El compromiso de la Unión Europea con el cambio climático fue hasta hace poco, coherente. De hecho, fue gracias a la labor de la diplomacia francesa que se logró que Estados Unidos firmara el Acuerdo de París, cuyos términos conciliadores lograron vencer las resistencias previas de Washington a firmar cualquier compromiso internacional, en especial los que limitaran la libertad de acción, tanto de las mega empresas petroleras y del automóvil como del resto de la gran industria estadounidense. Es una tradición muy suya la de imponer al resto del mundo reglas que no está dispuesto a cumplir.
También hay que atribuirle el mérito que merece el compromiso de la UE con el cambio climático a la acción decidida y persistente del partido Los verdes de Alemania. De hecho, fue el primer partido político que adopto la lucha contra el cambio climático como punto central de su programa. Fundado como coalición en 1980 se convirtió en partido en 1993, y desde entonces obró como partido bisagra que entre los dos grandes partidos mayoritarios: el CDU y el SPD, la derecha y la izquierda, si leemos la nomenclatura partidista en términos convencionales. Este hecho, y el impacto de su propaganda en la opinión pública, lograron que Alemania adoptara una política radical de desnuclearización y descarbonización de sus fuentes de energía que le llevó a cerrar prácticamente todas las existentes. El país llegó a tener 37 centrales nucleares y en abril de 2023 cerró las 3 últimas. La contraparte fue un formidable impulso a las fuentes de energía renovables: la eólica y la solar.
Hoy la situación es otra y muy distinta. La UE “ha perdido el entusiasmo”, como bien denuncia Corrêa do Lago. La guerra de Ucrania lo trastocó todo, especialmente en Alemania, donde el cierre de sus centrales nucleares y de una buena parte de las térmicas coincidió con el desencadenamiento de dicha guerra. Y, por lo tanto, con la imposición por la UE de un draconiano de sanciones económicas a la Federación Rusa, que incluía el petróleo y el gas. El gas que Alemania esperaba recibir barato y a bajos precios de Rusia, gracias a los gaseoductos Nordstream 1 y Nordstream 2, diseñados para reemplazar los que cruzan Ucrania y Polonia. Dichos oleoductos fueron volados en septiembre de 2022, a seis meses de iniciadas las hostilidades a gran escala de las fuerzas armadas rusas en Ucrania, por una operación encubierta de los servicios de inteligencia estadounidenses, en colaboración con los noruegos, según un reportaje del prestigioso periodista Seymour Hersh. Premio Pulitzer de periodismo.
La coincidencia del cierre de las centrales nucleares y térmicas con el cese del suministro del gas ruso barato produjo una tormenta perfecta para la industria alemana. La producción de energía por las plantas eólicas y solares, además de inconstante por definición, no resulta suficiente para atender la demanda industrial y doméstica. El reemplazo del gas ruso por el gas licuado estadounidense, tres o cuatro veces más caro, ha impactado negativamente las cuentas de los gigantes empresariales. Les ha hecho perder competitividad hasta tal punto de que hoy Alemania, está sumida en la recesión. El crecimiento espectacular del partido AfD (Alternativa por Alemania) que podría compararse con el que en su día experimentaron los Verdes, es una señal de que la opinión pública retira su apoyo a la llamada Agenda verde, en vista de la crítica situación económica a la que les ha llevado su aplicación a rajatabla.
A este descalabro de la Agenda verde se suma otra consecuencia, derivada igualmente de la guerra de Ucrania. Se trata del compromiso contraído por Úrsula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea) con el presidente Trump, en la cumbre celebrada en Escocia, en julio de este mismo año. Von der Leyen se comprometió a que, a cambio de una reducción de los aranceles impuestos por Trump a las exportaciones europeas, la UE elevaría hasta el 5% de su PIB el “gasto de defensa”. Que en la práctica consistiría en compras masivas al complejo industrial militar de Estados Unidos. Para esos efectos Bruselas ha creado un Fondo de defensa, participado por todos los países miembros, al cual ya se están derivando fondos del Fondo de transición energética. Otra estocada a la Agenda Verde.
El compromiso de China con la lucha contra el cambio climático es otra historia. La China fue remisa, igual que Estados Unidos, a comprometerse con los compromisos establecidos por las sucesivas COP, aunque por razones distintas. Argumentaba que poner freno de inmediato al uso de energías fósiles actuaba en beneficio de los países industrializados y en contra de los países del Sur global que se estaban industrializando. China, India, Brasil, etcétera. En los primeros cae la responsabilidad histórica de la generación de gases de efecto invernadero, porque se industrializaron usando intensamente y a una escala nunca antes vista. Y ahora que ya están industrializados quieren impedir que se industrialicen los países en vías de desarrollo. Se consagraba una vez más la brecha histórica permitida por la conquista de América y la revolución industrial inglesa, iniciada en 1750.
Aparentemente en contravía de este historial, China firmó el Acuerdo de París ya mencionado. Y lo hizo porque ya había alcanzado notables logros con su política de transición energética. Muy sui géneris, como suelen ser sus políticas. El imperativo de transformar un país atrasado y campesino en uno industrializado y urbano, ya estaba presente en su primer plan quinquenal, aprobado en abril de 1954, que se apoyó en el uso intensivo del carbón. Al fin y al cabo, China fue el primer país del mundo en utilizar el carbón mineral como una importante fuente de energía. Por lo que lo siguió utilizando -y aún lo sigue utilizando – en sus planes de industrialización. Pero los altos grados de contaminación atmosférica de ciudades como Beijing y Shanghái, que acompañaron la impresionante aceleración del ritmo de industrialización debida a la política de apertura a las inversiones extranjeras, la obligaron a asumir de lleno los problemas generados por el uso del carbón, al que ya se habían sumado el gas y el petróleo. Por eso China firmó el Acuerdo de Paris: lo hizo porque había descubierto la clave que permite hacer compatible el avance en la industrialización con la reducción sostenida de las emisiones de gases de efecto invernadero. El incremento exponencial de las fuentes de energía renovables. Hoy China es el principal productor y usuario mundial de placas solares y molinos de viento. Y ocupa igualmente el primer lugar en el campo de las hidroeléctricas. De hecho, ha superado con creces a Estados Unidos. Hoy produce 1.450 gigavatios al año de energías alternativas, contra los 350 que producen los estadounidenses. A estos logros hay que sumar el hecho de que es el primer productor mundial de autos eléctricos y cuenta con una red de trenes de alta velocidad que suma 45.000 kilómetros.
Si, como dijo el presidente Petro, el objetivo prioritario de nuestra política exterior es la lucha contra el cambio climático, es evidente que debemos establecer relaciones privilegiadas con China, para poder contribuir de manera eficaz para avanzar en dicha lucha.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: Noticias Ambientales

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