El oasis de Piñera, en 12 días se convirtió en un país descontrolado, se decretó el estado de emergencia, el toque de queda y le declaró la guerra al pueblo de Chile. Una cadena de increíbles y graves ineptitudes, que muestran una incomprensión a una crisis social y de gobernabilidad sin precedentes en la historia de Chile y lo más lamentable, tomando decisiones políticas que profundizan la misma.
La situación actual tiene su origen en el anuncio del alza de pasaje del Metro en 30 pesos. Algo que fue tomado por los estudiantes secundarios como un abuso a sus familias y enfado al escuchar que el Ministro del Trabajo sugería entrar al trabajo a las 7.30 para llegar más rápido y burlescamente el Ministro de Economía recomendaba tomar el Metro a las 7.00 cuando el pasaje es más barato.
Pero los estudiantes entendieron que esa alza violentaba la economía de sus hogares al disminuir los ingresos y se organizaron para evadir masivamente, saltar los torniquetes y enfrentar a la fuerza pública. Para la gente evadir y no pagar, se fue transformando en una nueva forma de luchar. Protesta que fue lenta en sus inicios pero que paulatinamente se iba transformando en algo mayor y recibiendo la simpatía de la gente. Es decir, el gobierno tuvo los tiempos necesarios como para reaccionar, pero las respuestas fueron la tecnocracia y la represión.
El viernes 17, al ver que la protesta ya no sólo era una manifestación de los estudiantes sino que la demanda era acogida por otros sectores de la ciudadanía que la hacían suya, el ministro del interior Andrés Chawick, amenazó con aplicar la Ley de Seguridad del Estado, sin hacer referencias a las demandas de las protestas. Un día antes, Cecilia Pérez la vocera de La Moneda, con un tino alejado de toda política, trató el tema de la evasión de “delincuencia pura y dura”, y a quienes se estaban manifestando como “hordas” y “delincuentes”.
Si bien la evasión es algo que tiene una data de muchos años, en Chile se populariza con la entrada del Transantiago en el transporte público el 2007. Si lo prometido no se cumplió, los usuarios no se sintieron obligados a cumplir con el pago del pasaje. La respuesta en este caso fue el Registro de Infractores, una muestra más del doble rasero de la política chilena, que por un lado divulga un listado con los evasores de pasajes y por otro, justificaba y amnistiaba a las empresas zombis, a los que entregan boletas ilegales, perdonazos de impuestos, evasiones que no entran en ningún listado y además son tratados con extremo cuidado sobre todo en el lenguaje.
De acuerdo a cifras oficiales hay 15 personas muertas, 819 heridos y 2151 detenidos por desmanes e infracción al estado de emergencia. Y como para graficar mejor este escenario, junto con informar que se suspendía el alza de los pasajes del Metro, el presidente Piñera dijo el domingo que: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”, un término que puso a la ciudadanía perpleja. No se detuvo a definir al enemigo, lo cual sembró una gran interrogante en la población. A los mayores trajo los recuerdos de la dictadura de Pinochet. El Dictador argumentaba las violaciones a los derechos humanos escudándose en un supuesto enemigo interno. Piñera y sus asesores incapaces de reconocer sus propios errores, buscan responsabilizar a la oposición política por la crisis social.
En el gobierno no reconocerán nunca que la explosión social tiene sus raíces en un orden económico y político que ha usado y abusado de la población durante generaciones. Tampoco lo harán los grupos dueños del poder económico. No es sólo el alza del pasaje del Metro, es la salud precarizada, el derecho a la vivienda, las estafas de las AFP, las pensiones indignas, la privatización de la educación, de los servicios públicos, la privatización de los recursos naturales, demanda por una asamblea constituyente, peticiones que un neoliberal como Piñera nunca podrá siquiera imaginar y menos realizar.
Para algunos este es un Despertar del Pueblo, otros hablan de situación revolucionaria. Lo cierto es que ésta ha sido una explosión social no imaginada para el mundo político. Salir en estos días a las calles es como contemplar una catástrofe nacional, es un país en anarquía. Puedes recorrer la ciudad tocando la bocina, no respetar las señaléticas y nadie te dirá nada. Solo los policías o militares en piquetes en las gasolineras, en las instalaciones financieras, supermercados u otros, las decenas de tanquetas que recorren las calles, indica que existe una situación grave.
Chile hoy no es el de hace 2 semanas atrás. Santiago y las principales ciudades están sitiadas. El rugir de los motores de los helicópteros en la noche con sus luces rastreando las calles y buscando barricadas u hogueras, las sirenas de los vehículos de emergencia, los disparos durante la noche, son la muestra de un país colapsado. De un Presidente que no ha tenido la capacidad de gobernar y ha debido recurrir a una medida extrema como es el sacar a los militares a la calle, por lo mismo, dirigentes políticos, del mundo sindical y gran parte de la ciudadanía exigen la renuncia de Piñera.
La economía del país acuso el golpe de la crisis. La semana comenzó con la bolsa de Santiago sufriendo una caída de más del cinco por ciento empujada por las acciones del retail que cayeron un siete por ciento. En un solo día desaparecieron más de siete mil millones de dólares de estos activos, mientras el peso chileno sufría una enérgica devaluación respecto al dólar.
El sistema neoliberal chileno modelo para la región, se encontró exhibido a la mirada de todos los mercados externos y las detracciones al gobierno de Piñera eran directas. Los principales medios de Europa criticaban el decreto de estado de emergencia y el toque de queda. The Economist expresó una dura crítica al gobierno chileno junto con constatar que las masivas protestas dañaban la imagen país que se tiene en el extranjero. Un golpe a la economía neoliberal del que no se perciben aún sus consecuencias.
Este gran movimiento social que ha tenido un estallido espontáneo, no tiene una cabeza visible a la cual el gobierno pueda convocar al dialogo. El gobierno se ha limitado a expresar sus intenciones de conversar con los representantes de los partidos políticos y parlamentarios, excluyendo a aquellos movimientos y partidos que ellos creen pueden estar detrás de estas protestas. Incapaces por su propia naturaleza de entender que este malestar es sentido por la gran mayoría de la ciudadanía, no está en sus planes convocar a los representantes del mundo de los trabajadores, a las confederaciones de estudiantes, a las organizaciones de la tercera edad, que son quienes en estos momentos expresan su malestar en las manifestaciones.
El sábado 19 de octubre, las principales organizaciones de los trabajadores reunidas en la mesa de Unidad Social más el apoyo de las confederaciones de estudiantes secundarios y universitarios, convocaron a una Huelga General para los días 23 y 24 de octubre. A este llamado se han sumado la Unión Portuaria y el sindicato más importante de la minera Escondida, que es la mayor organización de los trabajadores de la minería privada. De concretarse el llamado a paralización de las actividades mineras y las exportaciones portuarias en el llamado a paro nacional, el desplome que puede sufrir la economía chilena sería un hecho que pondría en situación extrema al gobierno de Piñera.
Los caceroleos y protestas de la ciudadanía lejos de debilitarse, van in crescendo. Del mismo modo aumenta la represión de las fuerzas policiales y armadas, que se ha transformado como única respuesta del gobierno. Todas las zonas urbanas del país se encuentran en estados de excepción. Hasta el miércoles a los fallecidos, a las decenas de heridos y miles de detenidos, se suma una represión en pleno ascenso y sin control. Para el ciudadano común no hay un paso atrás y desafiando el toque de queda, miles salen a las calles. Se entiende que los jóvenes no le teman a los militares porque no han vivido lo que eso representa, pero eriza la piel ver a mujeres y hombres de edad que sabedores de lo que significan los militares, con las manos en alto marchan junto a los jóvenes encarando a gritos a los uniformados.
Mauricio Osorio López. Chileno, periodista. Ha sido miembro y director de la Asociación de corresponsales de la Prensa extranjera en Chile. Columnista de La Época, Bolivia.
Foto tomada de: Diario Financiero.
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