Petro advirtió que, de confirmarse los hechos — y todo indicó que así es —, estaríamos ante un crimen internacional ejecutado por la mano de Netanyahu. Con su dignidad de hierro canceló el tratado de libre comercio, rasgando el tejido político y económico que hirió un vínculo histórico con uno de los principales aliados de Trump. El martillo de su decisión retumbó sobre la mesa del poder. Fue el golpe seco de un país que se niega a obedecer, y de un presidente que transforma la indignación en decreto y la palabra en lanza contra la liturgia de la sumisión.
En un discurso de filo ideológico, Petro invocó a Hannah Arendt, (Arendt, 2003, p. 287), la pensadora que reveló la banalidad del mal. Afirmó que Hitler sobrevive en figuras como Netanyahu (La Pluma, 2025, p. 1), ocasionando una fuerte polémica internacional. No fue exceso retórico, sino acusación directa, ya lanzada en la ONU al denunciar el genocidio en Gaza. El presidente se plantó en la trinchera de quienes rechazan la anestesia mediática que trivializa la muerte, que convierte la tragedia en ruido, el dolor en estadística y la sangre en simple nota a pie de página.
Mientras occidente se retuerce en malabares para justificarse, Petro rompe con la diplomacia hipócrita y deja al poder desnudo. Ya lo había hecho días atrás, en la Asamblea de la ONU, cuando disparó contra Israel y Estados Unidos un dardo que atravesó arrogancias: “No hay raza superior. No hay pueblo elegido de Dios”. Con esa sentencia cinceló la piedra de los privilegios y la soberbia, y la voz insurgente de un país periférico retumbó en los pasillos donde suele imperar el silencio cómplice.
Y el dardo llegó más hondo: “No lo es ni Estados Unidos ni Israel. Ignorantes fundamentalistas de extrema derecha piensan así. El pueblo elegido de Dios es la humanidad, toda…” Con esas palabras pulverizó la coartada de la migración usada como muro; denunció, además, la crisis climática convertida en botín y señaló al petróleo y al carbón como taladros que no horadan la tierra, sino el porvenir mismo.
Entre esa constelación de verdades, blandió la exigencia final: “una ONU distinta, humana, capaz de detener el genocidio en Gaza”. Fue un llamado a arrancar de raíz la impostura de los poderosos y a rescatar la palabra humanidad del basurero del cinismo, devolviéndole su sentido primero.
Y no contento con ello, con esta antorcha de cepa cristiana: “el pueblo de Dios no es un pueblo solamente. No es el estadounidense ni el israelí, que se arrogan legitimidad religiosa para ocupar territorios; el pueblo de Dios es la humanidad entera.”, arrancó el velo a quienes convierten el dogma en coartada de usurpación y violencia. Con filo de profeta, señaló a los que reducen lo sagrado al perímetro de una frontera y se proclaman elegidos. Que sea un presidente de izquierda quien lo recuerde revela la paradoja: la voz de un gobernante periférico puede erigirse en espejo que devuelve a los poderosos la imagen desnuda de su propia impostura.
Ya el 1 de mayo de 2024 (El Tiempo, 2024, p. 1; DW, 2024, p. 1), en plena marcha del Día Internacional del Trabajo, Petro anunciaba la ruptura de relaciones con el gobierno genocida de Israel. Fue de los primeros en hacerlo, abriendo una grieta en el muro del silencio internacional. Hoy, en 2025, tras las ofensivas israelíes y el asalto a la flotilla humanitaria, atraviesa otra frontera. Expulsa a la delegación diplomática y critica el tratado de libre comercio. No como gesto aislado, sino como continuidad de una línea: la protesta convertida en política de Estado, y la indignación transfigurada en acto soberano.
La medida tiene hondas consecuencias económicas y diplomáticas, claro, pero coloca a Colombia como referente en América Latina y en el mundo, en la defensa del pueblo palestino. La chispa que enciende la mecha es de una gravedad insoportable: el secuestro de Manuela Bedoya y Luna Barreto, las colombianas que viajaban en el barco Ío de la flotilla humanitaria.
No eran emisarias de la guerra ni sombras del espionaje, como pretenden los difamadores. No cruzaban fronteras prohibidas ni portaban más armas que su voluntad de auxilio. Eran dos mujeres en un navío de esperanza, que llevaba pan y agua hacia la herida abierta de Gaza. En un acto de piratería estatal fueron arrancadas de su travesía en aguas internacionales y conducidas a puerto israelí como botín de un poder que confunde la fuerza con el abuso. Un ultraje que convierte la solidaridad en delito, la compasión en sospecha y la misericordia en prisionera.
Este agravio israelí es un mensaje de amedrentamiento y de arrogante impunidad que pretende erigirse en norma universal. En Colombia, la respuesta no se limita a la indignación. Colectivos convocan movilizaciones que señalan no solo a Israel, sino también a la élite empresarial local, cómplice por sus lazos con la misión israelí y con un sector minero que comercia con la tinta oscura de la sangre.
Lo que se juega aquí es un pulso geopolítico de hondura histórica. Petro, que días atrás exhortó a soldados estadounidenses a desobedecer la voz de su propio comandante, quebró las reglas no escritas de la obediencia latinoamericana a Washington. Y eso es lo intolerable, lo que desgarra. Que un país marginal por tradición se atreva a levantar y pronunciar, sin temblor, la palabra insurrecta.
La cancelación de la visa fue la reacción previsible de quien se arroga el derecho de quebrar todas las reglas y dictar todos los acuerdos, negando a los demás, incluso, la posibilidad de cuestionar o alzar la frente sobre el talón de hierro de la Casa Blanca. Tal desafío, convertido en herejía, es inadmisible por el imperio.
Washington acusa a Petro de intromisión, pero lo que se libra es mucho más vasto. Petro desafía la arquitectura que sostiene a Israel en la región, ese engranaje de acero y silencio que por décadas dictó la obediencia de los pueblos. Su “crimen” es hendir el corazón del orden establecido, golpear los cimientos de la geopolítica y exhibir la fragilidad de los imperios cuando un país pequeño se atreve a pronunciar la verdad sin titubeos.
En su comunicado, la Cancillería exigió la liberación inmediata de las dos colombianas y de toda la tripulación de la flotilla, e instó a España, Irlanda, Brasil, Sudáfrica y México a actuar en bloque. No se trata de engrosar la letanía de condenas huecas, sino de forjar una respuesta internacional capaz de quebrar la impunidad. La pregunta que queda suspendida es decisiva: ¿defenderán los gobiernos a sus pueblos frente a un Estado que se atribuye licencia para violar la ley, o volverán a doblar la cerviz ante la opresión de Washington y de las multinacionales que comercian con la sangre?
La flotilla Sumud avanzaba con un propósito nítido, el de socorrer a los desposeídos, iluminar la tragedia palestina y denunciar la maquinaria bélica de Israel. Ese gesto de humanidad fue encadenado, la ayuda bloqueada, los tripulantes convertidos en rehenes, bajo la convicción de un despotismo que se cree indestructible. Pero Petro convirtió la afrenta en política y quebró el muro del miedo con el taladro de la indignación.
Lo que trastoca la ecuación es la decisión de Petro de expulsar diplomáticos, romper tratados y cargar con el costo político de la sublevación. Esa rebeldía coloca a Colombia en la primera línea de un pulso que desborda a Gaza: la pugna entre quienes se resignan a la barbarie y quienes se alzan contra ella. Acto que no se diluye en el instante, sino que marca un precedente feroz.
Si otros gobiernos latinoamericanos siguen esta ruta, Israel podría enfrentar en la región un aislamiento desconocido incluso en los pasajes más sombríos de su historia. La cuestión es de coraje: ¿quién dará el primer paso? Porque lo que aquí se disputa no es solo el destino del pueblo palestino, es la voz soberana de los pueblos que se niegan a inclinarse ante el horror convertido en espectáculo global de la barbarie.
Israel secuestra barcos humanitarios — y no es la primera vez —, mientras España se diluye en evasivas y Estados Unidos oficia de garante de la impunidad. En medio de esa coreografía de complicidades, un presidente latinoamericano rompe el guion y pronuncia la palabra prohibida. ¡Basta! Y en boca de un jefe de Estado, esa palabra es grieta en la coraza de la indiferencia global, capaz de trocar la resignación en memoria y la memoria en resistencia.
La Historia recordará este episodio no solo por las dos colombianas secuestradas, sino por la actitud de un país que osó confrontar a Estados Unidos e Israel. El mensaje de Petro es, a la vez, diáfano e insoportable. Si el mundo persiste en tolerar el genocidio en Gaza, mientras criminaliza la solidaridad y se concede a Israel impunidad absoluta, todos seremos cómplices. La cuestión ya no es qué hará Israel frente a Colombia, sino qué harán los demás pueblos. ¿Seguirán prosternados ante la barbarie o se atreverán a romper cadenas? En la encrucijada de Palestina no se juega solo un territorio, allí se mide el pulso de la justicia y el destino moral de la humanidad.
Referencias
- Ávila Ramírez, J. (2025, 2 de octubre). Presidente Petro: expulsa la delegación diplomática israelí. Radio Nacional de Colombia. https://www.radionacional.co/actualidad/politica/presidente-petro-expulsa-la-delegacion-diplomatica-israeli
- Arendt, H. (2003). Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal (2.ª ed.). Barcelona: Lumen.
- La Pluma. (2025, 2 de octubre). Presidente Gustavo Petro ordena salida de la delegación diplomática de Israel y terminación del TLC. La Pluma. https://www.lapluma.net/2025/10/02/82757/
- El Tiempo. (2024, 1 de mayo). Constituyente, ruptura de relaciones con Israel y Keralty, claves del discurso del presidente Petro. El Tiempo. https://www.eltiempo.com/politica/gobierno/presidente-petro-pronuncia-discurso-durante-conmemoracion-del-dia-del-trabajo-desde-la-plaza-de-bolivar-3339058
- Deutsche Welle. (2024, 2 de mayo). Petro y la ruptura de relaciones entre Colombia e Israel. https://www.dw.com/es/qu%C3%A9-significa-la-ruptura-de-relaciones-diplom%C3%A1ticas-entre-colombia-e-israel/a-68982995
Eduardo Marulanda, Mg. en Liderazgo y Dirección de Centros Educativos
Foto tomada de: elDiario.es
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