Pero, no se crea, que es un tema alegre. Son muchas las muertes, el llanto de la humanidad. La evidencia sobre la inmoralidad de un sistema que privilegió el lucro individual, el sálvese quien pueda, y lo convirtió en el símbolo del éxito. De esta manera la naturaleza terminó convertida en la nada, porque además nunca pudo colocarle un precio ya que la creyó infinita, perenne. Se arrasó con ella y aun así se continúa negando el calentamiento global porque de reconocerlo, ya el mundo habría abandonado no solo las energías fósiles, sino las devastadoras formas de producción y consumo.
Así que a las crisis del medio ambiente y de la destrucción de la vida natural, de los ecosistemas, se le agregó tal vez el más nefasto sistema de exploración para la extracción del petróleo: el fracking. Con este, los Estado Unidos de Norte América, no solo se convirtieron en el principal productor de petróleo del mundo, sino que se puso en crisis los ingresos de los pequeños exportadores de petróleo. Eso no importa, es propio de la doctrina, si ellos pueden, al carajo con el mundo, y mucho más si son débiles. Hoy, en cambio, las reacciones de los más fuertes exportadores, léase Rusia y Arabia Saudita, al no llegar a un acuerdo (vaya usted a saber si ese es el acuerdo, que no lo haya) llevan a la caída del precio, que seguramente, en los próximos días hará inviables algunas, muchas, empresas petroleras norteamericanas, y de paso hará inviable la producción en América latina, solo para mencionar a esta parte del mundo.
Al diablo entonces con los planes, con la política fiscal, de las reformas tributarias, laborales y pensionales, con las ansias de más poder de las derechas recién llegadas a los gobiernos y con ellas de los organismos multilaterales. Las decisiones de los más fuertes de la OPEP harán reventar al mundo, so pena que Trump se someta a un pacto global para controlar la oferta del crudo. Así que esta situación que ya lleva dos semanas, puede durar un día más, una semana o lo que usted se quiera imaginar, todo dependerá de la capacidad de gasto fiscal que esos mismos países tengan.
Con esto arrasaron con las monedas. Ante las incertidumbres, los inversionistas se refugian en el dólar o en el oro, haciendo que las monedas pierdan valor frente al dólar, y las economías que se creyeron la historia del libre mercado y dependen ahora de bienes importados para consumir o producir, terminarán reventadas, con grandes inflaciones y sin la suficiente capacidad de reaccionar. Las inversiones caen y los mercados de capitales se desploman, los activos financieros pierden su valor, y con estos los fondos privados de pensiones. Se nos dirá que en el largo plazo todo estará bien, Y otro grande, Keynes, ya lo contestó: “En el largo plazo todos estaremos muertos”. El largo plazo no es para todos, ni siquiera para quienes apenas nacen, los jubilados ya no tienen largo plazo, y junto a las y los trabajadores tendrán que soportar los pesos y las afugias de las crisis. Estas, las crisis, siempre las han pagado los más débiles.
Con todo este escenario, y lo que faltaba, llegó una epidemia que, al fragor de los grandes avances de los transportes y la alta movilidad humana, se convirtió rápidamente en una pandemia. Pero el mundo anda en el individualismo, los sistemas públicos de salud se han reducido al mínimo posible y los indicadores de utilización de la capacidad instalada, léase número de camas disponibles, están al tope, para que los gerentes se sientan felices por la gestión y optimización que hacen del capital. Y el que quiera una cama adicional, pues que pague por ella, hacerlo, dará cuenta de su alta capacidad de gasto, de su ascenso social, de su éxito. Los sistemas de salud colapsan, sencillamente porque lo público dejó de importar. La gente se muere entre otras cosas por falta de atención adecuada. Si bien la pandemia es una gran tragedia, la otra es la disponibilidad de camas, equipos apropiados, elementos necesarios y el personal suficiente para atender eso que están llamando picos.
De esta manera se toman medidas cada vez más drásticas, hasta el propio confinamiento, no es un juego se debe de hacer caso. Cosas sencillas como lavarse las manos, no se puede en muchas escuelas públicas porque no hay agua adecuada para hacerlo. La educación se virtualiza, bueno se transmite por internet, pero queda en evidencia que todo el país no tiene accesibilidad o la tecnología para lograrlo (es más algunas instituciones o incluso universidades no tienen como hacerlo). El virus de la pobreza y la desigualdad ha quedado en evidencia para los que pensaban que ser pobre es la consecuencia de la pereza. No, al contrario, es la gente que se levanta a diario para sostenerse a ellos mismos y al país, son quienes, ante un confinamiento, cerca del 70% de la población colombiana, tendrán muy pocos recursos para aguantar más de una semana.
Con un gobierno de pocas decisiones, ha estado a la saga de la alcaldesa de Bogotá, la crisis se irá ahondando, ya hay gremios que han empezado a solicitar permisos de vacaciones o de licenciamiento de trabajadores. ¡Que insensatez! Un país donde el 99% del tejido productivo son micro, pequeñas y medianas empresas, requiere de acciones contundentes para evitar que se vengan a pique, que el desempleo y la pobreza se expandan. Hoy se requieren alternativas que garanticen alimentos, atención sanitaria y protección a toda la población, sin distingo de nada. Una renta ciudadana transitoria que garantice la vida y enfrentar las crisis con dignidad.
El neoliberalismo se resiste a estas decisiones y corre el riesgo de sucumbir, de abrirle el paso a otras formas de producir, de consumir, de relacionarnos entre los seres humanos y con el planeta. ¿Esto es iluso? No. Cuando veo a las y los trabajadores de la salud, exponiendo su vida para salvar las de otros, cuando veo a través de las redes que la gente los aplaude y ellos devuelven emocionados esos aplausos. Cuando la gente canta para no sentirse sola, pero otros los acompañan, cuando la gente ha ido a buscar a los ancianos para darles apoyo. En estos momentos siento la esperanza, pero también la derrota del individualismo. Solidaridad, compasión y cooperación. De esta forma los pueblos se levantan de las crisis con la convicción que las soluciones son entre todos, que estamos juntos habitando este planeta, nosotros y con la naturaleza. Cobra vigencia aquella otra frase de que “Otro mundo es posible”. En medio de la crisis y después de ella nos quedará el humanismo.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Universidad de La Salle
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