En la siguiente entrevista, realizada por C. J. Polychroniou para la revista digital norteamericana Truthout, el politólogo finlandés Heikki Patomäki ofrece una visión crítica de las razones por las que Finlandia y Suecia han optado por entrar en la OTAN y las posibles consecuencias para la socialdemocracia nórdica. Las opiniones de Patomäki han sido demonizadas por el simple hecho de ir en contra de los frenéticos dictados impuestos por los gobiernos occidentales y los medios de comunicación corporativos en relación a las respuestas adecuadas a la guerra en curso en Ucrania. Patomäki es profesor de política global y director de investigación del Helsinki Collegium for Advanced Studies de la Universidad de Helsinki. Es miembro de la Academia Finlandesa de Ciencias y Letras y autor de decenas de libros y artículos académicos.
Heikki, la invasión rusa de Ucrania ha revitalizado a la OTAN. De hecho, parece estar en marcha una nueva era, ya que Finlandia y Suecia han decidido poner fin a décadas de neutralidad y unirse a la alianza transatlántica. Hablemos de Finlandia, que tiene una larga y singular relación con Rusia debido a su historia. ¿Por qué quiere Finlandia entrar en la OTAN? ¿Existe realmente una preocupación de seguridad? ¿Cuáles son los debates internos en torno a su ingreso en la OTAN?
Una respuesta sencilla, pero muy incompleta, es que las acciones del régimen de Putin han provocado la entrada de Finlandia en la OTAN. El primer pico de apoyo a la adhesión a la OTAN se produjo en 2014-2015, pero sobre todo el impacto de la invasión de 2022 ha sido impresionante. Aunque una parte importante de la élite política lleva favoreciendo la adhesión de Finlandia a la OTAN durante años, ya sea en público o en privado, para el grueso de la población la motivación principal es ahora principalmente el miedo. La mayoría de los defensores profanos de la OTAN parecen pensar que la adhesión disuadirá a Rusia de atacar a Finlandia, lo cual, por supuesto, presupone que dicho ataque es una posibilidad inminente. A sus ojos, la alianza del Atlántico Norte es como un gran padre con grandes armas que viene a protegernos si es necesario. Creo que es un argumento bastante primitivo, aunque algo comprensible dadas las circunstancias.
Los finlandeses -al igual que muchos europeos- parecen relacionarse con esta guerra de una manera muy diferente a la de, por ejemplo, la guerra en Siria o Yemen, o las guerras en Irak (2003-2011, 2013-2017). Hay un aspecto de esto que guarda una clara relación con el eurocentrismo: Ucrania está en Europa, y esta guerra está cerca de nosotros. La distancia de Helsinki a Kiev es más o menos la misma que la de la parte más septentrional de Finlandia. La invasión de Ucrania evoca los recuerdos históricos de la Guerra de Invierno (1939-40) y a Rusia como eterno enemigo. Esta evocación constituye un momento histórico regresivo que implica recurrir a los relatos que prevalecían en las décadas de 1920 y 1930, cuando la derecha definía a Finlandia como el puesto más remoto de la civilización occidental frente a la “barbarie” del bolchevismo ruso. La concepción actual contrasta con la evolución posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando se desarrolló una nueva comprensión cooperativa del vecino oriental de Finlandia, a pesar de que los sistemas sociales eran muy diferentes. Lo que escucho ahora es la mentalidad occidental de la Guerra Fría: los rusos no sólo son intrínsecamente malos, sino que es imposible que volvamos a cooperar con ellos.
A un nivel más profundo, el impacto de la invasión rusa no puede desvincularse de procesos de cambio político a más largo plazo. Las respuestas a la invasión de Ucrania se derivan en gran medida de cambios graduales en el trasfondo de la comprensión social, las representaciones de los medios de comunicación y la retórica política, que han preparado el terreno para lo que puede considerarse un nuevo giro a la derecha que afecta a todos los partidos políticos. En la década de 1990, la identidad de Finlandia se redefinió como país occidental, y como miembro de la UE, para sustituir la idea anterior de país nórdico socialdemócrata neutral, aunque ambas coexistieron durante algún tiempo. La neoliberalización, a su vez, ha cambiado gradualmente los significados, las mentalidades, las prácticas y las instituciones en Finlandia, allanando el camino para el ascenso del populismo nacionalista-autoritario en la década de 2010 que siguió a la crisis financiera mundial de 2008-2009 y sus consecuencias, entre ellas la crisis del euro. Algunos detalles pueden ser propios de Finlandia, pero por lo demás, estos procesos son comunes en todo el mundo interconectado.
Desde 1994, Finlandia y Suecia han participado en el plan de la Asociación para la Paz de la OTAN. En particular, las fuerzas armadas finlandesas se han adaptado a los sistemas de la OTAN, lo que ha culminado en la reciente decisión de comprar a los Estados Unidos 64 cazas F-35 compatibles con las armas nucleares. En las décadas de 2000 y 2010, ambos países participaron en las operaciones de “apoyo a la paz” de la OTAN y cerraron acuerdos de apoyo a las naciones anfitrionas de la OTAN. Por lo tanto, la invasión y el consiguiente giro en la opinión pública no han hecho más que permitir y desencadenar el último paso en el largo proceso de integración en la OTAN, es decir, la adhesión formal.
¿Cómo contribuiría la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN a la seguridad europea?
A pesar del largo proceso de integración en la OTAN, el paso de la adhesión formal no es insignificante. Tiene implicaciones potenciales de gran alcance para las relaciones internacionales en Europa y en el mundo. Es probable que signifique el fin del internacionalismo progresista nórdico, al menos por ahora.
Mientras que durante la Guerra Fría los países nórdicos lograron una comunidad de seguridad pluralista y no militar entre ellos y promovieron la solidaridad y el bien común en sus relaciones exteriores, el paso de entrar en la OTAN va acompañado de la militarización de la sociedad y de la creencia en la capacidad del poder militar para prevenir la guerra mediante una disuasión superior. En última instancia, este paso se basa en la teoría de la disuasión -incluida la disuasión nuclear- que se apoya en una lógica abstracta de cálculo de actores racionales interesados y estratégicos. El cambio tiene resonancias de un cambio conceptual más amplio dirigido a la lógica de la elección racional y la optimización bajo restricciones, que es la base de la economía neoliberal dominante. El concepto de bien común o público ha desaparecido de estos debates, excepto en la forma de estabilidad que se consigue empleando la disuasión. El término disuasión significa asustar e insuflar temor al otro, al que se teme. La última forma de este tipo de disuasión es el MAD [Mutual Assured Destruction], la Destrucción Mutua Asegurada. Mientras que la neutralidad de la época de la Guerra Fría se entendía, al menos en algunos momentos, como un intento de transformar el conflicto mundial que amenazaba a la humanidad, la respuesta actual parte de una perspectiva más bien estrecha y egoísta, comprometida con la teoría de la disuasión. Además, el miedo a Rusia incluye una historia maniquea simplista sobre un héroe que lucha por la libertad y la democracia contra un imperio malvado.
Es evidente que Rusia ha iniciado una guerra altamente contraproducente, entre cuyos resultados colaterales se cuentan ahora la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN. El problema es que esta adhesión es a su vez un paso en el proceso de recrudecimiento del conflicto entre Rusia y la OTAN y, hasta ahora en menor medida, entre Rusia y la UE. La expansión de la OTAN hacia el este ha sido una cuestión clave en el conflicto que ha ido recrudeciéndose paso a paso desde la década de 1990. El problema no es sólo que la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN amenaza con agravar aún más el conflicto OTAN-Rusia. Esta decisión también reforzará la dependencia de la UE de Washington. Un problema más global es que este paso forma parte de un proceso en el que el mundo está cada vez más dividido en dos campos en la economía mundial, caracterizados por guerras comerciales y militarización de la interdependencia. La preocupación por los efectos de la expansión de las alianzas militares occidentales constituye algo ampliamente compartido no sólo en Rusia, sino también en el Este y en el Sur Global. Además, esto no difiere de la preocupación de australianos y estadounidenses por la alianza de las Islas Salomón con China. Las actuales formaciones y reformas de alianzas recuerdan a los procesos que condujeron a la Primera Guerra Mundial. Al final se cierne la posibilidad de una catástrofe militar global. Aunque esto no ocurra inmediatamente, estos acontecimientos forman parte de la evolución hacia una catástrofe en los próximos 10-20 años, a menos que se altere el curso de la historia mundial, por ejemplo, mediante un nuevo movimiento de no alineados.
Rusia ha amenazado con tomar represalias por la adhesión de Finlandia y Suecia. ¿Por qué le aterra a Rusia la entrada de Finlandia en la OTAN y cómo podría tomar represalias?
La perspectiva rusa está relativamente clara. Rusia se ha opuesto a la expansión de la OTAN en todo momento. Por ejemplo, en la década de los 90 el presidente Boris Yeltsin solía considerarse de mentalidad occidental, y sin embargo en la conferencia de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa celebrada en Budapest en diciembre de 1994, se manifestó públicamente en contra de los planes de expansión de la OTAN. En distintos contextos, Yeltsin utilizó con coherencia palabras como “humillación” y “fraude” para describir los planes de ampliar la OTAN a los países de Europa del Este (central). Aunque en 2000-2001 Putin mantuvo conversaciones sobre la posibilidad de que Rusia entrara en la OTAN, lo que parecía tener en mente era la transformación de la OTAN en algo más parecido a la idea de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa.
Con el creciente distanciamiento entre Rusia y el Occidente neoliberal en la década de 2000, en Rusia la OTAN se ha encuadrado cada vez más a menudo como una amenaza para la seguridad. Finlandia tiene más de 1300 kilómetros de frontera con Rusia y está situada cerca de sus principales centros, en particular San Petersburgo (a sólo 300 km. de Helsinki), cuartel general y base principal de la Flota del Norte de Rusia en la península de Kola (cerca igualmente de la frontera finlandesa), y Moscú (a una hora y media de vuelo desde Helsinki). Dependiendo de las condiciones específicas de la adhesión finlandesa, el ingreso puede conllevar instalaciones militares de la OTAN directamente en el flanco occidental de Rusia y una expansión del territorio que estaría en efecto bajo mando militar de los Estados Unidos en caso de guerra. Los planificadores militares rusos tendrán que responder reorganizando sus capacidades de una forma u otra.
Sin embargo, la palabra “represalia” en su pregunta parece demasiado fuerte. Y eso que, por ejemplo, Maria Zajarova, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, ha hablado de “contramedidas y acciones militares sorprendentes”. Principalmente, el régimen de Putin parece haber adoptado una línea según la cual la pertenencia de Finlandia a la OTAN no tiene tanta importancia, entre otras cosas porque Finlandia ya estaba muy cerca de la OTAN. El hecho de restar importancia a la pertenencia formal contrasta en cierto modo con los entendimientos mutuos que prevalecían hasta finales de 2021 y puede indicar que los responsables rusos no previeron esta consecuencia de su invasión.
Además, cualquier injerencia enérgica -ya sea en forma de flujos migratorios fabricados, ciberataques o ataques con misiles- sería muy contraproducente. Una injerencia de este tipo sólo serviría para reforzar la ya fuerte rusofobia y el odio a Rusia entre la población y su apoyo a la pertenencia a la OTAN. El estado de ánimo actual es bastante beligerante y muchos finlandeses apoyan la idea de “derrotar” a Rusia en Ucrania por medios militares, sea lo que sea que eso implique.
Finlandia y Suecia se describen a menudo como sociedades capitalistas del bienestar, ambas practican todavía una versión diluida del modelo nórdico, que demuestra que la prosperidad económica puede ir de la mano del Estado de bienestar social. De hecho, se ha identificado a Finlandia como país más feliz del mundo en el Informe Mundial de la Felicidad durante varios años consecutivos. ¿Cree que la decisión de Finlandia de entrar en la OTAN podría socavar lo que queda del modelo socialdemócrata?
Aunque en términos de renta (menos en términos de distribución de la riqueza), Finlandia sigue siendo un país relativamente igualitario, la continuidad con la era de la socialdemocracia se limita a ciertas funciones del modelo de Estado de bienestar democrático, especialmente la sanidad y la educación. Ambas se han transformado en la era neoliberal, pero todos los ciudadanos siguen teniendo acceso a una sanidad pública bastante barata y a una educación gratuita.
Sin embargo, el sistema sanitario es cada vez más dual, en parte privado y en parte semipúblico, este último con mucha externalización privada. El sistema educativo se ha hecho más sensible y selectivo en relación con el origen social de alumnos y estudiantes. También se ha reorganizado siguiendo la Nueva Gestión Pública y las ideas pedagógicas basadas en las capacidades innatas de los jóvenes. No obstante, la educación sigue siendo gratuita para todos los finlandeses y ciudadanos de la UE, incluso en el nivel universitario (se han introducido tasas para los estudiantes extranjeros).
Lo que llama la atención, pero no se discute mucho, es el hecho de que no ha habido crecimiento económico real en Finlandia desde 2007-2008. Sí, es cierto que Finlandia sigue siendo próspera y que, en ese sentido, la prosperidad económica puede ir de la mano de los restos del Estado de bienestar social. Sin embargo, el panorama general es complejo. También es cierto, como usted dice, que se ha nombrado a Finlandia como país más feliz del mundo en el Informe Mundial de Felicidad durante varios años consecutivos. La felicidad en estos informes es un índice compuesto, no se refiere a la “felicidad” como sentimiento. Esto ha sido una fuente continua de diversión entre los finlandeses, que en su mayoría no se sienten especialmente “felices”. Así, por ejemplo, el suicidio tiene en Finlandia tasas más elevadas que las de la media de la Unión Europea.
Ni que decir tiene que, en estas circunstancias, lo que queda del modelo socialdemócrata está en entredicho. Consideremos el caso de la Alianza de la Izquierda. La actual Alianza de la Izquierda es un partido socialdemócrata moderado y culturalmente liberal que se ha centrado en asuntos internos, especialmente en la seguridad social, la sanidad, la educación y la política de identidad (por ejemplo, las cuestiones LGBTQ), y hasta cierto punto también en la política económica nacional. El partido está fuertemente a favor de una política climática activa, pero las posibles medidas y diferencias políticas se ven principalmente en términos nacionales. Todo esto está bien, pero también es bastante limitado. La política exterior y de seguridad se ha dejado en gran medida en manos de otros partidos. La UE queda en un segundo plano, y el futuro de la Unión no se discute realmente. Por ejemplo, la Alianza de la Izquierda ha aprobado tácitamente la idea de que Finlandia forme parte de los “cuatro frugales” de la UE. La falta de visión europea y global explica que el partido se muestre ahora tan débil en la cuestión de la pertenencia a la OTAN.
Tradicionalmente, la Alianza de la Izquierda se ha opuesto firmemente a la pertenencia a la OTAN, pero se dividió en la votación parlamentaria. Sin embargo, sólo unos pocos diputados de la Alianza de Izquierda votaron en contra de la propuesta del gobierno de la primera ministra Sanna Marin (la Alianza de la Izquierda forma parte de la coalición de gobierno.) Me apresuro a añadir que el gobierno decidió ya en diciembre de 2021 adquirir 64 aviones de combate F-35 a los Estados Unidos al precio de al menos 10 mil millones de euros, mientras que dentro del gobierno, la Alianza de la Izquierda está luchando por conseguir unas pocas decenas de millones de euros adicionales para un propósito social particular (diez millones es una milésima parte de 10.000 millones.) En los años 90, la proporción del gasto militar en el PIB pudo llegar a ser tan reducida como de un 1,1%, pero ahora se acerca al 2% (la norma de la OTAN). Por un lado, el director del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales propone que la proporción del PIB se sitúe entre el 3 y el 4 por ciento.
Me parece que tras su decisión de ingresar en la OTAN, Finlandia y Suecia se sitúan en el lado equivocado de la historia. Por lo que yo sé, estas decisiones suponen el fin del ideal socialdemócrata nórdico.
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