“Cada generación se siente destinada a rehacer el mundo. La mía sabe que no podrá hacerlo. Pero su tarea es tal vez mayor consiste en impedir que el mundo se deshaga.”
Albert Camus
De la esencia humana es la aspiración a vivir mejor, desde antes de inventarse la palabra sabroso. Pero, la historia como la tensión entre dos mundos contrapuestos la plantea por primera vez, Agustín de Hipona: la ciudad de Dios y la ciudad terrenal, Jerusalén y Babilonia, el bien y el mal. En el primero hay un empeño por mejorar la forma de vida, mientras que el segundo conlleva a la destrucción del hombre por sí mismo.
Ciudad, como Utopía, más que un lugar geográfico es una forma ideal de habitar, de amar dirá Agustín, que posibilite alcanzar la felicidad humana. Tal idealización se postergó en la vieja Europa al bíblico final de los tiempos, tanta carga de inequidad hacía imposible que ese continente pudiera albergar dicha alguna, y el vértigo con que en el siglo XXI se precipita a una guerra mundial ratifica ese pesimismo.
América para los europeos no sólo fue fuente de saqueo y esclavitud, sino que hizo que los pensadores renacentistas volvieran a soñar un mundo ideal, pero con asiento real: el Nuevo Mundo. Tomás Moro escribe Utopía en 1516, Tomasso de Campanella La Ciudad del sol en 1502, y Francis Bacon La Nueva Atlántida en 1526. Todas ellas plantean el fin de las guerras, y la fraternidad como vínculo social humano. Si antes había circunstancias a evitar, como la esclavitud, las utopías renacentistas señalan ya un lugar de llegada, una sociedad que lograr.
La conquista de América, brutal como todas las conquistas, desdibujó el ideal fraterno, que se intentó en pequeñas comunidades, en el Nuevo Mundo y en Europa. Aunque no sobrevivieron como sociedades, nunca murieron como ideas: Por el contrario, los ideales de la revolución del renacimiento maduraron hasta configurar las revoluciones norteamericana y francesa que insisten en conquistar la fraternidad, desde la libertad y la igualdad, pero, además reivindican la búsqueda de la felicidad como un derecho.
La revolución norteamericana inicia lo que Eric Hobsbawm llama La era de la revolución, que llega hasta la Revolución Bolchevique, cuando las masas de trabajadores empiezan a asumirse como sujetos políticos. Cada proceso revolucionario ha tenido que luchar contra su contrario, al punto que la revolución francesa sólo empezó a materializarse un siglo después, y el nazismo del siglo XX no se enfilaba contra la Utopía liberal del socialismo, sino también contra la revolución liberal misma. Igual el nazismo contemporáneo.
La revolución rusa de 1917 señala un norte político, la conquista de una nueva Utopía. Pero las luchas obreras en el mundo industrializado no se redujeron a una apuesta de tahúr: Todo o nada, porque, fruto de luchas con costos atroces, surgió el Estado de Bienestar como transacción donde el patrón cede algo de su rentabilidad, y el trabajador adquiere seguridad al ser amparado por el Estado, es ciudadano. O en la formulación de Hanna Arendt adquiere “el derecho a tener derechos”.
El nazismo resultó tan monstruoso que se necesitó una alianza mundial para derrotarlo, tras matar sesenta millones de jóvenes. Pasada la segunda guerra mundial, la tensión entre los modelos sociales fue la Guerra fría, un enfrentamiento indirecto entre las dos potencias vencedoras, cada una con un modelo opuesto, capitalismo – comunismo. Hasta el punto de dividir la ciudad de Berlín con un muro, porque cada bando dominaba un pedazo de ella. El muro de Berlín fue el símbolo de esa confrontación de las dos ciudades, dos sistemas, que se repetía en latitudes diferentes del planeta.
La Guerra fría llevó a la carrera armamentista, también a la conquista espacial, y en esa carrera a más de mantener la humanidad bajo amenaza, los Estados Unidos perdieron su supremacía económica, pero la Unión Soviética se desintegró, y su modelo social se tornó capitalista. Un efecto inmediato de esto fua la caída del muro de Berlín, esa ciudad volvió a ser una sola. Pero aquel muro simbolizaba también el multilateralismo mundial.
La caída del bloque socialista fue interpretada por algunos como el triunfo definitivo del capitalismo, el inicio de una hegemonía mundial, la muerte de Utopía. Entonces emprenden la demolición del Estado de bienestar, su opuesto es el Estado de malestar, e inicia la distopía del capitalismo salvaje.
Para ello se vendió la argucia que el Estado de bienestar fue una generosidad de un capitalismo patriarcal, desconociendo que fue resultado de conquistas, negociaciones de los trabajadores. Se pagó con la engañifa del capitalismo satisfecho: Si los propietarios se enriquecen mucho más, tanta riqueza derramará abundancia para toda la sociedad, ¡como si la codicia tuviera límites!
El resultado se señala con el dedo: Los ricos descomunalmente ricos y los pobres mucho más pobres, hay privatización de ganancias y socialización de pérdidas. El Estado dejó de ser garante de los derechos ciudadanos, para ser promotor de negocios. Luego arrasaron los derechos: Primero se trivializaron y relativizaron para luego convertirlos en mercancía: Hay derechos si tienes con qué pagarlos, la salud, la educación, la vivienda, ¡hasta el agua! Así surgen los humanos desechables, sin derecho a tener derechos, la sociedad del descarte, llama el papa Francisco.
Sobre los cascotes del Muro de Berlín se dicta un ordenamiento mundial en torno al lucro, todo está permitido si es rentable. Valores que no produzcan ganancias quedan proscritos: La libertad de prensa es libertad de hacer negocio con la prensa, la verdad una subasta, y la posverdad es legitimización de la infamia; la solidaridad, la fraternidad, la dignidad humana están anulados: Sobran millones de humanos, ahora son seres sin mundo, refugiados, desplazados, perdedores, nadies. Contra ellos se multiplican los muros: En Estados Unidos, Israel, Marruecos… El Mar Mediterráneo es un inmenso muro, y una fosa común.
Ese orden se edificó en nombre de la globalización, que sólo fue del capital especulativo, no de los humanos. Aunque sí se globalizaron fenómenos como la corrupción administrativa, el racismo, las violaciones de Derechos Humanos, y las mafias internacionales. En este contexto se da el ascenso del Cartel de Medellín, presente en tantos países, en el escándalo Irán Contras, o en la creación y financiación de bandas paramilitares anticomunistas. ¡En un mundo sin comunismo se promueve el anticomunismo!
Tras la caída del Muro de Berlín el mundo no es mejor, sino mucho peor, hizo el pasaje de la utopía a la distopía: Mata la cultura, el arte, las humanidades, y el planeta. El fascismo está de regreso. Enhorabuena en América surgen líderes mundiales, como el papa Francisco, o como el presidente Gustavo Petro que reivindican el derecho a tener derechos, contra los defensores del Estado de Malestar. No en vano el expresidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, sostiene que las reformas políticas de Petro son un modelo para el continente: Urge detener la destrucción del hombre por sí mismo, poner la sociedad y la ciencia a la conquista de la felicidad, a vivir sabroso.
José Darío Castrillón Orozco
Fuente: Wikimedia
Hernan Gaviria says
Bien desarrollado el contexto del Estado de Bienestar, pero producto de sus contradicciones internas pareciera emerger el Estado de Malestar, alabado por unas minorías, de arraigo en unos sectores populares que hacen gala de su ignorancia. Quizás las marchas de oposición a Petro sea una explicación.
Álvaro says
Gracias Darío, megusto tu escrito.
Un abrazo.
Wilson Montoya says
Preciso, pertinente este comentario, qué resumen cuarenta años de postraciones, con el modelo neoliberal instalado, qué hace aguas hoy en occidente.
Hernan Pizarro says
Muy buen artículo. En palabras más simples, el estado de derecho se resume en vivir sabroso, aunque queda abierto qué puede ser lo que se entiende como tal.
Para algunos pobladores de Colombia, es vivir sin miedo.
Una muestra de la situación vivida por personas afectadas por las acciones más oscuras y crueles en la historia de la humanidad, como lo ha sido el paramilitarismo en Colombia.
Blanca Echeverri says
La educación es la clave, la enseñanza de la historia real, no la de los dueños del capital y de los medios. Muy bueno tu análisis.