso los ñoños están de regreso: alias Fico en Medellín levanta la mano y, en un territorio controlado por la pillería, lanza su campaña; Dilan Francisca en el Valle del Cauca; Alex Char en Barranquilla… departamento por departamento surgen nombres que asumen la ñoñería regional, solidaria con la industria de la corrupción nacional, e internacional.
Claro, no lo hacen en su mejor momento. Tanto han rebasado los límites de la corrupción, tanto la han sacado de “sus justas proporciones”, como pregonaba un corrupto emblemático, que los escándalos han suscitado una ola de indignación nacional, que los ha debilitado, y puede borrarlos de la columna de dirigentes políticos, para pasarla a la de delincuentes procesados. Aunque todavía tengan capacidad de armar comparsas como la de Sahagún, o las de las marchas antipetristas.
Medellín, y Antioquia, son bastiones de la extrema derecha, y lugares que ha elegido Uribe como retaguardia estratégica, pues en Antioquia se ha concentrado para la contienda electoral de octubre. Desde el siglo pasado reclama esta región como su feudo, y hace un cálculo partiendo de su fortaleza allí, tanto como de la debilidad del Pacto Histórico. Porque, así como el gamonalismo es el flanco débil de la democracia colombiana, también la deficiencia en organización local, y regional son el lado flaco del movimiento progresista. Que tiene avances muy destacados en ciertas regiones, pero, en muchos lugares está en la inopia.
Esa debilidad no sólo es la carencia de estructuras, sino las deficiencias de formación en la militancia, la ausencia de liderazgos sólidos, y la facilidad para la infiltración por quienes agencian intereses contrarios a los del progresismo. Si el Pacto Histórico existiera como una organización sólida ya habría disuelto esas ruedas sueltas que tiene en Medellín y en Antioquia, donde se incuban ñoños vestidos de progresistas.
Tampoco la tiene fácil Uribe, porque los ñoños de su cuerda, que proliferan en la pobreza como los hongos en la boñiga, pretenden disputarle el manejo de su grupo, desde Vargas Lleras a alias Fico. En todas las coordenadas del espectro político hay temporada de ñoños, consagración de la pobreza de espíritu.
José Darío Castrillón Orozco
Manuel P says
Si seños, pero los ñoños de provicia, los mercenarios políticos reclutados entre la pobrecía y los “clase media” al igual que vienen haciendo muchos exparamilitales, mandos militares y corruptos pillados en fechorias pueden hacer caer al “régimen” si, como se ha visto, comienzan a hablar verdades sobre sus determinadores y maximos responsables ante la justicia…una vez ido Barbosa.
Wilson Montoya says
Medellín y Antioquia son la reserva estratégica de la orda uribista y no hay señales de que tal perspectiva cambie. Se necesita que todas las fuerzas progresistas asentadas aquí, comprendan la necesidad de un pacto histórico para contrarestarlas, recordando que tenemos Presidente y su guiño ahora, tiene que ser el inicio del desentrabe político, ideológico y organizacional, para acceder al poder local y regional. Identificados los enemigos y lo están, hay que convocar a los amigos que ahí, también están.